¿Un partido normal?: diez pruebas de que Vox es ultraderecha

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El fascismo no es, desde luego, un tema nuevo. Sí lo es el auge mundial de una nueva derecha radical y ultranacionalista, un fenómeno del que España ya no es una excepción. Vox ha conquistado en poco más de seis meses 24 diputados en el Congreso, tres eurodiputados y representación en nueve comunidades y 363 ayuntamientos. Y no sólo eso: forma ya parte de la mesa de pactos de la derecha española junto a PP y Cs. Es reconocido como un interlocutor incómodo, pero válido. Es una batalla ganada por Santiago Abascal, que busca homologación política a toda costa. Vox se resiste a ser calificado como ultraderecha, una cruzada para la que cuenta con el apoyo de significativos sectores de la derecha convencional y múltiples medios de comunicación. No es un debate menor, porque la aceptación de Vox como un jugador más es el preludio de la legitimación de sus ideas. Y las ideas de Vox no son unas ideas como las demás.

Para ubicar a Vox y aclarar si es justa la etiqueta de ultraderechista, infoLibre analiza en primer lugar lo dicho y lo hecho por Vox. Junto a ello estudia la trayectoria de otros partidos tomados como ultraderechistas en sus países y en el entorno europeo; algunos, como Rassemblement National –el antiguo Frente Nacional– o la Liga Norte, con los que Vox trata ahora de marcar distancias. Y todo ello se observa a la luz de cuatro destacados ensayos: Facha. Cómo funciona el fascismo y cómo ha entrado en tu vida, de Jason Stanley (Blackie Books, 2019), Anatomía del fascismo, de Robert O. Paxton (Capitán Swing, 2019), Instrucciones para convertirse en fascista, de Michela Murgia (Seix Barral, 2019), y Antifa. El manual antifascista, de Mark Bray (Capitán Swing, 2017). Estos cuatro autores han identificado rasgos de ultraderechismo –o más lisamente de fascismo– en conductas políticas contemporáneas a las que, poco a poco, nos vamos acostumbrando.

  1. SEÑALAMIENTO DEL ENEMIGO

"Los fascistas necesitan un enemigo demonizado contra el que movilizar seguidores [...]. Cada cultura concreta su enemigo nacional", escribe Paxton en Anatomía del fascismo. Murgia añade en sus Instrucciones: "No se convierte uno en fascista sin un enemigo porque el fascismo, para proponerse, debe oponerse". Es una historia antigua. El estadounidense Henry Clay (1777-1852) ya escribió: "El arte del poder y sus secuaces es el mismo en todos los países y épocas. Señala a la víctima; la denuncia; suscita el odio y la aversión del público contra ella a fin de ocultar sus propios abusos y violaciones". Los enemigos en el presente ciclo han sido variados: para Nigel Farage y la UKIP (impulsores del Brexit) son Bruselas y los inmigrantes. Para Donald Trump, Washington y los inmigrantes. Siempre habrá varios, y entre ellos los inmigrantes.

Vox es una máquina de señalar enemigos. No adversarios, enemigos. Porque nada cabe transaccionar políticamente con quien socava valores que el partido presenta como sagrados, vinculados a la memoria de nuestros ancestros, al honor de nuestra patria y a la seguridad de nuestras esposas, madres e hijas. Son enemigos los "medios progres", los "traidores a España" –donde caben desde Carles Puigdemont hasta Pedro Sánchez–, el "lobby LGTBi", las "élites globalistas", George Soros... Y faltan dos, los principales, los que encarnan la amenaza contra la familia, lo más sagrado. "Los enemigos de la familia son aquellos que intentan subvertir los roles naturales [...]. Las dos categorías que lo intentan [...] son siempre las mismas: las feministas y los homosexuales", indica Murgia.

