Nueve banderas del trumpismo y del bolsonarismo que dominan en Vox y contaminan al PP

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El discurso que llevó al poder al trumpismo y al bolsonarismo en Estados Unidos y en Brasil no es muy diferente del que alimenta el sólido apoyo que desde 2018 recibe en España la extrema derecha de Vox. Son ideas, posiciones políticas, creencias y comportamientos diseñados para conquistar el poder en nombre de una ideología ultraconservadora y de un programa económico neoliberal.

El partido de Abascal es, claramente, un reflejo casi exacto, con muy pocas excepciones, de los planteamientos políticos, sociales y económicos que primero llevaron a la presidencia a Donald Trump y a Jair Bolsonaro y que después, cuando perdieron las elecciones, sacaron a la calle a sus seguidores para subvertir el proceso electoral y proclamar vencedores a sus respectivos líderes.

El Partido Popular está lejos todavía de abrazar muchas de las tesis y comportamientos del trumpismo y del bolsonarismo, pero cada vez está poniendo en práctica más elementos del libro de instrucciones del extremismo populista con la vista puesta en las elecciones generales de finales de año. Las necesidades electorales obligaron en 2022 al PP a adoptar postulados de Vox en Castilla y León que antes no defendía. Lo que sigue es un repaso de los principales rasgos del fenómeno en Estados Unidos y Brasil y su reflejo en la política española.

1. Un Gobierno ilegítimo en una democracia en peligro

El principal factor de movilización de trumpistas y bolsonaristas en las fallidas asonadas de Washington (2021) y Brasilia (2023) fue el no reconocimiento del resultado electoral. Los manifestantes asaltaron el Capitolio norteamericano y las principales sedes del poder democrático brasileño convencidos de que estaban defendiendo una democracia “ocupada” por quienes en realidad habían perdido las elecciones.

Aquí PP y Vox comparten argumento. Ambas formaciones admiten que el PSOE fue la fuerza más votada en las últimas elecciones, pero desde el minuto uno consideran “ilegítimo” el Gobierno de coalición con Unidas Podemos nacido de la investidura porque el presidente Pedro Sánchez había rechazado en campaña compartir el Ejecutivo con los de Pablo Iglesias y había afirmado que no llegaría a acuerdos con el independentismo o con Bildu.

Tanto Vox como el PP llevan toda la legislatura cuestionando la legitimidad del Gobierno y, desde hace algunos meses en el caso del PP, incluso la representatividad del Congreso de los Diputados elegido el 10 de noviembre de 2019. Poco importa que las elecciones se celebrasen con todas las garantías, que el mandato de la Cámara Alta sea de cuatro años y que el presidente fuese investido de acuerdo con los requisitos y mayorías que marca la Constitución. 

La ultraderecha liderada por Santiago Abascal y, cada vez más, la derecha dirigida por Alberto Núñez Feijóo, insisten en esa idea. Feijóo siempre dice que “no es legítimo” lo que está haciendo Pedro Sánchez porque está poniendo "en juego los cimientos de la democracia”, en la misma línea que su antecesor, Pablo Casado, que ya en febrero de 2019 hablaba de un presidente “traidor”, “ilegítimo” y “okupa”. Abascal llevó este asunto tan lejos que en octubre de 2020 defendió —y perdió— una moción de censura contra Sánchez precisamente con el argumento de que el suyo era “un Gobierno ilegítimo”. 

Para reforzar esta idea de ilegitimidad, los discursos de PP y Vox señalan con frecuencia a Sánchez como un presidente en “una deriva autoritaria y autocrática” (Cuca Gamarra), le presentan como un “autócrata” (Santiago Abascal) o hablan de él como el “presidente más autoritario de la democracia española” (Alberto Núñez Feijóo).

PP y Vox coinciden en afirmar, sin ninguna evidencia que lo confirme, que Pedro Sánchez tiene "un plan" que culminará en la próxima legislatura si consigue ganar las elecciones y que consiste en acabar con la democracia española y perpetuarse en el poder. Un objetivo que algunos de sus dirigentes concretan hasta el punto de anticipar un cambio de régimen de la monarquía a la república (Isabel Díaz Ayuso) que incluirá un referéndum de autodeterminación para Cataluña.

