A menudo se olvida: la Iglesia española, además de una organización atomizada en más de 40.000 terminales por todo el territorio nacional, es la delegación local de un Estado extranjero, el Vaticano, con el que mantiene una singular relación bilateral que le da un acceso privilegiado a las aulas, las arcas y las almas de nuestro país, como señala Ángel Luis López Villaverde, profesor de Historia Contemporánea, en El poder de la Iglesia en la España contemporánea (Catarata, 2013). Ese Estado extranjero, de carácter teocrático, tiene en el papa a su jefe supremo. Y ese jefe supremo, hoy Jorge Mario Bergoglio, conocido como Francisco, tiene su primer representante diplomático en España en la figura del nuncio, valedor de los intereses y voz aquí del Estado vaticano. Pues bien, el que hasta esta misma semana ha sido nuncio del Vaticano en España, Renzo Fratini, afirmó antes de certificar su salida del cargo que el Gobierno español "ha resucitado a Franco" por intentar exhumar sus restos del Valle de los Caídos.
Las palabras de Fratini han provocado una queja del Gobierno de España, que ha pedido al Vaticano que lo desautorice y ha denunciado una "injerencia" por parte del diplomático vaticano. La reacción de la vicepresidenta Carmen Calvo ha sido calificada por la jerarquía católica como "impresentable" y "amenazante". Fratini había dicho: "Dejarlo en paz [a Franco] era mejor, la mayoría de la gente, de los políticos, tiene esta idea porque han pasado 40 años de la muerte, ha hecho lo que ha hecho, Dios juzgará. No ayuda a vivir mejor recordar algo que ha provocado una guerra civil". Y añadió: "A Franco algunos lo llaman dictador, algunos dicen que ha liberado a España de una guerra civil, que ha solucionado un problema. No continuemos peleándonos sobre si tenía razón o culpa".
Ni el Vaticano lo ha desautorizado ni Fratini ha rectificado. "Si piensan que la Iglesia es franquista, se equivocan", ha dicho el ya exnuncio. Técnicamente es difícil ser hoy franquista, cuando Franco lleva más de cuatro décadas muerto. En todo caso, se puede ser nostálgico o neofranquista. Pero sí fue franquista. Vaya que si lo fue. Más que franquista, la Iglesia fue consustancial al Estado franquista, al que le suministró su caudal ideológico fundamental, que resultó en el nacionalcatolicismo. También le dio cobertura diplomática y moral. Y le mantuvo el apoyo hasta el final (aunque no puedan negarse corrientes reformistas y hasta rupturistas en el seno de la Iglesia, sobre todo en la recta final de la dictadura).
Complicidad con el franquismo
De todas las corrientes que apoyaron a Franco antes y después del golpe, durante la represión y la consolidación del régimen, el dictador sólo mantuvo lealtad y recompensó a la Iglesia, de la que él mismo era parte, y a la que entregó la educación nacional y acceso ilimitado a privilegios económicos y simbólicos. No lo hizo ni con los monárquicos ni con los falangistas. Lo hizo con la Iglesia, con la que firmó el Concordato en 1953.
Ese texto, reformado y nunca derogado, experimentó entre 1976 y 1979 una traducción al lenguaje y los cánones democráticos, que dio como resultado los acuerdos entre España y la Santa Sede, por los que la Iglesia mantiene cuantiosos privilegios fiscales, educativos, simbólicos... Es decir, el trato de favor del que aún disfruta la Iglesia en España tienen su origen en el franquismo, lo cual explica las dificultades que arrastra la jerarquía católica para lidiar con la historia del siglo XX.
El teólogo Evaristo Villar, director de la revista Éxodo, foro de pensamiento de la Iglesia crítica y progresista, ha recordado: "Hubo un momento en que obispos como Vidal y Barraquer no admitieron la carta de 1937 [de apoyo de los obispos a Franco], pero tuvieron que emigrar. Más tarde, en el 71, en la asamblea de sacerdotes y obispos hubo un intento de pedir perdón por no haberse mantenido dignamente en los presupuestos de la Iglesia durante la guerra". Aquello quedó en nada. Otros teólogos críticos como Juan José Tamayo han vinculado la obstinada negativa de la Iglesia a pedir perdón con su miedo a ver cuestionados sus actuales privilegios.
