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IDENTIDAD TERRITORIAL

En Madrid (también) hay charnegos y maquetos: “Ayuso hace un borrado de la identidad de clase”

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“No lo estaremos haciendo tan mal cuando en Madrid no hay charnegos ni maquetos”. Esas fueron las palabras de Ayuso en el acto del Dos de Mayo. La presidenta de la Comunidad de Madrid presume de integración a la vez que critica a Cataluña y a Euskadi por estar faltas, supuestamente, de ello. Los comentarios no se han hecho esperar: “Ayuso hace un borrado de la identidad de clase”, asegura Mikel Aramburu, profesor de Antropología de la Universitat de Barcelona (UB).

No son las únicas críticas: “Está apuntando a la dinámica que sucede habitualmente con la cuestión charnega, que es usar el concepto sin llenarlo de ningún significado, e incluso de ni permitirlo, para que quede como un saco vacío que usar como arma arrojadiza. Lo charnego es algo fetiche y que siempre sirve para señalar. Esto también forma parte de la dificultad para hacer una memoria charnega, en Cataluña y en Madrid, que incluso se niega la existencia de gente llegada de la migración interna”, dice por su parte Brigitte Vasallo, escritora e impulsora del Festival de Cultura Txarnega en Barcelona.

Isabel Díaz Ayuso defendió en su discurso que la región “es de todos y de nadie” y que está “abierta al mestizaje”. El mensaje, sin embargo, refleja una intencionalidad de hacer tabula rasa con el pasado originario de cada madrileño, según los críticos con el mensaje de Ayuso. “Se ubica en un marco neoliberal y tiende a no reconocer el papel de las clases sociales, a ningunearlas”, cuenta Aramburu. “Lo que ocurre es que no se ha puesto una palabra para definir a los que llegaron de la migración de los años 50 y 60, lo que hay en Madrid son gatos, que son los madrileños puros, que es la trampa dialéctica que ha usado Ayuso”, sigue Vasallo. “Igual no tienen charnegos pero sí gatos, lo que es el mismo proceso de capas de población a través de la expulsión del campesinado”, añade.

Insulto de clase

Charnego, históricamente, ha sido un insulto para despreciar y arrinconar en una categoría social inferior a aquellas familias humildes que entre los años 40 y los 60 llegaron a Cataluña, venidas desde todos los rincones de España, en una época en la que a muchos no les quedaba otra que ir a las grandes ciudades para buscar un futuro mejor. “Para mí es ser parte y ser descendiente de la historia de la desmantelación del mundo rural precapitalista en el estado español”, define Vasallo, que también se identifica como charnega y marimacho con antepasados gallegos. “Es una definición que yo saco de Cataluña y la propongo para todas esas poblaciones que no tienen una palabra sobre la que constituirse”, continúa.

Para la Real Academia Española (RAE) charnego es el “inmigrante en Cataluña procedente de una región española de habla no catalana”. Para el Diccionari de la llengua catalana de l'Institut d'Estudis Catalans (DIEC), el “hijo de una persona catalana y de una no catalana, especialmente francesa, dicho despectivamente”. Igualmente lo es el “inmigrante castellanoparlante residente en Cataluña, dicho despectivamente”.

El término ha ido variando de significado a lo largo del tiempo. En un momento del pasado hizo referencia a una raza de perro que servía para cazar conejos durante la noche. Más tarde surgió para referirse a la mezcla, a lo mestizo. 

Maqueto sería el símil de charnego, pero aplicado a los inmigrantes de distintas regiones españolas llegados a Euskadi, sin conocer ni hablar euskera. “Mi experiencia personal es que [hablar de ello] está un poquito más enquistado que en Cataluña, lo reprimido todavía no ha salido, sigue siendo algo bastante incómodo”, cuenta Aramburu, experto en antropología de las migraciones.

Un éxodo de seis millones de personas

Según diversos estudios, hasta seis millones de habitantes dejaron el campo para instalarse en las grandes urbes. 1,8 millones llegaron a Cataluña entre 1955 y 1975, dos millones más fueron a Madrid y otros 1,5 emigraron alrededor de Europa, según el historiador Borja de Riquer i Pemanyer. 

La llegada de gente a la ciudad se vivía, en el mejor de los casos, con extrañeza y, en el peor, con un profundo rechazo. Un ejemplo de ello fueron las Casas Baratas del barrio del Bon Pastor de Barcelona, que se hicieron en 1929 para acoger a las familias obreras de toda España y que participaron en la Exposición Universal de aquel año. Sus costumbres, su identidad y su forma de hacer era muy distinta a la de los vecinos del Eixample, que apenas vivían unos kilómetros más allá de donde ellos se encontraban. Al fin y al cabo, eran residentes de la misma ciudad de Barcelona, aunque unos vivieran cómodamente en el centro y otros lucharan por seguir adelante desde la periferia.

Buenafuente, Évole y Rufián, todos charnegos

En los últimos años personalidades como Andreu Buenafuente, Jordi Évole o Gabriel Rufián han reivindicado el orgullo charnego. Más que un sentimiento identitario, de patria, se trata de un reconocimiento a los orígenes humildes, como cuentan tanto Aramburu como Vasallo. Recientemente, además, han surgido movimientos de reapropiación del término para convertirlo en algo positivo. “Hay que deshumanizar esa categoría para llenarla de un significado que la humanice de nuevo”, pide la propia escritora, que es una de las impulsoras de esta nueva corriente, que apuesta por elaborar una memoria colectiva de lo que fue un éxodo masivo.

