"A mí no me van a quebrar. Yo seré un líder socialista fuerte".
El tiempo, en este caso, no dio la razón a Alfredo Pérez Rubalcaba. Se quebró y no logró ser un líder socialista fuerte. Aquellas palabras del 4 de febrero de 2012, con las que presentó su candidatura a la Secretaría General en el 38º Congreso Federal, en Sevilla, acabaron por marchitarse muy pronto, porque las turbulencias internas intermitentes y el encadenamiento de malas encuestas y malos resultados electorales lastraron su corto mandato casi desde el primer día.
Rubalcaba (Solares, Cantabria, 28 de julio de 1951) cede este sábado las riendas del PSOE a Pedro Sánchez. Él pasará a la historia como el cuarto jefe de filas del partido en su historia reciente –tras Felipe González, Joaquín Almunia y José Luis Rodríguez Zapatero–, y el más efímero de todos ellos. Casi dos años y medio en el poder, 30 meses, por los 33 de Almunia. El velocista de éxito en su juventud, el doctor en Químicas y corredor de fondo de la política –a ella llegó en 1982, cuando se incorporó al primer Ejecutivo de González–, se marcha de regreso a la universidad y deja a su espalda un PSOE muy debilitado, desunido, incapaz de frenar la sangría de militantes y desconectado de los ciudadanos, ayuno de credibilidad. En su haber, la renovación del proyecto socialista en la Conferencia Política.
No quería fraguar un liderazgo personalista ni carismático, ni creía en los supuestos "salvadores" del partido –críticas que se dirigían a su rival, Carme Chacón–, proclamaba su "odio al sectarismo" y garantizaba que no habría rubalcabismo. Y cambio y unidad. Fueron sus credenciales en aquel conflictivo congreso en el que se impuso el continuismo a la regeneración y el relevo que decía encarnar la exministra de Defensa. Pero los ciudadanos no apreciaron ni el cambio ni el PSOE marchó unido, y su liderazgo se recordará como uno de los más sombríos del partido en una de sus coyunturas más delicadas.
Hoy Rubalcaba, como secretario general saliente –no quiso abandonar el timón tras la debacle de las europeas en manos de una gestora– intervendrá en la apertura del congreso federal extraordinario, que se ventilará en apenas dos días en el hotel Auditórium de Madrid. Será entonces cuando se despida del partido, ante los 1.036 delegados socialistas y más de 1.500 invitados. Lo que sigue es un repaso de su corta trayectoria al frente del PSOE.
01. LOS ERRORES DE SU LIDERAZGO
7.003.511 votos, un escurrido 28,76% de los sufragios y 110 diputados. Eran las peores marcas del PSOE, y fueron las cosechadas el 20 de noviembre de 2011, en las últimas generales, en las que Rubalcaba compareció como cabeza de lista gracias a unas primarias inexistentes que se anularon gracias a una maniobra palaciega que tumbó a Chacón. Pese al enorme batacazo, el exvicepresidente del Gobierno de Zapatero se ofreció como el valor seguro en tiempos de zozobra, con "ideas", "fuerza" e "ilusión", como el hombre al que acompañaba una larga experiencia política y que podía calmar las aguas y conducir al PSOE a la recuperación. La opción "útil" de que disponía el partido para volver a los viejos años de gloria.
Discurso íntegro de Rubalcaba en el 38 Congreso.
Ganó por 22 votos a Chacón, gracias a una alianza de felipistas y guerristas, con ambos patriarcas, Felipe González y Alfonso Guerra, a la cabeza. Y compuso una dirección repleta de fieles, en la que ya traicionaba uno de los puntales de su candidatura. No hubo apenas integración de los chaconistas, más allá de algunos (pocos) nombres sueltos, entre ellos el presidente, José Antonio Griñán, entonces líder de los socialistas andaluces y jefe del Ejecutivo autonómico. No hubo unidad. Una acusación que le perseguiría durante todo su periodo al frente del partido. Rubalcaba premió a su más leal escudera, Elena Valenciano, como vicesecretaria general, y situó en Organización –la fuente del poder orgánico– a uno de los fontaneros de José Blanco, Óscar López. A otro de los soldados del exnúmero dos, Antonio Hernando, lo ubicó en Relaciones Institucionales y Política Autonómica, y al por aquel entonces todavía lehendakari y líder del PSE, Patxi López, como responsable de Relaciones Políticas, teórico número cinco del escalafón.
