La tozuda realidad del MidCat: cinco años de obras para un gasoducto de dudosa utilidad para Europa

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La guerra lo ha cambiado todo y las consecuencias de este golpe al tablero son aún imprevisibles. Nadie podía prever el año pasado que MidCat, el proyecto de gasoducto para reforzar las conexiones de Francia y España a nivel energético, iba a volver a estar de actualidad; estaba muerto y enterrado. No solo lo mataron los ecologistas. Participó un informe encargado por la Comisión Europea, la desidia francesa agravó la herida y la puntilla definitiva la dieron los reguladores europeos, incluida la española Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC).

La razón era la de siempre, el dinero. No salía rentable la inversión: solo en contextos muy concretos se iba a poder amortizar. Así de claro se expresaba la asociación de reguladores europeos, ACER, en tres puntos demoledores: "El mercado no ha mostrado ningún interés comercial por la nueva capacidad de interconexión, (...) la capacidad de interconexión actual de gas entre Francia y España no está congestionada, (...) el coste del proyecto es elevado en comparación con los estándares europeos". En un escenario normal, explicaban, con el contexto de un combustible fósil con los días contados por la acción climática, no había tanta necesidad de pasar gas de Francia a España y viceversa.

Sin embargo, el informe es de enero de 2019. El mundo ha pasado, solo en tres años, por una pandemia y una guerra en Europa, ambos escenarios difíciles de imaginar por entonces. Por lo tanto, la pregunta sigue siendo absolutamente legítima: ¿sigue estando desaconsejado el gasoducto? El precio del gas se ha disparado y la Unión Europea, en conflicto abierto contra Rusia, se propone dejar de depender de su gas en dos tercios en apenas un año. La necesidad de ganar soberanía con respecto al incómodo vecino eslavo no es nueva, pero nunca se había puesto sobre la mesa con tanta urgencia. Y la conexión de España con Francia, según ha explicitado la Comisión Europea, puede ayudar al continente a recibir gas natural licuado que descargue en los puertos peninsulares.

La comunicación de este martes lo deja claro: hay que replantearse el apoyo a nuevas conexiones para evitar "cuellos de botella", como el que, asegura el Ejecutivo comunitario y ratifican los expertos, ocurre en España: mucha capacidad para descargar metaneros en los puertos, poca capacidad para mandar ese gas a través de tuberías para suministrar el combustible a los países vecinos. Bruselas podría volver a meter al MidCat en el listado de proyectos de interés comunitario, para que las condiciones de financiación de las empresas responsables sean favorables. Sin embargo, hay circunstancias que no han cambiado.

Entre esas circunstancias está el precio. Los cálculos hablan de 400 millones, 150 a abonar por la parte española y 250 por la francesa, lo que disminuyó el interés tanto del Gobierno francés como de su empresa explotadora, Teréga. Sobre todo, teniendo en cuenta que el saldo del país galo en base a los cálculos de 2019 sería exportador, porque la dirección del flujo la marca el mercado y el combustible fósil suele estar más caro en la Península Ibérica.

Por otro lado, el tiempo de ejecución puede acelerarse, pero en ningún caso el gasoducto llegaría para el próximo invierno ni para el siguiente. Uno de los informes que barajaba hace dos años la Comisión Europea, el de la consultora finlandesa Pöyry, calculaba que el primer tramo del MidCat, el llamado gasoducto STEP –que conectaría Hostalric (Girona, Cataluña) y Barbaira (Francia)– podría empezar a funcionar en 2022. En noviembre de 2017, fecha de rúbrica del estudio, aún no había empezado la construcción; por lo que los informes calculan, como mínimo, cinco años de obras, sin tener en cuenta todos los trámites burocráticos necesarios. Ribera estima entre seis y siete años.

