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El 5 de noviembre no es nuestro aniversario

Festejando el Juneteenth (día que celebra la abolición de la esclavitud) en Prospect Park, Nueva York, el pasado junio.

Guillermo Fesser

Ocurrió con la calor, el 21 julio, dos días después de celebrar el Juneteenth, fiesta que acababan de incorporar oficialmente al calendario escolar de mi pueblo para conmemorar la abolición de la esclavitud. Serían las dos y cuarto, ponle dos y veinte si acaso, cuando a millones de estadounidenses nos pareció como si, de pronto, un gigante hubiera corrido una cortina negra en el firmamento y se nos permitiera de nuevo ver el sol. Biden decía hasta luego Lucas en un tuit dirigido a sus fellow demócratas y le pasaba el testigo a Kamala (léase “cama”, como la de acostarse, y “la”, como en el estribillo de la canción con que Massiel ganó Eurovisión). “Hijo, qué alivio” e “hija, qué alivio” fueron los dos trending topic de la jornada. La muerte anunciada del candidato Biden devolvía el sueño perdido de que llegara a sentarse un adulto en el Despacho Oval en enero.

Para entonces, ya nos habíamos hecho a la idea de que en noviembre volvería a tomar las riendas del poder un tipo con mentalidad de niño caprichoso y capacidad de mentir a una velocidad media de dos trolas por minuto, y se respiraba mal rollo. Un bajar de miradas al cruzarte en la calle con vecinas y conocidos. Un nudo permanente en el estómago, como de Frodo adentrándose en Mordor con el anillo. Malestar general, tanto en partidarios como en detractores, porque el odio y la venganza no suelen conceder sonrisas ni siquiera a los que ganan.

Pero, ojo: esa desazón, aumentada exponencialmente en los últimos años, no la había inventado Trump. Estados Unidos la traía ya de serie y, el bully de piel naranja sólo se había encargado de aprovecharla para hacer caja en su propio beneficio. Este imperio nuestro, que está en la tierra, y cuyo nombre tantos santifican, lleva en realidad desde los ochenta con el corazón partío. Desde que, en nombre de la libertad, sin ira, libertad, se inició el desmantelamiento de la clase media y empezaron a difundirse sospechas sobre los migrantes. Desde que se decidió abandonar la solidaridad; ese principio que hizo prosperar al Homo sapiens sobre otras alternativas de homínidos (algunos con bastante más pelo, con lo que, de haberlo sabido, la humanidad se hubiera ahorrado multitud de viajes a Turquía) y cuyo olvido ha conseguido que el grado de infelicidad a este lado del Atlántico alcance cotas inusitadas. Los estadounidenses están tristes, ¿qué tendrán los americanos? Los expertos en marketing dicen que les falta purpose, sentido, esa razón de existir como país que tenían cuando pusieron, entre todos, a un hombre en la Luna.

Desde Ronald Reagan, en EE.UU. el Gobierno no se entiende como un grupo de personas elegido por los ciudadanos para negociar y procurar mejoras para todos. El Gobierno es el enemigo a batir, que viene por la noche, a pesar de que duermes con pistola debajo de la almohada, para robarte en forma de impuestos gran parte de tus ganancias y entregárselas, en forma de paguitas a los vagos y maleantes que cruzan sin permiso la frontera. El bienestar no se alcanza subiendo los salarios o haciendo más accesibles la educación y la sanidad. No, eso no, porque supondría costearle los estudios a gente que vete a saber tú. El hito histórico de Reagan, que no te cuenten películas, fue sacarles de la cabeza a los estadounidenses la idea de País y cambiársela por el concepto de Club Privado.

Bienvenido al sueño americano

Quien quiera hoy bienestar social en EE.UU., se lo tiene que currar solito. Si quieres acera delante de tu casa, te la haces tú. Si quieres parque para tus hijos, compras tú los columpios. Si Steve Jobs pudo inventarse Apple en un garaje, yes, you también can. ¿Cómo? Te pones a trabajar que aquí el trabajo sobra. Es verdad que en muchos sitios pagan mal, no ofrecen seguro médico, ni bajas por enfermedad, ni vacaciones y que te pueden echar injustificadamente y sin indemnizarte. Pero trabajo hay.