Múltiples historiadores han acreditado la complicidad estructural de la jerarquía católica con el golpe de Estado, la represión y la consolidación del franquismo, como es el caso de Francisco Espinosa y José María García Márquez en Por la religión y la patria. La iglesia y el golpe militar de julio de 1936 (Crítica, 2014). "Cuando se produjo el levantamiento militar, salvo algunas excepciones, la Iglesia Católica española se apresuró a apoyar el pronunciamiento y a sacralizarlo, convirtiéndolo pronto en una Cruzada. Durante la guerra civil y a su término, la jerarquía eclesiástica denunció la cruenta persecución a que habían sido sometidos sus sacerdotes y religiosos en la España republicana durante la guerra, mientras silenciaba la represión franquista", ha sintetizado el historiador Francisco Moreno Sáez.
Ese franquismo del que el Vaticano, la matriz de la Iglesia, habla ahora con equidistancia fue resultado de un golpe de Estado contra un régimen democrático que había intentado limitar la apabullante presencia de la Iglesia en la vida pública española, incluida la política y sobre todo la educativa. El golpe de Estado tuvo inspiración religiosa. José María Gil Robles, líder de la CEDA, que en las elecciones de 1936 había contado con el apoyo de la jerarquía católica, aportó medio millón de pesetas al general Mola unas semanas antes del alzamiento, y con posteridad puso a su formación al servicio del bando nacional. La rebelión contó de inmediato con el apoyo de la cúpula eclesial.
Blanqueamiento y privilegio
Los libros de historia acreditan la complicidad de la jerarquía con el bando sublevado contra la democracia tricolor. "Enemigos de la Iglesia y el orden social", clamaba durante la República el cardenal primado y arzobispo de Toledo, Pedro Segura. "España será católica o no será", proclamó el cardenal Isidro Gomá durante la guerra, en otra frase esculpida en la historia negra de la Iglesia en el siglo XX español. La Carta Pastoral Dirigida a los Obispos del Mundo Entero, publicada un año después de iniciada la guerra, supuso la consagración del apoyo sin ambages de la Iglesia a Franco: "Hoy por hoy, no hay en España más esperanza para reconquistar la justicia y la paz y los bienes que de ellas derivan, que el triunfo del movimiento nacional". El teólogo José Manuel Gallegos, canónigo de la catedral de Córdoba, fue suspendido a divinis en 1937 por su defensa del Gobierno. Acabada la guerra con el triunfo franquista, el papa Pío XII telegrafió un mensaje al Caudillo: "Levantamos nuestro corazón al señor y agradecemos la deseada victoria católica en España".
La Iglesia fue parte del aparato de represión. La justicia militar totalitaria que el régimen arbitró hasta el fin de la primera posguerra se sirvió de curas, falangistas, guardias civiles y alcaldes como delatores. La jerarquía católica, abrumada aún por el recuerdo fresco de los asesinatos de religiosos al otro lado del frente republicano, aportó al franquismo reconocimiento internacional y situó a Franco bajo palio. Pío XII llegó a nombrar al general protocanónigo. Como compensación, Franco le entregó el Concordato. Le garantizó financiación y carácter de confesión oficial. Franco –escribe Alberto de la Hera en Las relaciones entre la Iglesia y el Estado en España (1953-1976)– "era consciente de cuánto daba y a cambio de qué poco en el Concordato Pero, con ello, compraba un 'privilegio' para él muy valioso, que en el Concordato no figura: el título oficial de Estado católico respaldado por la Iglesia".
Otros perdones y arrepentimientos
El general ferrolano arrancó además al Vaticano el artículo VI, que estableció que "los sacerdotes españoles diariamente elevarán preces por España y por el Jefe del Estado". Y lo hicieron durante largas décadas, hasta la muerte de Franco.
Pero, a pesar de todos estos antecedentes –que quizás aconsejarían prudencia a los prebostes de la Iglesia en España, es el nuncio del Vaticano el que acusa al Gobierno de "resucitarlo" por querer exhumar sus restos del Valle de los Caídos, donde el "Caudillo" recibe un tratamiento de homenaje permanente custodiado por una congregación religiosa liderada por un prior falangista.
Es curioso que el nuncio Fratini, que fue nombrado por Benedicto XVI y ha pasado en el cargo una década, cerrase su reflexión con estas palabras sobre Franco: "No continuemos peleándonos sobre si tenía razón o culpa". Curioso porque "razón" y "culpa" son dos conceptos, por motivos distintos, de hondo calado filosófico para la Iglesia. Y la culpa, específicamente la culpa, es uno de sus grandes temas. La culpa, el arrepentimiento y el perdón. Porque la Iglesia, durante siglos rectora del alma española en régimen de monopolio, es administradora del perdón. Pero también lo pide.
