Así ha variado la participación en las trece elecciones generales

Tras una campaña electoral frenética e hiperbólica, 36,8 millones de personas están llamadas este domingo a las urnas en las terceras elecciones generales celebradas en España en menos de tres años y medio. Los comicios del 28A asentarán, si se cumplen todos los pronósticos, un hemiciclo todavía más fragmentado que los anteriores, con cinco grandes partidos pugnando por sacar adelante sus propuestas. Y marcarán el regreso al Congreso de los Diputados de la extrema derecha bajo el nombre de Vox. Con todas estas particularidades, las generales de este domingo marcarán el inicio de un nuevo ciclo político. Habrá que ver, sin embargo, si esto influirá en una afluencia de votantes que se ha situado por debajo del 70% en las tres últimas citas con las urnas a nivel nacional –2011, 2015 y 2016–. Y, por supuesto, habrá que ver también si se cumple la tradicional correlación que se hace entre una abstención alta o baja y un buen o mal resultado de las formaciones de izquierdas, un mito que ya se ha roto en diferentes citas electorales.

A la hora de analizar la participación hay que tener en cuenta que a veces se confunden dos datos: la participación el día de las elecciones, que se calcula sobre los votantes que residen en España, y la participación definitiva, que incluye el voto exterior (el del CERA, Censo Electoral de los Residentes Ausentes). Cuando una encuesta ofrece un dato de participación, suele calcularlo sobre los votantes residentes en España (el dato que se conoce en la noche electoral, ya que los votos del exterior se cuentan tres días después de las elecciones). Sin embargo, el dato definitivo incluye lógicamente el voto CERA. Como la abstención es mucho mayor en el exterior, especialmente desde que en 2011 se introdujo el voto rogado, ello hace que el porcentaje se reduzca. Veamos los datos de las dos últimas generales: en 2015, la participación el día de las elecciones fue del 73,2% del censo de residentes en España, mientras que el dato definitivo incluyendo el CERA se redujo al 69,6%; en 2016, la participación de los residentes en España fue del 69,8%, que disminuyó hasta el 66,4% al incluir el CERA. [En este reportaje todos los datos son de participación definitiva, incluyendo el CERA, salvo las previsiones de participación para este domingo, que son sobre residentes en España].

Las últimas encuestas realizadas por las distintas casas demoscópicas vaticinan una afluencia de votantes a los colegios electorales por encima de la registrada en los últimos comicios –66,5%–. Así, el último sondeo de Celeste-Tel para eldiario.es, por ejemplo, calcula una participación del 68,3%, unas décimas por debajo de la que pronostica el último barómetro de NC Report para la La Razón. Algo más elevada es la última estimación de IMOP Insights para El Confidencial: un 70%. De cumplirse estos pronósticos, las formaciones políticas habrían conseguido activar a algunos votantes, pero las cifras no consiguen superan el 70%, algo que hasta 2011 había sido habitual en la gran mayoría de generales celebradas en España desde la restauración de la democracia –solo cayó por debajo de ese suelo en tres citas con las urnas–. Se consolidaría, por tanto, la tendencia bajista que se inició en la época de Mariano Rajoy y que ni siquiera se ha visto alterada con la consolidación de nuevos partidos políticos.

En los últimos años se ha producido, por tanto, un cambio de paradigma. “Hasta la pasada década se afirmaba, en el ámbito académico, que las elecciones generales celebradas en España podían clasificarse en un esquema dual bastante simple y lógico”, explica el Ministerio del Interior en su estudio Las elecciones generales en España 1977-2016. Por un lado, las denominadas “elecciones de continuidad”, con participaciones bajas pero próximas al 70%. Y, por otro, elecciones de cambio, con tasas de participación del 75% y superiores. Sin embargo, recuerda el documento, las generales de 2011 “parecieron invalidar esa tipología”, pues fueron unos comicios muy poco participativos pero que supusieron un gran cambio político. Un giro absoluto que se confirmó en 2015, cuando con una afluencia baja se produjo un cambio electoral  “casi de tanta entidad como el drástico realineamiento del sistema de partidos” que se experimentó tras las elecciones generales de 1982, que tienen el récord absoluto de participación.

