Leonor Peña Chocarro, investigadora del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC, acaba de recibir una financiación Advanced Grant del Consejo Europeo de Investigación (ERC), que alcanza los 2,5 millones de euros durante cinco años, para un nuevo proyecto sobre la multiculturalidad en la región ibérica. Este y otros trabajos que ha liderado ayudan a reconstruir los modos de vida de las sociedades del pasado.
Ha estudiado la agricultura prehistórica y también la medieval y romana ¿Qué es lo que aporta cada una de estas etapas?
Trabajo de forma activa sobre la agricultura prehistórica, en particular sobre los inicios de la agricultura. Con el nuevo proyecto me centraré en momentos mucho más recientes como es la época medieval. Ambos periodos ofrecen datos muy valiosos para entender cómo las prácticas agrícolas han ido evolucionando a lo largo del tiempo, cómo las especies que se han incorporado a nuestra agricultura han modificado la dieta vegetal, y, en definitiva, las prácticas culinarias.
¿Y al conocimiento de nuestras sociedades?
Estos estudios nos informan de las relaciones tan estrechas y variables que han existido entre las comunidades humanas y el medio ambiente, de la gestión de los recursos vegetales y de las técnicas y prácticas desarrolladas por los grupos humanos para superar periodos de crisis y escasez. Las agriculturas del pasado nos hablan de la capacidad de resiliencia y adaptación a circunstancias cambiantes de las sociedades humanas, también de sostenibilidad y, por supuesto, de innovación.
¿Por qué escoge principalmente las semillas de estas plantas?
El estudio de semillas y frutos arqueológicos nos proporciona información sobre el uso de los recursos vegetales por parte de las comunidades medievales, y, claramente, la alimentación es quizá el uso más importante. Los llamados macrorrestos vegetales —semillas, frutos o tubérculos— son una evidencia de la utilización de las plantas, no solo para comer alimentos como cereales, leguminosas, especias, oleaginosas o las numerosísimas plantas silvestres que se han utilizado de forma sistemática hasta nuestros días; sino también para actividades rituales o artesanales: fibras textiles, plantas tintóreas, medicinales o venenos.
¿Cómo sabemos lo que comíamos a través de los fósiles?
Podemos abordar el estudio de la alimentación a partir de análisis como los estudios isotópicos, pero la arqueobotánica ofrece la evidencia más directa de estos usos, y la más detallada ya que de las semillas, si la conservación es buena, podemos identificar hasta la especie concreta, lo que permite interpretaciones muy detalladas sobre la dieta vegetal del pasado.
Este trabajo que inicia con la ayuda ERC Advanced Grant habla sobre la multiculturalidad en la región ibérica y el consumo agrícola. ¿Qué es lo nuevo que van a estudiar?
Pretendemos investigar qué papel tuvieron las plantas en el mundo medieval, con especial énfasis en la alimentación, pero no solo. Estudiaremos los restos vegetales que han quedado en los yacimientos arqueológicos, en contextos tan diversos como espacios domésticos, zonas de almacenamiento, letrinas, etc. La posibilidad que ofrece la península ibérica de abordar un estudio de las diferentes comunidades que convivieron en los mismos espacios —cristianos, árabes y judíos— es magnífica para indagar sobre las diferencias entre ellas.
¿Qué diferencias serían la más significativas entre estas sociedades?
No solo se refieren al uso de determinadas especies o a combinaciones concretas de cultivos en cada cultura, sino también a la forma de preparar los alimentos o al uso de tecnologías específicas como, por ejemplo, la irrigación para cultivar nuevas especies vegetales.
¿En qué lugares de la península ibérica harán estas indagaciones?
Llevaremos a cabo un estudio de semillas, frutos y posibles restos de comida en al menos 60 yacimientos medievales peninsulares, con una cronología entre el s. VI y el s. XI d.C que nos permita ver las especies vegetales que se están cultivando, o recolectando, y las nuevas incorporaciones a lo largo del periodo islámico. Esto, a su vez, nos dará información sobre la gestión de los diferentes espacios de producción: campos de cultivo, huertos, bosques, espacios sin cultivar, etc. Un aspecto significativo está representado por el estudio de formas de almacenamiento durante el periodo —silos, graneros, etc.— y, en especial, de las llamadas cuevas-granero vinculadas al mundo islámico en las que la conservación de los restos vegetales es excelente.
