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Luis Miller, especialista en polarización: "Felipe VI se ha convertido en un rey de parte"

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La polarización. Todo el mundo habla de ella. Pero, ¿quién la ha estudiado a fondo, con los datos sobre la mesa y la lupa en la mano? Luis Miller (Córdoba, 1979), científico titular del CSIC y vicedirector del Instituto de Políticas y Bienes Públicos, acaba de publicar Polarización en España: más divididos por ideología e identidad que por políticas públicas, un artículo repleto de conclusiones vivas, brújula para el laberinto político, que da pie a reflexiones sobre ese monstruo hecho de enojo y división que anida y crece en el debate público español y, lo que es peor, en las entrañas de la sociedad.

PREGUNTA: ¿Qué es la polarización?

RESPUESTA: En castellano no tenemos la palabra precisa. Primero te digo lo que no es. No es extremismo. Es más alineamiento. Sí, esa palabra me gusta. O atrincheramiento. Es situarse en bloques que no tienen por qué ser extremos, pero sí desconectados.

P: ¿Cómo se mide?

R: Por una parte, está la polarización ideológica. Es decir, cómo de separados están los partidos en la escala izquierda-derecha. Pueden estar todos muy juntos, como ocurría cuando los partidos buscaban el centro, que uno estaba en el 4 [un poco a la izquierda] y otro en el 6 [un poco a la derecha]. O pueden estar muy separados, como ocurre ahora, con Podemos en el 2-3 y Vox en el 8-9.

P: ¿Cómo se calcula la ubicación de un partido?

R: Se utilizan tres cosas. Dónde los ubican españoles a los partidos, dónde se ubican los votantes y también los análisis de los textos que producen los partidos. En los votantes hay menos polarización que en los partidos. Cuando preguntas a los votantes sobre sí mismos, están menos polarizados que cuando les preguntas dónde sitúan a cada partido. Los partidos y las élites están más polarizadadas que la propia ciudadania que los vota.

R: ¿La ciudadanía está más polarizada que antes?

R: Efectivamente. Y estamos hablando hasta ahora de un primer tipo de polarización, la ideológica. También está la afectiva. Es decir, los sentimientos que tenemos con respecto a partidos, líderes y, lo que a mí me parece más interesante, otros votantes. Esto es algo que, por desgracia, hemos medido poco. No tenemos apenas información acerca de cuánto queremos y odiamos a la gente que vota a otro partido. En Estados Unidos llevan décadas midiendo. Aquí con lo poco que tenemos vemos un patrón. Se ve la polarización afectiva. La gente se siente mucho mejor con respecto a los que votan a su partido que con respecto a otros. Un artículo que estoy preparando mide si las elecciones de abril de 2019 aumentaron esta polariación afectiva. Y sí, la aumentaron.

P: ¿Ha subido con fuerza la polarización en este carrusel electoral desde 2015?

R: Tenemos muy bien medido que aumentó en la primavera del 19. De hecho, para ser más precisos, aumenta con Vox en las andaluzas y siguen aumentando hasta las generales y ya no se mueve con las europeas. Esos dos hitos están bien medidos. Y sabemos que las campañas polarizan, está demostrado.

P: ¿Sobre todo con campañas tipo “o yo o el caos” o “yo contra todos”?

R: Sí. Esto es relativamente nuevo en Europa, pero en Estos Unidos no. Allí puede observarse, a través de estudios que cuentan la historia desde su guerra civil, todo el proceso de polarización. Y se sabe muy bien cuándo ocurre. El Partido Republicano lo decidió así. Decidieron polarizarse.

P: ¿Cuándo?

R: La decisión empieza en los 50. Al leer libros sobre historia americana, ves que hay un momento en que surge esta idea: “Los dos partidos ofrecen lo mismo”. Por una parte, están los que dicen: “Los padres fundadores no querían que los partidos estuvieran ideologizados. No nos ideologicemos, porque acabaremos en la guerra civil”. Esto dura un siglo, de mediados del XIX a mediados de los años 50. Pero hay esta otra corriente del Partido Republicano que dice: “Le estamos robando a los americanos la posibilidad de decidir, de escoger”. Y decidieron cerrarse en valores conservadores.

P: ¿Algo similar ha pasado en España?

