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Vox da alas a Ayuso para debilitar a Casado

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La ultraderecha no tiene dudas: si tiene que elegir entre Pablo Casado e Isabel Díaz Ayuso prefiere a la presidenta de la Comunidad de Madrid. Esa evidencia, que los dirigentes de Vox nunca han ocultado, se ha transformado ahora en una estrategia dirigida a apuntalar a Ayuso y debilitar al líder del PP en la disputa que enfrenta a ambos dirigentes por el control del partido en Madrid.

Vox acaba de dar a Ayuso sus primeros presupuestos autonómicos prácticamente gratis, sin apenas contrapartidas, mientras se niega no sólo a aprobar sino a negociar los de José Luis Martínez-Almeida en el ayuntamiento de la capital. La diferencia no está en las políticas sino en el perfil de la presidenta y del alcalde en el contexto de la batalla interna del PP: la primera es la gran rival de Casado dentro de su partido y el segundo es uno de los hombre de Génova y con toda probabilidad el candidato elegido para intentar mantener el control de la organización en Madrid y cerrar el paso a Ayuso.

La estrategia de los ultras de fortalecer a Ayuso dándole estabilidad parlamentaria y de negar al mismo tiempo el respaldo que también necesita Almeida busca debilitar a Pablo Casado justo cuando el presidente del PP trata de mostrarse ante la opinión pública como un líder fuerte capaz de unificar todo el espacio del centro derecha incluidos los votantes de Vox.

En el PP están convencidos de que esta actitud, comprensiva, negociadora y dialogante en la comunidad y exigente, drástica y radical en el ayuntamiento, no es casual. Creen que Vox ha tomado posición en la batalla interna dentro del partido porque creen que un Casado incapaz de doblegar a Ayuso desacredita los cantos de sirena con los que el líder conservador trata de recuperar a los votantes de la derecha extrema que un día lo fueron del PP.

Los conservadores han llegado a esta conclusión después de ver cómo Rocío Monasterio, la portavoz de Vox en la comunidad, ha aceptado apoyar el proyecto de presupuestos de Ayuso sin pedir casi nada a cambio más allá de encargar una auditoría sobre el funcionamiento de los centros de acogida de menores emigrantes no acompañados —una de las obsesiones de los ultras— y un compromiso genérico de reducir duplicidades de cargos y gasto supuestamente innecesario. Incluidos los llamados chiringuitos, sin mencionar cuáles. 

La derogación de las leyes de igualdad aprobadas para proteger a la comunidad LGTBi, que hace pocas semanas era una condición irrenunciable para aprobar los presupuestos de Madrid, ha desaparecido del mapa.

Por contra, el grupo municipal de Vox, liderado por Javier Ortega Smith, mantiene una actitud mucho más beligerante con el alcalde, que también es el portavoz nacional de Casado, e insiste en que no apoyará los presupuestos del Ayuntamiento de Madrid. José Luis Martínez-Almeida “falta a la palabra dada” y acepta las “políticas de izquierda”, argumenta su líder. El alcalde quiere “negociar los presupuestos en un despachito y empezar con el intercambio de cromos”, denuncia.

Negociar a puerta cerrada y pactar a cambio de determinadas medidas es precisamente lo que ha hecho su homóloga en la Comunidad de Madrid, Rocío Monasterio. Una actitud en las antípodas de lo que está haciendo Ortega Smith, lo que lleva a alcalde a sospechar que detrás hay algo más que diferencias políticas. 

El líder de Vox en la capital, asegura Almeida, ni siquiera se siente a negociar y no es capaz de aclarar el porqué. “Quien no lo quiere explicar en público es porque a lo mejor tiene un interés particular”.

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El propio presidente de Vox, Santiago Abascal, siempre ha reconocido que su partido tiene “muchas más coincidencias” con la presidenta madrileña que con Casado y el equipo que dirige el PP desde la calle Génova. “Se aproxima mucho más en algunas cosas a lo que nosotros decimos”. Y esta misma semana recordaba en una entrevista que la política del PP en Madrid no tiene nada que ver con la que practica en Galicia o en Andalucía. 

Vox defiende desde hace tiempo que el PP de Casado y el PSOE son dos caras de la moneda que ellos han bautizado despectivamente como el “consenso progre”. Y han diseñado una estrategia destinada a desbaratar el plan de la calle Génova para crecer a su costa como ya han hecho absorbiendo los restos de Ciudadanos después de las elecciones autonómicas de Madrid. 

Y está funcionando. Las encuestas revelan la fortaleza de la ultraderecha en España y las dificultades que Casado está teniendo para recuperar el voto de los decepcionados con el PP. Vox lleva por encima del 15% de intención media de voto en las encuestas publicadas desde las últimas elecciones generales. Sólo estuvo por debajo de esa cifra cinco meses —entre abril y agosto de 2020—. En marzo pasado llegó a tocar el 17,5% y ahora resiste con comodidad muy cerca del 16%. El PP, en cambio, no logra alcanzar la barrera del 30% que el propio Casado se ha marcado para justificar un futuro gobierno monocolor con el apoyo externo de los ultras.

La ultraderecha no tiene dudas: si tiene que elegir entre Pablo Casado e Isabel Díaz Ayuso prefiere a la presidenta de la Comunidad de Madrid. Esa evidencia, que los dirigentes de Vox nunca han ocultado, se ha transformado ahora en una estrategia dirigida a apuntalar a Ayuso y debilitar al líder del PP en la disputa que enfrenta a ambos dirigentes por el control del partido en Madrid.

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