Esta misma semana, Feijóo afirmó tener “multitud de indicios racionales” de que “existe un plan premeditado” de Pedro Sánchez “para alterar sustancialmente las bases de la convivencia democrática que se plasma en la Constitución de 1978”. No citó más prueba que el hecho de que, según él, Sánchez está comportándose igual que los líderes del procés que en 2017 desafiaron el orden constitucional.

No es muy diferente de lo que sostiene Vox: Sánchez está llevando a cabo, según este partido, un “golpe contra la convivencia, contra el Estado de Derecho y contra la Constitución”. Se trataría, explicó Abascal en una comparecencia en diciembre, de “un golpe posmoderno” en el que “la eliminación de los derechos y las libertades en democracia se hace de forma escalonada, burocrática y retorcida a lo largo de meses, y sólo cuando es demasiado tarde, los ciudadanos advierten que han perdido su patria, su democracia y su régimen de libertades”.

2. Mentiras, distorsiones de la realidad y ‘hechos alternativos’

La difusión de información falsa y el cuestionamiento de las estadísticas oficiales es una herramienta habitual de la actuación de Vox, pero también del PP. La ultraderecha lleva años haciéndolo para alentar, por ejemplo, la xenofobia diciendo, falsamente, que los inmigrantes entran de manera irregular en España alentados por la concesión de ayudas que se niegan a los ciudadanos españoles, o que los responsables de la delincuencia y en particular de la violencia contra las mujeres son extranjeros.

El partido de Feijóo no comparte esos contenidos, pero sí otros en los que coincide con Vox, como cuando afirma, sin datos que lo sustenten, que la ocupación de viviendas es un problema creciente en España para el que no existe protección legal por culpa del Gobierno actual. O como cuando sostienen que la reforma de la ley mordaza quiere maniatar a la policía o que la ley de Memoria Democrática es obra de Bildu porque la formación abertzale apoyó la iniciativa a cambio de una comisión de estudio sobre la violencia antidemocrática hasta el año 1983.

PP y Vox también ha coincidido a la hora de sembrar dudas sobre la limpieza del proceso electoral cuando el recuento no oficial de los votos lo lleva a cabo la empresa estatal Indra —el oficial lo realiza siempre la Junta Electoral—.

En su afán por desacreditar al Gobierno, Feijóo no ha dudado además en cuestionar las estadísticas oficiales de desempleo diciendo que ocultan a parados bajo el epígrafe de “fijos discontinuos”. Y, sin citar fuente alguna, insiste en denunciar que España sufre la peor inflación de Europa y que la economía española no crece, cuando hasta los datos facilitados por Bruselas dicen todo lo contrario. 

Es una práctica, la de difundir mentiras, que en el caso del PP ya existía con Casado. El malogrado líder conservador llegó a dar credibilidad a bulos como que a los niños que hablaban castellano en la escuela catalana se les impedía ir al baño.

De las mentiras del trumpismo o del bolsonarismo sobran los ejemplos. Las más trascendentes son las que afirman que tanto Trump como Bolsonaro ganaron las elecciones que en realidad perdieron.

3. Una situación excepcional que supera a izquierda y derecha

El trumpismo primero, el bolsonarismo después y la derecha española ahora presentan las elecciones como una “encrucijada” que va más allá de una elección tradicional o de un debate entre modelos a la izquierda o a la derecha. La presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, ya planteó las últimas elecciones en su comunidad como una elección entre “socialismo y libertad” y ahora Feijóo asegura que se trata de escoger “este Gobierno o España”. “El dilema actual de la política española”, sostiene el líder del PP, “va más allá de las siglas o del clásico dualismo entre izquierda y derecha”.

Santiago Abascal, el presidente de Vox, utiliza también el argumento de la excepcionalidad: “Estamos viviendo el momento más delicado de la democracia española, con un Gobierno que ha puesto a los pies de los caballos a España, la sociedad española y la Constitución“, señaló en tono grave el pasado diciembre.

La estrategia de Trump y de Bolsonaro de construir una coalición de descontentos más allá de los márgenes tradicionales de izquierda y la derecha se muestra cada vez con más frecuencia en las intervenciones de Feijóo y Abascal, que se disputan el apoyo de todos los que quieren ver a Sánchez fuera de la Moncloa. “No es Génova o Ferraz, no es derecha o izquierda, no es centralismo o independentismo. Esta vez no. Esta vez es este Gobierno o España y sabemos que lo que importa es España”, proclamó el líder del PP ante los suyos el pasado diciembre. Un “llamamiento que apela a “muchos socialistas que no comparten la deriva de este Gobierno” y a votantes de Podemos que "se han sentido traicionados y defraudados”, así como a votantes del nacionalismo moderado que "observan con inquietud este camino".