  2. HOMOFOBIA Y ANTIFEMINISMO

Stanley detecta en Facha una pauta en la ultraderecha en alza. "Los fascistas defienden la existencia de una jerarquía natural que determina el valor de las pesonas", escribe. El caldo de cultivo perfecto para la discriminación. No obstante, estos movimientos, sobre todo en Europea, se alejan cada vez más de la zafiedad homófoba, dando entrada a lesbianas y gais en su dirigencia y centrándose en el rechazo a las "imposiciones ideológicas". Mucho se ha escrito sobre la creciente conexión del votante homosexual francés o alemán con la ultraderecha. Vox aún no está en esa fase. Es, en este plano, aún más rudimentario, más próximo a Trump o a Jair Bolsonaro.

A juicio de Abascal, "el feminismo nos quiere oprimir" con su "ideología de género". Hay que ganar la batalla contra el "marxismo cultural" porque desplaza a la "familia natural" (hombre–mujer) de la cúspide del orden social. Feministas y homosexuales son una obsesión para Vox. Y no sólo en el mensaje, también en los nombres. Las listas en Madrid han rebosado activistas contra el "lobby LGTBi" salidas del florido entorno ultracatólico y antiabortista de la capital. En Andalucía su cabeza de lista autonómico fue el juez Francisco Serrano, que afirma que existe un "genocidio" de hombres por las denuncias falsas de violencia de género. En paralelo Vox percute contra la noción misma de "violencia de género" o "desigualdad de género". En Andalucía ya ha logrado que cale oficialmente el término "violencia intrafamiliar". El partido sitúa como una de las prioridades el fin de la financiación de los "chiringuitos ideológicos" de género. ¿Quiénes son sus beneficiarias? Las feministas, obsesión entre obsesiones. Jorge Buxadé, candidato de Vox en las europeas, carga contra las "feministas feas". Y Vox se implica como partido en la disuasión de la asistencia a las manifestaciones del 8M.

Especial énfasis dedica Vox al mensaje contra el aborto, al que establecería límites estrictos, sin descartar la prohibición. Abascal afirma que derogaría la actual ley y no le dedicaría ni un euro público. "La mujer puede decidir cortarse las uñas, pero no abortar", afirma Javier Ortega Smith, el mismo que defiende "mandar" el Orgullo a la Casa de Campo. El que fuera candidato de Vox Fernando Paz era partidario de "reconducir" a los gays con "terapia". Serrano es afecto a las tesis de Hazte Oír, con mensajes que ridiculizan la hipótesis de que exista transexualidad en la infancia. El partido ha expulsado a una militante en Torremolinos (Málaga) por desplegar la bandera del Orgullo. "Los actos del 'orgullo gay' son una imposición ideológica, vulneran derechos de los vecinos [...]", puede leerse en la web del partido. Abascal afirma que no reconoce el matrimonio homosexual. Si gobierna, lo derogará, dice. La exaltación del matrimonio hombre-mujer, máxima expresión de la "familia natural", está extendida entre los extremistas europeos. El paroxismo se da en Hungría, que reformó su Constitución en 2013 para blindar el matrimonio entre hombre y mujer, lo que Vox llama "la familia natural".

Cunde además en los partidos de ultraderecha –y en sus bases sociales– lo que Stanley llama en Facha "la ansiedad sexual". Una doble inseguridad: por el resquebrajamiento de los roles tradicionales y por una especie de síndrome de Sodoma y Gomorra que estaría pervirtiendo la recta moral de la sociedad. Serrano afirma que en los colegios andaluces se promueven "relaciones homosexuales entre niños". "A los niños de 8 años les hablan de zoofilia y parafilia en los colegios de Madrid", dice Rocío Monasterio.