Entre los críticos al orgullo charnego se encuentran aquellos que consideran que es una polémica fútil, ya superada. “Está más en boga ahora que hace 20 años”, rebate Aramburu. “Pero no diría que es una identidad socialmente muy extendida, sino más bien localizada en unos sectores más intelectuales”, puntualiza. Sobre el devenir y su posible auge o decrecimiento, aún es pronto para saber, apunta este antropólogo.

También hay quien considera que la defensa de dicha identidad supone, a su vez, una homogeneización de un colectivo muy diverso, pues charnego es todo aquel venido de lo rural hacia Cataluña, ya provenga del sur o del norte de España. “Yo tengo testimonios que, siendo de Lleida, vinieron a Barcelona y también los llamaron charnegos. Eso demuestra que el término se usó como alteridad, para marcar una diferencia. Todo lo que no era urbano y barcelonés era charnego”, explica Vasallo.

El catalán como ascensor social y la independencia como elemento divisorio 

Lo catalán se usó durante la segunda mitad del siglo pasado como un sinónimo de ascenso social, expresa Aramburu. “Esa aspiración implicaba una catalanización, cada vez más identitaria que cultural”, cuenta.

Sin embargo, también ha sido un elemento que ha generado rechazo. Jorge Javier Vázquez, de padre murciano, madre albaceteña y criado en el barrio humilde de Sant Roc de Badalona, ha contado en varias ocasiones como, a pesar de que su padre le inculcaba la importancia de aprender y hablar en catalán, él nunca se sintió cómodo. “Me da mucha vergüenza. La época del pujolismo [en referencia al expresident Jordi Pujol] fue muy dura y el idioma era un elemento que separaba mucho a la sociedad”, contó a finales de año en una entrevista a TV3.

El cantaor Miguel Poveda, de raíces murcianas, por parte de padre, y ciudadrealeñas por parte de madre, compartió en una entrevista a El País que en el colegio sintió la imposición del catalán. Y de ahí sus reticencias. “Pasamos de dar una asignatura en catalán a darlo todo, menos una clase de castellano. No quiero echarle la culpa a eso, pero dejé de tener interés en las clases”, reconoció. “Me he enamorado del catalán cuando he sido libre”, expresó el artista, criado en el barrio de Bufalà, también en Badalona.

“Soy charnego e independentista”

A nivel político, la lengua tiene mucho que ver. El 82% de los votantes del PP en Cataluña declara que el castellano es su idioma materno, según el último barómetro del CEO, conocido como el CIS catalán. En cambio, solo el 6,5% afirma que lo es el catalán. En Junts la situación es la contraria: el 88% de sus votantes apuesta por el catalán y solo el 8,7% por el castellano.

Los castellanohablantes son mayoría en las filas populares, en Ciudadanos, Vox, PSC y comunes, mientras que los catalanohablantes abundan en ERC, Junts y la CUP. Dicho de otro modo, si en casa hablas catalán hay muchas más papeletas de votar independentista que de votar a fuerzas unionistas o federalistas. Y lo mismo al contrario.

“Soy charnego e independentista”. Aún resuena la frase que Rufián pronunció en 2016 en el Congreso de los Diputados para defender la apuesta por la independencia desde una identidad que no es la de los ocho apellidos catalanes. Por otro lado, Ciudadanos ha ejercido históricamente como contrapoder a esa voluntad de canalizar el voto de un segmento muy importante de la población, blandiendo la identidad española. “Rufián y Arrimadas son las dos caras de la misma moneda, el contrarrelato somos nosotras”, asegura Vasallo.

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A lo largo de las últimas décadas las salidas de tono a cuenta de la identidad han copado varios titulares de prensa que ya forman parte de la hemeroteca y de una retahíla casi infinita de desprecio hacia lo charnego. En 2008, la mujer del expresident Pujol, Marta Ferrusola, se hizo viral al confesar que le molestaba “mucho” que el entonces president fuera “un andaluz que tiene el nombre en castellano”. Se refería a José Montilla, que sucedió a Pasqual Maragall en el segundo tripartit entre ERC, PSC e ICV-EUiA. Ferrusola, insatisfecha, también cuestionó su habilidad con la lengua: "Un presidente debe hablar bien el catalán".

Pujol tuvo que salir a desacreditar a su mujer: "Siempre me he manifestado en términos distintos a ésos ya que [la presidencia de Montilla] habla muy positivamente de Cataluña y del president Montilla (...), es una prueba de la actitud integradora del país y del buen funcionamiento del ascensor social", defendió. Y de ahí su ya famoso: “Es catalán todo el que viva y trabaje en Cataluña, y quiera serlo”. 

Tres cuartos de siglo después, el término charnego, como maqueto, sigue siendo una arma arrojadiza con la que atizar al diferente, mientras algunos de los señalados, “con la seguridad de una posición social ganada”, como define Aramburu, tratan de hacerse un espacio para elaborar “parte de una memoria que no hemos podido hacer y que debemos hacer”, en palabras de Vasallo. 

“No lo estaremos haciendo tan mal cuando en Madrid no hay charnegos ni maquetos”. Esas fueron las palabras de Ayuso en el acto del Dos de Mayo. La presidenta de la Comunidad de Madrid presume de integración a la vez que critica a Cataluña y a Euskadi por estar faltas, supuestamente, de ello. Los comentarios no se han hecho esperar: “Ayuso hace un borrado de la identidad de clase”, asegura Mikel Aramburu, profesor de Antropología de la Universitat de Barcelona (UB).

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