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Profesionales en la zona cero del covid-19: "¿Una gran bandera? La patria es mucha gente pequeña haciendo cosas pequeñas"

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Están en Madrid, en Córdoba, en Sevilla, en A Coruña. Jesús Navarro, enfermero; Vicky López Ruiz, médica; Paco Pajuelo, profesor; Miguel López del Pueyo, médico. Han tenido que arremangarse frente al virus y este ha cuestionado sus ideas de lo que significa la comunidad, de los límites del Estado, del significado de la palabra patriapatria. A las puertas del 12 de octubre, Día de la Fiesta Nacional, con sus campos de rojigualdas y sus fervores patrióticos, todos ven las llamadas a la unidad con un punto de distancia y decepción, cuando no miedo.

Desde una residencia de Arganda del Rey, Jesús Navarro se preocupa por sus pacientes, "nuestra nueva patria". Vicky López reivindica, como Galeano, que lo que nos mantiene es "mucha gente pequeña haciendo cosas pequeñas". Paco Pajuelo se preocupa por la desigualdad y los discursos de odio y división con los que crecen sus alumnos adolescentes. Y frente al centralismo Miguel López del Pueyo reivindica una atención sanitaria descentralizada que pueda hacer frente a la realidad diversa de cada territorio. En mayo, Pedro Sánchez pedía "patriotismo colectivo". ¿Pero qué significa el patriotismo en una situación límite como la que vivimos? Ellos responden desde primera línea. 

Jesús Navarro, enfermero, Madrid: "Quien no ha fallado ha sido la población. Para arriba, ha fallado todo. Si eso es patria, no sé"

“Nunca había visto nada parecido”, cuenta Jesús Navarro con algo de congoja en la voz. En la residencia pública de mayores de Arganda del Rey, donde trabaja, había miedo. Era marzo, se sabía muy poco del virus, el material era escaso y la incertidumbre, enorme. El covid-19 llegó con un paciente que regresaba del hospital. “Ahí estuvimos, sufriendo”, dice. “No fuimos de las residencias públicas que más fallecidos tuvieron, afortunadamente. Pero tuvimos nuestro propio Ifema, con treinta y tantas camas aisladas”. Como pasa con muchos sanitarios que han vivido lo más duro de la pandemia, le cuesta recordar aquellas semanas. Tuvo incluso que tomarse unos días de baja para “centrar la cabeza”. “La última noche que trabajé antes de la baja”, cuenta, “fallecieron tres personas. Hay cosas de esa noche que jamás se me olvidarán. El tener que llamar a una hija, que se llamaba Pilar, lo recuerdo, para decirle que su familiar había fallecido, y escuchar todo lo que escuché, el llanto desgarrador a las cuatro de la mañana... Estar en una situación así y decirle que no puede ni venir. Y que si viene, no puede ni verla, ni tocarla, ni quedarse con ninguna de sus cosas”.

“Tengo pendiente llamar a esa mujer”, dice, a Pilar. “Preguntarle qué tal está”.

Pese a la gravedad de la situación en la Comunidad de Madrid, para la que desde el viernes se ha decretado un nuevo estado de alarma, Navarro está más animado. No tienen ningún positivo en la residencia, cuentan con protocolos efectivos y las instalaciones están organizadas de forma que, incluso si los pacientes se encuentran en cuarentena —tienen que guardarla cuando vuelven del médico o del hospital—, cuenten con un área más o menos amplia por la que moverse, más allá de su habitación. “Ellos forman parte de nuestra nueva patria”, dice, pensando en los residentes. “Son los que hicieron que nosotros vivamos como vivimos, y les pedimos no ya que se quedaran en casa, sino que se quedaran en una habitación solos y con visitas esporádicas. Y eso no es justo”. Se siente decepcionado por cómo se ha tratado a los más vulnerables: “No hemos sido justos ni con ellos ni con la gente que está en las residencias por discapacidad. Con ellos solo ha habido tiempo para imponer”. Sabe que esas decisiones no han sido fáciles, que se han tomado por su protección. “Pero joder”, exclama. 

