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Hacer voluntariado sin pisar las calles: las iniciativas ciudadanas se disparan durante la crisis del coronavirus

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Si el estado de alarma ha obligado a un aislamiento sin precedentes, la crisis del coronavirus ha destapado la importancia del cuidado emocional para salir adelante. Y de lo colectivo como receta. Desde que el 14 de marzo las autoridades llamaran a no pisar las calles, la ciudadanía se ha volcado en prestar apoyo a los más vulnerables desde sus propias casas. Las iniciativas se han sucedido conforme el confinamiento se endurecía. El control del timón es compartido: desde colectivos especializados, hasta pequeñas agrupaciones vecinales, pasando por la colaboración estrecha con las administraciones.

"El voluntariado surge hace muchos años para cubrir necesidades que no estaban siendo cubiertas por la administración". Habla Jesús Sandín, responsable de la atención a personas sin hogar en Solidarios para el Desarrollo. El objetivo entonces consistía en aliviar las carencias de una "red de servicios públicos muy limitada". Pero las dinámicas han ido variando, aquella red ha evolucionado y el voluntariado ha experimentado cambios. "Cada vez vamos menos a cubrir necesidades específicas: ya no damos clases, no curamos a los enfermos", continúa Sandín, "pero la gente sigue teniendo necesidades emocionales que cubrir". Las personas sin hogar, por ejemplo, han podido ir encontrando recursos para aliviar sus necesidades materiales, "pero al final del día seguían estando solas".

La crisis del coronavirus, pronostica el voluntario, "nos va a poner a todos en contacto con esa necesidad emocional, porque aunque haya que seguir llenando el plato se pondrá de relieve la importancia de esas otras cosas que dábamos por sentado". Se evidenciará la urgencia, completa, de "entender que somos criaturas con emociones, que tenemos que gestionarlas y que hacerlo con apoyo mutuo es mucho mejor".

Algo parecido subraya Mané Fernández, vicepresidente de la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Trans y Bisexuales (FELGTB). Al otro lado del teléfono, Fernández explica la importancia de atender a las personas precisamente ahora. "Mantener el contacto con la gente", resume, porque "los conflictos no se paran aunque estemos confinados" e incluso pueden ir a más. La federación ha sustituido el trabajo asistencial que realiza habitualmente por el contacto telemático para llevar a cabo consultas online. "Es momento para decir: no estáis solos", enfatiza. Y recuerda que precisamente el aislamiento puede acarrear una dificultad añadida para, por ejemplo, los jóvenes LGTBI que no hayan salido del armario con su familia. "Para ellos seguimos estando ahí, aunque de manera diferente", sostiene Fernández, quien recalca que el confinamiento no impide "hablar, responder y solucionar".

La forma que tienen de hacerlo es a través del bautizado como Espacio Arcoiris, una suerte de reinvención de su ya asentada Línea Arcoiris, de atención a personas LGTBI que requieran de ayuda específica. Este martes, la federación ha lanzado su primera actividad en el marco de la iniciativa, un directo informativo sobre las recomendaciones que deben seguir las personas con VIH en relación a la crisis sanitaria actual.

Solidarios para el Desarrollo, por su parte, se ha servido de llamadas regulares y mensajes a través de whatsapp para mantener la interacción con los colectivos que atienden habitualmente. Además, están en contacto con las administraciones y servicios sociales para barajar formas de colaboración. La atención telefónica, una de las herramientas más valiosas para las organizaciones sociales, es también el mecanismo empleado por asociaciones como la Fundación 26 de Diciembre o la Comisión para la Investigación de Malos Tratos a Mujeres.

De las instituciones a los barrios

La cooperación activa entre asociaciones e instituciones es uno de los frentes que ha abierto la crisis del coronavirus. Mediante la web Navarra+Voluntaria, el Gobierno de la comunidad ha impulsado una plataforma que "pone en comunicación a las entidades –servicios sociales de base, asociaciones, centros de salud o entidades locales– con las personas que desean ser voluntarias". Algo parecido se ha hecho en la capital, con la iniciativa Madrid sale al balcón, que desde el 20 de marzo recopila y expone las más de tres centenares de propuestas que se han ido recopilando en la ciudad.

