Antonio Muñoz Molina: "El recuerdo te lleva a sitios que no son muy agradables"

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Karmentxu Marín

PREGUNTA. Volver a dónde, título de su libro, no parece una mala pregunta. ¿Tiene respuesta?Volver a dónde

RESPUESTA. [Risa tenue] No sé ni siquiera si se puede volver o si se debe volver. Hay cosas a las que está bien volver, como a no tener que llevar mascarilla. Pero hay otras a las que no hace ninguna falta. Sin embargo, la pregunta también tiene que ver con los recuerdos del pasado, de los mundos perdidos, de la infancia y todo eso. ¿Y a eso se puede volver o se debe volver? El título es una pregunta precisamente porque es muy difícil la respuesta.

P. Se presenta como un libro sobre la pandemia, pero, aparte de su diario de a bordo, escribe acerca del paso del tiempo, sobre los recuerdos, la familia. ¿Es un nostálgico incurable?

S. Yo creo que no. Si te fijas, en el libro lo que hay es una cosa natural: las personas echamos de menos a los que hemos perdido y echamos de menos ciertas cosas de la vida infantil. Creo que los que tenemos cierta edad y hemos visto un mundo muy distinto tenemos que tener mucho cuidado con esa nostalgia. A lo largo del libro la relación con ese pasado va cambiando, porque el recuerdo te lleva de pronto a sitios que no son muy agradables de recordar. Y te acuerdas de la brutalidad, por ejemplo. Ahora se cultiva mucho eso de decir que el mundo rural, el mundo antiguo, era más auténtico. Pero el que lo ha vivido sabe que ese mundo era de una extrema dureza, una dureza física, una gran aspereza. En el libro hay varios capítulos centrados en lo áspero, en el tacto de las cosas, lo difícil, el frío, la aspereza del trabajo y del trato con las personas, el modo en que la gente se burlaba de los que llamaban los tontos, de los débiles. Estaba acordándome de un hilo que encontré mientras escribía —porque Volver a dónde está escrito de una manera muy libre, no tiene una estructura narrativa— y lo único que yo fui encontrando era el hilo de los días de los santos de la gente y de las fiestas. Me acordé, al final de septiembre, de la feria de Úbeda, de los gigantes y cabezudos; y de pronto apareció el recuerdo de los tontos, de los llamados tontos desfilando, y era un horror.

P. ¿Puede decirse que ha escrito una autobiografía pasada por el tamiz del covid?

R. Sí, es una crónica del presente que se proyecta, creo, de una manera natural hacia el pasado. El presente de cuando terminó el confinamiento, que de pronto va hacia el pasado inmediato que se ha quedado muy lejos. Porque luego hay otro pasado mucho más antiguo que es el de la propia infancia y el de la memoria de las personas mayores que yo, a través de algo tan natural como son las conversaciones familiares por teléfono. En una época en la que no puedes ver a las personas, las conversaciones telefónicas tienen más importancia.

P. ¿Es muy de contar batallas a los nietos?

R. No, a mí no me gusta esa especie de épica del pasado que tiene la gente de estas generaciones nuestras de antiguos progres, que enseguida se ponen a hablar de aquel pasado en el que se luchaba, en el que no sé qué. A mí me gusta, sobre todo, más que contar, escuchar a la gente que ha vivido antes que yo. Escuchar de pronto a una persona como mi madre o como mi tío Juan, ver cómo en esas personas tan mayores está tan presente la infancia, cómo de pronto se emocionan recordando un muñeco que tuvieron, o mi tío recordando cuando un día fue a la escuela y la maestra le retorció la oreja y le salió sangre. El modo en que el pasado está en el presente. Nosotros creemos que son como regiones separadas y no, están superpuestas, hay continuas líneas de comunicación entre unas y otras. Durante ese tiempo [del confinamiento] yo llamaba a mi madre y hablaba con ella; y ella empezaba a perderse en sus recuerdos, ese pasado lejano estaba. Lo estaba contando desde el presente. Por eso, lo que tú dices está bien: es una especie de memoria fragmentaria, pero hecha desde el propio presente. Estás contando una cosa y la otra. Pero a mí lo que me gusta es escuchar. Contar me gusta por escrito.

