Los enfoques hasta ahora sobre energía y la guerra en Ucrania, también los nuestros, se habían limitado a una postura defensiva: qué pasaría si Vladimir Putin ordena a Gazprom cerrar el grifo y deja de suministrar gas o combustibles fósiles en general a Europa. Pero en un conflicto bélico, avances que necesitan meses o años se producen en semanas; y en el debate público ha irrumpido la hipótesis de que sea, de alguna manera, la Unión Europea la que cierre el grifo. La Agencia Internacional de la Energía (IEA, siglas en inglés) ha dado un golpe sobre la mesa: se puede reducir la dependencia del gas ruso "a corto plazo" en un tercio, e incluso a la mitad, ejecutando un abanico de medidas coordinadas que aceleren la transición energética... aunque también se estudia su atraso, aumentando las emisiones temporalmente.
Bruselas se lo está pensando y la semana que viene contaremos con noticias concretas: el 8 de marzo se espera una nueva comunicación sobre seguridad energética. Los ecologistas piden ir aún más lejos y desengancharnos del metano y del oro negro que, mal que nos pese, engrasa nuestros sistemas productivos.
Europa depende del gas ruso. Es evidente. Pero se suele olvidar que Rusia también depende de Europa, porque en una relación comprador-vendedor se benefician ambas partes. El país, como parte de la URSS, siguió suministrando carburantes al continente incluso en los peores momentos de la Guerra Fría. Y, como llegan repitiendo meses los expertos, cortar el suministro no es tan fácil. Gazprom no nos hace un favor, son solo negocios. "Europa es el principal cliente de la empresa estatal Gazprom. Si no cumpliera con sus obligaciones contractuales (salvo interrupción física de fuerza mayor), se enfrentaría a importantes demandas y dañaría irreparablemente su base de clientes. Por eso se espera que cumpla con los volúmenes comprometidos contractualmente. El incremento de flujo de los últimos días parece confirmar este escenario", aseguraban esta semana los analistas del grupo ASE.
En ese sentido, diversos especialistas han recordado que, si Europa y el resto del mundo quiere seguir asfixiando a la economía rusa como principal actuación coercitiva, mantener a salvo el vector energético es lo más parecido a un flotador salvavidas. Bruegel, un think tank europeo, cifra en 660 millones de euros lo que Europa pagó a Rusia por el gas natural este jueves 3 de marzo: tres veces más que lo que se abonó el 1 de enero de 2022, 190 millones, por el aumento del precio causado por la prima de riesgo ascendente que ha disparado Putin invadiendo Ucrania. Las cifras son aún mayores en lo que se refiere al petróleo: Rusia ganó más de 110 000 millones de dólares en 2021 con las exportaciones de petróleo, de las cuales la mitad tuvieron como destino países como Alemania, Italia, Países Bajos, Polonia, Finlandia, Lituania, Grecia, Rumanía y Bulgaria.
Cerca del 40% de los ingresos del Estado ruso son provenientes de su venta de combustibles fósiles, por lo que tiene sentido que los esfuerzos económicos para detener la agresión a Ucrania pasen por la energía. La cuestión es cómo hacerlo sin que suponga un shock, sobre todo para los sectores poblacionales más vulnerables del continente, que no tienen la culpa ni del belicismo ruso ni de la dependencia europea. La IEA lo tiene claro: no se puede hacer una revolución renovable en un día, la eólica y la fotovoltaica no son sustitutos inmediatos, pero sí que se puede acelerar el cambio. Si el alto representante de Exteriores, Josep Borrell, dice que la UE está en guerra, la economía de guerra puede ser verde.
Las recomendaciones del máximo organismo internacional en cuanto a energía para desengancharse del gas natural de Gazprom van desde grandes decisiones industriales hasta lo más pequeño e individual: si todos los consumidores europeos decidieran bajar sus termostatos un grado, se evitaría la transferencia de 10 kilómetros cúbicos de gas natural. Pero también se pide retrasar las paradas programadas de las nucleares para que produzcan la mayor cantidad de electricidad que puedan; maximizar las importaciones de gas licuado de otros productores –con especial atención al papel de España–, y acelerar lo máximo posible la implantación de energías limpias.
La organización señala que el cuello de botella administrativo es uno de los principales frenos a eólica y fotovoltaica. No solo pasa en España. La IEA aconseja reducir y simplificar los trámites. Pero también pide prestar atención a la demanda. En el continente, la tasa anual de renovación de edificios viejos y poco eficientes es el 1%: llegando al 0,7 se evita otro kilómetro cúbico de gas, ampliable si se aprovecha para sustituir las calderas por bombas de calor o calefacción eléctrica. Y, por supuesto, hay romper los lazos con Gazprom. La agencia no defiende ninguna medida extraordinaria de tintes prebélicos: se puede hacer respetando lo firmado. "Los contratos de importación de gas con Gazprom que cubren más de 15 bcm (kiómetros cúbicos) por año expirarán a fines de 2022, lo que equivale a alrededor del 12% de los suministros de gas de la compañía a la UE en 2021. En general, los contratos con Gazprom cubren cerca de 40 bcm por año que expirarán a finales de esta década".