  3. XENOFOBIA

"Soy partidario de la discriminación", afirma Santiago Abascal para defender la impermeabilidad de las fronteras. El líder de Vox, imitando a Trump, quiere sustituir las vallas de Ceuta y Melilla y que pague Marruecos. Con Vox, dice, "España sería lo primero y los españoles seríamos los primeros". Otra obvia imitación de Trump. Y no sólo de Trump. El recurso a la antiinmigración es un clásico. No hace falta irse a la Europa de entreguerras, cuando germinó un racismo de base étnica que condujo a la especie humana a sus horas más aciagas. La hostilidad hacia los inmigrantes, envuelta en el celofán de la lucha contra la delincuencia y la preservación cultural, lleva creciendo desde los años 70, con el Frente Nacional Británico y el primer Front National de Jean-Marie Le Pen calentando la caldera. Siguieron el MSI italiano, el Partido de la Libertad austriaco, Pym Fortuyn en Holanda... Hoy en día el rechazo al inmigrante está en la base del discurso del Fidesz de Viktor Orbán, de Ley y Justicia en Polonia, de Matteo Salvini, de Marine Le Pen, de Geert Wilders en Holanda, de los ultraderechistas alemanes...

El clímax llega con la vinculación inmigración-delincuencia. “¿Quienes son los autores de asesinatos de mujeres este año? ¿Cual es su procedencia? ¿De que nacionalidad son? […] Tiene también que ver con algunos problemas culturales con una parte de la inmigración", afirma Abascal, refiriéndose a los musulmanes. Son suyas también estas palabras: "Incluso llegan a robar a los españoles, a agredir a los españoles […] Yo creo que deberían ser expulsados". "Que nuestras abuelas puedan caminar por la calle, sin que ningún delincuente, sea español o extranjero… mayoritariamente suele ser extranjero, le tire del bolso", añade. Tanto Abascal como Ortega Smith alertan contra una "invasión de inmigrantes", término de nítidas resonancias fascistas. En Andalucía Vox aprovecha su posición institucional para forzar recortes en atención a inmigrantes y para que el servicio público de la salud delate a sus pacientes en situación irregular. Mientras tanto, en la calle sus militantes se movilizan contra la construcción de un centro para menores extranjeros sin padres en el barrio de La Macarena de Sevilla.

Y todo evitando consignas explícitamente racistas. Como observa Mark Bray en Antifa, la nueva "histeria nacionalista" tiene su base en la crisis de los refugiados, pero las fuerzas subidas a esa ola evitan el etnicismo y la animalización. La islamofobia de Pegida en Alemania adquiere una "apariencia respetable" (Bray) cuando se yergue en defensora de las mujeres ante los violadores, a raíz de las agresiones sexuales de la Nochevieja de 2015. "Rapefugees not welcome!", rezan sus camisetas, en un juego de palabras entre "refugees" y "rapists" (violadores). Aquí, en la vinculación inmigración-violación, hay tema. El último escalón de la "ansiedad sexual" (Stanley) es vincular la amenaza sexual con la inmigración. ¿Retorcido? Pues es habitual. La activista Angela Davis escribió: “En la historia de Estados Unidos, la acusación fraudulenta de violación emerge como uno de los artificios más formidables inventados por el racismo". Este tipo de tácticas típicamente fascistas forman parte del manual de Vox. Francisco Serrano afirmó el 13 de enero: "Este año el 100% de los asesinos y violadores son extranjeros". Detrás de estas ráfagas hay una lógica, que sintetiza así Michela Murgia en Instrucciones para convertirse en fascista: "El segundo paso, después de la desacreditación, es la atribución de culpa. [...] ¿Que un negro viola a una chica? Todos los negros se convierten en violadores".

Junto a la seguridad, el otro valor a proteger es la identidad, cobertura del discurso antimusulmán en Hungría, Polonia, Italia, Holanda, Francia y los países nórdicos. Se trata de defender eso que Abascal llama nuestros "valores occidentales", y que serían los valores cristianos. El señalamiento del Islam y sus seguidores es obvio. Aunque pasó algo desapercibido, en el acuerdo de investidura de Vox con el PP en Andalucía ya se introdujo la defensa de una inmigración "respetuosa con nuestra cultura occidental", un eufemismo para encubrir la discriminación de los musulmanes. Las 100 Medidas para una España Viva de Vox están plagadas de identitarismo antimusulmán. No se trata sólo de deportaciones, muros y recorte de ayudas, sino también de prohibir la construcción de mezquitas y la enseñanza del Islam –sólo del Islam– en la escuela.

