Si hay una máxima que se ha repetido hasta la saciedad desde el estallido de la crisis sanitaria es que nada volverá a ser como antes hasta que la sociedad no tenga entre sus manos una vacuna efectiva contra el coronavirus. A día de hoy, la Organización Mundial de la Salud (OMS) contabiliza más de un centenar de proyectos en curso que van en esta dirección, casi una decena de ellos en fase de ensayos clínicos. Nunca antes se había tratado de dar respuesta a una crisis sanitaria con tanto ahínco. Y mucho menos a tanta velocidad. Algunos expertos han apuntado que la solución podría estar lista para finales de este año o comienzos del siguiente. Otros, se muestran más pesimistas y señalan que llegará para 2022, en caso de que finalmente lo haga. En sus manos, en sus trabajos, están puestos los ojos de medio mundo. Pero, ¿qué pasará con los sectores que se muestran reticentes a este tipo de inyecciones? Y sobre todo, ¿qué implicaciones puede tener esto para la salud pública?
El movimiento antivacunas nunca ha sido muy potente en España. Sólo hay que prestar atención, por ejemplo, a la última encuesta de Vaccinoscopie Europe, que ponía de manifiesto que el 94% de los padres españoles estaban seguros de la eficacia de estas inyecciones. Sin embargo, desde hace años algunos grupúsculos han intentado alimentar el miedo a estas soluciones alegando posibles efectos secundarios que, según recuerda Xavier Bosch, profesor de Ciencias de la Salud en la UOC, “nunca se han demostrado científicamente”. Destaca la Liga para la Libertad de la Vacunación, que preside el médico naturista Xavier Uriarte. Una asociación cuya actividad, no obstante, se ha paralizado por completo con el estallido de la crisis sanitaria. Ni un solo mensaje en su cuenta de Twitter. Ni un comunicado en su página web. La última novedad fue la publicación de su boletín informativo del pasado mes de marzo, en el que la única referencia que se hacía sobre la pandemia era a un estudio que supuestamente demostraba los beneficios del aceite de coco contra un virus como el Sars-CoV-2.
Con la desaparición de los mensajes de este colectivo, las posiciones antivacunas en nuestro país se han reducido a unos cuantos mensajes en redes sociales. “Si estableciesen la vacunación obligatoria en España (cosa que es ilegal) podéis hacer un escrito a la Consejería de Salud de vuestra comunidad autónoma diciendo que no os negáis a vacunaros pero que antes de hacerlo y haciendo uso de vuestros derechos exigís toda la información acerca de la seguridad, eficacia y composición de la vacuna. Probablemente no te contestarán porque no pueden garantizarte la seguridad de ese líquido que tratan de inocularte, con lo cual es muy posible que eludas esa obligación”, escribía el pasado 6 de mayo un usuario en un grupo de Facebook, mensaje que acompañaba de un escrito para presentar ante las autoridades sanitarias. “Gracias, a mí ya me jodieron con una vacuna en la pierna casi para dejarme cojo y loco”, respondió otro perfil.
Algunos de los expertos consultados señalan que en las circunstancias actuales es muy difícil que las posiciones antivacunas puedan ganar peso. “En estos momentos, las características de la enfermedad en relación con la amenaza que puede suponer o la gravedad percibida, que es alta, hacen difícilmente creíble la fructificación de un movimiento reticente a la vacuna del covid-19. Estos grupos suelen protestar contra enfermedades a las que se les ha perdido el miedo y que tienen una característica de benignidad. Por ejemplo, el sarampión”, apunta en conversación con infoLibre el epidemiólogo José Tuells, profesor de la Universidad de Alicante y coordinador de vacunas de la Sociedad Española de Salud Pública y Administración Sanitaria (Sespas).
