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El mapa del terror franquista: 300 campos de concentración con entre 700.000 y un millón de víctimas

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Campo de concentración. Tres palabras que, inevitablemente, evocan a la Alemania nazi. A Auschwitz, a Mauthausen, a Dachau. Pero no hace falta ir tan lejos. Campos de concentración también hubo en Rota, en Jaca, en Oviedo, en Reus. Son menos conocidos porque han sido menos pronunciados. Y menos estudiados. Fueron campos de concentración franquistas y, como los nazis, eran centros de castigo al enemigo de la dictadura. "Para coger aquella mala comida había que hacer largas colas de hombres hambrientos, bajo una nevada, y cuando llegabas a la perola te echaban un cazo de agua con espinas de pescado que tenías que tirar, porque no te lo podías comer". Es lo que recuerda Antonio Torres Morales del campo de concentración de Miranda de Ebro —situado en Burgos y recordado como el más longevo—, cuyo terror y crueldad sufrió en primera persona. Su relato, no obstante, es colectivo. "Comidas escasas, con bichos y piedras hervidas junto a las legumbres", relata Emilio Fernández Seisdedos, prisionero en isla Saltés, en Huelva. Los testimonios podrían ser inacabables. 

 

Ha sido el periodista y escritor Carlos Hernández de Miguel quien los ha recogido en el libro Los campos de concentración de Franco. Sometimiento, torturas y muerte tras las alambradas (Penguin Random House España), que sale a la venta este jueves. Es el resultado de tres años de investigaciones y de acceso a los archivos que contenían este capítulo olvidado de la historia de España. Y es que muy poco se ha publicado sobre los campos de concentración franquista. Y no fueron pocos como para justificar este silencio. Hubo, oficialmente, 296. Repartidos por toda España. Con la misma crueldad. Y por allí pasaron, según Hernández de Miguel, entre 700.000 y un millón de españoles y españolas

Son cifras difíciles de olvidar. Pero aun así, este capítulo no ha sido demasiado atendido. ¿Por qué? "Yo creo que hay varias razones para explicarlo. La primera de ellas es que la magnitud de la represión franquista tuvo muchas ramificaciones. Hubo muchas vías para reprimir a la gente y esta, en concreto, quedó un poco apartada, olvidada e, incluso, minimizada", explica Hernández de Miguel en conversación con infoLibre. "Pero también hay un segundo elemento en este olvido", añade. Uno de los objetivos del régimen franquista fue borrar "toda la huella de sus crímenes y de la colaboración con el régimen nazi". Y "el término 'campo de concentración' se asocia al nazismo". 

Pero el problema es que la España democrática tampoco ha hecho bien su trabajo. El franquismo tuvo "40 años para reescribir la historia y la democracia no hizo los deberes de volver a escribirla para que no se mantuviera el relato de los herederos de la dictadura", lamenta. 

El terror repartido por la geografía española

Los hubo durante la Guerra Civil y durante la dictadura. Y fueron muchos. Según la investigación llevada a cabo por Hernández de Miguel, se cuentan por centenares. Hasta los casi 300. Y la mayoría estaban en Andalucía. Allí, concretamente, hubo 52 campos de concentración: dos en Almería, cinco en Cádiz, 12 en Córdoba, ocho en Granada, cuatro en Huelva, nueve en Jaén, cinco en Málaga y siete en Sevilla. Ninguna de sus ocho provincias se libró de estos centros. 

A Andalucía la siguió la Comunitat Valenciana, donde llegó a haber 41 campos; Castilla-La Mancha, con 38; y Castilla y León, con 24. En todas las comunidades, sin ningún tipo de excepción, hubo alguno. En Aragón fueron 18 —siete en Huesca, cinco en Teruel y seis en Zaragoza—; en Asturias, 12; en Baleares, siete; en Canarias, cinco —contando con dos centros tardíos, es decir, construidos después de la Guerra Civil—; en Cantabria, 10; en Cataluña, 14 —cuatro en Barcelona, dos en Girona, seis en Lleida y dos en Tarragona; en Euskadi, nueve —cuatro en Álava, tres en Gipuzkoa y dos en Bizkaia—; en Extremadura, 17 —13 en Badajoz y cuatro en Cáceres—; en Galicia, 11 —ocho en A Coruña, uno en Ourense y dos en Pontevedra—; en La Rioja, dos; en Madrid, 16; en Murcia, 11; y en Navarra, cuatro.  

Y no solo ahí: en Ceuta, en Melilla, en el Protectorado de Marruecos y en el Sáhara español hubo, al menos, otros cinco

La mayoría eran recintos al aire libre, aunque también se usaron instalaciones y edificios ya existentes. Pero además, se trata de espacios hoy reconvertidos a los que asisten multitud de personas sin conocer que hace décadas fueron el escenario de unas de las formas de represión más duras practicadas por la dictadura franquista. El estadio del Viejo Chamartín donde jugaba el Real Madrid, el campo del Puente de Vallecas, el Hostal de San Marcos en León o el Palacio Ducal de Lerma fueron, en su momento, lugares utilizados como campos de concentración donde se hacinaban centenares de prisioneros y prisioneras republicanos. 