  4. IDEALISMO Y REVISIONISMO

La nostalgia de un pasado idealizado, en el que imperaba el orden patriarcal, es una constante de la tradición autoritaria. El nacionalsocialismo germina sobre el movimiento völkish, nostálgico de un pasado mítico medieval germano. Himmler era un obseso de la reivindicación de la "grandeza de nuestros ancestros". Las largas décadas de contrición tras la Segunda Guerra Mundial hicieron de tapón contra los esencialismos históricos. Pero no duró. Las ultraderechas invocan ahora un pasado glorioso, preñado de personajes valerosos, "humillado por la globalización y el cosmopolitismo liberal".

"Cosmopaleto", precisamente, llama Abascal a Albert Rivera cuando sigue a Emmanuel Macron por la senda liberal. Ortega Smith le recuerda 1808, en referencia a la guerra de independencia contra Francia. A los dirigentes de Vox les encanta el guiño histórico. Es fijo el culto a la Reconquista –en Andalucía ya han arrancado un programa de difusión de este tipo de gestas nacionales–, la exaltación de los Reyes Católicos, el desprecio del legado árabe –con la retirada del busto de Abderraman III–, la exaltación a los militares históricos –Blas de Lezo–... La propia inclusión de numerosos militares en las listas de las generales traía ecos de esa nostalgia de la España marcial. En la fundación de los primeros fascismos, observa Paxton, siempre hay "veteranos de guerra resentidos".

"Haremos a España grande de nuevo", dice –otra vez traduciendo a Trump– Abascal, que quiere que el Día de Andalucía sea el 2 de enero por la Toma de Granada. Su kilómetro cero es Covadonga, germen de glorias hoy perdidas. "Al borrar el auténtico pasado, se legitima la idea de que existió una nación anterior pura y virtuosa", escribe Stanley. En eso está Orbán, que esgrime la resistencia de Hungría a la ocupación del Imperio Otomano para presentarse como defensor histórico de la Europa cristiana. Ley y Justicia ha prohibido sugerir complicidades de Polonia con el nazismo y tiene todo un programa basado en el regreso a las tradiciones rurales de base cristiana –el ruralismo bucólico, he ahí otro rasgo de Vox–. Incluso en Alemania la ultraderecha se ha sacudido la vergüenza nazi. "Si hay un pueblo al que se le haya asignado un pasado falso por antonomasia, ese el el pueblo alemán", dijo en 2017 Alexander Gauland, dirigente de AfD. "Ningún pueblo ha dado tanto a la humanidad", añadió otro cabecilla, Björn Höcke. El idealismo histórico tiene además por vecinos al negacionismo y al revisionismo. Esto es especialmente delicado en España, donde el dictador Francisco Franco murió en la cama en 1975. Vox, aunque formalmente propugna la democracia, prodiga gestos de comprensión y simpatía hacia el régimen dictatorial.

  5. VICTIMISMO

"Cuanto más víctima y amenazado se sienta el pueblo, más se unirá para defenderse y buscar un jefe fuerte que lo guíe y lo proteja", escribe Murgia. Paxton lo completa: es un rasgo propio y diferenciado del fascismo la "creencia de que el grupo al que uno pertenece es una víctima". El trumpismo se ha aferrado al movimiento Black Lives Matter contra la violencia policial sobre los negros para quejarse porque implicaría que "las vidas blancas no importan". Hay todo un fenómeno, los angry white men, que sublima la victimización de los trabajadores blancos que han perdido posición, y que son un objetivo preferente de los nuevos mesías del desencanto. Ejemplo paradigmático de victimización –un arma usada magistralmente por Hitler en Alemania y por Milošević en Serbia– es una supuesta "persecución al cristianismo" en Hungría que Orbán ve por todas partes.