  Por encima del 75%

De las trece citas con las urnas celebradas a nivel nacional tras el franquismo, la participación se situó por encima del 75% en cinco de ellas. En las generales de 1977, los primeros comicios libres tras cuatro décadas de dictadura, el 78,8% del censo acudió a los colegios electorales a depositar su voto. En aquella ocasión, la UCD fue el partido más respaldado, lo que permitió a la formación liderada por Adolfo Suárez ocupar 165 escaños en el Congreso. El PSOE de Felipe González, por su parte, se situó como el segundo más votado –118 asientos en el hemiciclo–. Sin embargo, a pesar de los buenos resultados, el PSOE no conseguiría llegar a la Moncloa hasta las generales de 1982, unos comicios celebrados año y medio después del intento de golpe de Estado del 23-F que supusieron un enorme cambio político en el país: mientras Alianza Popular cogía las riendas del centroderecha tras la extinción de UCD, la izquierda llegaba por primera vez al Gobierno tras la dictadura. En estas elecciones se contabilizó el récord de participación: un 80%.

Buenos datos de afluencia a las urnas se registraron también en la década de 1990. En la cita de 1993, en la que se impuso por última vez un Felipe González asfixiado por los escándalos que salpicaban a su Ejecutivo, acudió a depositar su voto el 76,4% del censo. Y en las generales de 1996, la participación se situó en el 77,4%. De nuevo, la elevada afluencia de votantes a las urnas coincidió en esta ocasión con un importante cambio político. Por primera vez desde 1982, los socialistas no se imponían en las urnas. En aquellos comicios, el PP consiguió 156 diputados, frente a los 141 del PSOE, y José María Aznar logró tras dos meses de negociaciones ser investido presidente del Gobierno gracias a los apoyos de Convergencia i Unió (CiU), el Partido Nacionalista Vasco (PNV) y Coalición Canaria (CC). Estas elecciones, por tanto, ejemplifican que no siempre una alta participación beneficia exclusivamente a las formaciones de izquierdas.

Esta teoría, sin embargo, sí que se cumplió en las generales de 2004, en las que la afluencia de votantes a las urnas fue también muy elevada –75,7%–. Estos comicios, que se celebraron tres días después de los atentados del 11-M, supusieron un viraje del país hacia la izquierda después de ocho años de liderazgo del centroderecha. El PSOE consiguió en la cita con las urnas un 42,6% de los votos, lo que le permitió sentar en el Congreso a 164 diputados. El PP, por su parte, se quedó en los 148 escaños al obtener el 37,71% de las papeletas. Los apoyos de ERC, IU, CHA, BNG y CC permitieron a José Luis Rodríguez Zapatero ser investido presidente del Gobierno en primera votación con el respaldo de 183 parlamentarios.

  por encima del 70% y por debajo del 75%

A estos cinco primeros comicios habría que añadir otros dos en los que la participación, aunque se situó por debajo del 75% de los votos, también fue importante. En las generales de 1986, las segundas que se celebraron tras la llegada de Felipe González a la Presidencia del Gobierno, acudieron a las urnas el 70,5% de los electores. A pesar de que la participación cayó casi diez puntos respecto a los comicios anteriores, el PSOE volvió a ser el partido más votado. Eso sí, cosechando menos apoyos. Los socialistas consiguieron arañar en las urnas un 44% de las papeletas, lo que les permitió iniciar su segunda legislatura al frente del Ejecutivo con 184 escaños en la Cámara Baja, una mayoría absoluta que, sin embargo, se encontraba lejos de los 202 diputados que sentó tras las generales de 1982. Por detrás del PSOE se quedó Coalición Popular –Alianza Popular, Partido Demócrata Popular y Partido Liberal–, que consiguió el 25,97% de los votos y 105 asientos en el Congreso.

Algo más elevada fue la afluencia de votantes en las generales de 2008. En aquella cita con las urnas, José Luis Rodríguez Zapatero volvió a ser el candidato más votado a pesar de que la participación descendió casi dos puntos respecto a la registrada en su primera victoria electoral –pasó del 75,7% de 2004 al 73,8%–. Así, el PSOE consiguió mejorar su resultado anterior y cosechó un 43,87% de los sufragios y 169 diputados –cinco más que cuatro años antes–. El PP, por su parte, también incrementó sus apoyos en las urnas, logrando un 39,94% de los votos y 154 asientos en el hemiciclo –seis más que en 2004–. A diferencia de los comicios anteriores, en esta ocasión Zapatero fue investido presidente del Gobierno en segunda votación tras no conseguir el respaldo de la mayoría absoluta de la Cámara Baja en la primera vuelta. Las abstenciones de PNV, CiU, IU, ICV, BNG, CC y NaBai permitieron que los 169 escaños socialistas fueran suficientes.

