"Ya avisamos de que era conflictivo". "Estaba para ir al psiquiátrico". "¿Quién va ser si no?". Tan sólo unas horas después de ser detenido, y de que su padre asegurase que padecía una discapacidad intelectual del 75%, las crónicas escritas y las retransmisiones televisivas empezaron a señalar a un posible trastorno de salud mental como el responsable de que J.P. hubiera asesinado presuntamente a Mateo en el municipio toledano de Mocejón. La relación para los vecinos que se ofrecían a poner voz y rostro a lo sucedido estaba clara: tenía que haber sido el joven de 20 años porque "estaba enfermo", llegaron a afirmar. Pero todavía ni se ha confirmado la autoría —no hay sentencia— ni los antecedentes sanitarios del joven —no hay ningún informe psiquiátrico—. Aun así, el juez ha decretado este jueves prisión provisional comunicada y sin fianza y su ingreso inmediato en una "unidad acorde a su estado mental". Y la asociación entre el crimen y la salud mental como causa-efecto ya está completamente instalada.
No es una cosa nueva. Ni mucho menos. Hace precisamente un año, tras la detención de Daniel Sancho por el presunto asesinato de Edwin Arrieta en Tailandia, los mensajes fueron similares. Era improbable, señalaban algunos comentaristas en distintas cadenas de televisión, que alguien sin ningún tipo de trastorno hubiera cometido ese crimen tan atroz. Algo parecido ocurrió tras el asesinato de Ruth y José a manos de su padre, José Bretón. Fueron en este caso los peritos psiquiatras los que, tras varias entrevistas con él, descartaron que tuviera algún tipo de trastorno. Era, en su caso, una personalidad "obsesiva y acaparadora". Hay más. En 2013 fue la depresión de Rosario Porto la que protagonizó buena parte de la investigación y juicio por el asesinato de la pequeña Asunta. Se llegó a decir, incluso, que era bipolar, algo que descartó hasta el propio psiquiatra que la trató.
La relación siempre ha estado ahí. Ya en 2004, un artículo publicado por Antonio Rey González y José Javier Plumed Domingo apuntaba a que históricamente se había asociado a la persona con algún trastorno como el principal sospechoso ante un delito. Y en muchas ocasiones, por ello, culpable. "¿Quién si no?". Sin embargo, y así lo señalaron Vicente Garrido y Patricia López en su libro El rastro del asesino: el perfil psicológico de los criminales en la investigación policial, en esos casos continúa siendo necesaria la comprobación del crimen. Es decir: no se es culpable simplemente por padecer un trastorno. La presunción de inocencia sigue funcionando en estos casos.
Si nos atenemos a los datos y a las estadísticas, no hay ninguna evidencia que vincule la criminalidad con la salud mental. Sí hay, en cambio, estudios que apuntan precisamente a lo contrario. En 2021, la revista Harvard Review of Psychiatry abordó específicamente la relación entre violencia y enfermedades mentales y llegó a una clara conclusión: sólo entre un 3% y un 5% de los actos violentos son atribuibles a enfermedades mentales. "La gran mayoría de los perpetradores de delitos violentos no tienen una enfermedad mental diagnosticable y, a la inversa, la mayoría de las personas con trastornos psiquiátricos nunca son violentos", señaló la publicación.
Luis Gutiérrez Rojas, profesor titular del departamento de Psiquiatría de la Universidad de Granada, confirma esta idea. Y cree de hecho que es muy importante resaltarla después de los mensajes que se han lanzado en los últimos días. "La mayoría de los actos delictivos los cometen personas en libre decisión de sus acciones", señala. Que lo haga alguien con un trastorno mental es "excepcional", insiste desde el otro lado del teléfono. "Nunca es la norma", destaca por su parte la vicepresidenta de la Sociedad Española de Psiquiatría y Salud Mental y jefa de Sección del Hospital Clínico San Carlos, Marina Díaz Marsá. Es más, continúa la también profesora de la Universidad Complutense de Madrid, "la información contrastada y los estudios de investigación señalan, curiosamente, que el enfermo mental es con más frecuencia agredido que agresor".
