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ENTREVISTA

Maruja Torres: "A mí Feijóo me ha hecho talibana de Pedro Sánchez"

La periodista y escritora Maruja Torres.

¿Nos vamos juntas a Beirut?, dispara Maruja Torres (Barcelona, 81 años) cuando caminamos del brazo por las calles de Madrid con la idea de encontrar un sitio tranquilo para tomar el aperitivo un sábado. Le acabo de contar que el año pasado viajé a Líbano tras pasar media adolescencia leyendo sus crónicas y que me encantaría recorrer con ella las calles de la capital. ¡Claro que nos vamos!, respondo más segura del viaje que de encontrar un hueco en un bar a esas horas. Es una pena —charlamos— que las ciudades se hayan convertido en grandes parques de atracciones para el turismo, con bares y restaurantes idénticos, sin personalidad. “Yo me fui de Barcelona por el pròces y no vuelvo porque ya no es mi ciudad. Ahora es otra”.

¿Periodista o escritora?, le pregunto. “Soy cronista impresionista. Eso es lo que soy ahora, pero fui buena reportera”. Bueno, pues esta cronista impresionista que durante 30 años trabajó en El País, que ha cubierto conflictos en Líbano o Panamá y ha ganado premios como el Planeta, ha sacado nuevo libro. Leer Cuanta más gente se muere, más ganas de vivir tengo (Temas de hoy) es como escucharla hablar: una titana que tira de sarcasmo cada dos frases. Dice que es una mujer que piensa a ráfagas, que no es otra cosa que “hablar rápido, pasando de un tema a otro. Acordándome de esto y volviendo a lo otro”. 

Es lo que llevamos haciendo un rato…

Exacto. Se llama asociaciones y es lo que encuentro a faltar en el personal actual, que es muy poco flexible, muy poco poroso. No quiero criticar a nadie, por otra parte.

 (Algo que, por cierto, no cumplirá en la entrevista. Lo comprobarán más adelante) 

El libro es un recorrido por su vida personal y laboral. Habla de todo: de política, de feminismo, de sexualidad, de guerra. Lo llama marujismos entrecortados

Claro, porque mientras escribo me doy cuenta de que soy inconexa o de que vuelvo atrás. Y eso es el libro en realidad. Es como mi cabeza, como mi memoria. Lo iba escribiendo sin creérmelo, cada día me decía: cómo es posible que estés aquí, de qué vas a hablar hoy. Y una cosa iba conduciendo a la otra.

¿Es una despedida?

No lo sé. La única conclusión que sacas de este libro es que no sabes nada. Yo he dejado mis voluntades y todo preparado porque quieres creer que alguien te ayudará a morir, si es necesario. Pero a saber, esa es la gracia de la vida: es una ruleta rusa. 

Es una cinéfila confesa. Con el cine una nunca está sola, ¿verdad?

Eso lo aprendí de niña. Iba dos o tres veces al cine con las mujeres de mi familia, comíamos pipas, llevábamos el bocata. Era el lujo de nuestra vida. 

¿Le gusta el cine actual?

Creo que es muy bueno. Pero echo de menos guionistas como Azcona. Echo en falta ese retrato preciso de la sociedad. El género de España es el esperpento y eso está en la serie ‘Poquita Fe’ o en ‘Vergüenza’ de Cavestany. El que recupere eso, recuperará nuestra esencia.

Estos días se habla mucho de pseudomedios con el debate, de fondo, sobre regular o no el periodismo, ¿qué opina?

El periodismo se autorregula con el Código Penal por delante, contra las mentiras y los calumniadores. Siempre ha sido así. Pero ahora, con los pseudomedios está todo desatado. El trumpismo ha hecho mucho daño y tiene muchas variantes: el bolsonarismo, el diazayusismo, el tontofeijosismo… Hay que ver cómo me he reído con La Moncloa fake (se refiere a la reunión de Feijóo con los líderes autonómicos del PP y a su escenificación). ¡Por favor que no le quiten nunca a su jefe de comunicación, es mucho mejor que Iván Redondo! Es absolutamente genial, pensé que era una coña. A mí Feijóo me ha hecho talibana de Pedro Sánchez. 

(Ya les avisé de que no cumplía su propósito de la primera respuesta)

Dejamos la política un rato...

Sí, que es un coñazo. Perdón, que no se puede decir coñazo. Es un escrotazo. Luego me buscan los micromachismos. El otro día la periodista Carmen Sigüenza me pilló uno en el libro en el que me refiero a una mujer diciendo calientapollas. Es una palabra muy de mi generación, muy viejuna. 