R: Esto no está contado, pero sería interesante hacer este recorrido. Hay consenso en que la polarización en España empieza en los 90. También aparece esa idea, aquello de “PPSOE”, que son lo mismo...

P: “PSOE, PP, la misma mierda es” era un grito contra el bipartidismo.

R: Los nuevos partidos, al principio, se subieron a ese discurso. Y ha influido. Antes, esa idea de tener un partido con valores ideológicos claros... ¿Quién la tenía? Era Anguita con su “programa, programa, programa”. Mientras, PP y PSOE se preocupaban por el votante medio, iban al centro para conseguir mayorías absolutas. Eso ha cambiado. Ahora está esa idea: “Estamos ofreciendo lo mismo. Vamos a ofrecer algo distinto”.

P: ¿Quién empieza esa dinámica? ¿José María Aznar en los 90?

R: Hay un estudio internacional de veinte países que sitúa a España como el país más polarizado del mundo. Con datos desde 1996 a 2008, la media de España es la más alta. Y se ve que la elección más polarizada es la del 96. Me atrevería a decir que hasta el ciclo de 2019, la del 96 ha sido la más polarizada. Y eso es decir bastante. Porque la de 2004 tuvo tela. Lo más llamativo es que bajó muchísimo en 2000. Para mí, sin duda, el punto de partida de la polarización moderna en España es la legislatura 1993-1996.

P: ¿Qué tiene de especial esa legislatura?

R: Ua cosa muy parecida a lo que ocurre ahora. Pensemos. ¿En qué se parece 2019 a 1996? Te lo digo: desde el minuto un la oposición quiere quitar al gobierno. Esto es común a 1993 y 2019. Seguramente en las elecciones de 2015 y 2016 hay más matices, con nuevos partidos... Pero la actual legislatura y la que empieza en 1993 se parecen. Entonces la previsión era que iba a ganar el PP, que no digiere la derrota e intenta cargarse al Gobierno, que al igual que ahora tenía muchísimos problemas: GAL, corrupción... Fue una legislatura dura, muy dura. Aunque ahora casi no la recordamos.

P: ¿Y la 2004-2008?

R: Es importante, sí. Por supuesto, 2004 fue dramático, doloroso. Tenemos evidencia sólida, por el análisis del voto por correo, de que los atentados, o la actitud del gobierno esos tres días, marcó el resultado electoral. Pero, por una cuestión generacional, mi primera conciencia política es de 2004. Tengo esa legislatura presenta. En cambio, se nos tiende a olvidar la legislatura 93-96. En los dos casos hay algo en común. No se acepta el resultado electoral. Yo no quiero decir que sólo le pasa al PP, prefiero decir que es un gran problema en democracia, para todos, no aceptar un resultado. Provoca un problema gordísimo. Lo primero que no puede pasar en democracia es no aceptar un resultado.

P: ¿Ahora se acepta? PP y Vox han hablado mucho de “gobierno ilegítimo”.

R: Ha coincidido en 1993, 2004 y 2018: quien se va a la oposición no lo acepta. Algunos compañeros dicen que la explicación es que la derecha no acepta cuando pierde. Yo sería más de decir: “Si no lo aceptas la derrota, todos tenemos un problema”. Además, ahora la situación es más compleja, porque está ese pecado original de la moción de censura [de 2018], que también está por estudiar. ¿Qué pasó? ¿Cómo cambia la opinión pública de la noche a la mañana? Lo que las encuestas daban al PSOE antes y lo que les dieron después. Aquí se habló de luna de miel, pero no fue eso. Ha sido más. Hubo un cambio. Teníamos un PSOE moribundo, con 85 diputados, que es lo que luego le ha pasado al PP... Y de repente, las encuestas le empiezan a dar el 30% y no ha cambiado.

P: Hablaba usted del peligro de no reconocer derrotas. ¿Entra dentro de ese no reconocimiento la negativa a facilitar la investidura del candidato más votado cuando no hay alternativa? Como hizo Pedro Sánchez tras las elecciones de 2015 e iba a repetir en 2016. Como le hicieron a Sánchez tras las elecciones de 2019.

