“A los 18 años quise perder peso porque quería estar delgada, como cuando jugaba al fútbol. Al principio lo que hacía era quitarme comida del plato y, aunque estaba muy cansada, empecé a verme más delgada y como consecuencia más guapa. Mi madre pensaba que vomitaba y que era bulímica. Tenía anorexia y nadie lo supo”. Así resume Rocío, una joven madrileña de 23 años, su etapa con anorexia, un trastorno de la conducta alimentaria (TCA) que afecta a ocho mujeres de cada diez afectados en España.
Ella asegura que superó la enfermedad, pero que poco después comenzó a obsesionarse con la comida sana para mantenerse delgada. Pasó de tener anorexia a padecer ortorexia. No lo supo hasta tiempo después. Y es que se trata de un TCA que todavía no se encuentra recogido en los manuales terapéuticos e incluso los profesionales tardan en diagnosticarlo por desconocimiento, según el equipo de psicología de la asociación para la defensa de la atención a la anorexia (Adaner). A pesar de ello, es una realidad sobre la que se debe informar para prevenir, según las expertas consultadas por infoLibre.
En palabras de Marta Villarino Sanz, dietista y nutricionista del Hospital Infanta Sofía, las personas que padecen ortorexia presentan una obsesión por el consumo de alimentos que consideran saludables. Lo que les importa es la calidad, no la cantidad, a diferencia de la anorexia. Y ahí está la clave. “En ocasiones nos encontramos con personas que, sin argumento científico ninguno que lo avale, tienen preferencias por ciertos alimentos y rechazo de otros por moda, creencia o lectura a través de Internet”, explica la doctora. También recalca que por supuesto no todo el mundo que lleva una alimentación saludable sufre este TCA y lo ejemplifica de la siguiente manera: “Las personas con ortorexia no cambian su rutina por nada. Son extremadamente rígidas. Mientras que a las personas que comen de manera saludable y no sufren este trastorno alimenticio no les importa desviar por un día sus pautas si les surge algo porque entienden que es la normalidad del día a día”.
En el caso de Rocío, los vídeos en YouTube y las publicaciones de culturistas en Instagram hicieron que quisiese ser como los influencers que seguía.“Veía que comían sano y que hacían ejercicio y decidí hacer lo mismo. Creía que hacían lo correcto porque tienen miles de seguidores. Está bien visto comer saludable y yo quiero estar delgada porque me siento mejor conmigo misma”, cuenta. Dejó de quitarse comida del plato para pasar a fijarse en la calidad de los productos que consumía. Cuando iba a comprar miraba todas las etiquetas para saber exactamente lo que se llevaba a la boca. Podía estar horas eligiendo los productos.Y si no era ella quien compraba, directamente no comía lo que su madre o hermana habían escogido. Mucho menos lo que cocinaban.
“Me hacía todo a la plancha y casi no le echaba aceite a nada, aun así envolvía los filetes o los guisantes en servilletas para escurrir al máximo la grasa”, detalla. El ejercicio también fue clave en su obsesión por parecerse a quienes seguía en redes sociales, tanto, que se marcó un horario de comidas y para hacer deporte. Nunca se lo saltaba.
Su caso es la pauta que, según Marta Ramos, psicóloga de Adaner, suelen seguir las personas con ortorexia ya que, en muchos casos, está relacionada con una anorexia nerviosa, que se camufla a través de la alimentación saludable para tapar lo que realmente se quiere, que es perder peso mediante el control de los alimentos.
Reconocer la enfermedad
El tratamiento al que se tiene que enfrentar una persona con ortorexia ha de ser, sí o sí, multidisciplinar: médico, nutricionista y psicólogo. Aunque a veces no se cumple. “Cuando mi familia se dio cuenta de lo mal que estaba y yo también me sentía muy débil –pesaba 37 kilos con 22 años–, fuimos al médico de cabecera y le dije que me enviase al nutricionista, pero mi doctora no me hizo caso y sólo me derivó al ginecólogo porque también se me quitó la regla”. Su ginecóloga se centró en que volviese a tener la menstruación y para ello le recetó unas pastillas, pero como la situación no mejoraba decidió derivarla al nutricionista. El diagnóstico que le dieron era que padecía ortorexia. Por fin supo por qué se sentía tan mal física y anímicamente.
