¿Meteduras de pata o indefinición? Feijóo y sus propuestas que “no son de izquierdas o derechas”

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Falta un año largo hasta las elecciones generales en las que los españoles tienen que decidir si mantiene al frente del timón a Pedro Sánchez y a la coalición de izquierdas que gobierna España desde enero de 2020 o si, por el contrario, entregan las llaves de la Moncloa a Alberto Núñez Feijóo y a una probable alianza de la derecha del PP y la ultraderecha de Vox. 

En Génova saben que eso es mucho tiempo y, con la mayoría de las encuestas soplando a favor, la prioridad en la nave conservadora es reducir los errores al mínimo. Los discursos de Feijóo, sus intervenciones diarias en actos organizados por empresarios o medios de comunicación afines y sus palabras en eventos diseñados por el PP están plagados de ambigüedades, lugares comunes e ideas generales cuya único objetivo es evitar una posición pública que pueda acabar volviéndose en contra del líder del partido.

Algunas de ellas han empezado a ser motivo de burla entre sus adversarios externos y otras de preocupación por parte de sus compañeros de filas, inquietos porque el efecto Feijóo se esté desinflando. Un buen ejemplo de lo segundo es la frecuencia con la que el presidente del PP defiende sus propuestas con el argumento de que no son “de izquierdas ni de derechas” y hace alarde de un programa político desprovisto, dice él, de “ideología”.

He aquí algunos ejemplos. En un acto en la isla de A Toxa (Pontevedra), Feijóo proclamó que “bajar impuestos, en una situación determinada, como la actual, no es de derechas ni de izquierdas, es de sentido común”. A muchos de los presentes esa expresión, “sentido común”, les recordó enseguida al expresidente Mariano Rajoy, uno de los invitados al evento. Son la médula del marianismo, la filosofía política de quien se jactaba de dejar pudrir los problemas que no sabía resolver, de no tener ningún plan y de limitarse a dejar que las cosas fluyesen sin intervenir demasiado. “A veces la mejor decisión es no tomar ninguna decisión, y esa es también una decisión”, llegó a argumentar Rajoy en 2013 en relación on sus medidas para atajar la crisis financiera.

El sábado, en un acto en Barcelona convocado para denunciar las ocupaciones ilegales de viviendas, un delito que las estadísticas y los jueces consideran marginal, pero que la derecha trata de presentar como un fenómeno creciente y unas amenaza a la propiedad privada de todos los ciudadanos, Feijóo usó la misma expresión. “La okupación no es de derechas ni de izquierdas, es un delito”, remarcó.

En las páginas de la revista Esquire, este lunes ha repetido fórmula. “La cultura es una expresión de libertad. Desde ese punto de vista, la cultura no es patrimonio de nadie más que de la expresión libre de cada creador. Ni de derechas ni de izquierdas”, zanjó en una entrevista.

Con el mismo objetivo, limar aristas para atraer votantes, Feijóo trata constantemente de desmarcar al PP, un partido conservador y ultraliberal, de la ideología. Hay que “adaptar la ideología a la realidad”. “Sólo el político soberbio la niega y la disfraza mediante triquiñuelas, pero este esfuerzo por maquillarla resulta inútil y lo estamos viendo en España”, acusó en Mallorca en una conferencia organizado por el Cercle d’Economia. El Gobierno antepone “la ideología a la economía del país”, repitió en septiembre en la Cámara de Comercio de EEUU en Madrid. Hay que “disminuir la ideología y aumentar la tecnología”, declaró el pasado jueves en relación on la energía nuclear. Ejemplos semejantes se pueden encontrar en casi todas sus intervenciones desde que se hizo cargo de la presidencia del PP. 