R: Eso es el bloqueo. Aquí hay que comentar algo interesante. Con los nuevos partidos, la polarización ha cambiado de cara, pero no es nueva. Antes, en 1993 y 2004, o gobierna A o gobierna B. Tal cual. El que sacaba más votos. Ahora el problema es más grave porque a la polarización se le suma el bloqueo institucional. Antes la polarización no generaba bloqueo, ahora sí. Ahora nos quedamos sin gobierno, sin legislatura, sin medidas, sin presupuesto. El país se bloquea en el peor momento posible. No es que nos odiemos más que nunca. En una comparación 1996 y ahora, es posible que 1996 gane en odios.

P: ¿Odios entre españoles?

R: Los datos de 1996 permiten reconstruir los odios hacia partidos. En cuanto a percepción del contrario, es probable que tampoco estemos peor que en el 93-96. Pero las consecuencias para la acción de gobierno son mucho peores. Entonces, en los 90, veíamos una polarización tipo Estados Unidos. Te odio a muerte, pero el que gana gobierna y ya está. Fácil. Como siempre estaban los nacionalistas para ayudar, no había bloqueos. Pero había tensión. Se acusaba al gobierno de practicar terrorismo de Estado. Casos de corrupción bestiales. Lo distinto ahora es el bloqueo.

P: Esa primera legislatura de Zapatero sectores del PP y la derecha mediática atribuyeron al Gobierno complicidades con el 11-M. ¿No hay ahí, tras esas elecciones, un punto de inflexión?

R: Fue una legislatura muy polarizadora. Empezó con un enfrentamiento espectacular con el 11-M, un juicio, la prensa dividida... Tenía todos los ingredientes. Y Zapatero y su gobierno, con crecimiento económico, aprovechan para una importante transformación social. Hubo eventos muy polarizadores. Surge el debate sobre la ley del aborto. Es la legislatura en que empieza a movilizarse la derecha, que no había pasado.

P: Esa imagen de Rouco manifestándose.

R: Eso es. Había mucha polarización. Y alguien puede decir: “Pero había que hacerlo”. Y, en parte, la historia le da la razón, porque, excepto algún movimiento crítico de Gallardón, la ley del aborto ha seguido ahí.

P: No ha habido contrarreforma, pero sí movimientos tectónicos. El rechazo a esa ley ha dado alas a toda la red de organizaciones integristas tipo Hazte Oír.organizaciones integristas tipo Hazte Oír

R: Eso es. Antes me preguntabas qué es la polarización. Es un movimiento tectónico. En un momento determinado se abre una zanja, se pinta una raya en el suelo. Unos a un lado, otros a otro. O estás conmigo o estás contra mí. Eso pasó.

P: ¿Zapatero polarizó a la sociedad española?

R: Para mucha gente de derechas su figura es my polarizadora. No creo que hubiera una intención deliberada. Había una convicción. Ahora te pongo un ejemplo en el que creo que la izquierda retuerce un poco: la memoria histórica, que es algo muy polarizador. Por supuesto, uno puede defender que es necesario y que hay que llevarlo adelante. Es un tema que la ciencia política española toca desde el punto de vista de justicia reparativa. Pero es algo que polariza a la derecha, diría que casi como ninguna cosa.

P: ¿Qué es lo que más polariza en España?

R: En Estados Unidos lo sabemos: raza y religión. En España, el equivalente sería... Voy a intentar ser muy preciso: las dos Españas. Lo que tenga que ver con eso. ¿Y qué queda de las dos Españas? Como han explicado Santos Juliá y Paul Preston, tiene un componente religioso. Y está el tema del ejército. Ahí están dos de los temas que nos hacen acabar en la Guerra Civil: ejército, religión, reforma agraria y, la menos importante, el separatismo. Esto es lo que polariza la República. ¿Qué ha ocurrido? Que la cuestión agraria se resuelve, sobre todo en esos primeros 13 años del PSOE, con el Estado del bienestar...

P: ¿El problema agrario está resuelto?

R: No, me refiero a como foco de polarización. La reforma agraria en la República era tremendamente central como generadora de tensión. Ahora España ya no es un país agrario. A eso me refiero. El problema del ejército también se resuelve con la integración en Europa y la OTAN. Deja de ser un problema. Ya tenemos resueltos dos de cuatro.

P: Quedan religión y separatismo.