El sueño de regresar pronto a los tiempos de oro fue un simple espejismo. El PSOE nunca llegó a levantar cabeza ni en las encuestas ni, mucho menos, en las urnas. Sondeo tras sondeo, se percibía cómo los socialistas no lograban capitalizar apenas nada del rápido desgaste del PP. Sus registros, si se echa un vistazo a las series del CIS, oscilaban entre el 26,2% del pasado abril al 30,2% de enero de 2013. Los barómetros del organismo público arrojaban asimismo una fantasmagórica sombra sobre el propio Rubalcaba: bajísima valoración ciudadana (ya por debajo del 3), censura del 70% a su labor de oposición y enorme desconfianza de los españoles hacia él (superior al 90%). Tampoco eran mejores los datos de las empresas demoscópicas privadas.
Crisis tras crisis interna
Las preocupantes cifras que escupían las encuestas se vieron confirmadas en las sucesivas contiendas electorales autonómicas, en las que obviamente entraban otros factores en juego. Derrota sin paliativos en Galicia, expulsión del Gobierno de Euskadi, caída histórica del PSC. Sólo el mantenimiento –contra pronóstico– de Andalucía y la recuperación de Asturias restaron una pizca de dramatismo al desolador mapa socialista.
La falta de fuelle que iba demostrando el PSOE empapó de desánimo a élites y cuadros medios. La máquina, era una evidencia, no tiraba, y el nerviosismo crecía cuando se agolpaban crisis como la ruptura de la disciplina de voto del PSC o el fiasco de la moción de censura de Ponferrada. Periódicamente, afloraba el desasiego por la debilidad del liderazgo de Rubalcaba y la necesidad de un relevo. Él lo sabía, y era consciente de que en casi toda rueda de prensa iba a tropezar con alguna pregunta sobre su continuidad como secretario general o la convocatoria de las primarias abiertas. Como así ocurría, a lo que respondía a veces molesto, a veces con una sonrisa displicente: no toca, ya se verá.
En el congreso de Sevilla, las primarias abiertas se convirtieron en uno de los compromisos más inequívocos. Se trataba de abrir las puertas del PSOE más allá de sus militantes, de hacer a los ciudadanos depositarios de una de las decisiones más trascendentales de un partido: la elección de su candidato a la Moncloa. Rubalcaba tenía intención de convocarlas pocos meses antes de las siguientes generales, las de 2015, tal vez con la esperanza de poder presentarse a ellas si los vientos volvían a soplar a favor del PSOE. Nunca quiso anticipar su futuro, levantar esa carta.
Conforme crecía la inquietud, se evidenciaba el clima de frentismo interno por la no integración de Chacón y los suyos y se disparaban las críticas hacia la dirección, a la que se acusaba de estar en momentos desvaída, "desaparecida", desmadejada. Rubalcaba, el eterno número dos de González y Zapatero, era contestado como número uno. El episodio de Ponferrada, en el que el responsable de Organización autorizó una moción de censura contra el alcalde de la ciudad leonesa valiéndose del voto de un condenado confeso por acoso sexual, Ismael Álvarez, manchó la hoja de servicios de Óscar López y sirvió para conferir más poder de coordinación a Valenciano, una dirigente menos discutida en el partido, reforzar las direcciones de los grupos en el Congreso y en el Senado y sentar temporalmente en la cúpula al veterano Ramón Jáuregui, en tanto que coordinador de los trabajos de la Conferencia Política. En su preparación colaboró, por cierto, Pedro Sánchez.