  Por debajo del 70%

De las trece elecciones generales, seis registraron una participación por debajo del 70%. La primera caída de afluencia importante se produjo en los comicios de 1979, en los que se impuso de nuevo la UCD de Adolfo Suárez y en los que sólo el 68% del censo acudió a los colegios electorales –más de diez puntos menos que en 1977–. La segunda se produjo una década después, cuando en las generales de 1989 se registró una participación del 69,7%, una baja afluencia de electores que, sin embargo, no impidió que el PSOE de Felipe González siguiese manteniendo una ajustada mayoría absoluta en la Cámara Baja. Un control sobre el Congreso de los Diputados que también consiguieron José María Aznar y Mariano Rajoy en unos comicios con una participación reducida. El primero lo hizo tras las elecciones del 2000, en las que votaron el 68,7% de los electores, mientras que el segundo lo consiguió en las de 2011, una cita con las urnas en la que la afluencia registrada fue del 68,9% del censo.

Desde la primera victoria de Rajoy, la participación no ha vuelto a superar en España el 70%, a pesar de los notables cambios políticos que se han producido desde entonces. En las elecciones de diciembre de 2015, que supusieron el paso del bipartidismo tradicional al tetrapartidismo con la entrada de Podemos y Ciudadanos en el hemiciclo, la afluencia de electores se situó en el 69,7%, casi un punto por encima de los comicios del año 2011 pero muy lejos de la que se ha registrado en España en momentos de gran transformación política. En las generales de junio de 2016, la participación se desplomó hasta el 66,5%, el peor dato desde la recuperación de la democracia. Habrá que ver este domingo si el auge de la extrema derecha española moviliza a los electores y consigue que la afluencia de votantes en los colegios electorales vuelva a superar el suelo del 70%, una subida que no pronostica ninguno de los últimos sondeos conocidos. Sí lo hacía la macroencuesta preelectoral del CIS publicada a principios de abril, que estimaba la participación en un 74,8%.

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  Las comunidades más y menos participativas

El estudio de Interior también analiza la evolución de la participación en las elecciones generales a nivel provincial. “Si analizamos la distribución geográfica de la participación, vemos que dentro de España ciertas zonas han incrementado su abstención a lo largo del tiempo”, señala el documento. Así, mientras que en 1977 y 1982 “la participación superó el 80% en la mayoría de provincias peninsulares”, en las generales de 1996 los expertos observan “un claro crecimiento de la abstención” que afecta “especialmente a las provincias costeras”. “Las provincias con tasas de participación del 60-70% han ido aumentando desde 2004, en una expansión que ha avanzado, sin pausa, de la periferia al centro”, apunta el estudio, que señala que desde las generales de 2011 “no ha habido ninguna provincia española con una participación superior al 80%”. Así, en 2016 solo 16 provincias registraron una afluencia por encima del 70%, mientras que en otras cinco apenas se llegó al 60% –A Coruña, Lugo, Lleida, Ourense y Santa Cruz de Tenerife–.

A nivel autonómico, ocho comunidades han registrado en las trece citas electorales una participación superior a la media nacional: Aragón, Cantabria, Castilla y León, Castilla-La Mancha, Comunidad de Madrid, Comunitat Valenciana, La Rioja y Murcia. Por el contrario, otras cuatro siempre han tenido en todos los comicios cifras de participación por debajo de la media nacional: Asturias, Galicia, Islas Canarias y País Vasco. En Baleares, Cataluña o Extremadura también puede observarse una tendencia clara aunque no se haya repetido con exactitud en todas y cada una de las generales. En suelo balear, por ejemplo, siempre han estado por debajo de la media nacional excepto en las elecciones de 1977 y 1979, algo que también ha sucedido en Cataluña excepto en tres citas con las urnas –1977, 1982 y 2004–. En Extremadura, la participación registrada, por el contrario, siempre ha sido superior a la media excepto en dos generales –1977 y 1986–. Y en las dos comunidades que faltan, Andalucía y Navarra, los niveles de afluencia a las urnas han sido bastante variables a lo largo de las trece elecciones celebradas hasta la fecha.

Tras una campaña electoral frenética e hiperbólica, 36,8 millones de personas están llamadas este domingo a las urnas en las terceras elecciones generales celebradas en España en menos de tres años y medio. Los comicios del 28A asentarán, si se cumplen todos los pronósticos, un hemiciclo todavía más fragmentado que los anteriores, con cinco grandes partidos pugnando por sacar adelante sus propuestas. Y marcarán el regreso al Congreso de los Diputados de la extrema derecha bajo el nombre de Vox. Con todas estas particularidades, las generales de este domingo marcarán el inicio de un nuevo ciclo político. Habrá que ver, sin embargo, si esto influirá en una afluencia de votantes que se ha situado por debajo del 70% en las tres últimas citas con las urnas a nivel nacional –2011, 2015 y 2016–. Y, por supuesto, habrá que ver también si se cumple la tradicional correlación que se hace entre una abstención alta o baja y un buen o mal resultado de las formaciones de izquierdas, un mito que ya se ha roto en diferentes citas electorales.

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