4. Un liderazgo ajeno al ‘establishment’

Donald Trump encaró las elecciones que ganó a la aspirante demócrata, Hillary Clinton. como un candidato ajeno a los grupos de poder de Washington, que muchos ciudadanos rechazaban por considerarlos ajenos a la realidad del país. Un electorado desilusionado que se consideraba abandonado por el establishment político y económico norteamericano encontró en él, un empresario mediático y políticamente incorrecto, una figura ajena a los juegos políticos de la capital.

Ese relato es el mismo con el que Feijóo intenta ganar las próximas elecciones. Desde el primer momento se presentó en Madrid como alguien ajeno a la política nacional, a los insultos, a la crispación e incluso a la utilización de las redes sociales para hacer política. Deliberadamente ha buscado la identificación de los votantes que perciben el Congreso como algo ajeno aprovechando a favor su ausencia de la Cámara.

Una carta que juega todavía Abascal a pesar de que lleva ya tiempo en la Cámara Baja. Vox se sigue presentando ante los electores como un partido ajeno a la política tradicional, fuera del sistema, que promete cambiar.

5. Bajar impuestos y desregular la economía

El programa económico de PP y de Vox es sustancialmente idéntico y muy parecido al que trumpistas y bolsonaristas defienden en sus respectivos países. Consiste básicamente en reducir drásticamente los impuestos, adelgazar el Estado (algo que los ultras concretan en el desmantelamiento de las comunidades autónomas) y desregular la economía, en particular en el ámbito laboral. Todo en nombre del libre mercado y de la idea de que si a las empresas les va bien eso favorecerá el empleo.

Los de Feijóo y los de Abascal discrepan, en cambio, en la idea del aislacionismo. El PP mantiene su apuesta por la Unión Europea mientras Vox defiende la lucha contra la globalización en términos mucho más parecidos a los de sus aliados ultras en Estados Unidos y Brasil. Uno de los lemas de los de Abascal, “España primero”, es un calco de uno de los que llevaron a Trump a la Casa Blanca: “América First” (“Estados Unidos primero”).

6. Menos derechos sociales, antifeminismo, negacionismo climático y religión

La religión es la principal diferencia entre los rasgos que caracterizan al trumpismo y el bolsonarismo y las apuestas de la derecha y la ultraderecha española. Trump y Bolsonaro han jugado a fondo la carta de las alianzas con el protestantismo y el evangelismo más reaccionarios para convertir los púlpitos en sus aliados y, al mismo tiempo, en los peores adversarios del resto de los partidos.

El apoyo de los sectores más religiosos y las iglesias más conservadoras se basa en la evolución cada vez más autoritaria de quienes sienten que han perdido todas las luchas culturales de las últimas décadas, en especial en todo lo que tiene que ver con el aborto, la eutanasia, el matrimonio entre personas del mismo sexo o los derechos de las personas trans.

En el caso de España, la distancia oficial de Vox y del PP con la iglesia es formalmente mucho mayor. Especialmente con el papa Francisco, a quien los ultras consideran una aliado de la izquierda. No obstante, los vínculos de ambos partidos con organizaciones religiosas ultras como las que libran una batalla en Europa contra el feminismo son bien conocidos

Un buen ejemplo es One of Us, una federación europea de entidades “provida” –contra el aborto y la eutanasia–, a favor de la familia tradicional, contra la educación sexual y contra el reconocimiento de derechos de las personas Lgtbi, que integra a un total de 48 entidades de 20 países europeos. España es el país que más aporta, un total de 17, entre ellas faros del activismo católico derechista como la Fundación Familia y Dignidad Humana –donde coinciden cargos del PP y Vox en rechazo del aborto incluso si hay violación–, Hazte Oír –con acreditadas conexiones con la órbita del Kremlin–, Valores y Sociedad –presidida por el exministro de Interior español Jaime Mayor Oreja–, Profesionales por la Ética –próxima a Hazte Oír y Abogados Cristianos–, o Foro de la Familia y Red Madre –dos clásicos del movimiento provida–.

