La otra cara del CIS: el PSOE resiste pero la división de la izquierda da la mayoría a PP y Vox

Votación

Algo huele a podrido en España. Tanto que hasta el Horacio de Hamlet se escandalizaría. El índice de desafección, disparado hasta límites que superan por mucho la frontera que marca la mala salud democrática de nuestro país, vuelve a copar el ranking de principales problemas de los españoles y anticipa lo que nos encontraremos en noviembre, cuando el CIS recoja el choque entre partidos a cuenta de ETA y la corrupción. Vuelven los fantasmas del pasado, con el telón de fondo añadido de la inmigración, convertida ya en arma arrojadiza.

A la pregunta de “¿cuál es a su juicio el principal problema que existe actualmente en España? ¿y el segundo? ¿y el tercero?” los españoles vienen manifestando, mes tras mes, su rechazo a la actual clase política. Lo más grave es que hemos naturalizado que la inestabilidad política, el desafecto con los partidos, los políticos y el gobierno siga siendo, de largo, el principal foco de preocupación ciudadana (35%), por encima del resto de cuestiones, pese al alza de la inmigración (28%) y la vivienda (23%).

La impresión de que estamos siendo testigos de un enfrentamiento sin tregua, en el que todo vale con tal de mantenerse o llegar a La Moncloa, sigue provocando un triple efecto: de un lado alimenta una nueva generación de abstencionistas desalineados, de otra alimenta el voto a los outsiders (ahí tenemos al polemista sevillano de Alvise) y por último escora a los votantes más centristas de PSOE o PP. Sirva para ello un ejemplo: los electores del PSOE se autoubican hoy en el eje ideológico izquierda-derecha (en la escala del 1 al 10) en el 3,5 y los votantes del PP en el 6,8 una distancia de 3,3 puntos entre ambos cuando en 2011, antes de la irrupción de los nuevos partidos, esta distancia era solo de 2,8 puntos. Lo llamativo es que la distancia ha aumentado pese a que actualmente los electores más ubicados a izquierda y derecha están en Sumar/Podemos y Vox/SALF.

Un efecto directo de esta espiral de enfrentamiento sin tregua es que la transferencia entre bloques está en mínimos. Apenas 390.000 españoles cambiarían de lado (la inmensa mayoría votantes del PSOE que optarían por el PP), cuando históricamente esta tasa ha sido significativamente mayor a estas alturas de la legislatura. Solo 20.000 votantes del PP harían el camino inverso.

El análisis independiente de Logoslab sobre los datos en abierto del último barómetro del CIS muestran que la derecha en su conjunto mejoraría sus resultados respecto a las pasadas elecciones generales de julio’23 y podría formar gobierno con 180 escaños (PP+Vox+Alvise), cuatro por encima de la mayoría absoluta. El PSOE resiste, pero es insuficiente ante la división de la izquierda.

Derecha o bloqueo

Ni derecha ni izquierda avanzan respecto a septiembre. La derecha superaría por escaso margen el listón de la mayoría absoluta, pero la cuestión no es tanto si la derecha suma o no, como la aritmética imposible que hay en la izquierda ahora mismo, en tanto en cuanto Sumar y Podemos no arreglen sus diferencias, lo que nos lleva a un escenario de suma de las derechas o bloqueo. Lo de ahora de Sánchez con Junts es un malabarismo tanto ideológico como numérico, que con presupuestos o sin ellos parece difícil sostener en el tiempo. Una cosa es formar gobierno y otra gobernar.

Sumar frena su caída y Podemos su ascenso, pero ambos aportan 15 escaños, frente a los 31 que lograron yendo juntos. El PSOE se beneficia indirectamente puesto que, pese a perder medio millón de votos, pasa de 121 a 125 escaños. Caprichos del sistema D’Hondt. Triste consuelo puesto para las aspiraciones de la izquierda: la suma de todos ellos pierde 12 asientos respecto a julio’23, que hoy por hoy serían decisivos.

