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Vox busca en el malestar del campo el granero de votos que Trump encontró en la minería

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Donald Trump no salvó el agonizante mundo minero de Estados Unidos, pero llegó a la Casa Blanca en parte gracias a prometerlo. Vox, que ha importado sus estrategias y las de la ultraderecha europea, identificó pronto cuál era el universo en extinción del que erigirse salvador: un sector primario asfixiado por las dinámicas implacables del mercado y una sociedad rural dolida por lo que percibe como ataques a su forma de vida y sus tradiciones. 

Una de las primeras medidas de Trump en el poder fue eliminar regulaciones ambientales de la era Obama. Vox sólo lleva un año con poder compartido de Gobierno, en Castilla y León, y ya ha promovido una disposición que flexibilizaba los protocolos del control de la tuberculosis bovina marcados por la Unión Europea. Como ocurrió tantas veces con Trump, a Vox lo han frenado los contrapesos democráticos: el Gobierno central, la Justicia. 

“Ellos, con los burócratas de Bruselas. Nosotros con los ganaderos. Tú eliges (emoticono de la banderita de España)”, era el último tuit del vicepresidente de Castilla y León, Juan García-Gallardo, a la hora de escribir este análisis. El máximo cargo de Vox en la Junta ha pasado las últimas semanas entre el Parlamento Europeo y pueblos ganaderos como Vitigudino, en Salamanca. Vox se reúne con los trabajadores del campo y les escucha, les dice: mira, yo te hago caso, yo voy hasta Bélgica a defenderte.

Y cala. Vox crece y avanza en el mundo rural español a costa del PP y también del PSOE. Muchos en el campo acusan de “traidores” a los dos pilares del viejo bipartidismo. Vox también cabalga a lomos del ciudadano antes desmovilizado, a quien le ofrece una papeleta con la que canalizar su descontento. "Trump y Vox han sido capaces de captar en buena medida el voto rural en sus respectivos países, un voto que se siente incomprendido o incluso despreciado por las mayorías urbanas, más progresistas, y sin duda por los centros de gobierno, sean Washington o el Gobierno español”, indica Pedro Soriano, analista político especializado en EEUU.

El magnate neoyorquino se puso el gorro de minero sobre su inseparable traje para conquistar a ese sector en desaparición en Virginia Occidental, Kentucky y Pensilvania. Los políticos de Vox, muchos provenientes también de élites urbanas, acostumbran a pisar el campo con prendas de tono verde oscuro que realmente se parecen más a las que usan los cazadores pudientes de las capitales que a las que emplean los agricultores y ganaderos en su trabajo diario en el campo. “Virginia Occidental, en dos generaciones, ha pasado de ser uno de los Estados más demócratas a uno de los más republicanos por eso: porque piensan que los demócratas se han vendido a las ciudades y a los ecologistas”, apunta Soriano. Un discurso calcado al que se puede escuchar cualquier día en cualquier bar de un pequeño pueblo español. 

Vox presume de ser el único defensor “sin complejos” de la caza y los toros

“En cualquier acto de Vox, lo primero que dicen es ‘campo’, ‘caza’, ‘toros’”, resume Iván, un joven empleado público de Salamanca, hijo y nieto de ganaderos que simpatiza con el partido de Santiago Abascal. “Vox defiende todo lo contrario a lo que nos han querido imponer los urbanitas, los de Podemos, que quieren quitarnos las tradiciones de la vida rural”, opina Jesús, un agricultor y ganadero zamorano, hijo, nieto y bisnieto de trabajadores del campo que nunca votaría a la ultraderecha.

El tema de la caza, que desde los entornos progresistas de las ciudades puede parecer residual o pasado, sigue teniendo gran importancia en España y ha hecho mucho daño, por ejemplo, al PSOE en favor de Vox en Andalucía. La Real Federación Española de Caza (RFEC) es la tercera federación con más licencias en España, sólo por detrás del fútbol y el baloncesto. La comunidad que más concentra es Andalucía. “Vox lo defiende sin tapujos, no como el PP, que son unos acomplejados”, dice Iván. El concepto de “la derechita cobarde”, como lo hicieron lemas similares en el trumpismo, ha permeado.

La ultraderecha aprovecha el sentimiento de abandono de la España vacía 

Vox, a diferencia de Podemos y Ciudadanos, es el único de los nuevos partidos que ha crecido homogéneamente en entornos urbanos y rurales. Ha convencido a élites urbanas, pero ha encontrado también un granero de votos en la España interior, en la España de provincias pequeñas y pueblos. En la España vacía. En la España en la que, pese a su abandono crónico por los dos grandes partidos, se pueden ganar o perder las elecciones generales. “Tenemos un poco complejo de partido urbano, a veces me da la impresión de que tenemos una visión donde sólo tres meses antes de las elecciones nos enteramos de que, por ejemplo, hay diez circunscripciones que tienen cuatro escaños y ocho que tienen tres escaños. Y en esas 18 provincias puede estar el Gobierno de España”, advertía el ministro de Agricultura, Luis Planas, en el 40º Congreso Federal del PSOE de octubre de 2021 en Valencia.