 

Imagen del campo de concentración instalado en los Campos de Sports de El Sardinero (Santander), poco antes de que fueran evacuados todos los prisioneros. | Biblioteca Nacional de España

Desde el inicio de la guerra hasta finales de los años 40

Fue una forma de represión que se practicó en toda España. Pero los tiempos no fueron los mismos en todas las autonomías. Los primeros campos de concentración comenzaron a construirse en el año 1936, después del golpe militar con el que comenzó la Guerra Civil. Y lo hicieron con un objetivo muy claro: sembrar el terror en el enemigo republicano. Así lo dijo, de hecho, el propio Franco en una orden enviada a sus generales el 20 de julio de 1936, tan solo dos días después del golpe: "Organizarán campos de concentración con los elementos perturbadores, que emplearán en trabajos públicos, separados de la población"

Así lo dijeron y así lo hicieron. La noche del 17 al 18 de julio los militares golpistas asesinaron, como recuerda Hernández de Miguel, a 189 personas en Ceuta y Melilla. Dos días después, El Telegrama del Rif avisaba de la creación del primer campo de concentración, tal y como ordenó y avisó Franco: "Ayer fueron detenidos varios paisanos a los cuales se trasladó a la Alcazaba de Zeluán, donde ha quedado establecido un campamento de concentración de detenidos".  

 

Prisioneros de las Brigadas Internacionales en el campo de concentración de San Pedro de Cardeña (Burgos).

"El grueso del sistema de los campos de concentración se extendió desde 1936 hasta noviembre de 1939. Es decir, duró toda la Guerra Civil y los primeros meses de la posguerra", cuenta Hernández de Miguel. En ese momento se cierra la mayoría. La mayoría, pero no todos. "Algunos quedaron abiertos, pero sobre todo hay que destacar que siguieron funcionando por toda España decenas de batallones de trabajadores que hacían trabajos forzados", añade. Lo hacían como todos los recluídos en los campos: sin haber sido juzgados ni, por tanto, condenados. 

Fue en 1948 cuando, definitivamente, cesaron. Un año antes se cerró el campo más longevo: el de Miranda de Ebro. En aquella época, la represión franquista ya se había trasladado a las cárceles españolas. 

"Huir de la sombra de Auschwitz"

Fueron doce años de represión en campos de concentración. Pero hasta ahora se desconocía el número y la ubicación de todos ellos. Hernández de Miguel tiene claro que una posible explicación de este hecho es la influencia del nazismo. Una influencia que, no obstante, no debería existir. "Yo creo que no es bueno que hagamos una comparación entre los campos españoles y los nazis. Hay que evitarlo porque, al lado de campos como Auschwitz, las víctimas españolas parecen menos víctimas", explica. "Es necesario alejar esa comparación para no caer en estereotipos y poder estudiar la naturaleza propia de los campos franquistas, que ya tuvieron la crueldad suficiente", remata. 

Y es que entre un sistema y otro hay similitudes, pero también diferencias. "Los españoles eran mucho más caóticos. En los campos nazis había más homogeneidad. Eran más parecidos entre sí porque las normas de funcionamiento se establecían desde Berlín", explica Hernández de Miguel. Aquí, continúa, eran los distintos generales los que marcaban cómo funcionaba cada centro. 

Pero, no obstante, ambos respondían a un mismo objetivo. "Por un lado, servían para exterminar a los más significados enemigos, aquellos que habían ocupado cargos en la administración republicana o en sindicatos o partidos. Estos, normalmente, eran condenados a muerte con o sin consejo de guerra, que también podía condenarlos a prisión", explica.

Por otro lado, también servían como lugar de adoctrinamiento. "Franco tenía sus necesidades de guerra y sabía que no podía exterminar a toda la población", asegura. Por ello, los campos también sirvieron para "deshumanizar" a aquellos republicanos que no se consideraban tan radicales. Los "recuperables", en palabras de Hernández de Miguel. "Con el miedo, el castigo y el hambre acababan domesticados", afirma. 

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¿Y cómo se establecía esta distinción? Se investigaba a cada prisionero pidiendo información a alcaldes, curas y guardias civiles de la zona en la que vivían. Estos, a continuación, emitían un informe que enviaban al campo de concentración. Un informe que "determinaba el futuro de los prisioneros". "Ir a misa, por ejemplo, determinaba la frontera entre la vida y la muerte de una persona". 

 

Prisioneros formados y obligados a hacer el saludo fascista en el campo de concentración de San Pedro de Cardeña (Burgos). | Biblioteca Nacional de España

Campo de concentración. Tres palabras que, inevitablemente, evocan a la Alemania nazi. A Auschwitz, a Mauthausen, a Dachau. Pero no hace falta ir tan lejos. Campos de concentración también hubo en Rota, en Jaca, en Oviedo, en Reus. Son menos conocidos porque han sido menos pronunciados. Y menos estudiados. Fueron campos de concentración franquistas y, como los nazis, eran centros de castigo al enemigo de la dictadura. "Para coger aquella mala comida había que hacer largas colas de hombres hambrientos, bajo una nevada, y cuando llegabas a la perola te echaban un cazo de agua con espinas de pescado que tenías que tirar, porque no te lo podías comer". Es lo que recuerda Antonio Torres Morales del campo de concentración de Miranda de Ebro —situado en Burgos y recordado como el más longevo—, cuyo terror y crueldad sufrió en primera persona. Su relato, no obstante, es colectivo. "Comidas escasas, con bichos y piedras hervidas junto a las legumbres", relata Emilio Fernández Seisdedos, prisionero en isla Saltés, en Huelva. Los testimonios podrían ser inacabables. 

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