Y es que como apunta Estefanía Ramo, nutricionista en el Instituto Médico Europeo de la Obesidad (IMEO), en la mayoría de los casos las personas no son conscientes de su problema de ortorexia y acuden a consulta por recomendación de familiares o derivados de un especialista, sobre todo desde psicología. En este caso, el diagnóstico vino cuando la enfermedad estaba avanzada porque hasta que no fue visible a nivel físico, no acudieron al médico. Sin embargo, cabe recordar que no hace falta llegar a pesar tan poco para saber que alguien sufre este mal. “Se puede diagnosticar antes de que alguien haya perdido mucho peso, pero otra cosa es que la persona crea que no le pasa nada y hasta que no es muy visible a nivel físico no acuda a los profesionales”, apuntan desde Adaner.
La psicóloga Marta Ramos añade que en otras ocasiones son los pacientes los que, tras recibir un diagnóstico, pasado bastante tiempo, vuelven a tratarse porque ven que su vida sólo se centra en la comida. Y es que pensar las 24 horas en lo que van a comer les llega a aislar de todo lo que les rodea. Pierden amistades porque no se unen a los planes por miedo a comer fuera y a romper su rutina de ejercicio y comida; también surgen problemas familiares por negarse a comer lo que se sirve para todos; o problemas de pareja por los mismos motivos.
Lo que le ocurría a Rocío era que se sentía de mal humor y muy cansada. Al final acabó aislándose. “Mis amigas me decían que fuésemos a merendar y yo me negaba porque no podría hacer ejercicio. Si iba no comía y además, el fin de semana hacía el deporte que no había podido hacer”, comenta.
Según cuenta Cecilia Lorca, nutricionista de IMEO, para diagnosticar la ortorexia ellos recurren a una serie de pautas definidas por el médico estadounidense Steven Bratman, quien también elaboró un test para confirmar el trastorno. Se trata del único marco de valoración que existe sobre la ortorexia, hecho que, como ya mencionamos, dificulta el diagnóstico de los pacientes.
Estas son algunas de las preguntas que realizan desde IMEO para saber si alguien sufre ortorexia: ¿Pasa más de 3 horas al día pensando en su dieta?, ¿considera que el valor nutritivo de la comida es más importante que el placer que le aporta? o ¿cree que todo está bajo control cuando come de forma saludable? Si el paciente responde de forma afirmativa a casi todas las cuestiones, se confirma que la alimentación que esa persona considera saludable es una obsesión y debe trabajarse. Mientras que, por el contrario, una persona que quiere comer sano sin más, sí acude a eventos en los que la comida está presente, no le importa no hacer ejercicio un día si le surgen otros planes o tampoco se oponen a que otra persona les cocine.
Reeducar para acabar con las falsas creencias
Al preguntar a las expertas si hay un perfil claro de personas que puedan desarrollar este trastorno la respuesta es unánime: suelen ser personas vulnerables, muy exigentes consigo mismas y con los demás a las que les gusta planificar y llevar un control exhaustivo sobre su vida y sus actividades cotidianas. Desde IMEO concretan que estas suelen ser sobre todo mujeres y jóvenes.
En el caso de Rocío se cumple porque siempre ha sido una persona ordenada y trataba de ser la mejor en los deportes. Cuando se obsesionó por la comida sana su intención de llegar a la perfección se intensificó hasta el extremo. “Me levantaba muy pronto y limpiaba la casa de arriba abajo, me hacía el desayuno a mi hora y no dejaba que nadie entrase a la cocina. Incluso le hacía la comida y la cena a mi familia para que ellas también comiesen sano”, relata.
