A Jenni Hermoso el feminismo y la sociedad en general la han puesto en el foco para auparla, respaldarla y construir una muralla a su alrededor. Pero la reacción machista también la ha señalado con una intención diametralmente opuesta: la de escudriñar su comportamiento, desacreditarla y culpabilizarla.
El viernes pasado, el entonces presidente de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF), Luis Rubiales, arremetía contra la jugadora, víctima de un beso no consentido, para señalar su comportamiento previo: "Ella fue la que me subió en brazos y me acercó a su cuerpo". La intención de poner sobre la mesa la conducta de la futbolista, según las voces expertas, no era otra que la de excusar y justificar la suya propia.
Pero la lupa no se sitúa sólo en el instante previo a la agresión, sino también en los momentos posteriores. Este martes, diversos medios difundieron un vídeo publicado por sectores ultra en el que Jenni Hermoso comenta con sus compañeras lo sucedido, en un momento de celebración por la gesta deportiva alcanzada en Sidney (Australia). En las imágenes, la jugadora asegura que su superior "viene" y le "coge así" la cabeza justo antes de darle el beso. Pero no lo dice entre lágrimas, ni avergonzada, ni atemorizada. Y eso ha sido suficiente para el presunto agresor y quienes le jalean: Rubiales ha presentado el vídeo a la FIFA para ensanchar su defensa. Hermoso ríe, bromea y celebra. Por tanto, según el argumentario machista, no puede ser víctima.
No es la primera vez que el comportamiento de las mujeres está en el punto de mira, desplazando la propia agresión y la responsabilidad de quien la ejecuta. Ocurrió con la concejala Nevenka Fernández tras denunciar públicamente el acoso por parte del alcalde de Ponferrada, Ismael Álvarez. Hace dos décadas, la mayoría se posicionó, sin matices, del lado del agresor. Y para debilitar a la víctima se hizo uso de toda clase de estratagemas que cuestionaban su comportamiento: desde la relación sentimental que mantuvo con su acosador, hasta su supuesta tolerancia con la violencia –el fiscal del caso llegó a preguntarle por qué no se opuso abiertamente–.
Sobre Diana Quer no tardaron en circular todo tipo de lecturas sesgadas, relativas a su vida privada, sus relaciones familiares y su forma de ser. La culpabilización de la víctima fue la tónica generalizada. Y sobre la joven agredida sexualmente durante los Sanfermines de 2016 pesaron muchas losas. Entre ellas, las voces que cuestionaron que la víctima acompañara a sus agresores hasta el portal donde la violaron y que incluso se besara con uno de ellos. También tuvo que soportar el escrutinio de detectives que trataron de averiguar si la chica llevaba una "vida normal" tras la violación. La defensa llegó a pedir que se incorporase como prueba una imagen publicada por la víctima en sus redes sociales, en la que portaba una camiseta estampada con el lema "Hagas lo que hagas, quítate las bragas".
"Se observa en la denunciante una conducta abiertamente sexualizada, propia de un galanteo sexual en fase de cortejo", razonaron los abogados del futbolista Dani Alves, acusado de un delito de agresión sexual. Y el Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León descartó que existiera intimidación en el caso del Arandina, tras aferrarse a que la menor agredida por los jugadores subió al piso de uno de ellos "voluntariamente" y permaneció en él "junto a ellos sin abandonarlo, tras comprobar que se habían desnudado".
Los argumentos que cuestionan la naturaleza de la agresión atendiendo a la conducta de la víctima –si lo buscó, si lo permitió, si no se resistió– obvian no sólo la palabra y la experiencia de las propias víctimas, sino que pasan por encima hasta de la misma evidencia científica: el 70% de las víctimas de violaciones no se defiende, según un estudio del University College de Londres (UCL) que estudia la respuesta de los circuitos neuronales encargados del control voluntario del movimiento del cuerpo.
El perfil de la perfecta víctima
Trazando el perfil de "lo que deber ser una víctima", se está elaborando también "el perfil de lo que debe ser un agresor", de modo que "sólo se perdona a la víctima y sólo se admite que hay agresor cuando el daño es espantoso: si la mata o si queda hecha polvo". Por el contrario, cuando "parece que no hay un trauma visible, la agresión no es tal, el agresor por tanto no existe y la víctima pasa a su vez a ser la culpable", en palabras de la feminista y exdirectora del Instituto de la Mujer Beatriz Gimeno.