“La mayoría de la gente tiene miedo al coronavirus”La mayoría de la gente tiene miedo al coronavirus
En la misma línea se pronuncia su compañera Andrea Burón, vicepresidenta del colectivo y también epidemióloga. “Yo creo que la resistencia a vacunarse va a ser menor. La mayoría de la gente tiene miedo al coronavirus y todo lo que puede significar, tanto a nivel sanitario como económico. Esta crisis sanitaria nos ha afectado a todos, no ha habido antes una enfermedad infecciosa que nos tuviera durante mes y medio encerrados en casa”, apunta.
Algunas encuestas realizadas hasta la fecha sostienen esta tesis. Es el caso de la elaborada a comienzos de marzo por el Proyecto de Confianza en las Vacunas (VCP, por sus siglas en inglés) de la London School of Hygiene and Tropical Medicine. El sondeo, realizado a finales de marzo, mostró que sólo un 5% de los encuestados en Reino Unido se mostraba en contra de inyectarse la vacuna contra el coronavirus en caso de que se consiguiese desarrollar. Una semana antes, esa proporción se situaba en el 7%.
En Francia, el VCP detectó a través de una encuesta realizada un día después de que se decretase el confinamiento que el 18% de los ciudadanos se negaban a que se les aplicase la inyección del covid-19. Es un porcentaje bastante elevado, sí. Pero hay que recordar que el último informe elaborado por la Wellcome Foundation, una organización benéfica de investigación biomédica afincada en Londres, mostraba que un 33% de los galos no estaban de acuerdo con la afirmación de que estas inyecciones son seguras.
“Hay un pequeño grupo altamente organizado de personas que están implacablemente en contra de las vacunas. Pero hay un espectro completo de personas que están preocupadas. Este brote tiene el potencial de cambiar de opinión”, señalaba al Financial Times a comienzos de abril Heidi Larson, directora del VCP.
Bosch, sin embargo, no tiene tan claro que la pandemia vaya a generar una grieta importante en este tipo de posiciones. “Los criterios de (in)seguridad de las vacunas o de sus adyuvantes siempre han sido esgrimidos por el movimiento antivacunas contra prácticamente todas las vacunas”, señala el profesor de Ciencias de la Salud de la UOC. En este sentido, apunta que es probable que el confinamiento general o la llegada de otros tratamientos pueda terminar por “reducir la percepción del riesgo” que actualmente existe alrededor del coronavirus. Además, afirma que “la rivalidad entre partidos y la politización de la vacunación tiende a adoptar posiciones emocionales y extremas (tanto a favor como en contra) en tiempos de crisis” y recuerda que la difusión masiva de noticias falsas y teorías conspiranoicas, que ya circulan “abundantemente”, representa “un caldo de cultivo para cualquier opinión escéptica o claramente antivacunas”.
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¿Riesgo sanitario?
Pero, ¿qué impacto puede tener a nivel sanitario que existan bolsas de población sin vacunar? “Que unas personas no se vacunen significa que pueden adquirir la infección y pueden transmitirla. Si estas personas están distribuidas por el territorio, la inmunidad de rebaño haría que en términos poblacionales eso no fuera un problema. Primero, porque tendría muy poca probabilidad de exponerse al virus porque las otras personas de su alrededor sí que estarían vacunadas. Y segundo, aunque estuvieran potencialmente expuestas al riesgo, y se infectaran, no lo podrían transmitir porque a su alrededor habría personas vacunadas. Ahora bien, si todas estas personas se concentraran en un lugar y el virus entrara allí, ahí sí que todo ese grupo tendría un problema”, explica Burón.
En este sentido, Tuells insiste mucho en que estas bolsas pueden darse “no sólo en gente reticente a la vacunación, sino también en personas vulnerables”. En esos casos, afirma el epidemiólogo, los brotes podrían cortarse rápidamente disponiendo de la vacuna. “Igual que se hace con otras enfermedades vacunables, como el sarampión o la rubeola”, añade. Con todo, Burón considera necesario garantizar la mayor accesibilidad posible a la inyección. Y, sobre todo, hacer una buena campaña de información sobre ella. Pero de momento, lo único que podemos hacer es seguir esperando a que la ciencia, una vez más, intente sacarnos las castañas del fuego.