Describe cómo fue su sexualidad en la juventud. Follando mucho, sin condón, antes de la plaga, en referencia a la pandemia de sida de los 80. ¿Cómo ha cambiado el sexo?

Follaba todo lo que podía. Nunca es mucho, nunca es suficiente. Quitarnos el condón fue una liberación para mi generación. La anterior a la mía funcionaba con la marcha atrás, con el preservativo y con el método Ogino. El único miedo era quedarse preñada. No había miedo a la plaga, porque la penicilina se llevaba por delante las tricomonas y lo que hubiera. ¿Qué hicimos nosotras? Follar a pelo, follar una noche con tres tíos. Uno detrás de otro, sin que ellos se enteraran. 

Cuando escucha el testimonio de Gisèle Pélicot, drogada por su marido para que la violaran otros hombres mientras él lo grababa, ¿qué piensa?

Es espeluznante. Ella da la cara, pero a quienes tenemos que denunciar es a ellos. Hay que mostrar sus caras. La vergüenza tiene que cambiar de bando. Yo reivindico a la mujer como heroína y protagonista de su propia historia, no como víctima. Ni siquiera como superviviente. Las mujeres tienen que ser fieras. 

 ¿Cree que hay más casos de violencia sexual ahora o es que las mujeres denuncian más?

Ahora las mujeres lo denuncian. Antes era casi una costumbre, una tradición. El sexo es una cosa de ir a la aventura, con precauciones o directamente con un frasco de pimienta en el bolso. Yo soy muy partidaria de la reinserción, pero antes del castigo. Esas mujeres tan preciosas que veo, que se comen tanto el coco porque no saben si están lo bastante delgadas o son lo bastante sexys, no saben si tienen que ser activas en la cama porque las pueden llamar putas… Eso es muy antiguo. Estamos volviendo atrás sin darnos cuenta y creemos que vamos hacia delante. Hay que hacer lo que quieras con quien quieras, con consentimiento y sin que te tomen el pelo. Pero si una noche algo te sale mal, que eso no marque tu vida. Lo más pornográfico, me parece, es que se siga creyendo en el cuento de hadas, que el amor te soluciona la vida y que la pareja es para siempre y que tienes que tener a alguien siempre en la cama al lado. El día que aprendí a dormir en la posición de cruz de San Pedro pensé: qué bien se está.  

Habla sobre Rodolfo Langostino, su vibrador. 

¡También llamo así a mi banco, el Banco Santander!

La masturbación femenina ha sido un tabú, hasta hace bien poco, y más aún en mujeres de cierta edad.

A mí es que me parece tan natural masturbarse como cagar. Es una necesidad física. Yo a veces sueño que me corro. Y luego no hay rastros, pero es el cerebro. El primer vibrador que me compré tenía un tamaño descomunal, era rosa y tenía dos marchas. Era muy adelantado para su época. Cuando le dije a Jesús Mariñas, con quien trabajé cuando empezaba, que me habían conseguido un vibrador de Andorra, él me dijo: la primera mujer que lo tuvo en España fue María Dolores Pradera. Y debe ser verdad porque ella era muy moderna, muy adelantada y muy inteligente. 

Y ¿lo usa?

De vez en cuando. El satisfyer lo probé y no me gustó porque creo que te corres como un hombre y es lo que menos me interesa del mundo. 

Cuenta en el libro algunos detalles de su infancia con un padre maltratador, ¿cómo fue?

Era un maltratador como debía haber tantos. Él nos abandonó cuando yo tenía 7 años, mi madre no tenía valor para dejarlo. En esa época las mujeres no se separaban y si alguna lo hacía, el marido se buscaba un par de testigos que decían que era una puta, que la habían encontrado en la cama con otro e incluso le podían llegar a quitar la custodia de sus hijos. Los jueces que tenemos ahora no vienen de la nada, vienen de una tradición y de estar muy alejados de la realidad. 

También relata la última vez que su madre le pegó una bofetada. 

Sí, fue a los 14 años por llegar a casa más tarde de las diez de la noche. Me encaré a ella y le dije: no me pegues. Trabajo como un hombre, trátame como a un hombre. 

¿Relaciona esa infancia de conflicto con su tendencia a viajar a países en guerra?

