LA PORTADA DE MAÑANA
Ver
Las decisiones del nuevo CGPJ muestran que el empate pactado entre PP y PSOE favorece a la derecha

La sequía arrastra a los ganaderos catalanes al borde del abismo: “Tendremos que sacrificar animales”

6

A medio camino entre Olot y Ripoll, en el campo gerundense, se encuentra Mas Pinós, una pequeña empresa familiar que se dedica a la agricultura y la ganadería extensiva desde hace más de un siglo. Comenzaron como masoveros, cultivando patatas y cereales. Más tarde, gracias a las ganancias, pudieron adquirir la finca y poner ovejas, pero en tiempos de la retirada se quedaron sin ganado. Desde entonces, trabajan con carne bovina, aunque su negocio podría tener los días contados. La grave sequía ha provocado que apenas quede agua ni comida para alimentar a los animales. Si en primavera no llueve suficiente, estarán sentenciados. 

“No tenemos salida. Tendremos que llevar las vacas al matadero o se morirán solas de hambre”, lamenta a este diario Jaume Cases, que pertenece a una cuarta generación de ganaderos de Vallfogona de Ripollès. Cases asegura que, hasta hace un tiempo, cerca de su masía había “muchas fuentes y arroyos”, pero ahora “está todo completamente seco y no mana agua de ninguno”, lo que dificulta el pastoreo de sus 130 vacas. Por eso, ya han empezado a deshacerse de ejemplares que, en otras condiciones, mantendrían durante más tiempo. Y la cosa podría ir a peor. “Si no llueve entre marzo y abril, vamos a tener que empezar a sacrificar animales”, confiesa.

Tradicionalmente, el ganado pace durante nueve meses, desde abril hasta finales de diciembre, y en invierno se alimenta gracias a la hierba recolectada durante el resto del año. Sin embargo, la ausencia de precipitaciones ha dejado los prados secos y los ganaderos se están viendo forzados a comprar alimento extra de productores franceses, lo que a su vez ha disparado los costes. “Se ha triplicado el precio de la bala”, asegura Cases. Si hace dos años costaba alrededor de 40 euros, ahora la unidad, con la que se alimentan unas veinte vacas al día, llega a los 150 euros. 

A 100 kilómetros, Carme Plana también se lleva las manos a la cabeza. Desde hace diez años está al frente de la masía Can Plana de Vallgorguina (Barcelona), que han regentado durante siglos sus antepasados, pero nunca antes había vivido algo así. “En invierno sembramos avena en flor que convertimos en balas de forraje. Hace cuatro años sacamos 90 balas de 500 kilos, hace dos años fueron 45 kilos y el año pasado, tan solo 20”, explica. 

La situación es tal que han dejado de utilizar paja para armar los establos: “En su lugar usamos serrín porque la paja la guardamos prioritariamente para comer. Y a las ovejas ni les hacemos cama porque cuando comen ya van tirando avena al suelo”. Según Plana, el momento es “muy crítico”. “Es un pez que se muerde la cola porque las hembras están cada vez más magras y delgadas, por lo que no se quedan embarazadas, no tienen corderos ni cabritos y tampoco tenemos carne que vender. Así no nos podemos ganar la vida”, apunta.

Mientras en las grandes ciudades el debate a menudo se centra en las piscinas, en Can Plana hacen malabares para administrar la poca agua que tienen. De hecho, entre julio y noviembre se quedaron sin una gota. El pozo se secó y la Generalitat tuvo que enviar un camión cisterna para llenar semanalmente el depósito y que los animales pudieran beber. A finales de año, remontaron y, desde entonces, van “trampeando”. “Ahora tenemos un poco de agua, pero solamente les damos de beber por la mañana y por la noche”. 

Por todo ello, en Can Plana también se están planteando deshacerse de algunas cabezas de ganado. “No hay comida y todo se está encareciendo. Estamos muy apurados y angustiados, estamos sufriendo mucho”, resalta esta ganadera.