La comisionada en Salud Mental del Ministerio de Sanidad, Belén González, también ha hecho hincapié en la necesidad de no asociar estas ideas. Según explicó en su perfil de X —antiguo Twitter—, la asociación entre la salud mental del acusado y el crimen "reproduce un estigma que vincula falsamente los problemas de salud mental con el comportamiento violento". Y eso es "infundado, falso y dañino", dijo. "El estigma constituye uno de los mayores impedimentos para la calidad de vida de las personas con problemas de salud mental y para su integración en la sociedad con igualdad de derechos y libertades", defendió.
Porque precisamente alcanzar eso es una "victoria social", destaca Gutiérrez Rojas. Y es que el experto destaca que "hoy en día tenemos medicaciones especialmente eficaces" que actúan sobre los síntomas que pueden provocar —"excepcionalmente", repite— un acto de violencia en personas con patologías graves como psicosis. "Hay personas que pueden tener un momento de descompensación, lo que conocemos como brote. En esas ocasiones pueden tener ideas fuera de la realidad que les llevan a cometer este tipo de actos. Por ejemplo, los delirios paranoides les hacen creer que alguien quiere hacerles daño", explica. Pero casi ningún caso llega a eso. "Es importante, dejar claro que si la persona enferma sigue un tratamiento y control médico adecuado, la posibilidad de que ejecute conductas antisociales no afecta", completa Marsá.
El loco en los medios de comunicación
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Parece que tras el "¡vete al médico!" gritado por un diputado del PP en pleno Congreso de los Diputados en 2021 se había roto un tabú. Que se había roto el pudor que impedía hablar con naturalidad de acudir a terapia. Los profesionales creen que así fue, pero casos como estos muestran que en los trastornos más graves todavía queda mucha pedagogía por hacer. Y sobre todo en medios de comunicación. "No existe un buen tratamiento. Nunca sabemos qué diagnósticos médicos tienen otras personas que cometen actos violentos, pero si la persona que comete un acto violento padece un trastorno mental entonces el diagnóstico sale en primer lugar", lamenta Marsá.
Precisamente por ello la Confederación Salud Mental España elaboró una guía "para un tratamiento mediático y responsable". Y en ella destacan específicamente la peligrosidad tras la vinculación de violencia y salud mental. ¿Y qué recomiendan hacer al respecto? Pues "limitarse a describir los hechos directamente observables (sin aventurarse a prejuzgar la causa del hecho a un trastorno mental) o bien mostrar todas las circunstancias y las posibles causas, sin relegar el problema de salud mental como único factor".
Sin embargo, este no es el único problema. Desde la asociación profesional también rechazan el empleo de imágenes de personas "con la mirada perdida" o en un aparente "aislamiento social" y también el uso de términos como "enfermo". Sólo así se acaba con el estigma y aislamiento que sufren no sólo los pacientes, sino también sus familiares. "Asociamos estos problemas a miedo, extrañeza y rareza. No pensamos que estas enfermedades produzcan sufrimiento y soledad", lamenta Marsá.
"Ya avisamos de que era conflictivo". "Estaba para ir al psiquiátrico". "¿Quién va ser si no?". Tan sólo unas horas después de ser detenido, y de que su padre asegurase que padecía una discapacidad intelectual del 75%, las crónicas escritas y las retransmisiones televisivas empezaron a señalar a un posible trastorno de salud mental como el responsable de que J.P. hubiera asesinado presuntamente a Mateo en el municipio toledano de Mocejón. La relación para los vecinos que se ofrecían a poner voz y rostro a lo sucedido estaba clara: tenía que haber sido el joven de 20 años porque "estaba enfermo", llegaron a afirmar. Pero todavía ni se ha confirmado la autoría —no hay sentencia— ni los antecedentes sanitarios del joven —no hay ningún informe psiquiátrico—. Aun así, el juez ha decretado este jueves prisión provisional comunicada y sin fianza y su ingreso inmediato en una "unidad acorde a su estado mental". Y la asociación entre el crimen y la salud mental como causa-efecto ya está completamente instalada.