Sí, me hice muy machete. Muy defensiva. Llegaba a Beirut y los tíos decían: ha llegado Maruja Torres y va a pasar algo, vamos a tener que trabajar. Yo tenía mucho olfato periodístico, no me quedaba quieta. Entrevistaba a los palestinos de allí, me iba a los campos de refugiados, buscaba reportajes con mujeres. Y les decía: va a pasar algo no, cariño. Está pasando ya. Sólo que yo me intereso y vosotros estáis esperando sentados. Los hombres me ponían a prueba. Me llevaban en moto por la Línea Verde mientras estaban disparando. Era feminismo, pero entonces parecían machadas. Pero era feminismo, claro.

Llegaba a Beirut y los tíos decían: ha llegado Maruja Torres y va a pasar algo, vamos a tener que trabajar. Yo tenía mucho olfato periodístico, no me quedaba quieta

 Es difícil encontrar una página en la que no mencione la invasión de Israel en Gaza...

Mientras escribía el libro la situación se iba poniendo más fea. Yo sé cómo acabará todo esto y es peor de lo que podamos imaginar. Van a dejar que exterminen a todos los palestinos que puedan. Intentarán poner un gobierno títere…Y ¿qué hace Europa? Italia no ha abierto la boca, Francia muy poco, España también…

Volvamos a los políticos. ¿Hay alguno que le guste? 

A Pedro Sánchez he acabado cogiéndole cariño. Te lo diré con algo que suena muy antiguo: los tiene cuadrados. Hay que decir que resiste. No me produce ninguna atracción física, es demasiado perfecto. Pero tiene capacidad de aguante, en el mejor sentido de la palabra. Es desafiante y eso es muy sexy. Es el típico tío que está haciendo malabares con ocho bolas, cogiéndolas todas, sin que se le caigan y con una pierna aguanta otra cosa. Y encima defiende a su mujer. Tiene mi respeto. Y además, creo que tiene buena gente en el gobierno. A mí el que me pone es Carlos Cuerpo, ya sólo cuando digo su nombre… ¡Está muy bueno para mucho rato!

De Feijóo ya ha hablado antes…

He conocido a tantos Feijóos… Canallas disfrazados de ovejas.

¿Qué opina de Alvise? 

No quiero oír ni su nombre.

Uno de cada cuatro varones de la Generación Z prefiere el autoritarismo a la democracia en algunas circunstancias, según una encuesta que publicó El País hace unos días. ¿Qué le parece?

En el autoritarismo no hay circunstancias. Hay unos que mandan y otros que obedecen. Es una mezcla de individualismo salvaje y gregarismo. No hay ideas, hay eslóganes. No quiero parecer carca diciendo que cualquier tiempo pasado fue mejor, no quiero criticarlo todo porque soy vieja… Pero creo que cuantos más millones de personas somos, más millones de tontos hay.

Cuantos más millones de personas somos, más millones de tontos hay

¿Qué está pasando con los hombres jóvenes?

Están enganchados a Tik Tok, que yo no uso. Y hay mierda a punta pala. Aquí te voy a decir que soy anticuada: me apasiona la extinción. Pensar en la extinción y luego pensar en que soy vieja me ayuda mucho. Yo a lo que soy aficionada es a Twitter, me niego a llamarlo X. Si pudiera lo llamaría Rodolfo Valentino.

En el último capítulo deja escritas las instrucciones para cuando muera. Es muy importante dejarlo todo bien atado…

Sobre todo tienen que saber qué hacer contigo. Aunque no consigas que te den la eutanasia o que te lleven a un país para suicidarte, aunque tú misma no tengas en tu mano las pastillas que has guardado para poder hacerlo… Alguien tiene que saber qué hacer con tus cenizas. 

Nada de tirarlas al mar, ¿no?

No, ¡qué horror! Una vez tiramos las de un pariente. Se nos cayeron encima. La viuda se mareó. Llevaba la urna en una bolsa del Corte Inglés y vomitó dentro. 

¿Le da miedo morirse?

No, me da miedo la agonía. No temo el sufrimiento físico, me da miedo perder la mente. 

La última pregunta, le digo, ya me la ha contestado. Quería saber si volvería al Líbano. ¡Nos vamos a Beirut!, me contesta ella. Aunque confiesa que le da miedo encontrar una ciudad que ya no es lo que era. “Qué pena de mundo”, dice resignada. “Lo que pasa es que creo que nunca ha sido mejor. Ahora por lo menos tenemos trankimazin y cierto poder adquisitivo para los brebajes alcohólicos”.

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