En España Vox se dice continuamente perseguido, atacado y agredido, castigado por el sistema, que no quiere oír sus verdades contra la "corrección política". Un mensaje de Vox difundido por error durante la campaña del 28A desvelaba la estrategia de falsa "victimización" por no ser invitado a un debate televisivo. En Andalucía Vox arrancó al PP el compromiso de una condena parlamentaria de la violencia política que –según la formación de Abascal– sufren sus militantes.

  6. CONSPIRACIONES

Pero, ¿quién persigue a Vox? Las respuestas son genéricas: los enemigos de España en general, la izquierda en particular. El partido de Santiago Abascal incurre en otra conducta claramente tipificada en el ultraderechismo: las acusaciones genéricas basadas en teorías conspirativas. Sí, Vox sintoniza la onda de la conspiranoia. Ejemplos graves: el "genocidio de hombres" por la Ley de Violencia de Género; la visión contemporizadora sobre el nazismo de Fernando Paz, las opiniones historiográficas descatalogadas... Vox se ha lanzado a la teoría de la conspiración del 11-M –arraigada entre sus apoyos mediáticos–, Abascal es escéptico sobre el cambio climático. "El cambio climático existe desde que el mundo existe. Otra cosa es que sea por acción del hombre, no voy a entrar", afirma. Una de las teorías que más repite es que George Soros y las "élites globalistas de izquierdas" promueven en un plan secreto la entrada de inmigración ilegal en Europa. Es curioso lo de Soros: está entre las obsesiones de Orbán –que lo detesta–, Salvini, Le Pen, Trump... Orbán va más allá que Abascal, su admirador. A juicio del húngaro, "hay un grupo de intelectuales y líderes políticos" que quieren liquidar la "identidad cristiana" de Europa.

Las conspiraciones son moneda corriente del populismo ultranacionalista de ayer y hoy. El libelo antisemita Los protocolos de los sabios de Sión (1902), que describe un complot judío para dominar el mundo, alimentó la propaganda nazi. Hoy el partido Ley y Justicia anima las teorías de la conspiración sobre un supuesto asesinato por parte de Rusia del que fuera presidente Lech Kaczyński, muerto en un accidente de avión. El birtherism, teoría según la cual Obama nació en Kenia, lleva el sello de Trump, que ha dado alas al movimiento contra la vacunación. Lo mismo que Marine Le Pen en Francia y Salvini en Italia. Bolsonaro ha promovido una teoría según la cual ha habido una conjura de intelectuales e izquierdistas para ocultar los éxitos de la dictadura militar.

  7. RECHAZO DE LA MEDIACIÓN INTELECTUAL

Pero, ¿qué gana el autoritarismo con las conspiraciones? Media respuesta la encontramos en Stanley: "Lo que sucede cuando las teorías conspiratorias pasan a formar parte de la política y se desacredita a los medios de comunicación generales y a las instituciones educativas es que los ciudadanos ya no tienen una realidad común que les sirva de telón de fondo para poder reflexionar democráticamente". La otra mitad está en Murgia: "Es preciso minar todo principio de jerarquía entre las opiniones a fin de que no se pueda distinguir entre los verdadero y lo falso". Esto pone a dos instituciones en el punto de mira: el periodismo y el sistema educativo, refugio de voces discordantes.

Las trayectorias de Salvini y Le Pen están salpicadas de ataques a los medios. Orbán ha intervenido hasta el tuétano la universidad y ha creado, a partir de la premisa de que la escuela era un foco de adoctrinamiento progresista, un organismo profesional al que deben afiliarse todos los profesores para garantizar que "sirven a los intereses de la nación". ¿Dónde puso el foco Erdogan en la purga tras el fallido golpe de Estado de 2018? En la universidad. Trump mantiene una permanente cruzada contra los medios fake –entre ellos The New York Times–. Bolsonaro incita el descrédito de los medios críticos, como Folha de Sao Paulo. Putin tiene a la prensa crítica entre ceja y ceja.