El báculo de Griñán y Díaz
Las sucesivas tempestades internas, y no fueron pocas, fueron sofocadas por Andalucía. La federación con más acciones dentro del PSOE sacaba de cuando en cuando la bombona de oxígeno para ponérsela a la espalda a Rubalcaba. Ni a Griñán, ni posteriormente a su heredera, Susana Díaz, les interesaba la inestabilidad en el partido, sabedores de que cualquier temblor interno podría repercutir en la cimentación de la Junta, el gran bastión institucional de los socialistas. Al tiempo, el PSOE-A resaltaba el proceso de transición de Griñán en Díaz tanto en el Ejecutivo –tras unas primarias sin urnas– y en el partido –con un congreso extraordinario–, por contraposición a las incertidumbres que inundaban el futuro de Rubalcaba.
Andalucía ayudó a neutralizar los conatos de rebelión contra Rubalcaba, como en la propia Conferencia Política de noviembre de 2013, cuando Díaz convenció a los barones díscolos de que no convenía perturbar el desarrollo de la convención con la recurrente controversia sobre la fecha de las primarias. En enero, el Comité Federal cerró con consenso que las primarias abiertas se celebrarían en noviembre, después de la elección de los candidatos municipales y regionales. A partir de entonces, se dijo, el partido debía centrarse en las europeas, en las que Ferraz creía que se podía invertir la tendencia.
Alfredo Pérez Rubalcaba hace un gesto de cariño a Susana Díaz en la clausura del congreso extraordinario del PSOE andaluz, el 24 de noviembre de 2013 | EFE
Rubalcaba hizo su apuesta más personal: Valenciano, y no Jáuregui, sería la número uno de la lista. Con ello el secretario general, en concurso con los barones, quería mostrar que ponía toda la carne en el asador. Las cábalas que todo el PSOE hacía en pasillos era obvia: si las urnas se daban bien, el líder tomaría aire y hasta podría acariciar la posibilidad de presentarse a las primarias.
Pero la cosa no se dio bien. Los socialistas obtuvieron el 25-M la peor marca de toda su historia reciente. Un 23% de los votos, 14 escaños en Bruselas. El batacazo era terrible e indisimulable. Rubalcaba asumió la derrota y decidió marcharse. Ahora sí. No adelantó las primarias abiertas y se inclinó por convocar un congreso extraordinario, la alternativa que querían Díaz y otros barones, persuadidos de que el partido tenía que recuperar primero músculo.
La controversia precongresual
El líder dimitió en diferido. Por aquel entonces, sabía que el rey Juan Carlos iba a abdicar la Corona en su hijo Felipe, decisión que pesó en él a la hora de no dar paso a una gestora, según trasladó posteriormente. La convocatoria del congreso no estuvo exenta de polémica. Inmediatamente después de que Eduardo Madina anunciase que estaba dispuesto a competir por la Secretaría General del PSOE siempre y cuando se abriese la elección a la militancia, Rubalcaba aceptó el reto y se aprestó a movilizar a sus barones para procurar un cambio trascendental en los 135 años de vida del partido. El rápido gesto, sin embargo, fue interpretado por Díaz y otros barones como un "enredo" del secretario general en el epílogo de su mandato, como un "pacto" para hacer descarrilar la coronación de la presidenta andaluza como nueva jefa socialista. Él nunca lo dijo, pero su apuesta como heredero del trono socialista era Madina, como lo era para Valenciano. Otra partida perdida. Ganó el favorito de Andalucía y de la mayor parte de los barones: Pedro Sánchez.
