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La Iglesia mantiene intacto el estigma sobre el "pecado" homosexual pese a los gestos de aparente aperturismo del papa

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Había aparecido en la portada de la revista Zero vestido de sacerdote y dando un titular por el que mataría casi cualquier periodista, sobre todo en boca de un señor con alzacuellos: “Gracias a Dios, soy gay”. Su gesto, tan exquisitamente mediático, remedo de aquel “gracias a Dios, soy ateo” que se atribuye a Luis Buñuel, había envuelto la figura del sacerdote José Mantero en un irresistible aire de escándalo. Expulsado del púlpito en 2002, aquel cura que decidió salir del armario pudo haber sido un icono pop. Era un caramelo para las televisiones. Pero no entró por ese aro. Hubo quien no lo entendió. ¿Qué buscaba con un gesto así, si no era ruido? Buscaba que una idea se abriera paso, tan sencillo como eso. Una idea obvia para aquel católico: los homosexuales también lo son por la gracia de Dios y no merecen la postergación de su Iglesia. Una idea que aún no se ha abierto paso en la institución católica, cuyo primer jerarca, el papa Francisco, acaba de realizar un comentario de aspecto rupturista al mismo tiempo que mantiene indiscutidos los textos oficiales que estigmatizan al homosexual.

Este periodista visitó a Mantero en su casa en 2008 para un reportaje en Público. Sorprendía la hondura reflexiva e intelectual del hombre, el contenido crucial que daba a su salida del armario, equívocamente interpretado como postureo. Bajo una repisa donde convivían el Antiguo Testamento y el Tratado de ateología, de Michel Onfray, el Nuevo Testamento y El Inquisidor, de Patricio Sturlese, Montero acreditaba en la conversación profundo conocimiento del catecismo y la historia de la Iglesia, así como originalidad y empatía en sus planteamientos, laxos incluso con quienes lo habían marginado.

“La homofobia de la Iglesia es el exorcismo de un diablo interior”, dejaba caer Mantero.

La misma impresión de complejidad intelectual de Mantero, fallecido en 2008, transmite ahora, en conversación con infoLibre para valorar la posición del papa Francisco sobre las uniones entre homosexuales, Jordi Valls, consiliario de la Asociación Cristiana de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales de Cataluña (Acgil), un espacio de encuentro de cristianos Lgtbi. A cada pregunta, responde con riqueza enciclopédica. Valora el “paso adelante” del pontífice al apoyar las uniones civiles entre homosexuales. Ilustra su importancia rescatando los debates sinodales, las posiciones aperturistas una y otra vez derrotadas, el numantinismo del ala conservadora encarnada hoy en figuras como el cardenal alemán Gerhard Ludwig Müller. Cita comisiones bíblicas que han establecido que no hay base en los Evangelios para rechazar la homosexualidad. Incluso interpreta las intenciones de Francisco: quiere abrir un debate, afirma, pero al mismo tiempo teme provocar un “cisma”, o que le surja el equivalente a un obispo Lefebvre, que impugnó el aggiornamento del Concilio Vaticano II. Cuando se le muestra sorpresa ante tal caudal de fuentes y referencias, Valls se ríe y después reflexiona: “Hemos [los homosexuales] tenido que desarrollar una espiritualidad más profunda. Nos han obligado a trabajar más a fondo las bases de la fe. Piensa que lo primero que te dicen es que eres un pecador. Eso te obliga a mirar, a aprender, a profundizar”.

Alegría... y frustración: “Agua de borrajas”