Abascal, como Trump, prefiere que su mensaje llegue sin mediación, a través de las redes sociales: Facebook, Instagram, Twitter. En el inevitable trato con la prensa, Vox veta periodistas, amenaza con cerrar televisiones –La Sexta–, calienta los mítines con alusiones despectivas a los "medios progres". El talante del trato a la prensa queda definido por esta indicación de su manual de comunicación, publicado por Eldiario.es: "Nunca hay obligación de conceder una entrevista o de facilitar información a los medios. Es más, si se trata de un medio de comunicación poco afín debe rechazarse". En el caso de infoLibre, la dirección nacional de Vox lleva meses sin responder a ninguna de las preguntas planteadas durante la elaboración de noticias o reportajes.

  8. ORDEN SIN BIENESTAR

En su permanente imitación de Trump, Abascal intentó traer a colación el tema de las armas. Es un clásico de este nuevo populismo el intento de condicionar los marcos de debate. Su propuesta, que los "españoles de bien" pudieran llevar armas, ilustra un rasgo recurrente de la ultraderecha: la obsesión por el orden público, identificada por Stanley en Facha. Trump ha llevado al paroxismo la defensa de las armas, con el argumento de que el país vive una pandemia delincuencial. Salvini ha impulsado una "ley de legítima defensa". Bolsonaro ha facilitado el acceso a las armas. ¿Y Abascal? Pide la cadena perpetua, la construcción de muros, el reforzamiento de la policía, reivindica un derecho a "caminar tranquilamente por la calle" que, al parecer, se habría perdido, a pesar de que España se cuenta entre los países con mayor seguridad del mundo. Es pura doctrina Bannon. Primero, crea sensación de caos; luego, ofrécete para poner orden.

La historia enseña que el proyecto autoritario viene acompañado de una subordinación de la agenda social a la paranoia de la seguridad. Lo han hecho gobernantes derechistas de todo pelaje. "Al dirigir la atención de la nación hacia el orden público, el Gobierno de Nixon logró convencer a los legisladores de la necesidad de abandonar los programas [...] de erradicación de la pobreza", escribe Stanley. El autor recuerda cómo el fascismo, pese a su pátina chovinista y proteccionista, es un proyecto desmantelador de la universalidad del sistema del bienestar, porque requiere de la identificación de los "vagos" y los improductivos para reafirmar el esquema "nosotros-ellos". La denuncia del "fraude" o "descontrol" de las "ayudas sociales", en la que Abascal pone mucho más énfasis que en la evasión fiscal, resulta reveladora. Vox defiende que tanto las indemnizaciones por despido como el seguro de paro son demasiado altos. En Andalucía ha impuesto al Gobierno de PP y Cs una revisión de los fondos del antiguo PER, que no es competencia autonómica, una medida que dirige el dedo acusador contra los jornaleros sin tierra ni empleo. Abascal, Le Pen, Salvini, Trump, Orbán o Wilders tienen entre sus rasgos en común el rechazo a las "ayudas sociales" que perciben los inmigrantes.

  9. RESTRICCIÓN DE DERECHOS y libertades

La penúltima frontera del autoritarismo –antes de la violencia– es la restricción de derechos. En primer lugar, del adversario. Ello requiere de su previa deslegitimación. Vox no sólo ubica fuera de la Constitución al procés, sino también a Unidos Podemos e incluso al PSOE. "Okupa", llaman a Sánchez tanto Abascal como Pablo Casado. El líder de Vox advierte en directo por televisión de que, si llega al poder, expulsará de España a Pablo Echenique. También ha afirmado que "hay que detener a Torra inmediatamente". En su programa está recogida la ilegalización de partidos no por sus medios, sino por sus fines, algo contrario a la Constitución. "Ilegalización de los partidos, asociaciones u ONG que persigan la destrucción de la unidad territorial de la Nación y de su soberanía", dice la segunda de sus cien medidas. Iván Espinosa de los Monteros ha sido más específico y ha planteado la ilegalización de Podemos por su "bilis antiespañola".

