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Coronavirus

Niño, en secundaria y con ingresos bajos: el retrato de los escolares más perjudicados por el covid-19

Un niño estudia desde casa con ayuda de su madre.

Las secuelas que dejaría el covid-19 en las aulas eran más que una intuición para los expertos, pero la sospecha en torno a un aumento de la desigualdad empieza ya a ser constatada por los investigadores. La Universidad de Ámsterdam ha comenzado a poner cifras mediante la investigación La desigualdad en la educación en el hogar durante la crisis del coronavirus en los Países Bajos [disponible en este enlace], firmada por el profesor de Sociología Thijs Bol. Poco a poco, queda definido el perfil del alumno que de forma más sangrante padece las consecuencias de la pandemia: niño, estudiante de secundaria y con menos recursos.

El análisis se ha realizado en base a entrevistas en 4.500 hogares entre el 13 y el 28 de abril. Desde el pasado 16 de marzo, las escuelas holandesas cerraron sus puertas, trasladando la actividad escolar a los hogares. Cabe recordar que sólo el 40% de los alumnos del país está escolarizado en centros públicos, frente al 68% de los españoles y al 82% de la media de la OCDE. De acuerdo al último informe del Programa para la Evaluación Integral de Alumnos (PISA), correspondiente al año 2018, los estudiantes holandeses se encuentran por encima de la media en cuanto a ciencias y matemáticas. Destaca, por otro lado, que en prácticamente todos los sistemas educativos los estudiantes socioeconómicamente aventajados declaran mayor nivel de autoeficacia en sus habilidades que sus compañeros desaventajados, excepto en Países Bajos. Este territorio, además, presenta uno de los valores más bajos de miedo al fracaso entre el alumnado.

Nivel formativo y socioeconómico

Uno de los factores que incide de manera categórica en el desarrollo de las tareas escolares durante la pandemia tiene que ver con el nivel de estudios de los progenitores. El análisis revela que, en el caso de los niños de primaria, el 80% de los padres con estudios superiores se ve capaz de ayudar a sus hijos y un 70% de hecho lo hace, mientras que el porcentaje cae cuando se trata de familiares con un nivel formativo menor: el 63% se ve capacitado para ayudar y el 50% lo hace.

Las diferencias se acentúan en secundaria. Aunque todos los padres encuestados entienden importante el trabajo en casa y tratan de supervisarlo, no todos se ven capaces de llevar a cabo la misión. El 75% de los padres con un nivel formativo avanzado se ve capaz de ayudar a sus hijos y sólo un 40% de aquellos que tienen menos estudios creen poder colaborar en las tareas académicas. En secundaria, no obstante, se constata un compromiso importante por parte del profesorado: el 75% de los padres aseguran que sus hijos tienen contacto habitual con sus maestros y existe además una mayor supervisión docente en cuanto a los alumnos más desfavorecidos.

Los recursos materiales se constituyen como otro de los elementos claves en el estudio holandés, especialmente marcado por el nivel socioeconómico de las familias. "No sorprende que las diferencias en los recursos materiales se expliquen con bastante fuerza por los ingresos familiares", sentencia el autor. A más poder adquisitivo, más recursos. Los datos muestran que el 91% de los niños de primaria tienen una habitación propia y el 68% cuenta con un espacio de trabajo. Pero hay una importante brecha vinculada a la disposición de un ordenador portátil o tableta electrónica: el 80% de los padres creen que estos dispositivos son necesarios pero sólo el 66% dispone de uno.

Aumento de la brecha educativa

La realidad holandesa no parece distar de la coyuntura hacia la que camina España. Cáritas ha observado, desde el incio de la crisis, que las familias "ahora ven más remota la importancia de la educación para la vida de sus hijos e hijas, sobre todo cuando las situaciones de precariedad económica y social les consume gran parte de sus esfuerzos diarios". Aquellos hogares en situación de vulnerabilidad, alerta la organización, "notan más las desiguales capacidades de los progenitores para acompañar en los procesos educativos de sus hijos e hijas, debido tanto los niveles educativos y formativos, como por las preocupaciones socioeconómicas y la carencia de habilidades parentales".

Rafael Feito, profesor de Sociología de la Educación en la Universidad Complutense de Madrid (UCM), recuerda que las diferencias en lo que respecta al nivel socioeconómico y cultural marcan también las inequidades en cuestiones como el acceso a internet. "Nada nuevo bajo el sol, salvo que las diferencias se van a exacerbar" durante la crisis del covid-19. El experto introduce, además, otra idea: esta nueva situación se va a asemejar al "verano del olvido". Serán como unas "vacaciones prolongadas" y la vuelta será más dura para "los alumnos con menos recursos".