Francisco acaba de provocar un seísmo. El 21 de octubre se hicieron públicas unas declaraciones en las que se muestra a favor del derecho a los homosexuales a tener una familia y a una cobertura legal a sus relaciones. El formato insólito de la revelación –supuestamente una declaración realizada en 2019 a Televisa que ha acabado en un documental del cineasta ruso Evgeny Afineevsky–, sumado al carácter poco detallado de la reflexión, ha llevado a los distintos sectores de la Iglesia a posicionarse. Los más alineados con el pontífice –como Antonio Spadaro, un jesuita aliado de Francisco– se han apresurado a aclarar que no hay ruptura con la visión más extendida entre el alto clero, que sitúa ya el debate sobre la homosexualidad más en la esfera del reconocimiento civil que de la reprensión moral. En sentido contrario surgen voces como las del obispo Thomas Tobin de Providence, Rhode Island, según el cual “la declaración contradice claramente la antigua enseñanza de la iglesia”. El escritor Bruno Bimbi, uno de los responsables de las campañas por el matrimonio igualitario en Argentina y Brasil, ha aprovechado para recordar en The New York Times que Francisco, siendo arzobispo de Buenos Aires, ya se mostró en 2010 a favor de las uniones civiles, pero precisamente como oposición blanda a la propuesta de legalización del matrimonio.

Una valoración más ponderada, llena de claroscuros, la encontramos en la comunidad Lgtbi católica. Un sondeo a colectivos nacionales e internacionales para este artículo ofrece un saldo ambivalente. En primer lugar, se celebra el paso adelante. Lejos del detalle doctrinal, provoca satisfacción el tono. Ya ocurrió en 2013 cuando, durante un encuentro con periodistas dijo: “¿Quién soy yo para juzgar?”. No es que con esas palabras se raspe toda la costra de menosprecio a la homosexualidad que impregna el tuétano de la Iglesia, pero hay un contraste con las manifestaciones contra el “homosexualismo” y el “lobby gay” de los obispos más duros, que cuentan además con brazo civil en el movimiento ultracatólico europeo, también vigoroso en España. Pero, junto al suspiro de alivio, hay insatisfacción. Incluso frustración.

Francis DeBernardo, director de New Ways Ministry (NWM), una organización estadounidense de defensa de los derechos de la comunidad Lgtbq [la Q es de Queer] en la Iglesia, afirma: “El papa envía una enorme ola de buena voluntad. No es exagerado decir que con esta declaración salvará muchas vidas de Lgtbq”. Ahora bien, el director de NWM recalca que, a pesar de su fuerza, se trata de “comentarios personales, no enseñanzas oficiales de la Iglesia”. Ruby Almeida y Christopher Vella, codirectores de Rainbow Catholics, también celebran las palabras del pontífice, pero lamentan que aún “la Iglesia no ve ni entiende cuánto amamos a nuestra Iglesia y las enseñanzas de Cristo”. En una comunicación dirigida a infoLibre, señalan: “La Iglesia ha sido lenta, si no reacia, a mirar más allá de sus dogmas y doctrinas. El papa sabe que no puede cambiarlos. Por lo tanto, está dispuesto a cambiar el tono para que se cree un enfoque más compasivo”.

Volvemos a Jordi Valls, de la Asociación Cristiana de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales de Cataluña, que apunta hacia los textos que oscurecen el mensaje papal. “Yo, personalmente, desde que salí a los 15 años del armario en mi pequeña comunidad de jóvenes cristianos, he tenido buena acogida. Siempre me he sentido querido por Dios. A mí lo que me ha hecho sufrir han sido las condenas de obispos para arriba”, explica. Le indigna, por su “retorcimiento”, la receta de la “castidad” para homosexuales. ¿A qué se refiere? A la consideración oficial de la homosexualidad como problema, como desviación. Eso no lo ha borrado el brevísimo corte del papa. Óscar Escolano, coordinador de acogida de la Comunidad de Cristianos de Madrid Homosexuales (Crismhom), también pone por delante “la alegría por las palabras del papa”, que suponen “un paso adelante, aunque pequeño”. Pequeño porque el dogma –recalca– no ha cambiado. “Se sigue viendo la homosexualidad como algo desordenado. Eso tiene que terminar, reflejándose en algún texto que afecte al dogma oficial. Y no parece que haya intención de moverlo. Son palabras esperanzadoras, pero habrá que ver si el Espíritu Santo sigue soplando”.