R: La religión asoma la patita, pero hoy en día lo que queda sobre todo es el separatismo. Era el menos importante antes de la guerra. Sin embargo, hoy en día hay una hipótesis según la cual es lo único que realmente nos polariza. Yo creo que no, que también la memoria histórica. Y no quiero señalar una ley concreta, ni una política. Me refiero al recuerdo de los bandos de la guerra, y a ese recordatorio de quiénes eran los buenos y los malos sí ha contribuido la izquierda. Después a ese carro se ha subido Vox, intentando recuperar la polarización en torno a la memoria y el ejército. El ejército, por cierto, polariza mucho. Se ve en las diferencias por ideología sobre el papel que durante la pandemia tienen que tener el ejército y las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado.

P: Los temas identitarios nos dividen y enfrentan más que los materiales.

R: Por la activación de las identidades mueve mucho la polarización afectiva. Los partidos utilizan estas cosas que dividen tanto en vez de hablar de qué tipo de margen vamos a pagar, de cosas más concretas. Es más fácil activar al votante emocionalmente que racionalmente. Esto se viene utilizando en EEUU desde los años 50-60 con campañas negativas, que aquí se hizo con aquella del dóberman. Se ha comprendido y asumido que está en nuestra naturaleza. Nos lo dicen los científicos: estamos preprogramados para el conflicto. Por eso los partidos básicamente ya sólo apelan a las emociones. Y todo lo que conecte y ligue con la Guerra Civil es muy emocional.

P: ¿Cree que dificulta aún más un posible entendimiento político la nueva ley de memoria en mitad de la pandemia?ley de memoria

R: Ahora mismo, ante una cuestión emocional o que polarice, la respuesta debería ser “no toca”.

P: ¿La polarización viene de arriba abajo, es decir, la inducen los líderes políticos, o viene de abajo a arriba, es decir, los líderes políticos recogen la ira popular?

R: De arriba abajo. Es así, lo dicen las investigaciones. Los partidos ya no recogen las demandas. Antes daban voz a las demandas sociales. Así surgen, de hecho. Hoy en día no. Por eso muchos estudios hablan de los partidos más como un problema que como una solución. Antes llevaban problemas al debate púbico, ahora crean las divisiones para confrontar. Esto está muy claro en toda la investigación sobre polarización. Crean problemas donde no los hay. Crean fantasmas.

P: ¿Vox es causa o consecuencia de la polarización?

R: Es causa y consecuencia. Hemos hablado de lo que pasó en Estados Unidos, donde los partidos ya no se hablan. ¿Qué ha pasado en España? Los partidos se van polarizando, pero, a diferencia de Estados Unidos, se parten. Esto es interpretación mía, pero Vox es una escisión del PP. Mientras Podemos sí ofrecía algo distinto, digamos más transversal, Vox se sitúa en el ala derecha del PP. Han jugado en algún momento a ser esa nueva derecha populista, pero Vox es más simple. Y Trump, por supuesto, es mucho más complejo. La gente se cansó de un PP moderado y surge Vox. En ese sentido, es consecuencia de la polarización. Pero también causa. Porque su competición no es llegar al 51%, sino al 20-25%. Y así se puede permitir decir cosas que el PP no se atreve. Vox ya no tiene por qué disimular. El PP no se podía permitir tocar temas que polarizasen, porque perdía a la gente del 4 y el 5 en la escala ideológica, que podría llegar a votarles. Ahora en la derecha se polariza con el ejército o la Guardia Civil o con temas morales.

P: ¿Ya nadie aspira al 51% o a la mayoría absoluta?

R: Yo soy de la opinión de que esos partidos más moderados, tanto PSOE como Ciudadanos, que ahora está hecho unos zorros, podrían aspirar a ser partidos de mayorías del 30 y muchos. Creo que el PSOE los sigue intentando. Eso sí, con la situación actual, si quieres llegar a un 40%, vas a tener que hacer muchos equilibrios. ¿Qué ha pasado en España? Una malísima noticia, hablando de polarización, es que el PP casi desaparezca de Cataluña y el País Vasco, porque te encuentras que gana en Castilla, mientras en las comunidades periféricas ganan los nacionalistas y el PSOE pesca de aquí y allá. Se pierde diversidad en cada territorio. Es probable que veamos en Andalucía un refuerzo de toda la derecha y se sume a esa coalición castellana.

P: En paralelo, ha habido un auge de los particularismos, se vio en las generales.