Vox ha anunciado su voluntad de derogar, sin excepción, todas las leyes sociales aprobadas durante la legislatura. Desde la que reguló por primera vez el derecho a la eutanasia a las que protegerán los derechos de las personas trans o ampliarán la regulación del derecho al aborto. El PP está de acuerdo, al menos en acabar con una parte de ellas. La principal discrepancia, al menos de momento, es la legislación que protege a las mujeres contra la violencia machista: Feijóo insiste en su necesidad mientras Abascal reclama su desaparición.

Lo mismo sucede con la crisis climática. El PP prioriza la crisis energética al cambio de los modelos de consumo empresarial y social, pero, por ahora, no combate abiertamente la evidencia científica que probó hace años que la humanidad se dirige a un desastre con efectos no solo climáticos sino económicos y sociales de consecuencias imprevisibles. La excepción es Isabel Díaz Ayuso, que este verano hizo suya la tesis trumpista de que en realidad lo que existe es un lobby climático cuyo objetivo es anteponer la defensa del medio ambiente a cualquier otro interés.

Es exactamente lo que afirma Vox, que niega la mayor y habla de “religión climática irracional sustentada por un acto de fe” para sostener la idea de que el calentamiento global no existe y sí un plan de la ONU para imponer un nuevo orden mundial.

En Castilla y León, donde los ultras ensayan el gobierno con el PP que quieren extender a España a partir de diciembre, la extrema derecha quiere obligar a los sanitarios de esta comunidad a ofrecer a las mujeres que deseen interrumpir sus embarazos la escucha del latido fetal, una ecografía 4D que muestre “cabeza, manos, pies o dedos” con el objetivo de presionarlas para que no lo hagan. El vicepresidente de la Junta, Juan García-Gallardo (Vox) afirma que ha pactado estas medidas con el PP, su socio mayoritario en la comunidad, aunque la Consejería de Sanidad lo niega: “En ningún caso se va a obligar” al personal sanitario “a tomar una decisión en contra de la ley”. Y los de Feijóo, aunque su líder prefirió mantenerse este viernes en silencio, marcan distancias advirtiendo a sus socios que “no tragarán con cualquier cosa”.

Vox ya dobló el brazo al PP hace un año a cambio de darle la presidencia de Castilla y León. El pacto en vigor sustituye el concepto de violencia machista por el de violencia intrafamiliar —los ultras niegan la existencia de una violencia específica contra las mujeres—, incorpora medidas contra la inmigración y abona la posibilidad de poner en marcha mecanismos para que los padres que lo deseen puedan vetar contenidos educativos basándose en sus criterios ideológicos o religiosos.

7. Apropiación de la idea de nación y nostalgia el paraíso perdido

Donald Trump construyó su mandato anteponiendo la idea de nación a la de república. Los valores de la América blanca a las leyes y el planteamiento de que cualquiera que no defendiera esta idea era un enemigo del país. Jair Bolsonaro también: su apropiación de la bandera y el nacionalismo que desarrolló hasta su derrota electoral tenían un único objetivo: mostrar a sus adversarios como enemigos de Brasil. 

Ambos han desarrollado discursos basados en la falsificación del pasado en los que la vuelta al paraíso perdido se convierte en el proyecto de gobierno. Los seguidores de Bolsonaro niegan o justifican la tortura y los asesinatos cometidos por los agentes del Estado durante la dictadura porque prefieren creer que vivían en un país donde había “orden” y “seguridad” —y “la familia es solo de un hombre con una mujer”— y pueden volver a vivir en él. Los trumpistas creen posible regresar a unos Estados Unidos en los que la América blanca conservaba todo el poder y “hacer grande EEUU otra vez” (“Make America great again”). Un país que nunca existió, aunque algunos de sus seguidores lo sitúen en una supuesta etapa de orden y bonanza en los años cincuenta.

Vox sigue este discurso al pie de la letra. Recurre a referencias históricas en su comunicación política en las que enfatiza hitos del pasado remoto de España, y en particular la Reconquista y el periodo imperial (especialmente los siglos XVI y XVII). Los ultras reinventan la historia de España a partir del relato histórico nacional conservador del siglo XIX dominante en los años del franquismo y que ha sido descartado y abandonado por la historiografía académica contemporánea.

El PP no va tan lejos, pero también apela a la vuelta a una España próspera que, según ellos, sólo existe cuando gobierna su partido. Es lo que ocurrió, aseguran, con las presidencias de José Marí Aznar y Mariano Rajoy.