En la derecha las aguas tampoco bajan tranquilas. Los de Feijóo (138 escaños) parecían dar por fin pasos hacia las problemáticas del comer, en lo que se ha llegado a llamar “giro social” con propuestas en el campo de la vivienda y la conciliación, pero ha sido un espejismo roto por tres acontecimientos que han marcado el mes.

Uno, que recoge este CIS, la ruptura en las negociaciones que mantenían PP y PSOE sobre inmigración. La presión de Vox y la posición de Ursula von der Leyen acercándose a las tesis de Meloni hizo que el PP se levantara de la mesa (pese a los lamentos de su propio vicepresidente en el Gobierno de Canarias) con el argumento de que Sánchez se negaba a activar el Frontex. Cuando parecía que por fin podía haber un acuerdo de país en una materia tan sensible y polémica (ya hemos visto la que se ha montado con el aeropuerto de Ciudad Real), las opciones de entendimiento saltaron por los aires.

Como ya advertimos en nuestro anterior artículo, la inmigración, que ha dado y dará mucho que hablar, está moviendo el voto que ya no mueve el eje territorial, sólo así se explica lo acontecido en las últimas semanas. PP y Vox mantienen un pulso cerrado, con un saldo positivo para los segundos en 310.000 sufragios (entre votos ganados y perdidos) y el PP, después de moverse con la inmigración en el alambre durante un tiempo, parece haber decantado la balanza del lado duro. A la negativa a seguir negociando con el PSOE en inmigración se une este mes la de la presidenta de la Comunidad de Madrid a reunirse con Sánchez.

Dos. Lo que no recoge el CIS es la votación sobre la reforma que convalida las penas a presos de ETA, que ha removido las entrañas de la derecha hasta el punto de reaccionar a su error endureciendo aún más su discurso contra el gobierno. Y tres, su denuncia por financiación ilegal tras las revelaciones de la UCO sobre el caso Koldo, que dan continuidad al frente “judicial” abierto contra la mujer del presidente. Si bien el PP ha logrado trasladar el foco de los presos de ETA a la corrupción, supone situar la pelota en el territorio donde más ha sufrido en la última década (ahí ha estado Zaplana para recordarlo). El próximo mes veremos los resultados de esta nueva subida de tensión entre partidos, que se ha cobrado una nueva víctima con la imputación del fiscal general, otra gota de agua más en un vaso ya desbordado, el de la pérdida de prestigio de las instituciones y la confiabilidad del sistema.

Por si fuera poco, las aguas bajan revueltas con la cuestión sobre la financiación, sin que aparentemente se muevan las posiciones de uno y de otros. Entre tanto, en mitad de esta guerra sin cuartel, el gobierno ha aprovechado las manifestaciones por la falta de vivienda para intentar buscar hueco a su agenda reformista, sin mucho éxito de momento, pese al anuncio de un nuevo paquete de ayudas a jóvenes y la insistencia de la vicepresidenta Yolanda Díaz en su batalla por la reducción de la jornada laboral.

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El paisaje político no deja mucho espacio a la esperanza. Ya nadie espera liderazgos transversales, con España rota en dos mitades a ratos irreconciliables. Ninguno de los principales líderes políticos de nuestro país aprueba ya a ojos de los españoles, y sólo dos ministros de veintidós, llega al 5, Margarita Robles y Carlos Cuerpo.

Tampoco las cosas van mucho mejor dentro de cada bloque. Ahora de lo que se trata es de tener la mejor opinión posible entre el público afín, aunque la otra mitad te odie. Y eso es precisamente lo que pasa con Pedro Sánchez, que en un nuevo ejercicio de resiliencia aguanta entre sus propios votantes con una valoración de 6,9, mientras sus adversarios poco a poco pierden tirón entre los suyos. Es lo que ha sucedido con Yolanda Díaz, hasta hace poco tiempo la líder mejor valorada, y que en la actualidad apenas obtiene un 6,4 entre sus electores, y lo mismo que le ha pasado Alberto Núñez Feijóo, que empezó fuerte y se ha ido deshinchando, hasta el 6,4. Muy lejos del 7,0 que obtiene Abascal entre los votantes de Vox.

Rafael Ruiz es consultor y analista de datos en asuntos públicos en Logoslab.

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