R: Surgen a río revuelto, y ahora lo hay. No es sorprendente. El problema de las formaciones mayoritarias en un solo territorio es que reducen la diversidad y el número de temas de los que se habla. Y es más difícil polarizarse cuando hablamos de muchos temas. Aquí nos faltan temas. Hemos estado obsesionados con la crisis territorial, ahora la pandemia. No tenemos un Congreso donde pasando los temas: educación, sanidad, presupuesto... El problema del procés es que es un tema, sólo uno. Ese es el drama. Lograron desplazar el foco hacia el derecho a decidir como ejercicio democrático, y no hacia la independencia, y visto ese logro dijeron: “Vamos a tirarnos años con esto”.

P: ¿Qué papel ha desempeñado el procés?procés

R: Ha polarizado mucho. Volvamos a la idea inicial: una raya en el suelo, conmigo o contra mí. Y cada día nos alejamos más de la raya. Esto ha sido el procés, esto ha sido el Brexit, ahí está metido Estados Unidos. El Brexit y el procés son dos procesos de polarización de libro. Un ejemplo más claro no se me ocurre. Toca un tema que consiga dividir la población. Si alguien gana, es por un puñado de votos, pero por el camino generas una polarización bestial. En Cataluña se ha dejado de hacer política. Todo es conflicto.

P: ¿Puede darse una división social y política similar en España con el debate monarquía-república?

R: Tiene potencial, pero en el sentido de que haya distintas posturas sobre el tema coincidentes con cada bloque.

P: El éxito de la monarquía parlamentaria fue evitar eso. No ser percibida a ningún lado de la raya pintada en el suelo.

R: Efectivamente, el juancarlismo. “Yo no soy monárquico, soy juancarlista”, se decía. Ahora, a los que tienen veintitantos, les cuentas que el gran logro de la monarquía es el juancarlismo... Pero sí, se daba. Republicanos que decían: “No me gusta la monarquía, pero Juan Carlos lo está haciendo bien”. Yo no creo que la monarquía vaya a polarizar mucho a la sociedad, porque hay otros temas. Pero lo que pasó en Cataluña no ayuda. Es curioso. Cuando llegó Felipe VI, el potencial de ese nuevo rey como despolarizador era muy grande. Joven, con su propia formación... Era algo que había hecho su padre. Hasta que se tensiona tanto el sistema que sale el 3 de octubre.

P: ¿Es arriesgado ese discurso para la institución?

R: Yo observo, y coincido con la encuesta que se acaba de hacer, que ha habido un cambio. Antes la monarquía era algo que estaba ahí, sin más... Cuando te oponías era por principios republicanos, o quizás por ese argumento un poco falaz sobre lo que nos cuesta. Era sobre todo ideológico. Ahora la posición sobre la monarquía tiene que ver mucho con la polarización. Con los bloques. Claro, cuando lo conviertes en un rey de parte, ya suma a la polarización. Un problema que contribuye al bloqueo es que se ven bloques clarísimos. Y el rey está a un lado de la raya. Lo que lo salva es que este tema parte al PSOE. Si este tema no partiera al PSOE, la suerte de la monarquía... El futuro de la monarquía depende de lo que quieran los militantes socialistas. Son el pivote. Los tímidos ataques del Gobierno a la monarquía le escuecen porque el rey depende completamente del PSOE. Ya ha pasado en otros momentos. La monarquía se asentó en España durante 13 años de mayoría socialista. La alternancia le venía bien, porque se quedaba fuera, como elemento al margen... ¿Qué ha pasado desde el 3 de octubre de 2017? El rey se convierte en un rey de parte. Si se sacase ese debate por parte del Partido Socialista, tendríamos a la sociedad dividida.

P: ¿Lo han colocado como rey de parte, con esa continua reivindicación de su figura que hacen sobre todo PP y Vox, o se ha colocado ahí el propio rey?

R: Es difícil responder objetivamente. La apropiación existe, desde luego. Hay una defensa que llega a ser sorprendente, cerradísima, de Juan Carlos I. Cuando se podría decir: “Estamos comprometidos con Felipe VI, pero no con lo que ha hecho Juan Carlos I”. Creo que el rey ha entrado en la polarización. El problema es que una vez que es percibido como de una parte, ya la otra no puede entrar. Me sorprende que también haya hecho esa cerrada defensa de la monarquía Ciudadanos, porque su electorado no es como el de Vox o el PP. Sus votantes están mucho más divididos.