¿Qué tecnología utilizan para desgranar estos restos antiguos?
Además de la arqueobotánica, utilizaremos técnicas moleculares —análisis de isótopos o de DNA antiguo— para investigar cuestiones relacionadas con la irrigación de los cultivos o la práctica del abonado (isótopos) y los textos escritos. El equipo es multidisciplinar, participan investigadores del CSIC, y de varias universidades del País Vasco, Lleida, Valencia, Oviedo y Algarve.
Ya tiene experiencia en proyectos ERC, porque otro estudio anterior que contó con su financiación se centró en los orígenes de la agricultura en el Mediterráneo. ¿Qué frutos dio este viaje al pasado entre el sur de España y África?
De este trabajo, fui la investigadora principal y estudiamos un tema fascinante como es el origen de la agricultura en la península ibérica y el norte de África. Fue un proyecto que incluyó diferentes instituciones europeas y españolas y abordamos el tema desde diferentes perspectivas. Conseguimos avanzar considerablemente en el conocimiento sobre los inicios de las prácticas agrarias. Identificamos las especies involucradas, la tecnología agrícola utilizada, y situamos a la península y al norte de África en el mapa de países en los que es posible debatir sobre este tema.
También colideró en un macroproyecto de agricultura e innovación. ¿Cómo fue participar en este trabajo?
Fue un proyecto muy interesante, en el que fui codirectora junto a una investigadora del CNRS francés. Aquí reunimos a un grupo muy numerosos de investigadores europeos y abordamos el estudio de la agricultura pre-industrial a partir de tres ejes: los cultivos, las técnicas y los paisajes agrarios desde la prehistoria hasta nuestros días, a partir de estudios de caso. Fue interesantísimo porque nos consintió explorar muy de cerca la permanencia de sistemas agrícolas, técnicas y prácticas agrarias muy arcaicos hasta el siglo XX, tanto en Europa como en otros continentes.
Volviendo al presente, ¿qué importancia tiene recuperar especies agrícolas que están a punto de extinguirse?
He trabajado mucho en la documentación de especies agrícolas muy antiguas que aún se cultivan de forma muy minoritaria en nuestros campos. Conocer de primera mano, de los propios agricultores que las han mantenido, su historias, formas de manejo, utilización así como todo el saber asociado a ellas ha sido un verdadero privilegio. Estos saberes milenarios, que inevitablemente desaparecen cuando los agricultores dejan de sembrar algunas especies, porque su utilización ya no tiene sentido en sus economías, constituyen una fuente inconmensurable de conocimiento sobre las propias especies, sobre su adaptación a determinados terrenos o ecosistemas, o su resistencia a plagas entre otras. Son, además, un recurso genético de interés para una agricultura más sostenible.
¿Y las que ya se han extinguido?
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En muchos casos, estas especies están conservadas en bancos de germoplasma, pero los saberes milenarios están menos protegidos.
¿Cómo valora que en los ERC españoles la mayoría de las personas que lideran dichos proyectos sean mujeres?
Me parece un resultado excelente. En el caso del CSIC, las cuatro investigadoras que lo hemos conseguido somos mujeres. Creo que es una buena noticia ver como paulatinamente nuestra participación ha ido aumentando, así como la tasa de éxito de proyectos liderados por científicas. ¡Un logro digno de celebración!
Este artículo fue publicado originalmente en la Agencia Sinc, la agencia de noticias científicas de la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología.
Leonor Peña Chocarro, investigadora del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC, acaba de recibir una financiación Advanced Grant del Consejo Europeo de Investigación (ERC), que alcanza los 2,5 millones de euros durante cinco años, para un nuevo proyecto sobre la multiculturalidad en la región ibérica. Este y otros trabajos que ha liderado ayudan a reconstruir los modos de vida de las sociedades del pasado.