Su concepto de alimentación sana difiere con el de un nutricionista, por eso la psicóloga Marta Ramos recuerda que es imprescindible trabajar las creencias nutricionales que tiene el paciente tanto con el nutricionista como con el psicólogo. “En consulta trabajamos desde las creencias disfuncionales y luego el nutricionista se encarga de reeducar a la persona para que vea las cosas de manera real. Porque si quiere comer sano puede hacerlo, pero debemos dejarle claro que existe una forma más adaptativa en la que no tiene que sufrir”.
La forma en la que Rocío trató de reeducar sus creencias alimenticias fue a través de una dieta que le propuso su nutricionista: “Primero me trató con una dieta de deportista y llegaba a pasar hambre. Cada vez que iba a consulta y me pesaba había adelgazado. Así que me cambió el desayuno y la merienda y empecé a engordar”.
A partir de ese momento dejó de pensar tanto en la comida, aunque todavía sigue sin comer lo que se cocina en su casa. Y tiene claro que su situación mejoraría si fuese al psicólogo, pero lleva casi un año esperando cita. Por eso se consuela argumentando que aunque podría estar mejor si se tratase psicológicamente, gracias a su nuevo trabajo y amistades, también ha desechado un poco el pensamiento constante de “qué debo comer hoy”.
Síntomas de la recuperación
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La mayoría tenemos la idea de que las personas que sufrentrastornos en la alimentación no se van a recuperar nunca, que es algo crónico. Etiquetamos a las personas por la enfermedad que sufren, es decir, pensamos en Rocío como alguien con un trastorno alimenticio y no vemos más allá. Hacemos del trastorno su identidad. Los afectados también lo hacen. Por eso la psicóloga Marta Ramos recuerda que debemos insistir en que son personas con unas situaciones, emociones y relaciones y que lo reflejan en la comida. “El etiquetado psicológico les puede llegar a pesar mucho”, insiste.
Y aunque la recuperación es larga en el tiempo, llega. Según la nutricionista Marta Villarino Sanz, los síntomas de mejora serían: ser capaz de comer en sociedad, sin limitaciones de tipo alimenticio y autoimpuestos por uno mismo. De esta manera, siempre en palabras de Villarino, las relaciones sociales mejorarían y los pacientes no acabarían aislados por no poder compartir mesa con su entorno porque no lo consideran “healthy”. Mientras que Ramos alega que también deben escuchar a su cuerpo, en concreto al hambre fisiológico: “En lugar de esperar a comer hasta la hora que se marcan, hacerlo cuando tienen hambre. También es un buen síntoma que si tienen ganas de comerse un bollo, lo hagan. Quizá a nivel nutritivo no sea lo mejor, pero es salud psicológica y no tener culpabilidad por ello significa que el paciente está mejorando mucho”.
Por su parte, Rocío cree que su situación ha mejorado porque no piensa tanto en lo que va a comer y porque a veces, come chocolate o patatas fritas y no se siente mal por ello. Sn embargo, reconoce que todavía le queda mucho para lograr dejar atrás su vida con ortorexia. “He mejorado pero necesito ser espontánea cuando como porque sigo sin hacerlo cuando tengo hambre. Además, todavía me cuesta no mirar las etiquetas y los vídeos de gente que se cuida, y por eso también creo que me vendría muy bien la ayuda psicológica”, sentencia.
“A los 18 años quise perder peso porque quería estar delgada, como cuando jugaba al fútbol. Al principio lo que hacía era quitarme comida del plato y, aunque estaba muy cansada, empecé a verme más delgada y como consecuencia más guapa. Mi madre pensaba que vomitaba y que era bulímica. Tenía anorexia y nadie lo supo”. Así resume Rocío, una joven madrileña de 23 años, su etapa con anorexia, un trastorno de la conducta alimentaria (TCA) que afecta a ocho mujeres de cada diez afectados en España.