P. El confinamiento visto desde su balcón. Y allí tomaba notas. Era como si estuviera pintando un cuadro.

R. Bueno, es que un escritor, igual que un artista, trabaja con lo que tiene: que tienes una vida viajera, escribes con la vida viajera; que no puedes salir de tu casa, escribes de no salir de tu casa. Me acuerdo de André Kertész, uno de los grandes fotógrafos del siglo XX, que vivía en Nueva York. En los últimos años de su vida estaba impedido y no podía salir de casa. Y hacía fotos desde la ventana de su apartamento.

P. “Desde que tengo el día entero para mí no me queda tiempo para nada”. ¿No llegó a aburrirse de pensar y pensar?

R. No, si yo pensar no pensaba. Lo que hacía era leer, escuchar música, tomar apuntes, recortar cosas, hablar por teléfono…

P. …Y entregarse a los tomates, a los geranios, la glicinia, el perejil, la camelia. Habrá dejado el balcón como el Botánico.

R. Hombre, claro [ríe]. Está muy botánico ahora mismo, aunque es una época difícil, porque el mes de agosto ha sido muy caluroso en Madrid. Pero el jazmín lo tengo bastante bien, sí.

P. ¿Llegó a imaginar que el encierro podía ser definitivo? ¿Que solo lo matizarían contadas y minutadas salidas?

R. Es que hubo un momento en que las cosas eran tan terribles que decías: ¿y si esto es irreversible? Hay una cosa importante: tenemos que recordar lo poco que hemos salido. Eso me recuerda a algo que ahora está muy presente estos días, claro, que es el 11 de septiembre. Para saber lo que de verdad sentíamos los que estábamos allí tenemos que hacer el esfuerzo de ponernos en la situación del que no sabe qué va a pasar a continuación. Cae un avión, y luego otro avión, y ya… Tú estabas allí. ¿Qué iba a pasar? Esa sensación es terrorífica, y por eso nosotros, cuando pasa el tiempo, enseguida procuramos borrarlo, porque ya sabemos lo que ha ocurrido.

P. ¡Y eso que a usted el confinamiento le pilló con perro propio!

R. Tuve mucha suerte en eso. Yo, que soy muy andarín, había días en que llegaba hasta la verja del Retiro. Me alegraba de llegar a lo alto de la calle de Alcalá y ver a lo lejos esas torres… Parecía una ciudad fantástica. Creo que era muy importante dar testimonio de eso. Es algo que solo podemos contar los que lo hemos vivido. Y es algo que se olvida muy rápido. Entonces, esa atmósfera peculiar, tan rara… Ahora lo recordamos y ya lo tenemos como domesticado. Cuando hablas de la autobiografía, de los niveles del pasado... He puesto en cursiva los fragmentos de diario-diario, para resaltar el hecho de que está contado en ese mismo momento y ya tiene una perspectiva lejana. Se queda atrás muy rápido.

P. Asegura que hundirse en la depresión hubiera sido una falta de respeto. Pues me temo que la pandemia ha hecho muchos maleducados. Irrespetuosos, al menos.

R. Muchas veces es inevitable. Pero lo que yo quería decir ahí es que creo que la pena personal de cada uno era importante ponerla en el contexto del sufrimiento de quienes estaban padeciendo más. Porque para mí era muy duro estar encerrado en mi casa, pero era más difícil para un sanitario. Para mí, la tentación de la pesadumbre me hacía saber que se puede sufrir, pero yo tenía mi casa, no estaba encerrado con niños pequeños ni con desconocidos, no estaba solo, sino muy bien acompañado, y mi trabajo no se veía afectado. Tenía, afortunadamente, salud. Nadie cercano a mí estaba en una situación terrible. Mi madre estaba bien. Entonces…

P. Usted afirma, por una parte, que el mundo de después es muy parecido al de antes. Pero al final del libro concluye que este no es el mundo de antes, sino otro mundo raro. ¿Con qué me quedo?