Aunque sienta que la comunidad ha fallado, no todo es decepción. Siente orgullo por las redes de solidaridad que se han creado para atender a los vecinos vulnerables, por los bancos de alimentos que han servido de red para “las colas del hambre”. “Yo creo que no hay país europeo que nos gane en generosidad y en solidaridad, sobre todo cuando los tiempos aprietan”, celebra. Cuenta que , mientras los mayores tenían que encerrarse en sus domicilios o en las residencias, los demás aprendíamos una palabra que ellos conocían bien: “vecindad”. “A lo mejor antes no sabíamos cómo se llamaba la vecina de enfrente. Pero en el confinamiento hemos llamado a la puerta, nos hemos ofrecido para ir a comprarles el pan. Y yo espero que ese valor no se pierda, que sepamos que esa persona necesita algo, que está carente de algo básico como el comer o el poderse asear, y que no nos encontremos con las noticias que veíamos de gente que moría sola y nadie se enteraba”. Si hay algún logro que pudiera generarle cierto sentimiento patriótico, dice, sería ese.

Porque con el Estado no está muy contento. “Somos 17 países pequeños. Ante la mayor emergencia o alarma sanitaria en décadas, cuando teníamos que ser uno, hemos sido 17 pequeños países que cada uno ha tomado sus decisiones. A nosotros la descentralización de la sanidad nos ha fastidiado mucho”, critica. Cree que la pandemia habría podido controlarse mejor si hubiera habido un único protocolo, unas normas igual de estrictas para todos, y se muestra especialmente crítico con los “bailes de cifras”. “Si uno ha estado diciendo que hemos tenido 1.000 ingresos y el otro dice que no, que hemos tenido 700, eso influye directamente a la población. Porque la población no va a saber qué creerse, y hay un problema de desacreditación”. Hay gente, asegura, que llega a cuestionarse si realmente la situación fue tan grave durante la primavera como se contó. Y hay quien dudará cuando los sanitarios alerten de que están sacando camas a los pasillos. Él ahora solo tiene un “planteamiento patriótico”: “Quien no ha fallado ha sido la población. Para arriba, ha fallado todo. Si eso es patria, no sé”.

Vicky López Ruiz, médica de atención primaria, Córdoba: "Lo que sostiene la vida no es una gran bandera de unidad"

Para Vicky López Ruiz, los peores momentos de la pandemia, a nivel sanitario, parecen estar por delante. “El nivel de saturación más grande lo estamos viviendo ahora”, dice la doctora sobre el centro de atención primaria de Córdoba donde trabaja, tras haberse recorrido la comarca. “Al principio de la pandemia lo que dominó más era el desconcierto, el caos y el nerviosismo. Pero el desbordamiento de la atención primaria lo estamos viviendo más ahora”. Los motivos parecen claros: la falta de inversión durante la crisis del coronavirus, que venía a agravar una situación de “expolio”, pero también la creciente desigualdad social, que está íntimamente relacionada con la sanidad. “Tenemos a un montón de gente que se ha quedado en paro”, explica, “mucha gente que necesita cuidados y que se han quedado sin ellos por el cierre de centros de día, de residencias, el cierre de colegios y guarderías... Todos esos problemas sociales repercuten en nuestra salud”.

Si algo ha mostrado esta crisis, defiende López Ruiz, miembro del Colectivo Silesia, es que “cómo vivimos y las condiciones sociales que conforman nuestra sociedad afectan directamente a nuestra salud”. Por eso le preocupa especialmente el desmantelamiento de la atención primaria, porque esta “sirve de enlace entre lo social y lo sanitario”. Ahora, por ejemplo, se encuentra con un número creciente de “cuadros de ansiedad y de depresión”. La medicina tiene una respuesta para ellos, dice, pero esa respuesta tiene que ser también social. Y le preocupa otro efecto de la pandemia, el cambio en la accesibilidad a la consulta: “Hay gente para la que ahora es más fácil y gente para la que es más difícil. En mi agenda hay mucha más gente joven pero mucha menos gente mayor. Esto pasa por muchas razones, por dificultades con la vía telemática o por miedo a salir de casa”.