Sin embargo, el escenario en cuanto a la seguridad de suministro ha cambiado radicalmente. No solo la Comisión Europea, también la OTAN ha puesto la mesa la necesidad de volver al MidCat o, al menos, a STEP. No se trata solo de la posibilidad muy real de que Vladimir Putin decida cancelar las exportaciones: es que la Unión Europea está en pleno plan para reducirlas en dos tercios en solo un año, un tiempo récord y un esfuerzo brutal. ¿Sigue siendo tan inútil el gasoducto como pintaban los informes en este contexto? La respuesta no es sencilla: se contradicen.

La Comisión Europea barajó varios estudios antes de su decisión de abandonar el proyecto. Sin tener en cuenta los de parte –como los encargados por Enagás–, uno de ellos decía que MidCat o su primer tramo, STEP, sería útil para desengancharse de Rusia y otro, todo lo contrario: que su impacto sería "marginal". El primero se titula "Estudio de los beneficios de interconexiones de gas adicionales entre la Península Ibérica y el resto de Europa", y fue elaborado por las consultoras Ecorys, DNV-GL, ECN y Ramboll. Concluyeron que MidCat permitiría "que las terminales de GNL de la Península Ibérica estén disponibles para situaciones de seguridad de suministro (interrupción de Rusia o Noruega), en particular en escenarios de alta demanda en los que las terminales de GNL en el resto de la UE no tengan suficiente capacidad", y que esos beneficios también serían disfrutables en el caso de abordarse la primera parte, únicamente.

Sin embargo, el segundo informe, rubricado por la ya citada Pöyry, es mucho más pesimista. Filtrado por La Marea, el estudio asegura que en solo escenarios de baja demanda el gasoducto sería rentable. Pero también someten sus estimaciones a "situaciones de estrés", como una hipotética ruptura de suministro por parte de Rusia durante seis meses fríos, que ahora ya no suena a ciencia ficción. Y ni en esas situaciones extremas creen que STEP ayudara demasiado: no merece la pena el gas que podría aportar en comparación al shock que produciría el cierre del grifo.

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"Cuando STEP es introducido en el modelo" que simula un corte de suministro ruso, explican los investigadores, "no cambia el nivel de energía sin servir durante el periodo de estrés en ninguno de los escenarios modelados. Esto es porque STEP no aumenta el potencial del mercado global" como para hacer frente al gap. Sería útil, no lo niegan: pero no lo suficiente como para justificar la inversión.

Los consultores hacen un análisis eminentemente económico: sin embargo, la geopolítica ha pasado a ser en estas semanas la fuerza que gira el timón de la Unión Europea. La Comisión está más dispuesta que nunca a cambiar las reglas del mercado marginalista, considerado intocable hasta enero de este año. La economía ya no es el principal argumento. Por lo que no se puede descartar que, pese a estos indicadores, el Ejecutivo comunitario ponga toda la carne en el asador del MidCat.

Además, como ha mencionado la ministra Ribera y asegura la Comisión en su comunicación, el hidrógeno verde podría suponer un espaldarazo para el proyecto. España planea, con una inversión histórica, colocarse en la próxima década como exportador de este combustible, aprovechando su posición geográfica y el despliegue masivo de renovables que espera para los próximos años. El hidrógeno necesita ser transportado y para ello se podrían utilizar las infraestructuras de gas, por lo que los gasoductos no quedarían obsoletos por la transición. En todo caso, aún hay mucha incertidumbre sobre el potencial y el avance real que vivirá esta tecnología.

La guerra lo ha cambiado todo y las consecuencias de este golpe al tablero son aún imprevisibles. Nadie podía prever el año pasado que MidCat, el proyecto de gasoducto para reforzar las conexiones de Francia y España a nivel energético, iba a volver a estar de actualidad; estaba muerto y enterrado. No solo lo mataron los ecologistas. Participó un informe encargado por la Comisión Europea, la desidia francesa agravó la herida y la puntilla definitiva la dieron los reguladores europeos, incluida la española Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC).

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