La Iglesia pide perdón. Es cierto que no es frecuente, pero tampoco imposible. Lo ha hecho en diversas ocasiones, casi todas con timbre histórico. Pero jamás, nunca, lo ha hecho por su complicidad con el franquismo.
Un repaso por otros perdones de la historia reciente de la Iglesia ayuda a entender la excepcionalidad de su relación con el franquismo, sobre el que se le sigue resistiendo la autocrítica.
Los papas Juan Pablo II (1992), Benedicto XVI (2007) y Franciso (2015 y 2016) han pedido perdón o lanzado mensajes de abierto reconocimiento de culpa por los abusos cometidos por la Iglesia contra los pueblos indígenas durante la colonización de América Latina. "El recuerdo de un pasado glorioso no puede ignorar las sombras que acompañaron la obra de evangelización del continente latinoamericano", dijo Benedicto XVI. “Les digo, con pesar: se han cometido muchos y graves pecados contra los pueblos originarios de América en nombre de Dios. Pido humildemente perdón, no sólo por las ofensas de la propia Iglesia, sino por los crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada conquista de América", afirmó Francisco.
Histórica fue la rehabilitación de Galileo por parte de Juan Pablo II en 1992. Los jueces que lo condenaron a muerte "creyeron erróneamente que la adopción de la revolución copernicana ( ... ) socavaba la tradición católica", dijo. "Ese error de juicio, que hoy nos parece tan claro, les indujo a una medida disciplinaria por la que Galileo sufrió mucho", señaló el papa, en lo que suponía el reconocimiento de un "error" por parte de la Inquisición (la fórmula decepcionó a los más exigentes).
En línea con la rehabilitación de Galileo, de nuevo Juan Pablo II expresó en 1999 su dolor por la muerte en la hoguera, condenado por herejía, de Jan Hus en el siglo XV: "Siento el deber de expresar mi profunda pena por la cruel muerte infligida a Jan Hus".
La Inquisición, aunque no se aludiera a ella explícitamente, fue uno de los elementos centrales de la petición de perdón que Juan Pablo II hizo en 2000, la más profunda de la milenaria historia de la institución. "Los cristianos han incumplido el Evangelio y, cediendo a la lógica de la fuerza, violado los derechos de etnias y pueblos". Y añadió: "Nunca más ofensas hacia ningún pueblo, nunca más recurso a la lógica de la violencia, nunca más discriminaciones, exclusiones, opresiones, desprecio hacia los pobres y hacia los desposeídos".pobres No hubo referencias concretas al caso español.
En otras ocasiones sí ha habido asunciones de culpa por hechos particulares. En 1998 el Vaticano –otra vez con Juan Pablo II– hizo un "acto de arrepentimiento" por su insensibilidad ante el Holocausto.
Más lejos llegó la Iglesia argentina en 2000 en la autocrítica con respecto a sus "pecados" durante la dictadura de la Junta Militar (1976-1983). La jerarquía argentina pidió perdón por "por los silencios responsables y por la participación efectiva de muchos de sus hijos en el atropello a las libertades, en la tortura y la delación, en la persecución política y la intransigencia ideológica, en las luchas y las guerras y la muerte absurda que ensangrentaron el país".
Un año después, Juan Pablo II se convirtió en el primer papa de la historia en entrar en una mezquita, el templo de los Omeyas de Damasco. Allí, dando un paso al frente en la normalización de relaciones interreligiosas, afirmó: "Por todas las veces que los musulmanes y los cristianos se han ofendido recíprocamente, debemos buscar el perdón del Todopoderoso y ofrecérnoslo unos a otros. Jesús nos enseña que debemos perdonar las ofensas de los demás si queremos que Dios perdone nuestros pecados".
Ese mismo año, 2001, Juan Pablo II pidió perdón a la Iglesia ortodoxa griega por los daños infligidos por la institución católica, evocando específicamente el saqueo de Constantinopla, en los albores del siglo XIII, que causa a los católicos "profundo pesar". "Ciertamente, llevamos el peso de controversias pasadas y actuales, y de incomprensiones persistentes. Sin embargo, con espíritu de caridad recíproca, podemos y debemos superarlas porque eso es lo que el Señor nos pide. Obviamente hace falta un proceso liberador de purificación de la memoria. Por las ocasiones pasadas y presentes, en las que los hijos e hijas de la Iglesia católica han pecado de obra u omisión contra sus hermanos ortodoxos, ¡que el Señor nos conceda el perdón que le suplicamos!".
El papa actual, Francisco, pidió perdón en 2015 a los evangélicos pentecostales por las persecuciones que sufrieron durante la época fascista de Benito Mussolini.