A esta médica nunca le ha convencido “esa idea de patria, de nación todopoderosa y unitaria”. “Siempre me pareció que no tenía ningún sentido, y más en un país con el recorrido histórico que tenemos”, protesta. Para ella, la pandemia ha revelado “qué es lo que nos mantiene y qué es lo que sostiene la vida”, y “no es una gran bandera de unidad, sino, como decía Galeano, mucha gente pequeña haciendo cosas pequeñas”. Las redes de solidaridad en los barrios, esos pacientes y vecinos que, cuando el coronavirus les pilló sin materiales de protección suficientes, se pasaban las noches haciendo delantales con bolsas de basura para llevárselos al día siguiente, o los chicos de aquel instituto que utilizaron su impresora 3D para construir pantallas de protección. “Si en algún momento algún Gobierno se fijase en esa forma de funcionar, tendría un ejemplo a seguir para hacer políticas basadas en lo comunitario y en lo que es verdaderamente esencial”.

Y quizás por eso ella prefiera el término de “matria” al de “patria”: “El término patria, y a lo mejor es por el uso que se le ha dado y por su trayectoria histórica, evoca una idea de dominación y de fuerza, mientras que el término matria sugiere una comunidad de cuidado, unas redes tejidas entre todos, algo más horizontal y dialogante que no se base en la imposición”.

Paco Pajuelo, profesor de instituto, Sevilla: "Hay un que cóctel está propiciando que salga la parte más horrible del patriotismo”

“Es evidente que la normalidad en la que está la mayoría de los barrios no tenía nada que ver con la realidad a la que yo me estaba enfrentando”, cuenta Paco Pajuelo, profesor de Geografía e Historia en secundaria. El pasado curso, cogía cada mañana la bicicleta para llegar al centro Siglo XXI en Torreblanca, uno de los barrios más pobres de Sevilla, la cuarta zona urbana más pobre de España, con una renta per cápita que en 2017 era solo un cuarto de la renta media española. El docente describe un barrio en el que conviven zonas con altos índices de criminalidad y graves problemas de tráfico de drogas y venta de armas, y zonas obreras de bajos recursos pero sin llegar a esa situación de emergencia. La desigualdad que se intuye ya en las cifras se hace evidente en la educación. Y más evidente aún se hizo durante el confinamiento, cuando los institutos y los estudiantes tuvieron que pasar de un día para otro a las clases online, prácticamente sin asistencia. Muchos de sus alumnos no tenían ordenador en casa, ni Internet. “Pero la brecha digital no es el gran problema”, advierte él, “la brecha venía de mucho antes. Mi reto fue cómo enfrentarme en esa situación a un alumnado y a unas familias completamente desvinculadas de lo educativo”. Una situación que, si ya era difícil de gestionar en condiciones normales, resultaba un reto absoluto durante el confinamiento.

Después de las primeras semanas de desconcierto, cuando en el centro asumieron que el asunto “iba para largo”, él encontró su propio camino: trasladar la lección a Instagram, un medio “que el alumnado maneja y conoce”, y echarle imaginación en cortos vídeos en los que, disfrazado, iba acercando a los chavales a tal personaje o cual periodo histórico. La lección se complementaba con tests rápidos, preguntas e interacciones en los comentarios de las publicaciones. El invento tuvo éxito y consiguió atraer la atención de muchos alumnos a los que, de otra manera, simplemente les hubiera perdido la pista (y también trajo la atención de los medios, pero esa es otra historia). Pese al esfuerzo en adaptarse y los buenos resultados recogidos, Pajuelo es consciente de que esa es una solución de emergencia a un problema de fondo: “El centro del que hablo es un vivo reflejo del abandono institucional. Los padres de los niños tienen entre treinta y cuarenta años, la crisis de 2008 les pilló cuando empezaban a trabajar, y la decepción es tremenda. Son personas que no tienen verdaderamente nada que perder, y entonces su relación con la educación es nula, o de rechazo y de desafío. La administración no hace absolutamente nada, solo silenciar estas tensiones. Y mientras hay un un grupo de profesores desesperados por atender a estos adolescentes”.