R. Bueno, es que la segunda parte de lo que dices está escrita en diciembre de 2020, cuando estaba volviendo a subir la pandemia otra vez e ibas por la calle, en las vísperas de Navidad, y había la misma cosa así como ansiosa de la iluminación y el tráfico, pero no era el mismo mundo de antes, porque la pandemia seguía ahí.

P. ¿Quién y de dónde se sacó que de la pandemia saldríamos mejores?

R. Yo creo que hay siempre mucha prisa por sacar conclusiones, por establecer teorías. Pero mi aspiración es mucho más modesta. Es interpretar, fijarse en las cosas concretas, intentar ver con un máximo de precisión lo que está pasando. Eso yo creo que te lleva a evitar las grandes declaraciones de vamos a ser mejores o vamos a ser peores, o este país es una mierda. Las cosas son mucho más complejas siempre y están muy mezcladas. Es algo que uno aprende en la vida, que todo está muy mezclado. Que en lo bueno hay unas cosas que no son tan buenas y que a veces se mezclan lo malo y lo bueno, el heroísmo y la cobardía. En fin, son generalizaciones.

P. ¿Ha sacado alguna conclusión de lo que estamos viviendo?

R. Sí, he sacado una conclusión sobre la organización del Estado y de la convivencia, conclusión que ya tenía, por cierto: que no vale toda esta fantasía neoliberal de que lo mejor tiene que ser privado y que la gestión privada de las cosas es más útil para todos, y que el Estado o la Administración Pública es incompetente y no sirve. Pues se ha visto, aunque ya se sabía, que necesitamos una Administración Pública poderosa, una sanidad fuerte y una educación y una investigación científicas de mucha calidad. Hemos visto cómo el conocimiento científico es fundamental para salir de esta situación y cómo hay que valorar la idea de equidad, de justicia. Son conclusiones que se pueden sacar. En todas partes, fíjate en Estados Unidos, se ha comprobado que el Estado en el más amplio sentido de la palabra tiene que tener una presencia importante, por supuesto transparente, austera y profesional. No hay alternativa a un sistema sanitario público.

P. Pues dígales estas cosas a las eléctricas.

R. Claro. Esto no quiere decir que defienda una economía estatalizada ni nada de eso. Quiero decir que las cuestiones cruciales de la vida humana no pueden depender del negocio privado.

P. Lo sigo viendo aplicable a la electricidad.

R. Pero la sanidad, la educación, la limpieza del aire, la seguridad jurídica, la igualdad entre las personas, esos valores no pueden estar al albur de los intereses privados.

P. Vivió el 11S en Nueva York. Se supone que la ocupación de Afganistán por Estados Unidos fue consecuencia de aquellos atentados. ¿Cómo ve el panorama que ha quedado 20 años después? Ir a echar a los talibanes para marcharse cuatro lustros más tarde expulsados por los talibanes y con más terrorismo.

R. Es una cosa asombrosa porque, además, como ha sucedido justo 20 años después, yo recuerdo el domingo en el que empezaron los bombardeos en Afganistán. Estaba con mi mujer en un mercadillo en Nueva York y en un puesto había una señora que tenía puesta la radio. Le dio volumen y estaban transmitiendo en directo el sonido de los bombardeos. ¿Cómo se puede responder a un ataque terrorista con medidas militares? Porque lo que se ve es que lo peor del terrorismo, aparte del sufrimiento que causa en las víctimas, que es indudable, es lo que puede desatar en su contra. El ataque a las Torres Gemelas fue una monstruosidad. Pero la respuesta de Estados Unidos y de algunos de sus aliados occidentales, el volumen de guerra, de destrucción, de injusticias, de torturas a que eso ha dado lugar resulta tan pavoroso…

P. Dice ser muy desapegado a las cosas que ya ha escrito: “Dejan de interesarme enseguida”. ¿Le importa aún ‘Volver a dónde’ o ya se le ha pasado?