El escenario no es mucho mejor en el Pirineo. En el Mas Can Riu, en el municipio de Ribes de Freser, se encuentra Ramon Carbonell, uno de los pocos pastores trashumantes que aún queda en Cataluña. Desde hace años, cuando llega diciembre, se marcha al Empordà con sus 250 vacas para que pasten en los campos de la zona. Sin embargo, este año no ha podido emprender el viaje. “No hay agua ni comida y, con la sequía, tampoco hay forraje en ningún sitio. Ahora tenemos que comprarlo en Francia y se aprovechan de nosotros. Es una lástima porque todas las monedas son buenas, mientras que no todas las balas que nos dan lo son”, exclama.

En su caso, dice, debe hacer frente a un gasto diario de 1.500 euros en alimento para el ganado. “Es una ruina. Es como ir a trabajar y encima pagar. Nos estamos gastando un dinero que jamás volverá”, sostiene. Por este motivo, también en su finca han empezado a “jubilar” algunos ejemplares antes de tiempo. “Hemos hecho una reducción de plantilla, una jubilación anticipada. Tenemos que reducir el ganado y algunas vacas que hubieran podido aguantar tres o cuatro años más las hemos tenido que sacrificar. Pero matarlas es siempre la última opción y nos duele”. 

Sin un plan B

La sequía está haciendo estragos en uno de los sectores más castigados por la emergencia climática, y las perspectivas empeoran a cada día que pasa. Con la declaración de la fase de emergencia en Cataluña el pasado jueves, se imponen nuevas restricciones a agricultores y ganaderos, que deberán reducir entre el 50% y el 80% el agua que utilizan para regar y cuidar del ganado. Más presión sobre unos trabajadores que se ven, sin alternativas, en un callejón sin salida.

Comienzan las tractoradas: por qué Planas no puede contener a los agricultores

Ver más

“No tenemos plan B. No podemos simplemente cerrar el chiringuito y hacer otra cosa. No es tan fácil. Este es nuestro modus vivendi”, afirma Plana, quien asegura que cada vez hay más compañeros que abandonan la profesión. “Conozco un montón de gente que ha vendido sus vacas y se ha marchado. Los más jóvenes aún pueden buscarse la vida, pero a según qué edades es muy difícil”, dice tras recordar que el sector primario es uno de los más envejecidos de Cataluña. Carbonell es un ejemplo. A sus 60 años, está preocupado por cómo afrontará los cinco que le quedan para jubilarse. “¿De qué viviré este tiempo? ¿Qué haremos si tenemos que sacrificar el ganado? El grueso de campesinos tiene más de 55 años… Nos estamos cargando el patrimonio de nuestros padres y nuestros abuelos. Esto no se puede aguantar”, insiste.

Por si fuera poco, el salvavidas con el que contaban parece estar pinchado. Muchos ganaderos tienen contratado un seguro de compensación con Agroseguro, pero, según los sindicatos, no está respondiendo como debería. De acuerdo con Unió de Pagesos, este tipo de pólizas se basa en una serie de lecturas por satélite de la cubierta vegetal para determinar y delimitar las zonas en las que existe sequía. El problema es que no siempre refleja la realidad. “En algunas comarcas donde la sequía es evidente, marca que no hay”, denuncia a infoLibre la responsable del sector bovino, Raquel Serrat. Y no es la primera vez que ocurre. La organización hace años que lo advierte, pese a lo cual el problema continúa. “Es una estafa que no hay quien la entienda. Deberíamos poner una demanda”, resalta Carbonell.

Vía legal al margen, los ganaderos catalanes lo apuestan todo a una opción, que el refranero haga justicia y que este abril llueva como es debido. “Si no, no quedará nadie en pie”, augura Cases.

A medio camino entre Olot y Ripoll, en el campo gerundense, se encuentra Mas Pinós, una pequeña empresa familiar que se dedica a la agricultura y la ganadería extensiva desde hace más de un siglo. Comenzaron como masoveros, cultivando patatas y cereales. Más tarde, gracias a las ganancias, pudieron adquirir la finca y poner ovejas, pero en tiempos de la retirada se quedaron sin ganado. Desde entonces, trabajan con carne bovina, aunque su negocio podría tener los días contados. La grave sequía ha provocado que apenas quede agua ni comida para alimentar a los animales. Si en primavera no llueve suficiente, estarán sentenciados. 

Más sobre este tema
>