Otoño de 2015. Òscar Camps (Eduard Fernández) y Gerard Canals (Dani Rovira) trabajan como socorristas en Badalona y deciden, a raíz de la foto de un niño ahogado en una playa turca, desplazarse hasta Lesbos para ejercer labores de rescate en un contexto de crisis migratoria sin precedentes. Mediterráneo, cada vida cuenta toca la fibra del espectador desde el primer segundo hasta el último suspiro, realizando un recorrido por lo que sería el detonante de la creación de Open Arms. La ONG asistió a más de 100.000 personas en su llegada a las costas griegas entre aquel otoño y la primavera de 2016 y su repercusión imprimió la dramática situación en las aguas de la isla en la mente de muchos ciudadanos que hasta entonces sólo habían conocido cifras y alguna que otra imagen de la catástrofe. La película llega a la gran pantalla este viernes 24 con un preestreno solidario en cines a nivel nacional, cuyos beneficios íntegros serán destinados a los trabajos de Open Arms en el Mediterráneo central.
El filme, dirigido por Marcel Barrena y preparado a lo largo de cinco años, refleja con precisión milimétrica el caos vivido en aquella época y el trabajo esencial de estos socorristas cuando los grandes medios aún no estaban genuinamente interesados en lo que estaba sucediendo. Recoge dos de los episodios que dieron un (pequeño) vuelco a la inacción institucional y mediática en las islas del mar Egeo: la foto del niño Aylan y el naufragio del 28 de octubre de 2015, que se saldó con unas 240 personas rescatadas y un número de fallecidos sin determinar. Esa fecha tiene una significación muy grande para el mundo humanitario y son muchas las organizaciones que aún trabajan sobre el terreno y rinden homenaje cada año a quienes no salieron de aquel cementerio marino con vida.
Desde el inicio del desarrollo del guión la idea era rodar en las mismas localizaciones en las que la historia real tuvo lugar, en la pequeña villa de Skala Sykaminèas y el restaurante To Kyma, que fue el centro de coordinación de la ONG hasta su desplazamiento a aguas del Mediterráneo central. Òscar Camps, en conversación con infoLibre, cuenta cómo se gestó su marcha de Lesbos: "En marzo de 2016, la Unión Europea decidió firmar el acuerdo con Turquía para bloquear la salida de refugiados desde sus costas. Hasta entonces se notaba cierta connivencia entre los guardacostas turcos y las salidas de embarcaciones, porque era imposible esconder a las 6.000 personas que salían cada día de esas zonas. A partir de ese momento se redujo mucho el flujo migratorio y la presión pasó al Mediterráneo central, cuya ruta marítima es mucho más larga y peligrosa que la establecida entre Turquía y Grecia". En ese momento tomaron la decisión de mover sus operaciones, consiguieron un velero y se lanzaron al mar entre las costas de Italia, Malta y Libia. "Nuestra embarcación no estaba preparada para realizar rescates, pero lo adecuamos lo mejor posible y con eso nos fuimos al Mediterráneo central. Y sólo con el velero conseguimos rescatar a 14.000 personas", cuenta desde el otro lado del teléfono.
Cabe destacar que, tras la marcha de Open Arms a realizar tareas humanitarias en la ruta migratoria proveniente de Libia, To Kyma y Skala Sykamineas continuaron siendo la piedra angular de las operaciones de salvamento y recepción en la zona norte de la isla, donde Refugee Rescue recogió el testigo de los socorristas catalanes en coordinación con Lighthouse Relief, ONG de asistencia primaria en tierra establecida en el norte unos meses antes de la llegada de Camps y Canals. Desde el estallido de la pandemia, y coincidiendo también con el aumento de agresiones y manifestaciones anti-refugiados, ambas ONG se retiraron de la costa norte. Camps asegura que por el momento Open Arms no tiene planeado volver a sus orígenes pero no cierra "ninguna puerta": "Ha habido momentos en estos años en los que hemos estado muy solos, con el resto de barcos de rescate bloqueados por distintas razones. No podemos abandonar el Mediterráneo central", dice. Pero a continuación matiza: "No cerramos nada, dejamos todas las puertas abiertas. Nuestro problema actual es que la crisis nos ha golpeado mucho en lo económico y nuestras donaciones han caído en picado. Estamos en un momento de precariedad en el que nos cuesta financiar nuestras labores de rescate y eso dificulta mucho explorar otros horizontes". Y hace un llamamiento a la solidaridad para poder continuar salvando vidas día tras día allá donde puedan ayudar: "Necesitamos que las personas rescaten en cierto modo a Open Arms para que Open Arms pueda seguir rescatando a otras personas", dice el fundador de la organización humanitaria.
Una película cargada de realidad: 1.000 refugiados reales participaron en el rodaje
Marcel Barrena describe los inicios de esta idea y algunas claves de cómo se llevó a cabo. Conversando con infoLibre cuenta que todo empezó tras el rodaje de 100 metros, protagonizada por Dani Rovira bajo su dirección. "Un día leí una noticia en la que el fundador de Open Arms, Òscar Camps, hablaba de lo que estaba ocurriendo. Era tan bestia que sentí la necesidad de contarlo, llamé a Dani (Rovira) y ambos estuvimos de acuerdo en tratar de dar forma a una película que recogiera lo que estaba pasando. Dos días después estábamos reunidos con Òscar (Camps), que desde el primer momento se implicó al máximo con la idea". El director también destaca que el filme es fruto de la colaboración greco-española y ha contado con el apoyo y participación de la productora audiovisual griega Heretic.