Este profesor tiene claro que la educación tiene un papel clave en el ideal de patria o de Estado, y que “es el vehículo fundamental para construir una sociedad justa, crítica, con dignidad y libre”. Por eso se mueve incómodamente entre la decepción ante los fallos del sistema, en esta pandemia y fuera de ella, y el orgullo de la educación pública. “Lo peor es que esa decepción que sí he sentido en este curso no es ninguna sorpresa”, dice. El Estado no es capaz de adaptarse a las necesidades de esos alumnos que están caminando por la cuerda floja, o que han caído ya. La falta de flexibilidad en los currículos, critica, les conduce al fracaso escolar y al absentismo. Y los centros tampoco cuentan con los recursos necesarios, sobre todo humanos, con el apoyo de trabajadores y educadores sociales que les asistan en su labor. “Necesitamos planes, itinerarios, porque estamos dejando a una parte de la sociedad fuera de la educación”, lamenta. A la vez, defiende la labor de los profesores, “cada vez más convencidos de que hay que atender a la diversidad” y con una “vocación de vanguardia”, y defiende también los avances en política educativa que han permitido mejorar poco a poco las cifras de abandono y fracaso escolar. 

Si en otros años, Paco Pajuelo ha visto el Día de la Fiesta Nacional con distancia y escepticismo, ahora lo ve con cierto miedo. “No solo por la pandemia”, dice, “sino por cómo se está utilizando el término patria, el término nación, por los nacionalismos de distinto tipo, encallándose más incluso en ese callo que ya tenemos los españoles desde hace tantísimo tiempo. Se está creando un cóctel muy peligroso, porque se asocian esas ideas de patria con otras que conllevan una falta de sensibilidad, de empatía y de respeto. Un que cóctel está propiciando que salga la parte más horrible, la que más miedo da de ese concepto de patriotismo”. Le preocupa cómo ese clima de enfrentamiento o incluso de odio está llegando a sus alumnos, chicos y chicas en un momento muy importante en la construcción de la identidad y especialmente sensibles al entorno: “Hay adolescentes absolutamente confundidos, defendiendo ideas que no forman parte del siglo XXI, qué digo, ni de la segunda parte del siglo XX”. Como buen interino, este año el profesor imparte clases en un centro distinto, en la localidad sevillana de Los Palacios. Permanece la pandemia, la inquietud por sus alumnos, y la conciencia de que sea lo que sea eso que se conoce como patria solo puede construirse sobre una educación pública.

Miguel López del Pueyo, médico de atención primaria, Santiago: "No es lo mismo el patrioterismo de la derecha de Vox que el nacionalismo del BNG"

Miguel López del Pueyo no ha atendido a ningún paciente con coronavirus. Este médico de atención primaria ejerce como interino en Muros, un pueblo de algo más de 8.500 habitantes en la provincia de A Coruña. Otros compañeros de su mismo centro de salud sí han atendido pacientes positivos, pero sabe que su situación, comparada con la de otros compañeros, ha sido privilegiada. Lo que no ha faltado ha sido “miedo anticipatorio”, “ansiedad”, ese “ese runrún en el pecho de esperar a que se desate el cataclismo”. No se desató. Sus pacientes leían las noticias, veían el informativo, y llamaban aterrados. En la segunda ola, un par de brotes cercanos les tuvieron con el alma en vilo, con la plantilla recortada por bajas y vacaciones, pero tras unos primeros momentos de zozobra consiguieron resolver la situación. Parte de su labor ha consistido en mantener la calma, en apaciguar los temores de los vecinos sin desactivar la responsabilidad, y en cuidar de esa pequeña comunidad mientras allá fuera todo se desmoronaba.

