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Díaz e Iglesias, un pulso por la sonrisa de la izquierda

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A Pablo Iglesias pocas veces se le ha visto con los ojos tan vidriosos como aquel día: “Sonrían, sonrían que sí se puede”. Bajó la mirada y se dio un par de golpecitos en el pecho con el puño cerrado. Así terminó su minuto final en el debate de las elecciones generales de 2015. Ha pasado mucho tiempo. Ya no lleva coleta y tampoco defiende tan vehementemente el optimismo en política. “Los derechos no siempre se consiguen con sonrisas y buenas palabras sino haciendo ruido”, decía esta semana en RAC1 cuando le preguntaban por el choque entre Podemos y Sumar.

Este domingo se presenta oficialmente en Madrid la candidatura de Yolanda Díaz a la Presidencia del Gobierno, con la que podría resucitar la ilusión y la esperanza que en 2015 llevó al partido de Pablo Iglesias a conseguir más de cinco millones de votos y a convertirse en tercera fuerza política. Más Madrid, Izquierda Unida, Compromís o los Comunes la apoyan, también algunos de los líderes territoriales de Podemos. ¿Es el modelo de liderazgo de la política gallega el único que puede conseguir que el espacio a la izquierda del PSOE sea determinante? 

Podemos trajo nuevas formas de comunicar y consiguió poner el foco en los problemas sociales. Sin embargo, ese discurso renovador de sus inicios, con el que alcanzaron el mejor resultado de su historia, se ha ido desdibujando con el paso de los años. Ya no pretenden asaltar los cielos, ahora intentan mantener una cuota legítima de poder en la nueva configuración que plantea Díaz. “Se está produciendo el choque del relato de Sumar, que quiere ampliar y construir de otra forma la izquierda, y el relato de Podemos, que evidentemente quiere justificar la búsqueda de su propia supervivencia”, opina el consultor político Eduardo Bayón.

La de Iglesias ha sido una trayectoria política intensa, a veces complicada, marcada por las fracturas internas, el acoso y la persecución mediática que ha sufrido y los problemas ideológicos derivados de su entrada en el Gobierno de coalición. “Ha habido un desgate enorme de su figura y ese liderazgo transformador que pretendía llegar a amplios sectores de la población ha acabado siendo de repliegue y trinchera”, añade Bayón. Su discurso muy crítico contra los medios de comunicación, por ejemplo, ha sido una constante en los últimos tiempos.  

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Al contrario que Ione Belarra e Irene Montero, Yolanda Díaz ha ganado la autonomía suficiente para emerger como la líder de la izquierda y suceder a Pablo Iglesias. "Supone un soplo de aire fresco, se ha ido labrando su imagen poco a poco y podría llegar a ser presidenta del Gobierno”, comenta Diana Rubio, experta en comunicación política. Mientras Iglesias, que la convirtió en vicepresidenta cuando dejó el Gobierno para competir contra Ayuso, lucha por marcar la hoja de ruta de Podemos desde sus plataformas mediáticas, Díaz tiene el viento a favor. 

Es una de las políticas mejor valoradas según el CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas). Cultiva un discurso integrador y sosegado, sin gritos ni grandes proclamas, con sonrisas y “biquiños” (besitos en gallego) al final de las entrevistas y siempre confronta recitando una retahíla de datos que dejan KO a su interlocutor. “Aunque dentro de la moderación que defiende sí que necesita tener un perfil más político, más firme, que le permita diferenciarse del PSOE y definir ideológicamente Sumar”, critica Rubio. Si no saliese adelante la integración de Podemos, la indefinición de Sumar sería uno de los mayores problemas de su candidatura. 

El legado político de Pablo Iglesias se juega su pervivencia estas semanas en medio del ruido y el choque frontal que siguen escenificando ambas corrientes. Con el liderazgo de Yolanda Díaz puede resurgir de sus cenizas el espíritu de aquellos años dorados de sonrisas, ilusión y “sí se puede”. Es la única candidata que puede hacer fuerte el espacio más allá del PSOE, pero antes, tiene que conseguir que Podemos esté a gusto en Sumar. Sin duda, se enfrenta al reto más difícil de su vida política. Mucho más que poner de acuerdo a la patronal y a los sindicatos: unir, por una vez, a toda la izquierda en España.

A Pablo Iglesias pocas veces se le ha visto con los ojos tan vidriosos como aquel día: “Sonrían, sonrían que sí se puede”. Bajó la mirada y se dio un par de golpecitos en el pecho con el puño cerrado. Así terminó su minuto final en el debate de las elecciones generales de 2015. Ha pasado mucho tiempo. Ya no lleva coleta y tampoco defiende tan vehementemente el optimismo en política. “Los derechos no siempre se consiguen con sonrisas y buenas palabras sino haciendo ruido”, decía esta semana en RAC1 cuando le preguntaban por el choque entre Podemos y Sumar.

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