En junio de 2019, Francisco pidió perdón al pueblo gitano durante un viaje a Rumanía. "Llevo un peso en el corazón. Es el peso de las discriminaciones, de las segregaciones y de los maltratos que han sufrido vuestras comunidades. La historia nos dice que también los cristianos, también los católicos, no son ajenos a tanto mal. Quisiera pedir perdón por esto. Pido perdón —en nombre de la Iglesia al Señor y a vosotros— por todo lo que a lo largo de la historia, os hemos discriminado, maltratado o mirado de forma equivocada, con la mirada de Caín y no con la de Abel", afirmó.
Ha habido además un reconocimiento papal de discriminación de la mujer en 1995.
La omisión española
¿Y sobre el papel de la Iglesia en el franquismo? ¿Ha habido algo similar? No.
En España la Iglesia fue durante la Guerra Civil "sujeto paciente y víctima". Esa es la esencia de la versión oficial, rescatando las palabras de Juan José Asenjo en 2000, siendo portavoz de la Conferencia Episcopal, dirigida entonces por Antonio María Rouco Varela. También bajo el liderazgo jerárquico de Rouco, en 1999, fue aprobada la tesis episcopal sobre la guerra, que llevaba por título La fidelidad de Dios dura siempre. Mirada de fe al siglo XX. Ahí evitaba toda autocrítica: "También España se vio arrastrada a la guerra civil más destructiva de su historia. No queremos señalar culpas de nadie en esta trágica ruptura de la convivencia entre los españoles. Deseamos más bien pedir el perdón de Dios para todos los que se vieron implicados en acciones que el Evangelio reprueba, estuvieran en uno u otro lado de los frentes trazados por la guerra".
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Algo más lejos –no mucho más– llegó en 2007 Ricardo Blázquez, en la primera de sus dos etapas como presidente de la Conferencia Episcopal. "En el decenio de los treinta", dijo, hubo "actuaciones concretas" de miembros de la Iglesia que fueron contrarias al Evangelio. "Los que nos han precedido pueden haber sido testigos luminosos del Evangelio, y en otras ocasiones pueden haber realizado lo que el Evangelio desaprueba".
El mea culpa de la Iglesia por el franquismo –el que sí ha entonado en tantas otras ocasiones– sigue pendiente. Mientras tanto, la jerarquía mantiene un discurso sin autocrítica sobre la República, la Guerra Civil y el franquismo. Es más, y como pone de relieve el ensayo El resurgir del pasado en España. Fosas de víctimas y confesiones de verdugos (Taurus, 2018), de Paloma Aguilar y Leigh A. Payne, "la jerarquía eclesiástica ha logrado que se reconozca a sus víctimas" gracias a las "decididas y persistentes iniciativas vaticanas", por las que "se ha beatificado a muchos sacerdotes asesinados durante la guerra civil por combatientes del bando republicano". Y "sin embargo", exceptuando destacadas salvedades en Navarra, "esa misma jerarquía se ha negado en repetidas ocasiones a apoyar los esfuerzos que las víctimas republicanas han hecho para obtener reconocimiento público, verdad, justicia o incluso la exhumación de los restos de sus familiares, y a veces se ha opuesto directamente", añaden.
"Algunos lo llaman dictador, algunos dicen que ha liberado a España de una guerra civil", decía Fratini sobre el general Franco, que sigue enterrado bajo la cruz gigante a los caídos por Dios y por España. "Algunos lo llaman dictador", sí. No cuesta tanto trabajo hacerlo, es ajustado al hecho histórico. Sería un antes y después.
A menudo se olvida: la Iglesia española, además de una organización atomizada en más de 40.000 terminales por todo el territorio nacional, es la delegación local de un Estado extranjero, el Vaticano, con el que mantiene una singular relación bilateral que le da un acceso privilegiado a las aulas, las arcas y las almas de nuestro país, como señala Ángel Luis López Villaverde, profesor de Historia Contemporánea, en El poder de la Iglesia en la España contemporánea (Catarata, 2013). Ese Estado extranjero, de carácter teocrático, tiene en el papa a su jefe supremo. Y ese jefe supremo, hoy Jorge Mario Bergoglio, conocido como Francisco, tiene su primer representante diplomático en España en la figura del nuncio, valedor de los intereses y voz aquí del Estado vaticano. Pues bien, el que hasta esta misma semana ha sido nuncio del Vaticano en España, Renzo Fratini, afirmó antes de certificar su salida del cargo que el Gobierno español "ha resucitado a Franco" por intentar exhumar sus restos del Valle de los Caídos.