Rubalcaba ha tenido que luchar contra Rubalcaba. Él fue su principal enemigo. Mariano Rajoy no perdió la ocasión durante toda la legislatura de recordar que él fue ministro del Interior y vicepresidente del Gobierno, que él integraba los Consejos de Ministros presididos por un Zapatero impotente ante la crisis. Herencia recibida. El machacón argumento del PP que se volvía contra el líder socialista. La lucha, no obstante, era también contra sus votantes. Como analizaban muchos dirigentes en privado, daba igual que el PSOE voltease su proyecto. Los ciudadanos "desconectaban", en una expresión muy usada en lo círculos socialistas. No tenía "credibilidad" aquello que dijese, porque siempre emergía la misma pregunta: por qué no lo impulsó cuando él estaba en el Gobierno. Su discurso no calaba, y así lo demostraron las encuestas y las urnas.
El secretario general, para buena parte de sus cuadros, pecó en exceso de una querencia al pacto en la primera parte de legislatura. Le gustaba mucho su imagen de hombre de Estado. El caso Bárcenas rompió las relaciones con el Ejecutivo y supuso el endurecimiento de la labor de oposición, aunque Rubalcaba y Rajoy siguieron manteniendo una buena relación personal y se cruzaron conversaciones, en especial sobre el desafío soberanista en Cataluña, en el que ambos han estado de acuerdo en decir no a la consulta. A partir de ahí, las soluciones diferían. Frente al "inmovilismo" que el PSOE achacaba al presidente, oferta de reforma de la Constitución.
Bajada de militancia
Los partidarios de Rubalcaba han alegado siempre que no tuvo apenas margen de maniobra desde el primer día, que se encontró con la oposición interna de Chacón, a la que reprobaban por haber animado la esperanza de convertir las primarias en una segunda vuelta del congreso de Sevilla. Decían que su poder estaba muy limitado por las voluntades de los barones regionales, que el secretario general "siempre" gustaba de consultar todas sus decisiones y que, en fin, le tocó gobernar el partido en su coyuntura más convulsa.
Sus contrarios –hoy, la mayoría– le recriminan que demorara el calendario de relevo, que no jugara claro nada más ser elegido en el cónclave de 2012, y que no cimentara su liderazgo en base a la unidad del partido. Le afean que no se diera cuenta de que tenía que haberse marchado tras la dolorosa derrota de 2011 y que se negara a ver que él ya era un lastre para el partido, que él ya no tenía fuerzas para levantarlo porque los ciudadanos no le querían.
Rubalcaba, en fin, deja un partido más pequeño. 198.123 militantes, por los 216.952 que había censados en febrero de 2012. Un 8,68% menos de afiliados.
02. LOS TANTOS POSITIVOS
Pedro Sánchez se pasó unos minutos, el pasado lunes, por la reunión de la última ejecutiva de Rubalcaba. Allí elogió los que, para él, eran los "tres hitos" fundamentales del legado del secretario general: la apertura del congreso para la elección del líder por la militancia, la Declaración de Granada y la Conferencia Política.
Alfredo Pérez Rubalcaba, en la clausura de la Conferencia Política, el 10 de noviembre de 2013 en el Palacio Municipal de Congresos de Madrid | INMA MESA
El juicio del nuevo jefe de filas de los socialistas coincide, en buena medida, con el criterio general, aunque con matices. La apuesta de un militante, un voto "salió bien"un militante, un voto, según el parecer compartido por muchos dirigentes, pero no empezó con tan buen pie, precisamente por las suspicacias que generó que Rubalcaba respondiera con celeridad al órdago de Madina y derivara la responsabilidad en los barones. La crítica que se escuchaba aquellos días contra el líder era que no estaba gobernando el camino hacia el congreso, sino dejándose llevar, por lo que habría sido más recomendable haber cedido el timón a una gestora. De hecho, la respuesta inmediata fue el cierre de filas de una decena de barones con Susana Díaz. Ella, visto que el diputado vasco no se retiraba de la carrera y se le complicaba una coronación por aclamación, renunció a la competición para centrarse en Andalucía.