La derecha en general sí se muestra nostálgica de un pasado revivificado gracias a la retórica antiindependentista. Feijóo todavía no ha transitado ese camino, pero sí lo han hecho Pablo Casado, Ayuso, Aznar y Abascal, que abanderan una cruzada cebada por el bum españolista tras el procés y el éxito editorial de la teoría de la "leyenda negra”. El fenómeno, que combina la glorificación de la conquista en clave religiosa con la denigración de las culturas precolombinas, conecta con una pujanza del revisionismo en países como Reino Unido, Francia, Polonia y Hungría.

Quien no comparte esta visión, es simple y llanamente un “traidor”, un epíteto que Feijóo y Abascal han dirigido al presidente Sánchez, en particular cuando hablan de la política del Gobierno para Cataluña.

8. Desprecio a los medios

Tanto Trump como Bolsonaro se emplearon a fondo contra los medios que denuncian sus políticas o que no se limitan a servirles de altavoz. La batalla del expresidente norteamericano contra la prensa no afín, en particular grandes cabeceras como The New York Times o emisoras como la CNN, no tiene precedentes en Estados Unidos, con ataques no sólo a través de redes sociales sino azuzando a sus seguidores contra los periodistas en los mítines o abroncándoles en las ruedas de prensa. Exactamente el mismo comportamiento de Bolsonaro en Brasil.

En España el PP guarda las formas. Se apoya abiertamente en los medios que les son afines, algunos de los cuales patrocinan abiertamente la candidatura a la presidencia de Feijóo, como El Mundo o Okdiario, pero no boicotea a los críticos, más allá de no concederles entrevistas o no responder a sus demandas de información, como la que infoLibre le trasladó en su día para que diesen cuenta del sueldo que pagan a su presidente.

Vox, en cambio, mantiene una guerra abierta con las organizaciones de noticias que no apoyan su causa, incluidos los que se sitúan en el campo ideológico de la derecha, pero prefieren al PP de Feijóo. Su actitud llega al extremo de prohibir el acceso a sus actos a periodistas y medios que considera críticos, entre ellos infoLibre. Las réplicas a periodistas y a informaciones que no les gustan son habituales en redes sociales, donde los seguidores del partido de Abascal se prodigan en insultos, ataques y amenazas.

Como Trump y Bolsonaro, Vox prefiere el contacto directo con sus seguidores a través de redes sociales para evitar que el filtro de los medios de comunicación ponga al descubierto sus mentiras o las consecuencias de sus propuestas.

9. Retórica contra la inmigración

La estigmatización de los migrantes extranjeros como una amenaza que consume los recursos del Estado, se queda con el empleo de los nacionales y multiplica la inseguridad en las calles es común al trumpismo, el bolsonarismo y Vox, con mensajes prácticamente calcados. 

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Trump llegó a iniciar la construcción de un muro para separar su país de México, una idea que Vox ha defendido para la frontera africana de España. Y donde Jair Bolsonaro decía que cualquier inmigrante llegaba a su país “con más derechos” que los propios brasileños, Santiago Abascal denuncia que las “personas extranjeras o de origen extranjero” reciben más ayuda pública que los españoles. “Por cada persona extranjera a la que se ayuda hay un joven español que no puede irse de casa de sus padres”, según el líder de Vox.

El PP nunca ha sostenido la misma idea. No obstante, durante la etapa de Pablo Casado sí agitó la idea del miedo a los menores extranjeros no acompañados y el temor a la llegada de “millones” de inmigrantes. 

Feijóo no ha defendido desde su llegada a la presidencia del PP ninguna propuesta en esta materia. Ni en un sentido ni en el contrario. Hace doce años, sin embargo, ejerciendo como presidente de la Xunta y con el PSOE en el Gobierno, durante el último mandato de José Luis Rodríguez Zapatero, denunció que las contradicciones entre la propia legislación de extranjería y la legislación municipal eran “la mayor falta de respeto a la inmigración” y defendió hacer una ley clara para “evitar efectos llamada, para evitar fraudes, y una política inmigratoria europea, no una improvisada de la que los primeros perjudicados son los inmigrantes”, según él.

El discurso que llevó al poder al trumpismo y al bolsonarismo en Estados Unidos y en Brasil no es muy diferente del que alimenta el sólido apoyo que desde 2018 recibe en España la extrema derecha de Vox. Son ideas, posiciones políticas, creencias y comportamientos diseñados para conquistar el poder en nombre de una ideología ultraconservadora y de un programa económico neoliberal.

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