El pasado 17 de marzo, además, el Gobierno del País Vasco lanzó el proyecto Guztion Artean (Red de Solidaridad Organizada), con el propósito de apoyar iniciativas pensadas para ayudar a aquellas personas más vulnerables que no puedan realizar tareas básicas, como las personas mayores o dependientes. El Ejecutivo autonómico ha desarrollado la red de ayuda, a la que ya se han adherido medio millar de voluntarios, en colaboración con Cáritas y Cruz Roja.

A nivel estatal, aunque a iniciativa del Gobierno de Aragón, se ha impulsado una página web para recopilar todas las iniciativas ciudadanas que han surgido en el país. A través de un mapa, se ha desarrollado un "servicio geolocalizado para ayuda mutua entre vecinos" y se han habilitado espacios online para aportar ideas o recursos materiales.

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Ampliar la lupa revela que no son sólo las instituciones quienes han dado pasos adelante en la lucha contra el coronavirus, sino que también las pequeñas organizaciones han sido capaces de tejer grandes redes en los barrios. Es el caso de Somos Tribu, un grupo de vecinos vallecanos (Madrid) que han ido avanzando de manera acompasada hasta sumar cerca de 900 personas en colaboración constante. "Comenzamos la iniciativa el 12 de marzo a través de un grupo de whatsapp e invitamos a la gente a participar". Lo explica Víctor José Cervigón, uno de los impulsores de la iniciativa. Aquello que nació de la forma más humilde "se empezó a llenar de gente" hasta fraguar un gran grupo de vecinos dispuestos a ayudar.

La plataforma dispone de grupos de apoyo centrados en los ancianos que no pueden salir de casa, con atención telefónica y la cobertura de recados. Los vecinos del barrio madrileño ofrecen igualmente ayuda a quienes están contagiados y no pueden pisar la calle. Cuentan asimismo con "una red de apoyo laboral" para resolver las dudas de los trabajadores que se hayan quedado sin trabajo o pasen por algún ERTE. Lo hacen tratando de superar la brecha digital que se impone entre los más jóvenes y las personas mayores. Para esquivarla, los voluntarios pegan carteles en las calles o los reparten en las farmacias. Beben del "movimiento vecinal, popular y de lucha" que caracteriza al barrio, explica Cervigón, pero quienes participan no tienen carné: hay quien cuenta con experiencia en cuestiones de voluntariado, otros son técnicos de servicios sociales, pero las puertas están abiertas para todos los vecinos. "Es una labor imprescindible", comenta el impulsor del proyecto, "ahora más que nunca se necesita el apoyo mutuo, la solidaridad y crear lazos entre vecinos".

El paso andado en Vallecas no es ni mucho menos una excepción. Las iniciativas volcadas en la confección de mascarillas han ido brotando a lo largo de todo el país de la mano de particulares y pequeñas mercerías. En Coslada (Madrid), los vecinos trabajan codo a codo con las instituciones: el Ayuntamiento ha puesto en marcha una iniciativa para repartir las mascarillas que los habitantes elaboren. La misma dinámica que han seguido los consistorios de Santa Cruz de Mudela (Ciudad Real) o Montefrío (Granada). El la fabricación de mascarillas y viseras se centran también los voluntarios agrupados en Coronavirus Makers, una red que trabaja de manera coordinada para cubrir las necesidades de la población más vulnerable y en estrecha colaboración con las fuerzas de seguridad, hospitales, tejido industrial y universidades.

Si el estado de alarma ha obligado a un aislamiento sin precedentes, la crisis del coronavirus ha destapado la importancia del cuidado emocional para salir adelante. Y de lo colectivo como receta. Desde que el 14 de marzo las autoridades llamaran a no pisar las calles, la ciudadanía se ha volcado en prestar apoyo a los más vulnerables desde sus propias casas. Las iniciativas se han sucedido conforme el confinamiento se endurecía. El control del timón es compartido: desde colectivos especializados, hasta pequeñas agrupaciones vecinales, pasando por la colaboración estrecha con las administraciones.

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