El salto de Granada
Las cosas, sin embargo, se fueron calmando según avanzó el proceso. La campaña entre los tres candidatos –Sánchez, Madina y José Antonio Pérez Tapias– se desplegó con bastante limpieza, con algunas pullas y acusaciones de "juego sucio" en el final de la carrera. El resultado, además, no dejó lugar a dudas: el diputado madrileño venció con rotundidad (recibió el apoyo de 64.000 votantes, el 48,66% de los sufragios, 12,41 puntos por delante de Madina), y con una alta participación, del 66,92%. Se alejaba así el riesgo de un escrutinio ajustado o con una baja movilización de los afiliados. El sistema, según ha prometido Sánchez, no tendrá "marcha atrás".
Casi un año de trabajo costó alumbrar la Declaración de Granada. El documento, impulsado por Rubalcaba y sancionado por todos los barones regionales, incluido el PSC, el 6 de julio de 2013 en la ciudad andaluza, supuso un salto cualitativo significativo en el discurso socialista. El partido dispuso desde entonces de una hoja de ruta de reforma de la Constitución en una dirección federal y de una respuesta concreta al desafío soberanista en Cataluña. El PSOE presentó el federalismo como el "único punto de encuentro posible" entre las tentaciones centralistas y las secesionistas. La Declaración de Granada se vistió como un "nuevo pacto para convivir", en el que además de cuestiones relativas a la reorganización territorial –reconocimiento de los hechos diferencias, clarificación competencial, supresión del Senado actual, nueva financiación autonómica o descentralización de la Justicia–, se incorporaron asuntos como el blindaje de derechos como la sanidad o la educación o la creación de un fondo de garantía del Estado del bienestar.
Foto de familia del Consejo Territorial del PSOE tras su reunión del 6 de julio de 2013 en Granada | INMA MESA
El librillo de Granada ha sido defendido por todo el partido y asumido por Sánchez, de modo que no habrá virajes con el relevo. Sirvió también para cerrar fisuras con el PSC. No obstante, la discrepancia con los socialistas catalanes no se ha borrado: estos defienden el encaje del derecho a decidir, la posibilidad de una consulta legal y pactada.
El viraje a la izquierda
El peligro de escisión con el PSC se alejó no sólo con la Declaración de Granada, sino también con la Conferencia Política, en la que se visualizó el respaldo de Rubalcaba y los dos presidentes autonómicos socialistas, Susana Díaz y Javier Fernández, al primer secretario, Pere Navarro.
Con la Conferencia Política, resultado de varios meses de trabajo, el PSOE remozó su proyecto y lo llevó a la izquierda. En la resolución final, de 620 páginas, se plasmaron avances como la propuesta de una reforma fiscal integral, planes de lucha contra el desempleo, medidas de regeneración democrática, defensa de la laicidad del Estado y denuncia de los acuerdos con la Santa Sede, iniciativas para el sostenimiento y la profundización del Estado del bienestar o la concreción de las primarias abiertas. "¡El PSOE ha vuelto!", gritó en la clausura un Rubalcaba que se creía reforzado.
Sánchez, Madina y Tapias esgrimieron, cada uno a su manera, con distintos acentos, los trabajos de la Conferencia. Ahora le queda al vencedor, Sánchez, desarrollar esos compromisos y darle forma de oferta electoral en las autonómicas y municipales y en las generales de 2015.
Rubalcaba se va. Ya definitivamente, y para volver a su puesto como profesor de Química Orgánica en la Complutense. El hombre que sobrevivió en el ecosistema político durante 30 años, que fue a veces puntuado con nota como gestor y leal confidente de Zapatero y González, el ministro que ayudó a la derrota de ETA, sale de la política, su gran pasión, por una puerta pequeña. Él mismo dijo que nunca creyó que su carrera en primera línea fuera tan larga pero, pese a tantos sinsabores, "mereció la pena". Si, cuando esta tarde se produzca oficialmente el relevo y cierre su etapa como secretario general, volviera la vista atrás, apenas alcanzaría a ver una montaña de escombros y la esperanza de muchos cuadros y militantes de que la peor fiebre para el PSOE haya pasado. Eso el tiempo lo dirá.
"A mí no me van a quebrar. Yo seré un líder socialista fuerte".