Te das una ducha y sales a buscarlo. Y si lo haces bien, posiblemente te vuelvas billonario. Mira tú Elon Musk. El modelo a seguir es fácil: currar como un perro, de sol a sol, sin faltar ni un día no vaya a ser que te coma la competencia, para perder salud, pero ganar pasta. Mucha pasta. Mucha, mucha, pasta. Tanta pasta, que te podrás permitir lujos como el de disfrutar de un seguro médico (2.000 al mes y copagos) o mandar a tu hija a la universidad (que ahora está en una media de sesenta mil dólares al año). Si lo consigues, bienvenido al sueño americano y, si no, fuera, a la calle, que no hay cama pa tanta gente.

Ya no se estila eso de ilusionarse todos juntos con proyectos colectivos como el de plantar la bandera de tu país en la Luna. Ahora lo que peta es poder irte tú solo, como Bezos (el de Amazon) con tu cohete privado al espacio. Olvidaron los padres (y alguna que otra madre) defensores del capitalismo a ultranza, que lo bello del fútbol no es que te traigan a ti los reyes magos el balón más caro, sino que tus amigos del barrio puedan bajar a la calle a echar un partido contigo. Y, por culpa de esa maldita confusión, andamos por aquí todos, MAGAS y no MAGAS, profundamente jodidos.

Este 5 de noviembre no se celebran elecciones generales, sino un referéndum. Democracia sí, democracia no. Un voto de pura supervivencia, desesperado, entre los que quieren tirar 'palante' y quienes se empeñan en tirar 'patrás'.

Así estamos sin ti, solidaridad. Sufriendo las graves desatenciones sociales que nos afectan a todos los estadounidenses por igual, pero enfrentados en dos bandos irreconciliables a la hora de elegir el método para enmendarlo. Abiertos en canal estamos. Obligatoriamente divididos en dos, y no en siete ni en cinco, porque en el land of the free, aunque haya partidos políticos varios (incluido el que profetiza la llegada de una nave nodriza) el sistema se las ha ingeniado para que solamente tengan posibilidades de victoria republicanos o demócratas. Alternancia de poder, como en el poema de Machado: todo llega y todo pasa. Nada eterno: ni Gobierno que perdure, ni mal que cien años dure. Tras estos tiempos, vendrán otros tiempos y otros y otros, y lo mismo que nosotros, otros se jorobarán. Así es la vida, don Juan. Es verdad, así es la vida…

Las breiquin nius son que Estados Unidos se maneja, como el futbolín, sólo con dos equipos. Dos partidos políticos, dos, en los que han de comprimirse, por narices, personas de idearios francamente distantes. Fíjate que hoy mismo, bajo el techo demócrata, comparten mesa y mantel el senador por Vermont Bernie Sanders (el demoño azul) y el exvicepresidente Dick Cheney (el demoño rojo). Es lo que hay. O, mejor dicho, lo que solía haber hasta el 6 de enero de 2021. Día aciago en el que sus señorías republicanas decidieron entregar el partido en bandeja de plata a Donald Trump, el traidor, y tornar el respetable GOP (Grand Old Party ) en una secta.

En consecuencia, el 5 noviembre (que es nuestro aniversaaario... ah, no, perdón, que el aniversario era el 7 de septiembre) ya no podemos elegir, como venía siendo habitual, entre dos partidos: uno liberal (pero poco) y otro (bastante) conservador. Ahora solo nos dan a elegir entre el partido liberal, pero poco, y el caos. Así que, este 5 de noviembre (que es nuestro aniver… perdón, que me lío) no se celebran elecciones generales, sino un referéndum. Democracia sí, democracia no. Un voto de pura supervivencia, desesperado, entre los que quieren tirar palante y quienes se empeñan en tirar patrás. Entre diversidad o supremacía blanca. Entre impuestos a los ricos y servicios públicos o más fichas para jugar en el casino y que Dios reparta suerte.

Con un Biden renqueante, el 21 de julio, intuíamos el inevitable retroceso a la era de las tinieblas propuesto por esa Agenda 2025 que le han escrito a Trump sus secuaces y que, diga lo que él diga, se propone hacer cumplir. Ya saben: lo de prohibir el aborto a nivel federal, desmantelar el Ministerio de Educación, desmantelar el Ministerio de Exteriores, desmantelar el FBI y todas esas alegres iniciativas que, en palabras de Tim Walz, el candidato a la vicepresidencia elegido por Kamala Harris, “nadie le había reclamado”. Luego vino el aviso en Twitter y, tan solo cuatro semanas más tarde, el 22 de agosto en la Convención demócrata de Chicago, se confirmó que una mujer de un metro sesenta y cuatro, fiscal, de clase media y con rasgos de origen indio (de la India) y africano (vía Jamaica) había conseguido generar una ilusión pegadiza como las canciones del verano. Hope is back in town, sentenció Michelle Obama y, la Harris, en su discurso de aceptación como candidata a la presidencia, confirmó que la esperanza había regresado con intención de quedarse.