Antonio C., de la asociación sevillana Ichtys de cristianos Lgtbi, también observa cómo la existencia de una estructura doctrinal estigmatizadora convierte su experiencia en la Iglesia diocesana en una lotería al albur del talante del obispo que toque. “Con el actual [monseñor Juan José Asenjo], tenemos una relación fluida y respetuosa. Pero, ¿qué pasa si ahora, cuando se vaya, mandan a un retrógrado? Las declaraciones son fuegos artificiales si no cambian los puntos del catecismo que nos tratan como personas con comportamientos desordenados, antinaturales. Sin eso, son agua de borrajas”, señala.

Posición oficial

Escuecen entre los católicos Lgtbi algunas palabras del catecismo, exposición de la fe, doctrina y moral de la Iglesia. Leamos: “Apoyándose en la Sagrada Escritura que los presenta como depravaciones graves, la Tradición ha declarado siempre que 'los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados'. Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso”. Más. Se trata de una “inclinación objetivamente desordenada”. Quienes se sienten tentados están “llamados a la castidad”. Así lo expone el catecismo de la Iglesia católica. Son afirmaciones que empequeñecen el llamamiento a acoger a los homosexuales con respeto, compasión y delicadeza”, evitando “discriminación injusta”.

Antes de Francisco, fue papa el alemán Ratzinger, Benedicto XVI (2005-2013), quien antes había sido prefecto para la Congregación para la Doctrina de la Fe, durante el pontificado de Juan Pablo II. En 1986, Ratzinger firmó la Carta a los obispos de la Iglesia católica sobre la atención pastoral a las personas homosexuales. El texto fue leído como un repliegue tras el tímido aperturismo de Pablo VI. La prosa de Ratzinger se explaya sobre “el problema de la homosexualidad”. A su juicio, las posiciones expresadas durante el papado de Pablo VI, distinguiendo entre “tendencia homosexual y actos homosexuales”, dieron pie a “interpretaciones excesivamente benévolas de la condición homosexual misma, hasta el punto que alguno se atrevió incluso a definirla indiferente o, sin más, buena”. “Es necesario precisar, por el contrario, que la particular inclinación de la persona homosexual, aunque en sí no sea pecado, constituye sin embargo una tendencia, más o menos fuerte, hacia un comportamiento intrínsecamente malo desde el punto de vista moral. Por este motivo la inclinación misma debe ser considerada como objetivamente desordenada. Quienes se encuentran en esta condición deberían, por tanto, ser objeto de una particular solicitud pastoral, para que no lleguen a creer que la realización concreta de tal tendencia en las relaciones homosexuales es una opción moralmente aceptable”. Son ovejas descarriadas, en suma.

El religioso bávaro sale a combatir la idea “según la cual la Biblia o no tendría cosa alguna que decir sobre el problema de la homosexualidad, o incluso le daría en algún modo una tácita aprobación”. Y se explica: “En el Levítico 18, 22 y 20, 13, cuando se indican las condiciones necesarias para pertenecer al pueblo elegido, el autor excluye del pueblo de Dios a quienes tienen un comportamiento homosexual”. También recuerda que San Pablo cataloga “a quien obra como homosexual entre aquellos que no entrarán en el reino de Dios”. No hay duda para Ratzinger, luego papa, un “abuelo sabio” en palabras de Francisco: los que practican la homosexualidad cometen “pecado”. “Optar por una actividad sexual con una persona del mismo sexo equivale a anular el rico simbolismo y el significado, para no hablar de los fines, del designio del Creador […]. La actividad homosexual impide la propia realización y felicidad porque es contraria a la sabiduría creadora de Dios”.

El texto de Ratzinger está en la base del discurso actual contra el “lobby gay” y la “ideología de género”, que en España tuvo su puntal episcopal en Antonio María Rouco Varela. La carta advierte contra los “grupos de presión” que buscan “subvertir” la enseñanza de la Iglesia al defender que la homosexualidad, “si no totalmente buena, al menos [es] una realidad perfectamente inocua”. Llama a los católicos a mantener la guardia alta ante estos discursos. “La justa reacción a las injusticias cometidas contra las personas homosexuales de ningún modo puede llevar a la afirmación de que la condición homosexual no sea desordenada”. Ratzinger se muestra contrario a mantener “bajo el amparo del catolicismo a personas homosexuales que no tienen intención alguna de abandonar su comportamiento homosexual”. Y advierte: “Una de las tácticas utilizadas es la de afirmar, en tono de protesta, que cualquier crítica, o reserva en relación con las personas homosexuales, con su actividad y con su estilo de vida, constituye simplemente una forma de injusta discriminación”. Finalmente concluye: “Aunque la práctica de la homosexualidad amenace seriamente la vida y el bienestar de un gran número de personas, los partidarios de esta tendencia no desisten de sus acciones”.