El coste de los errores

La preocupación de Génova tiene su fundamento. Las pocas veces que Feijóo se ha visto expuesto a las preguntas de los periodistas en foros no controlados o enfrentado a Pedro Sánchez en el cuerpo a cuerpo del Senado, ha acabado cometiendo errores que están laminando su fachada de supuesta buen gestor. Él mismo ya ha concedido que es mucho peor parlamentario que su antecesor, Pablo Casado. Y el ala derecha del partido, que encabezan Isabel Díaz Ayuso y en cuyas filas destaca la influyente diputada por Barcelona Cayetana Álvarez de Toledo, está cada vez más preocupada porque la moderación con la que trata de atraer a votantes del PSOE descontentos acabe traduciéndose en una política menos combativa con el independentismo catalán y vasco.

Feijóo ha acabado metiendo al PP en un lío en asuntos clave como la excepción ibérica y la estrategia para contener los precios del gas, la aprobación de un impuesto para gravar los beneficios extraordinarios de las eléctricas o las rebajas generalizadas de impuestos, que defendía hasta que el fiasco de Liz Truss en el Reino Unido ha hecho impopular la propuesta. El núcleo duro de la iniciativa política del líder de la oposición descansa sobre este último asunto, que él mismo acaba de reducir a un mero compromiso de no aumentar la fiscalidad y bajar únicamente lo que pagan las rentas bajas y medias. 

Sus errores e imprecisiones en materia económica, desde confundir prima de riesgo con tipos de interés a responsabilizar al Gobierno de una deuda pública que en su mayor parte heredó de Rajoy o acusarle de un desempleo juvenil en máximos que en realidad está por debajo del que existía con el último Gobierno del PP, están minando su credibilidad como aspirante a la Presidencia incluso entre los suyos. 

En lo formal, Génova busca nuevas fórmulas para actualizar a su líder. En sus últimas intervenciones de partido ha abandonado el atril y el tono mitinero para moverse libremente por el escenario al estilo de las presentaciones de producto que hizo popular hace décadas Steve Jobs en Apple y que hoy son habituales en el mundo de la empresa. Este lunes, además, sorprendieron con un cambio de vestuario inhabitual en Feijóo y muy poco frecuente en política en España: americana, polo y vaqueros de color azul para dirigirse a un público integrado en su mayor parte por militantes de las Nuevas Generaciones del PP.

A numerosos dirigentes del partido Feijóo les recuerda cada vez más a Rajoy. A sus lugares comunes, sus afirmaciones tópicas y sus circunloquios sin sentido. En plena campaña electoral andaluza, se hizo popular este razonamiento, que nadie entendió: “Las cosas que duran mucho tiempo son las cosas que merecen la verdad. La verdad y la mentira es aquello en lo que merece la pena dedicar una vida. ¿Para qué? Para que la verdad venza a la mentira y no la mentira venza a la verdad. Eso creo, queridos amigos, que forma parte de nuestro compromiso con los intereses generales”.

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En julio, en Cataluña, se sacó de la manga lo siguiente: “Los españoles que somos catalanes con independencia de dónde vivamos, igual que los catalanes son gallegos y andaluces vivan donde vivan. ¡Somos el partido de la unión!”. 

El 5 de octubre, en una feria de frutas y hortalizas en Madrid, confundió a los periodistas con una respuesta del mismo estilo: “Aunque la moderación no está de moda, la moda del futuro es la moderación y, aunque a veces puede ser aburrida, es mucho más aburrida la falta de moderación”.

Hace dos días, en un acto de partido en Lleida, volvió a hacerlo: “Para estar en Cataluña, hay que venir a Cataluña. Y para estar en Cataluña, hay que escuchar los problemas prioritarios de los catalanes y buscar soluciones concretas a los catalanes”.

Falta un año largo hasta las elecciones generales en las que los españoles tienen que decidir si mantiene al frente del timón a Pedro Sánchez y a la coalición de izquierdas que gobierna España desde enero de 2020 o si, por el contrario, entregan las llaves de la Moncloa a Alberto Núñez Feijóo y a una probable alianza de la derecha del PP y la ultraderecha de Vox. 

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