Si el arte de la política consiste en conseguir que la gente deposite en ti su confianza, a esa hora de la noche (pongámosle las once, once y pico, horario de la Costa Este) decenas de millones de almas fueron capaces de imaginarse por vez primera de presidenta a Kamala. Después vino el debate del 10 de septiembre (que es nuestro ani… perdón, por tres días) y la fiscal Harris se merendó con patatas al delincuente que sueña en coronarse como el Orbán de las Américas. Vale, pues, ¿te podrás creer que las encuestas siguen dando empate técnico? Fifty fifty. Situación llamativa con la que muchas mujeres podrán identificarse: competición por un puesto de trabajo entre una mujer altamente cualificada y un hombre sin preparación ninguna y los de contratación de la empresa… ¡todavía se lo están pensando!

Harris tiene que barrer para ganar

Bueno, para ser justos con los de las encuestas, que también tienen familia, lo que predicen es una mayoría de votos para Kamala por haber conseguido atraer a mucho indeciso. Lo que pasa es que, en los USA, el voto popular no te da la victoria. Aquí, como en el Trivial Pursuit, gana la partida quien acumule más quesitos. Y los quesitos (llámeseles electoral votes o compromisarios) hay que ir a buscarlos en plan comecocos a cada Estado. Es un todo o nada, no hay reparto proporcional; quien gane se lleva la banca. Si ganas en Texas por un voto, te llevas todos los compromisarios del Lone Star State. Si ganas Wisconsin por 10.000 votos, te llevas todos los compromisarios del America’s Dairyland, pero tiras 9.999 votos a la basura. Y, debido al diseño del sistema electoral, los demócratas (concentrados en zonas urbanas) están condenados a desperdiciar muchos más votos que los republicanos.

Si la generación Z se animara a votar y lo hiciese en la misma proporción que sus mayores, los demócratas amanecerían el 6 de noviembre con 389 delegados electorales frente a 149 republicanos. También sabemos que los que voten a Kamala no lo harán porque vaya a ser la primera mujer presidenta, que también. Lo harán porque, al contrario que el bicho raro de Trump, ella es una persona fucking normal. Y la gente está harta de tanto circo y quiere que la política vuelva a ser otra vez aburrida.

Fueraparte, como diría el Herrera, desde la falsa acusación de pucherazo de 2020, 28 Estados con gobierno republicano, 28, han aprobado leyes que hacen más difícil depositar una papeleta a votantes que no les son afines. Así que, para ganar, la Harris tiene que barrer y no sabemos si los 283 millones de seguidores que aporta Taylor Swift en Instagram empujarán lo suficiente. Lo que sí sabemos es que, si la generación Z se animara a votar y lo hiciese en la misma proporción que sus mayores, los demócratas amanecerían el 6 de noviembre (shsss, ya está bien de bromas) con 389 delegados electorales frente a 149 republicanos; muy por encima de los 270 que te dan la victoria.

Por tanto, abróchense los cinturones y recen tres padrenuestros los que sepan cómo hacerlo. Ahí vamos. Que el señor nos coja confesados.

Si la generación Z se animara a votar y lo hiciese en la misma proporción que sus mayores, los demócratas amanecerían el 6 de noviembre con 389 delegados electorales frente a 149 republicanos.

Partimos con la sacrosanta misión de arrojar el anillo, esta vez en forma de papeletas, en la guarida del mal de Mordor-A-Lago. Luego, si ganara la Harris, la esperanza es que no sea más de lo mismo. Ni aquí, ni en Gaza. Crucemos los dedos porque Kamala no es Biden con más negritos, ni Biden es Kamala con más salero. Harris no proviene del tradicional entorno male-pale-Yale (dominado por hombres blancos educados en una de las ocho universidades privadas más exclusivas de EE.UU.) y ha dado pistas de querer desmarcarse. Veremos. Lo importante es que, de momento, tras marcar un gol en el último minuto, vamos a la prórroga y hay partido.

Qué alivio, tú.

*Guillermo Fesser es comunicador y escritor. Se dio a conocer con el programa radiofónico Gomaespuma. Reside en EEUU.

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