Durante la tarde del jueves, la organización europea Transport & Environment, que agrupa a más de 25 ONG ecologistas en todo el continente, fue un paso más allá: hay que terminar con la dependencia del gas y también del petróleo. "Los países deberían introducir un arancel o una tasa sobre las exportaciones de combustibles fósiles rusos antes de imponer un embargo total a las importaciones de combustibles fósiles procedentes de Rusia. El petróleo representa cuatro de cada cinco dólares que se obtienen de las exportaciones rusas de petróleo y gas, y ha sustentado el gasto militar de Putin durante más de dos décadas. Esto debe terminar".
La crisis del petróleo de 1973 llevó a un embargo total en Países Bajos que produjo curiosas escenas: carreteras recuperadas para el uso y disfrute público. Los ecologistas europeos piden un sacrificio parecido para ahogar a Rusia y, de paso, poner más ladrillos en la construcción de la nueva movilidad post-fósiles. "La congelación del comercio con Rusia conllevará aún más efectos negativos. Pero la extraordinaria agresión militar de Putin requiere una respuesta extraordinaria. La inacción supondría consentir la destrucción de una Ucrania libre y democrática y de su pueblo". Proponen, además del embargo, que las gasolineras etiqueten la posible procedencia rusa de sus productos, adelantar a 2025 la obligación de que la mitad de los nuevos vehículos a la venta sean libres de emisiones de CO2, y un cambio brusco en los hábitos dependientes de los productos derivados del oro negro.
La respuesta "extraordinaria" incluye "mantener un alto porcentaje de teletrabajo y de colaboración virtual para evitar los viajes innecesarios en coche y en avión, la reducción de la velocidad en las autopistas, la conducción ecológica, las restricciones a la circulación, el fomento de los desplazamientos a pie, en bicicleta y en transporte público y la promoción de fines de semana sin coches en las ciudades. Todo ello reducirá la dependencia del petróleo importado y la presión al alza de los precios de este".
Según la investigadora de la Universidad de Tufts (Boston, EEUU) Amy Myers, la relación de Europa con el petróleo ruso es diferente que la que mantiene con el gas, porque son combustibles diferentes con distinto manejo y distribución. El continente tiene más fácil comprarle más a otros proveedores, sin la infraestructura de gasoductos necesaria que genera el cuello de botella en la península; a su vez, el vendedor tiene más fácil colocarle su producto a otros interesados, como China e India, pero a un precio menor, lo que impactaría en su economía.
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La restricción aumentaría los precios, pero Myers propone en The Conversation una jugada. "Es probable que Estados Unidos y otros miembros del G-7 también pidan a los países de Oriente Medio que relajen las restricciones de destino de sus envíos de crudo y presionen a países como China e India para que reorienten hacia Europa otros petróleos de calidad similar al ruso, siempre y cuando aumenten sus compras a Moscú. Estas medidas reducirían las posibilidades de que las restricciones del G-7 a las importaciones de petróleo ruso hicieran subir los precios mundiales".
El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, rompió el tabú esta semana: el país norteamericano baraja vetar el petróleo y el gas ruso. Aún no se sabe si la UE le seguirá; habrá que esperar no solo a la comunicación del próximo martes, también a la cumbre de líderes de Estado que se celebrará el fin de semana que viene. Mientras tanto, aumenta la presión: de los activistas y de los expertos poco sospechosos de ser radicales ecologistas. "Lo que necesitamos ahora es un esfuerzo de resiliencia en tiempos de guerra, lo que significa que tenemos que tener una estrategia de seguridad energética que contemple los próximos tres años", aseguró este viernes en un acto el ex ministro de Medio Ambiente búlgaro, Julian Popov.
Europa defendía hace unas semanas el papel del gas como combustible de transición. Estalló la guerra y se preocupó de qué hacer si le faltaba el combustible. Y ahora estudia deshacerse del combustible deliberadamente para poner contra las cuerdas a Putin. Cuadra con los movimientos de un club comunitario que ha pasado velozmente del "deeply concerned" a coordinar una respuesta integral de sanciones, presiones y envío de armamento. "Ahora más que nunca, se ha demostrado que la idea de que el gas fósil debe ser la base de la seguridad de suministro del sistema eléctrico es falsa", declaró el analista de Carbon Tracker Jonathan Sims. El avance en las renovables "nos da la oportunidad de ser autosuficientes". No solo a largo plazo, defienden.
Los enfoques hasta ahora sobre energía y la guerra en Ucrania, también los nuestros, se habían limitado a una postura defensiva: qué pasaría si Vladimir Putin ordena a Gazprom cerrar el grifo y deja de suministrar gas o combustibles fósiles en general a Europa. Pero en un conflicto bélico, avances que necesitan meses o años se producen en semanas; y en el debate público ha irrumpido la hipótesis de que sea, de alguna manera, la Unión Europea la que cierre el grifo. La Agencia Internacional de la Energía (IEA, siglas en inglés) ha dado un golpe sobre la mesa: se puede reducir la dependencia del gas ruso "a corto plazo" en un tercio, e incluso a la mitad, ejecutando un abanico de medidas coordinadas que aceleren la transición energética... aunque también se estudia su atraso, aumentando las emisiones temporalmente.