El papa no ha dado por superado este planteamiento. Ni tampoco la Congregación para la Doctrina de la Fe ha publicado una carta dé cuerpo a la línea que se adivina tras las palabras del papa. Siguen vigentes las Consideraciones acerca de los proyectos de reconocimiento legal de uniones entre personas homosexuales, firmadas en 2003 por Ratzinger y Angelo Amato, arzobispo titular de Sila, para “iluminar la actividad de los políticos católicos” ante las leyes de matrimonio gay. “El respeto a las personas homosexuales no puede conducir de ninguna manera a la aprobación del comportamiento homosexual o al reconocimiento legal de las uniones homosexuales”. Más. “No existe ningún fundamento para asimilar o establecer analogías, ni siquiera remotas, entre las uniones homosexuales y el designio de Dios sobre el matrimonio y la familia. El matrimonio es santo, mientras que las relaciones homosexuales contrastan con la ley moral natural”. Ratzinger vuelve sobre su idea de 1986: hay que “desenmascarar el uso instrumental o ideológico” de la idea de “tolerancia” y “afirmar claramente el carácter inmoral” de estas uniones. Además, según Ratzinger, “la ausencia de la bipolaridad sexual crea obstáculos al desarrollo normal de los niños”. Y añade: “La integración de niños en las uniones homosexuales a través de la adopción significa someterlos de hecho a violencias de distintos órdenes, aprovechándose de la débil condición de los pequeños, para introducirlos en ambientes que no favorecen su pleno desarrollo humano”. No hay duda: las uniones homosexuales “son nocivas para el recto desarrollo de la sociedad humana” y votar a su favor es “gravemente inmoral”.

Contradicciones

La lectura de estos documentos aporta perspectiva sobre las palabras del papa. Por un lado, subraya el contraste de dichas manifestaciones con el papel timbrado de la Santa Sede. Por otro, se evidencia cómo palidecen, como meras opiniones puntuales, desangeladas, frente a la elaborada oficialidad de las posiciones vaticanas. La situación tiene algo de paradójico. Por una parte, la Iglesia no es ajena al cambio de los tiempos. Por otra, nadie da un paso formal para dejar atrás las consideraciones estigmatizadoras. Ese haz y ese envés se observan en España. Dentro de la Iglesia católica hay grupos que acogen y acompañan a las personas Lgtbi. No me refiero a grupos como el nuestro [Crismhom], sino a las comunidades de vida cristianas de los jesuitas, que han apostado por la integración de Lgtbi y divorciados”, señala Óscar Escolano. Es la Iglesia diocesana, la “más regida por lo oficial”, la que se queda más al margen de los cada vez más frecuentes gestos y movimientos de acogida. Escolano confía en que las palabras del papa animen tendencias ya existentes en sacerdotes que “quieren contactar con las personas Lgtbi, conocer su vivencia, empezar a acompañar e integrar”.

¿El contraste? Las declaraciones de obispos cuyo campo retórico al hablar de homosexualidad es siempre el mismo: desviación, pecado. En 2012, en una misa emitida en directo por TVE, el obispo de Alcalá de Henares, Juan Antonio Reig Pla, afirmaba: “Quisiera decir una palabra a aquellas personas que hoy, llevadas por tantas ideologías, acaban por no orientar bien lo que es la sexualidad, piensan ya desde niños que tienen atracción hacia las parejas del mismo sexo y a veces para comprobarlo se corrompen y se prostituyen. O van a clubes de hombres. Os aseguro que encuentran el infierno". El listado de declaraciones de este tenor, que incluyen comparaciones de la homosexualidad con el bestialismo, es largo y fácil de encontrar. Para Casimiro López, obispo de Segorbe-Castellón, el matrimonio gay genera hijos "perturbados".