P: ¿Y la crisis económica y la desigualdad? En el análisis de nuestros rencores, ¿dónde queda el bolsillo? ¿No es en el fondo lo más determinante? ¿No estaríamos menos enfadados con más igualdad y bienestar?

R: La comparación internacional que se hizo lo decía. En aquellos países donde el desempleo más alto es donde hay más polarización. Se ve claramente. La desigualdad, que creció tantísimo durante la crisis de 2008, facilita la polarización. Suelo decir que desde 2008 llevamos ya doce años aterrados. Claro, repartir ganancias siempre es fácil. Pero es una crisis muy dura. Y mucha gente ha crecido con ella. Se nos olvida a veces la excepción que constituye esta crisis, cuando veníamos de un largo periodo de crecimiento, de reducción de la desigualdad, desde los años 50. Había muchas generaciones acostumbradas a la estabilidad. Con la crisis se ha tambaleado todo.

P: Y ahora otra crisis: el coronavirus. ¿La polarización impide la gestión de una crisis así?

R: Totalmente. Porque tenemos bloqueo. Estamos bloqueados. Es el gran problema.

P: Vayamos a una posible solución, si la hay. ¿Cuál podría ser el primer paso? ¿Quién tendría que darlo?

R: A mí me gusta poner el foco en el Gobierno, sea del color que sea. La sociedad necesita que su gobierno esté más calmado que la la propia sociedad y que la oposición.

P: ¿No lo está?

R: En cierto modo sí, pero hay cosas... Volvería al “hoy no toca”. Ese es el mensaje ahora. No olvidemos que estamos ante una crisis enorme. Sólo con acuerdos podemos salir adelante. A Vox prácticamente ni lo menciono porque la polarización va de suyo. Vive de tensar. A mí el mensaje que me gusta oír es de acuerdo. Pero se sigue buscando la victoria simbólica. Por ejemplo, con los funcionarios. Se entendería que este año no se subiera el sueldo. La mayoría lo entendería. Pero para la izquierda sería doloroso congelar el sueldo nada más llegar. Y no querrá perder esa batalla simbólica.

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R: Tiene que haber reformas en los partidos. Esto se sabe en los Estados Unidos. Al contrario de lo que la mayoría piensa, las primarias se introducen a mitad del siglo pasado y coinciden con la polarización. Llevan a partidos más personalistas, sin contrapesos. Ahí tenemos un problema: el líder tiene demasiado poder, seguramente gracias a las primarias. Los partidos tienen que volver a ser relativamente heterogéneos, con contrapesos. La segunda propuesta es, a lo mejor, un poco naíf. Aunque yo creo que no. Hay que poner un cortafuegos contra las discusiones emocionales. No sería mal momento para algún código interno que comprometiera con las formas. Algún tipo de decálogo, algo que comprometa y si no que te retrate. Hay que ver qué temas se tratan en comisiones especializadas y cuáles se sacan más al foco público. Necesitamos repensar el funcionamiento del Parlamento, que nos ate un poco las manos, que nos enfríe cuando nos calentemos.

P: ¿Qué papel atribuye a las redes sociales y a los medios?

R: Brutal, brutal... Los algoritmos... Esto no es sólo de España, es de todo el mundo. ¿Qué hacer? Explicar muy bien a la población en qué estamos metidos. El peligro. Y hay medios que replican las divisiones del sistema político. Al final lo que hace Atresmedia no es otra cosa que segmentar a su audiencia para llegar con mensajes diferentes. Es un ejemplo perfecto. Pero mucha gente no lo ve. Se engancha a pies juntillas a lo que dicen los medios. Explicar esto ayudaría contra el hooliganismo.

La polarización. Todo el mundo habla de ella. Pero, ¿quién la ha estudiado a fondo, con los datos sobre la mesa y la lupa en la mano? Luis Miller (Córdoba, 1979), científico titular del CSIC y vicedirector del Instituto de Políticas y Bienes Públicos, acaba de publicar Polarización en España: más divididos por ideología e identidad que por políticas públicas, un artículo repleto de conclusiones vivas, brújula para el laberinto político, que da pie a reflexiones sobre ese monstruo hecho de enojo y división que anida y crece en el debate público español y, lo que es peor, en las entrañas de la sociedad.

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