Enrique P. Mesa, profesor y presidente de la Asociación de Profesores de Filosofía de Madrid (APFM), reconoce estar "asombrado por que de pronto se haya descubierto la brecha". En España, recuerda, el informe PISA establece ya la relación entre el nivel formativo de los padres y los resultados escolares. "Siempre que hay mayores estudios, hay mejores resultados", subraya, e incluso se constata el vínculo también entre "el número de libros en casa y las posibilidades de triunfo". Esta relación, insiste, "está híper estudiada y todo el mundo lo sabe". El problema, reflexiona, es que "no siempre se quería ver", pero "existe desde el principio". En ese sentido, el profesor recalca que "la brecha digital es en realidad socioeconómica".

No sólo el ordenador

El estudio holandés indica que, en secundaria, más del 90% de las familias dispone de recursos, fundamentalmente porque una inmensa mayoría los cree esenciales para realizar las tareas. En este caso, "la educación no parece explicar (la falta de) recursos materiales. Sin embargo, los resultados sí indican que los padres que obtienen una puntuación alta en la escala de pobreza percibida tienen más probabilidades de carecer de esos recursos materiales", expone el autor. La pobreza, indica, no constituye una brecha significativa en la posesión de un ordenador portátil o una tablet, pero sí en lo que se refiere a un dormitorio o espacio de trabajo propio: en ese aspecto el cisma alcanza de cuatro a seis puntos porcentuales, en función del poder adquisitivo.

Enrique P. Mesa encuentra coherentes los resultados y pone un ejemplo gráfico. Hace años, casi todas las familias tenían televisión, pero cuando un niño afirmaba contar con un aparato propio en su cuarto saltaba la sorpresa: eso "implicaba que tenía televisión pero también un cuarto para él solo". Es decir, recapitula, hoy día puede ser común que los hogares cuenten con un ordenador o con conexión informática mínima, "pero la infraestructura no es sólo el ordenador", por lo que muchos estudiantes no cuentan con un espacio para el estudio o siquiera con una habitación particular.

La solución, estima Mesa, no pasa por un aprobado general ni un cambio en las metas. "Si hay brecha, cuando empiece el curso hagamos lo posible por evitar que los padres se gasten 400 euros en libros de texto y dotemos de recursos para que con, por ejemplo, una tableta puedan atender a sus necesidades", sugiere el docente. A su juicio, todos los gobiernos autonómicos deben, en sintonía con el estatal, demostrar su "apoyo a la enseñanza pública como única que tiene el objetivo claro de reducir la brecha a nivel formativo y social". Para ello, la única receta válida es "dotar de recursos". El modelo, dice, puede ser discutible, "pero desde luego si lo que se quiere es disminuir esa brecha, hay que disponer de recursos". Feito, por su parte, confía en que la pandemia sirva para "combatir estas desigualdades".

Ellos enfrentamiento y ellas obediencia

El estudio holandés constata otra grieta: la de género. El sentido de la brecha tiene que ver, en este caso, con la disposición a realizar las tareas escolares y el grado de colaboración con sus tutores legales. De esta manera, los padres se sienten más capaces de ayudar a sus hijas que a sus hijos y las niñas demuestran más interés y actitud a la hora de cumplir con sus obligaciones.

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A Marian Moreno, profesora y especialista en coeducación, no le sorprenden los resultados. "Si eso pasa en los Países Bajos, qué no estará pasando aquí", dice al otro lado del teléfono. El análisis holandés responde a una serie de estereotipos especialmente asumidos por el alumnado desde bien pequeños. Un reciente estudio de la Universidad Complutense de Madrid determina que los niños y las niñas interiorizan los estereotipos de género desde los cuatro años.

"El fracaso escolar forma parte de las medallas de la masculinidad, construirse como hombre pasa por enfrentarse a lo que se le solicite", introduce la docente. Las niñas, en cambio, encajan en otra realidad. "Para ellas los suspensos o los fracasos no suelen ser premios, un chico expulsado de clase volverá al aula con la medalla de haber sido un rebelde y de haberse enfrentado al sistema de las personas adultas", continúa. Lo cierto es que los porcentajes de repetición de curso son mayores entre ellos, durante toda la educación obligatoria, según el Ministerio de Educación. También la tasa de abandono escolar tiene mayor incidencia en los alumnos.

Los niños, agrega la profesora, "se construyen a partir del enfrentamiento" y las niñas lo hacen "a partir de la obediencia". Todo esto, que comienza a germinar desde las edades más tempranas, dibuja un "mundo simbólico de qué es ser hombre y qué es ser mujer". En la base, insiste, la coeducación se teje como la mejor corrección. "Hasta que no tengamos programas de coeducación sistemáticos, globales y bien hechos, no vamos a tener un cambio social".

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