"Juegan con la idea de que los hombres tienen derecho al sexo, unida a la imagen patriarcal de que a las mujeres no les gusta, o les gusta demasiado". Partiendo de esa base, "en caso de imposición, la víctima tiene que quedar traumatizada", razona Gimeno. Si ocurre lo contrario, "ha sido agredida porque se lo ha buscado" o si "lo relativiza para vivir mejor es que sí le ha gustado". La conclusión en cualquier caso es la misma: "Se trata de culpabilizar a las mujeres". No es sino una pieza más en el engranaje de la denominada cultura de la violación, aquella que apuntala la idea de que "el cuerpo de las mujeres está siempre a disposición de los hombres", tanto para "violarlas como para piropearlas".
Este mismo miércoles, la ministra de Igualdad en funciones, Irene Montero, publicó el siguiente mensaje en sus redes sociales: "Ni reír ni llorar, bailar o dormir. Nada de lo que haga una mujer tras vivir una violencia sexual desacredita lo único importante: la ausencia de consentimiento. El argumento "si estas bien es que en el fondo querías" es cultura de la violación. Y se acabó".
La psicóloga especializada en violencia machista Bárbara Zorrilla abunda en la idea del comportamiento esperable de la víctima. "El trauma es el reflejo del impacto que te genera un acontecimiento potencialmente traumático como es una agresión", dice a preguntas de este diario. Se trata de una "respuesta adaptativa" que en ningún caso determina cómo debe ser el después de una víctima. "El hecho de quedarte en tu casa, vestir de negro o ir en chándal no significa que tengas más o menos sintomatología postraumática", detalla la especialista.
A su juicio, "desacreditar a la mujer que no cumple con esos requisitos" forma parte de la estrategia machista seguida por los agresores y quienes los sostienen. Se dan "excusas continuamente que minimizan el comportamiento del agresor y a la vez culpan a la víctima", concluye la psicóloga.
En el perfil de la buena víctima basó su tesis María del Mar Daza, doctora en Derecho y autora del libro Escuchar a las Víctimas. Victimología, Derecho Victimal y Atención a las Víctimas (Tirant lo Blanch). "La buena víctima es la única completamente inocente y es a su vez una entre un millón", expone la jurista. "Los parámetros de idealidad victimal en realidad nunca se cumplen", por lo que "buscar esos parámetros equivale a buscar la impunidad de la inmensa mayoría de las victimizaciones", algo que viene sucediendo tradicionalmente en lo que respecta a la violencia sexual, lamenta.
Reconocer la violencia
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La jauría que ha salido en los últimos días en defensa de Luis Rubiales, señalando el comportamiento de Jenni Hermoso en el vídeo filtrado el miércoles, se empeña en enmendar el testimonio de la víctima. Fue ella misma la que, a través de un comunicado publicado el viernes, aseguró lo siguiente: "La situación me provocó un shock por el contexto de celebración, y con el paso del tiempo y tras profundizar un poco más en esas primeras sensaciones, siento la necesidad de denunciar ese hecho ya que considero que ninguna persona, en ningún ámbito laboral, deportivo o social debe ser víctima de este tipo de comportamientos no consentidos".
La jugadora viene a mostrar que el reconocimiento de la violencia no es siempre inmediato, sino que conlleva un proceso. "Casi nunca es inmediato", corrige la psicóloga Bárbara Zorrilla. "La víctima tiene que integrar y ver lo que ha pasado" y cada una, "en función de sus mecanismos de defensa, utiliza estrategias más o menos inconscientes que pueden ir desde bromear, negar, evitar, olvidar, tirar hacia adelante o todo lo contrario". Nada de ello, abunda la especialista, "invalida lo que ha pasado: independientemente de la conducta posterior de la víctima, lo que se está juzgando es el hecho". Además, es importante no olvidar que "las mujeres también están socializadas en esta sociedad machista", por lo que existe cierta "tolerancia a este tipo de comportamientos" violentos. "Cada vez estamos más capacitadas para identificar y llamar a las cosas por su nombre, pero es un proceso".
Coincide María del Mar Daza. La víctima "no tiene ni que ser consciente de que ha sufrido una agresión" y muchas veces las mujeres han carecido "incluso de palabras para contarlo" o de los "conceptos necesarios para analizar lo que ha pasado". Especialmente, observa la jurista, cuando tiene que ver con casos menos graves o más sutiles. Frente a Jenni Hermoso, igual que ha venido sucediendo hasta ahora, emerge un sector reaccionario que se esfuerza en invalidar el relato de la víctima. Pero hoy existe una evidente mayoría social que, esta vez sí, tiende la mano a las mujeres.
A Jenni Hermoso el feminismo y la sociedad en general la han puesto en el foco para auparla, respaldarla y construir una muralla a su alrededor. Pero la reacción machista también la ha señalado con una intención diametralmente opuesta: la de escudriñar su comportamiento, desacreditarla y culpabilizarla.