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Es uno de los motivos por los que el sanitario defiende la necesidad de “adaptar las medidas sanitarias” a cada área geográfica, en contra del llamamiento a un sistema sanitario centralista que se han escuchado en los últimos meses. “Creo que es una concepción errónea. Que existan sistemas de salud que dependan de la comunidades autónomas no solo no es una desventaja sino que creo que pueden responder mucho mejor a las necesidades del territorio”, defiende. Galicia no tiene la misma distribución de población que la Comunidad de Madrid, ni la misma realidad rural que Andalucía. Lo lógico es, explica, que “el modelo esté configurado por una administración más próxima, que conozca el terreno”. Sí reconoce que hay momentos de descoordinación que tendrían que resolverse —como fue el caso de la receta médica electrónica—, pero no considera que el centralismo sea la panacea que algunos defienden: “Aquí, como se ha hecho una gestión independiente de la crisis, y como el peso de la epidemia no ha sido muy significativo, yo de hecho no he visto que se defienda ese mensaje. Al final es significativo que las llamadas al centralismo vengan del centro”. 

López del Pueyo es gallego de adopción. Se crió en Logroño, y en su casa nunca se sintieron muy patrióticos. La Rioja, dice, tiene “una identidad líquida” que quizás viene de la identificación con “la identidad nacional mayoritaria, la española”. Lleva viviendo en su nueva tierra desde 2017, y reconoce que sus ideas sobre el concepto de patria han cambiado sustancialmente. “Con una sensibilidad de izquierdas, decía esto de soy ciudadano del mundo, y que el internacionalismo tiene que olvidarse del Estado nación. Pero ese discurso lo articulas cuando no conoces la realidad de las naciones periféricas y cuando tu identidad nacional no está ninguneada por otra. En Galicia, eso es flagrante”, cuenta. Le bastó ver el alto nivel de emigración a Madrid o al extranjero, cómo el movimiento cultural en gallego quedaba “supeditado al panorama español”, cómo los informativos daban más importancia a las noticias del Estado que a las más cercanas. “A poco que tengas algo de sensibilidad, te das cuenta. La consideración que le das al nacionalismo, que antes tenía connotaciones negativas, te cambia totalmente”.

Atendiendo a la salud del mundo rural gallego, con sus propias particularidades, ha aprendido otro concepto de patria, acentuado por las distintas reacciones ante la crisis sociosanitaria de la pandemia. “No es lo mismo el patrioterismo de la derecha de Vox que el nacionalismo del Bloque Nacionalista Galego”, reivindica. “Tiene otro carácter, es inclusivo, es solidario e internacional. No te mira desde arriba ni deja a gente fuera. Y la sensación que he tenido a nivel personal es de bienvenida absoluta, calurosa y con refuerzo positivo a cualquier acercamiento a conocer la lengua y la cultura”. Patrias hay muchas, y formas de entenderlas, también.

Están en Madrid, en Córdoba, en Sevilla, en A Coruña. Jesús Navarro, enfermero; Vicky López Ruiz, médica; Paco Pajuelo, profesor; Miguel López del Pueyo, médico. Han tenido que arremangarse frente al virus y este ha cuestionado sus ideas de lo que significa la comunidad, de los límites del Estado, del significado de la palabra patriapatria. A las puertas del 12 de octubre, Día de la Fiesta Nacional, con sus campos de rojigualdas y sus fervores patrióticos, todos ven las llamadas a la unidad con un punto de distancia y decepción, cuando no miedo.

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