Trump y la ultraderecha europea, los espejos sobre los que se ha perfilado Vox, también han explotado esa sensación de agravio, ese choque periferia/centros de poder. Al día siguiente de las elecciones de 2016 en Estados Unidos, los medios más prestigiosos se dieron cuenta, de repente, de que no habían sabido anticipar, explicar, la posible victoria de Donald Trump porque no tenían periodistas en una amplísima parte del país. Esa que allí se conoce como flyover states: la inmensidad que hay entre las dos costas urbanas y progresistas. Eso que aquí se llama ahora España interior, España vacía, vaciada, despoblada, España de paso.

El voto hipermasculino de Vox en un entorno masculinizado como el rural

La ultraderecha española tiene un voto abrumadoramente masculino en todos los ámbitos. En el campo español siempre han trabajado también las mujeres, como reivindica la veterinaria y escritora María Sánchez en su Tierra de mujeres, pero los titulares de las explotaciones, los que poblaban y siguen poblando esos bares rurales, esos cotos de caza, esas agrupaciones agrarias son principalmente hombres. Quienes se han quedado en los pueblos a trabajar las tierras y el ganado heredado de sus familias son sobre todo hombres. García-Gallardo se refiere a esto con frecuencia: “Faltan mujeres en el campo para fijar población” (es decir, reproducirse). Cualquier votante de Vox con el que se hable reconoce, o delata, enseguida que el apoyo al partido tiene un componente profundamente antifeminista.

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“Vox es una reacción a Podemos. Los hombres y las mujeres ya somos iguales ante la ley, ¿dónde pone que no lo seamos? Este Gobierno ha castigado mucho a los hombres”, sostiene Iván, que con 22 años está en la franja de edad en la que más domina Vox, los chavales entre 18 y 24. Vox es el partido que más seguidores tiene en Instagram, una herramienta poderosa, junto con TikTok ahora, con la que está inoculando a adolescentes y jóvenes mensajes declaradamente machistas. Lo constatan los trabajadores sociales que intentan dar charlas sobre violencia de género y derechos de la mujer en los institutos y se encuentran con la oposición del alumnado y el rechazo, también a veces, de algunos profesores.

Vox avanza entre los jóvenes, pero no penetra tan bien en el votante rural mayor

Iván se empezó a interesar por la política cuando Vox irrumpió en la vida parlamentaria española en las andaluzas de 2018. Ahora se sabe todo su argumentario y no se pierde ninguna de sus publicaciones en redes. Su padre, aunque comparte parte de lo que dice Vox, seguirá votando al PP como hicieron hasta el final de sus días, religiosamente, sus abuelos. “Vox tiene un voto joven de rebeldía, nosotros somos más sensatos, queremos tranquilidad, ya no nos calienta las orejas cualquiera”, dice Jesús, que en sus 61 años ha votado primero a UCD, luego al PSOE y todavía, hasta el 28M, “a Ciudadanos mientras se presente”. Su radical enfado con el Gobierno de coalición le llevará esta vez, sin papeleta de los naranjas, a votar al PP “con la nariz tapada”. 

A la ultraderecha, por grande que sea su enojo, no la votará “jamás”. “Nosotros conocimos el poso de la Guerra Civil, supimos de la destrucción del país, vivimos la dictadura. Esta nueva generación no sabe de aquello, pero nosotros no queremos los extremos ni la polarización, queremos el consenso y poder vivir unos con otros”, explica, antes de volver resignado a su viejo tractor en un año durísimo para el campo español, asfixiado por el mercado, los intermediarios, los altísimos costes de producción derivados de la Guerra de Ucrania, la falta de agua y la sequía. Decía Miguel Delibes que “si el cielo de Castilla es tan alto es porque lo levantaron los campesinos de tanto mirarlo”.

Donald Trump no salvó el agonizante mundo minero de Estados Unidos, pero llegó a la Casa Blanca en parte gracias a prometerlo. Vox, que ha importado sus estrategias y las de la ultraderecha europea, identificó pronto cuál era el universo en extinción del que erigirse salvador: un sector primario asfixiado por las dinámicas implacables del mercado y una sociedad rural dolida por lo que percibe como ataques a su forma de vida y sus tradiciones. 

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