Este viernes se cumplen 90 años de la aprobación del voto femenino en las Cortes Constituyentes de la Segunda República. Fue el 1 de octubre de 1931 cuando la Cámara aprobó, con 161 votos a favor, 121 en contra y 188 abstenciones, el derecho de las mujeres a participar activamente en unas elecciones. La historia de la lucha que permitió que ahora votar sea una realidad incuestionable permanece muchas veces en el olvido.
Precisamente recuperar la historia escondida detrás del derecho a votar de las mujeres es lo que pretenden Alicia Palmer, guionista, y Montse Mazorriaga, ilustradora, en su novela gráfica Una mujer, un voto (Garbuix Books, 2021). En el libro aparecen numerosos personajes históricos que protagonizaron este cambio, como Clara Campoamor y Victoria Kent. Sin embargo la obra pone también el foco en otras mujeres, menos conocidas, que impulsaron igualmente esos avances.
Alicia Palmer es vecina del barrio de Embajadores, en Madrid, y toda una vida observando el edificio de la Tabacalera le llevó a indagar en la historia de las mujeres cigarreras que allí trabajaban para acabar convirtiéndolas en las protagonistas de su obra. “Nos han escamoteado la mitad de la historia. Yo no sabía nada de estas mujeres. Ahora hay iniciativas de recuperar su figura y he asistido a talleres y recabado información".
Las cigarreras son fundamentales para entender el avance de la lucha feminista en España. Eran un colectivo organizado siempre presente en las luchas obreras para conseguir mejoras laborales y de salubridad en el trabajo. Crearon una hermandad de socorro para verse cubiertas en caso de accidente o enfermedad, impulsaron un asilo y una casa cuna que permitieran la conciliación laboral, tenían escuelas de adultas para educar a las mujeres y organizaban con asiduidad charlas y talleres. Según Alicia Palmer, en el colectivo se unían “la lucha laboral y los derechos de las mujeres”.
Del mismo modo en que Palmer no oyó nunca hablar de cigarreras, tampoco tuvo conocimiento de la lucha por el derecho al sufragio femenino hasta una edad ya adulta. "Oí hablar del sufragio siendo pequeña, viendo la película de Mary Poppins. Ya más tarde lo redescubrí en la facultad”. Entonces leyó El voto femenino y yo: mi pecado mortal de Clara Campoamor y se le abrieron los ojos.
Viñeta de la novela gráfica 'Una mujer, un voto' de Alicia Palmer y Montse Mazorriaga. Muestra a la protagonista de la novela, Mari Luz Lázaro, junto a Benita Asas y otras mujeres feministas discutiendo sobre la posibilidad de participar en las próximas elecciones.
Las mujeres que trabajaban hace un siglo en Tabacalera cobraban menos que los hombres que hacían el mismo trabajo. Todavía hoy hay sectores en los que los varones tienen mejores salarios que sus compañeras realizando la misma labor. Montse Mazorriaga, ilustradora de la novela, también se encuentra a veces con problemas de conciliación laboral por ser madre, como muchas mujeres trabajadoras de principios del siglo XX. Noventa años de lucha no son todavía suficientes. “El feminismo tiene que seguir luchando, Campoamor no solo consiguió el sufragio, se ganaron muchos derechos que luego se perdieron con la guerra civil y la dictadura”, afirma.
La paradoja española: sufragio pasivo antes que activo
El recorrido histórico que hace la novela lo protagoniza la cigarrera Mari Luz Lázaro, que llega a Madrid y se pone a trabajar en Tabacalera, donde conoce a otras trabajadoras que la introducen en la lucha por los derechos de las mujeres. Entonces la reivindicación estaba en la calle, no en un parlamento con infrarrepresentación femenina. Una de las dos únicas diputadas que participaron en el debate del sufragio femenino en Congreso era Clara Campoamor –la otra era Victoria Kent–, que mantenía su trabajo en un bufete de abogados y en una escuela de adultas, lo que le permitía estar al tanto de los problemas a pie de calle.
Una de las paradojas más curiosas que la novela explica es que en España el sufragio pasivo fue anterior al activo. Alicia Palmer afirma que esto no ha sucedido en ningún otro país. Las mujeres podían ser elegidas pero no podían elegir. Esta incoherencia llevó, en una ocasión, a que Clara Campoamor recriminara a Victoria Kent su oposición a conceder el voto a las mujeres en ese momento histórico. Palmer leyó esta anécdota en uno de los libros de Campoamor: "La defensa principal que Kent argumentó era el miedo del sector progresista de que la República, entonces recién estrenada, se fuera al traste por el voto de la mujer a la que se presuponía católica y de derechas".
El problema principal entonces era que la falta de mujeres en el Gobierno, la judicatura y otras instituciones públicas dificultaba la llegada de cambios para ellas. Dependían económicamente de sus maridos, debían pedir permiso para trabajar y realizar cualquier transacción, además de poder perder a sus hijos tras un divorcio. Los jueces (todos varones) fallaban habitualmente a favor de los hombres y, casi sin representación en el parlamento, los cambios eran complicados y se veían lejanos. Permitir que la mujer votase –y pudiera ser elegida–, así como legislar a favor de su entrada en la esfera pública era la única manera de caminar hacia la igualdad.
Extracto de la portada de la novela gráfica 'Una mujer, un voto', de Alicia Palmer y Montse Mazorriaga.
"Se han hartado de oír que ese no es su sitio"
Junto a Clara Campoamor y Victoria Kent, las caras más conocidas de la reivindicación del sufragio femenino en España, la novela recupera a muchas mujeres brillantes que, atravesando las barreras de género que las empequeñecían, han dejado un gran legado histórico.
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Benita Asas, por ejemplo, realizó una labor significativa. Además de dirigir la revista Mundo femenino fue presidenta de la Asociación Nacional de Mujeres Españolas (ANME). Junto a Clara Campoamor, reivindicó el voto femenino ocupándose del trabajo en la retaguardia. Junto a ellas luchaban María Lejárraga, Elisa Soriano y María de Maeztu, entre otras.
Fueron muchas también las alcaldesas, según se destaca en la obra,que desde diferentes puntos del mapa hicieron intentos para sacar adelante el voto femenino. Hoy no se conoce prácticamente nada de ellas y desde el sector educativo los esfuerzos por desenterrar esta parte de la historia son mínimos.
Para suplir ese vacío en la enseñanza y para conocer y entender mejor el presente, Alicia Palmer y Montse Mazorriaga recopilan en esta obra la historia del sufragio femenino en España y su contexto histórico. A ambas, Clara Campoamor les ha dado “muchísima fuerza”. Estas, las mujeres que inundan el libro, “se han hartado de oír que ese no es su sitio, que se vuelvan a casa, pero no han tirado la toalla y gracias a ellas hemos conseguido muchas cosas”.
Este viernes se cumplen 90 años de la aprobación del voto femenino en las Cortes Constituyentes de la Segunda República. Fue el 1 de octubre de 1931 cuando la Cámara aprobó, con 161 votos a favor, 121 en contra y 188 abstenciones, el derecho de las mujeres a participar activamente en unas elecciones. La historia de la lucha que permitió que ahora votar sea una realidad incuestionable permanece muchas veces en el olvido.