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En absoluto es el discurso unánime del episcopado. Es más, va retrocediendo conforme la alta jerarquía se va renovando. Antonio C., de Ichthys, en Sevilla, ve a la Iglesia atrapada en una contradicción entre un dogma rígido y un cuerpo eclesial donde cada vez más surgen perfiles abiertos. Esto genera situaciones como la que se da en Sevilla, donde Ichthys ha dejado atrás viejos problemas para realizar sus actividades en el seno de la Iglesia, pero siempre actuando con “discreción”, sin intersección con esa otra Iglesia sevillana más conservadora. “En Ichthys nos encontramos a gente muy perdida, con mucho conflicto psicológico, que lleva toda su vida en el armario. Hay mucha gente que lleva una doble vida muy penosa”, señala. Muchos no se sienten aceptados por su Iglesia. Eso es lo que hay que corregir, señala Antonio.

Estas personas reciben un impacto muy positivo ante las palabras del papa, del mismo modo que lo reciben negativo cuando la Conferencia Episcopal se pronuncia contra las leyes de reconocimiento de derechos. O como cuando se niega la confirmación a un transexual, como se denunció en Córdoba en 2016, o se excluye de cualquier otro modo de la liturgia a un individuo por su condición sexual. Recientemente, otra vez la Iglesia se ha visto emparedada entre su deseo de no verse envuelta en polémicas y su obligación, siguiendo su propia doctrina, de apartar quienes cometen actos homosexuales. El Obispado de Menorca acaba de apartar a una catequista tras casarse por lo civil con una mujer. "Los fieles tienen derecho a pedirnos que los catequistas estén bien formados y que sean coherentes con lo que enseñan", expone el Obispado. ¿Está alineada aquí la Iglesia con el papa? O quizás la pregunta es otra: ¿Está alineado el papa con la Iglesia?

En España no se puede decir que sus manifestaciones hayan tenido mucho calado. Es más, el portavoz de la Conferencia Episcopal, Luis Argüello, se ha apresurado a hacer una lectura matizada de las palabras de Francisco. "No habla de una nueva familia basada en la relación de dos personas del mismo sexo. No emplea la expresión uniones civiles", aclara Luis Argüello en una carta publicada en la revista de la Conferencia Episcopal. En efecto, lo que dijo el papa fue: “Las personas homosexuales. Lo que tenemos que hacer es una ley de convivencia civil. Tienen derecho a estar cubiertos legalmente”. En la Iglesia, las palabras pesan. No es lo mismo “unión” que “convivencia”. Como decía Jordi Valls, a los católicos Lgtbi –para conciliar su comprensión de sí mismos y de su Iglesia– les toca hacer un esfuerzo extra.

Había aparecido en la portada de la revista Zero vestido de sacerdote y dando un titular por el que mataría casi cualquier periodista, sobre todo en boca de un señor con alzacuellos: “Gracias a Dios, soy gay”. Su gesto, tan exquisitamente mediático, remedo de aquel “gracias a Dios, soy ateo” que se atribuye a Luis Buñuel, había envuelto la figura del sacerdote José Mantero en un irresistible aire de escándalo. Expulsado del púlpito en 2002, aquel cura que decidió salir del armario pudo haber sido un icono pop. Era un caramelo para las televisiones. Pero no entró por ese aro. Hubo quien no lo entendió. ¿Qué buscaba con un gesto así, si no era ruido? Buscaba que una idea se abriera paso, tan sencillo como eso. Una idea obvia para aquel católico: los homosexuales también lo son por la gracia de Dios y no merecen la postergación de su Iglesia. Una idea que aún no se ha abierto paso en la institución católica, cuyo primer jerarca, el papa Francisco, acaba de realizar un comentario de aspecto rupturista al mismo tiempo que mantiene indiscutidos los textos oficiales que estigmatizan al homosexual.

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