R. Pues siento desapego. Es un problema. Pones tanta intensidad en una cosa, le dedicas tu vida entera. Luego lo terminas y adiós muy buenas.

P. No lo ve como una criatura suya.

R. Sí, es mía. Pero solo veo los defectos.

P. Usted podría haber sido ministro consorte en 2018. ¿De la que se libró?

R. Sí, claro. De la que se libró sobre todo ella. Yo le decía a Elvira [Lindo]: “Voy a ser tu Denis”, que es como se llamaba el marido de la Thatcher. Es una pena, porque el servicio público es una cosa muy noble y muy importante, no es ninguna tontería. Pero la vida política es tan tóxica que impide que personas no profesionales de eso puedan dedicarse a ello de una manera tranquila. ¿Por qué no va a dedicarse a un servicio público una persona, un ciudadano cualquiera? Sería lo más lógico que todos los ciudadanos pudiéramos participar. Pero en España el ambiente es tan agresivo, tan venenoso, tan difícil, que el sacrificio que impone esa dedicación es excesivo. No me hubiera gustado que mi mujer fuera ministra. Y me da pena, porque hace falta que haya gente decente en la política, y hay gente en la política que es admirable, y que hace cosas muy bien hechas. Pero para una persona que vive de escribir y de su presencia pública, tristemente es un precio que es muy difícil pagar.

P. Los vencejos salen mucho en su libro.

R. La naturaleza sale mucho. Los vencejos y las golondrinas, aparte de ser animales extraordinarios, son indicadores de la salud del ambiente. Si hay vencejos es que hay insectos de los que se alimentan los vencejos. Si hay insectos quiere decir que las plantas se van a polinizar. En el libro hay una conciencia ambiental muy fuerte y muy radical, incluso. Igual que cuando de noche miro hacia la lámpara me digo que pocos insectos hay a su alrededor. Eso es una calamidad, está cuantificado. Una de las tragedias ambientales que hay es la desaparición de los insectos. Es que si no hay abejas para polinizar… Y es que los pesticidas, los fertilizantes y todo eso… La desaparición de los entornos naturales… Vivimos en una emergencia climática tremenda. Si ves golondrinas por la mañana es una buena señal. Y cuando salen los vencejos al anochecer, aparte de su belleza, indican que hay una buena salud ambiental.

P. ¿Qué le queda del ardor guerrero que dio nombre a un libro suyo sobre la mili?

R. Yo creo que el espíritu de rebeldía. Cuando escribí ese libro hice algo que entonces no era muy comprendido: contar una experiencia tal y como la había vivido, sin convertirla en ficción. En ese momento eso causó muchos malentendidos, porque no quise entrar en la ficción, se trataba de dar testimonio de las cosas, crear una construcción literaria que al mismo tiempo fuera un testimonio.

P. El Ejército no le dio ningún premio.

R. [Ríe] No. Pero fíjate que el Ejército ha cambiado más que otras instituciones.

P. Por cierto, ¿cree que muchos lectores sabrán lo que es la mili?

R. Pues precisamente para eso está el libro. Para informarles.

P. ¿Usted es de mucho ardor en general, guerrero o no?

R. Sí, en ciertas cosas sí. Creo que en las cosas fundamentales de la vida, en privado, pues hace falta mucho ardor.

P. Suele ser conveniente.

R. Sí. También en la defensa de unas cuantas convicciones, claras y sencillas. Pero en lo público generalmente es preferible la templanza. Salvo en el rechazo del abuso. Ahí hay que tener mucho ardor.

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P. Está en paz consigo mismo.

R. No. Yo en paz conmigo mismo no estoy. Pero uno hace lo que puede. Hay una cosa que decía Philip Roth, que era muy vanidoso, pero llevaba razón en ella: “Hice lo que pude con lo que tenía”.

Esta entrevista está publicada en el número de octubre de tintaLibre, a la venta en quioscos. Puedes consultar todos los contenidos de la revista haciendo clic aquí.aquí

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