Realizaron diversos viajes a Lesbos, en ocasiones acompañados por el equipo de Open Arms, para desarrollar el guión, la puesta en escena y el rodaje, ya que el objetivo era relatar una realidad difícil de producir, por parte del equipo, y difícil de digerir, por parte del elenco y el público general. Y el máximo exponente de esa realidad llevada a la ficción es que los personajes de refugiados, tanto en tierra como en las escenas de hundimientos, naufragios y desembarcos, son interpretadas por refugiados reales que un día, no tanto tiempo atrás, habían vivido de primera mano esas situaciones. Aunque por momentos pareció que no iba a ser posible: "En un principio los psicólogos de diferentes organizaciones nos indicaron que no era buena idea porque las personas arrastran traumas muy fuertes de sus viajes. Pero eventualmente hicimos la propuesta y hubo cientos de refugiados que se ofrecieron voluntarios para participar. Tenían la necesidad de contar su historia, de crear memoria y esto ha dado a la película un alma especial", cuenta el director. Según relata, los migrantes fueron parte activa "en la planificación de diversas escenas basándose en su propia experiencia".
Cambios en el plan de rodaje tras la escalada de tensión promovida por la extrema derecha
Desde el equipo de la película se decidió abandonar la idea inicial de rodar en el norte de Lesbos y los escenarios de grabación se sustituyeron por lugares ficticios en otros enclaves, tanto en la isla como en la capital griega, Atenas. ¿Por qué? Según cuenta el director, un tiempo antes del inicio del rodaje tuvieron que cambiar de localizaciones, en un contexto de alta tensión promovida por grupos de ciudadanos y determinadas organizaciones de corte ultraderechista en la isla: "En el último viaje que hicimos empezaron a haber manifestaciones pro-nazis en contra de los refugiados. La cosa estaba muy mal, había muchísimas fuerzas de seguridad desplegadas en las calles de la isla, y los productores griegos dijeron que no se podía rodar allí porque estaba habiendo incluso ataques de la población civil a los refugiados. Me dio mucha pena, pero intentamos mantener la esencia de lo que queríamos rodar en la costa norte".
Meses más tarde, mientras el equipo rodaba secuencias en Atenas, el campo de refugiados de Moria quedaría reducido a cenizas y las zonas aledañas serían rodeadas por ciudadanos contrarios a la presencia de refugiados. Y, como contexto, tampoco se deben olvidar los episodios de violencia que tuvieron lugar unas semanas antes, coincidiendo con el estallido de la pandemia de covid-19. En marzo de 2020, alentados en parte por determinadas instituciones, grupos de extrema derecha prendieron fuego al único campamento de emergencia de toda la isla situado junto a Skala Sykamineas, ardió la zona de la escuela infantil de la ONG One Happy Family en circunstancias que nunca fueron esclarecidas y se sucedieron multitud de agresiones contra refugiados y voluntarios realizando labores humanitarias.
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Preestreno solidario y candidata a representar a España en los Oscar
Este viernes 24 la película se preestrena en diversas salas de Cinesa. La compañía se ha adherido a la iniciativa de Open Arms, Desde este cine se ve el mar. Preestrenos que salvan vidas, y todos los beneficios que se recauden serán destinados íntegramente a los trabajos de la ONG en el Mediterráneo. Y llegará a las carteleras españolas de forma oficial el próximo 1 de octubre.
La Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas ha seleccionado la película como contendiente para representar a España en la gala de los Oscar. Competirá con Almas paralelas, dirigida por Pedro Almodóvar, y El buen patrón, de Fernando León. El próximo 5 de octubre se anunciará el título que defenderá la industria de cine nacional en los premios de Hollywood, aunque Marcel Barrena asegura que el simple hecho de haber sido seleccionada es una victoria: "He aprendido cada día realizando este proyecto. A nivel personal y emocional pude ver una realidad que hasta entonces sólo había visto en los telediarios, y eso es lo que le queremos transmitir al público, acercarlos a esa realidad como si estuvieran sobre el terreno". Y añade: "Si al gran público lo ayudamos a que recuerde que detrás de cada refugiado hay una persona, que tienen que huir y buscar otro sitio, consideraremos que el filme es un éxito. Que logremos que la gente se plantee qué está viviendo una persona en su tierra para decidir que lanzarse al mar, meter a tu bebé en un bote de goma, es una buena idea". El director espera que con la llegada a los cines el público pueda ponerse en la piel de todas las personas que se representan en la película. Porque como dice el título: Cada vida cuenta.
Otoño de 2015. Òscar Camps (Eduard Fernández) y Gerard Canals (Dani Rovira) trabajan como socorristas en Badalona y deciden, a raíz de la foto de un niño ahogado en una playa turca, desplazarse hasta Lesbos para ejercer labores de rescate en un contexto de crisis migratoria sin precedentes. Mediterráneo, cada vida cuenta toca la fibra del espectador desde el primer segundo hasta el último suspiro, realizando un recorrido por lo que sería el detonante de la creación de Open Arms. La ONG asistió a más de 100.000 personas en su llegada a las costas griegas entre aquel otoño y la primavera de 2016 y su repercusión imprimió la dramática situación en las aguas de la isla en la mente de muchos ciudadanos que hasta entonces sólo habían conocido cifras y alguna que otra imagen de la catástrofe. La película llega a la gran pantalla este viernes 24 con un preestreno solidario en cines a nivel nacional, cuyos beneficios íntegros serán destinados a los trabajos de Open Arms en el Mediterráneo central.