Pero no sólo la oposición vería en riesgo sus derechos con Vox. El partido ha prodigado mensajes que apuntan a recortes en libertades, derechos y conquistas sociales: cierre de televisiones, restricciones en el aborto, límites a las celebraciones de la diversidad sexual... Y además Vox es drástico en el campo sociolaboral, donde plantea recortes en las pensiones públicas y la prestación de servicios, en línea con su cariz neoliberal, que incluye la defensa de un modelo en que el empresario amplíe las opciones de pagar por debajo de convenio y el "derecho" del trabajador a aceptarlo. En cuanto al derecho de huelga, Vox aboga abiertamente por su limitación y señala a los piquetes: "España necesita una ley de huelga moderna" porque con la actual planta normativa se lesionan "los derechos y libertades del resto de ciudadanos".

  10. COMPAÑÍAS Y VÍNCULOS

La decisión de Vox de integrarse en el grupo europeo de Conservadores y Reformistas Europeos, junto a ultranacionalistas de derechas como la Nueva Alianza Flamenca y los polacos de Ley y Justicia, trata de marcar distancias con Le Pen y con Salvini. No obstante, Vox ha exhibido su sintonía con la ultraderecha francesa e italiana en numerosas ocasiones. En política migratoria, ha dicho Abascal, Salvini está haciendo "lo correcto". El líder de Vox se reunió en Varsovia con Jaroslaw Kaczyński, cabecilla de Ley y Justicia. En 2017 Abascal acudió a la cumbre de Coblenza, donde se reunió con Wilders, con Le Pen y con Frauke Petry, cabecilla de Alternativa por Alemania. Junto a los tres tiene fotos. Aunque el líder por el que muestra una especial inclinación es Orbán. "Acierta en todo", dijo de él en 2016. A menudo lo pone como ejemplo de buen gobierno. Abascal lo considera "líder de la Europa que no se no resigna a morir".

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Mark Bray, en Antifa, alerta de lo que llama "nazis con corbata". Y recuerda que el manual de estilo de la nueva ultraderecha excluye la sobreactuación y la estética amenazante. "Ha desechado sus orígenes o asociaciones declaradamente fascistas y cultiva una imagen más convencional", escribe Bray. Los partidos extreman las cautelas para evitar que los incómodos pasados emerjan. Ortega Smith suele quejarse de que los medios anden desmenuzando las candidaturas en busca de ovejas negras. Porque las hay. Jorge Arturo Cutillas fue detenido a principios de los 80 por su presunta participación en el ataque a un autobús con niños vascos en Madrid. El propio Ortega Smith tiene pasado falangista. También Jorge Buxadé. Hay cuadros con trayectoria nazi en Hermandad Aria, en Hogar Social o en el partido Democracia Nacional, por el que fue candidato su coordinador en Sevilla, un histórico de la agitación antiinmigración. _____________

En la edición de mañana lunes se publicará la segunda entrega de este análisis sobre las ideas y actuaciones de Vox, que se titula: 

"Neofranquismo ultraliberal sin fuerza teórica: las singularidades de Vox dentro de la ultraderecha europea".

El fascismo no es, desde luego, un tema nuevo. Sí lo es el auge mundial de una nueva derecha radical y ultranacionalista, un fenómeno del que España ya no es una excepción. Vox ha conquistado en poco más de seis meses 24 diputados en el Congreso, tres eurodiputados y representación en nueve comunidades y 363 ayuntamientos. Y no sólo eso: forma ya parte de la mesa de pactos de la derecha española junto a PP y Cs. Es reconocido como un interlocutor incómodo, pero válido. Es una batalla ganada por Santiago Abascal, que busca homologación política a toda costa. Vox se resiste a ser calificado como ultraderecha, una cruzada para la que cuenta con el apoyo de significativos sectores de la derecha convencional y múltiples medios de comunicación. No es un debate menor, porque la aceptación de Vox como un jugador más es el preludio de la legitimación de sus ideas. Y las ideas de Vox no son unas ideas como las demás.

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