LA PORTADA DE MAÑANA
Ver
Las decisiones del nuevo CGPJ muestran que el empate pactado entre PP y PSOE favorece a la derecha

Apocalipsis Lemebel

En abril de 1973 no todos cabían en aquella ilusión colectiva que fue la Unidad Popular de Salvador Allende. “Vengo de Chile, un país pequeño, pero donde hoy cualquier ciudadano es libre de expresarse como mejor prefiera, de irrestricta tolerancia cultural, religiosa e ideológica, donde la discriminación racial no tiene cabida”, había recitado el presidente meses antes, frente a la ONU. Un país, continuaba el discurso, que en una generación había dado dos premios Nobel de Literatura, Gabriela Mistral y Pablo Neruda. Pero también, un país en el que ni la izquierda, ni por supuesto la derecha, escapaban a la homofobia. De manera que durante aquel otoño en el que todavía se jugaba al fútbol en el Estadio Nacional de Santiago de Chile, las locas, las camionas, los fletos, los colipatos, los maricones… se reunieron en la plaza de Armas de la capital para reclamar el reconocimiento y la igualdad de derechos, constituyendo uno de los primeros actos reivindicativos del movimiento LGTBI chileno.

Pedro Segundo Mardones Lemebel ya era entonces periférico y resistente; un saco de rabia alimentado de risas, insultos, burlas; un corazón festivo; el germen de una voz tierna y a la vez dura, desacomplejada, kitsch, melodramática y libre. Al “mejor poeta” (sin obra poética) de su generación, en palabras de su compatriota Roberto Bolaño, aún le faltaban unos años para empezar a cabalgar el proyecto artístico de las Yeguas del Apocalipsis y convertirse en uno de los grandes referentes del activismo homosexual de América Latina, en la voz “loca” de la clase obrera, cuya pluma y crudeza resultaron demasiado transgresoras para la izquierda burguesa. “No soy Pasolini pidiendo explicaciones / no soy Ginsberg expulsado de Cuba / no soy un marica disfrazado de poeta”, escribió en su manifiesto Hablo por mi diferencia.

Pedro Lemebel (como se presentó al mundo) nació en la primavera de 1952 a orillas del capitalino Zanjón de la Aguada. Hijo de un panadero, aunque de adolescente recibió una formación profesional en la forja del metal, Lemebel consiguió llegar a la Universidad y licenciarse como profesor de Artes Plásticas. Intentó ejercer de maestro, pero su abierta homosexualidad provocó que le despidieran de varios colegios. Aquella época –con el general Augusto Pinochet apoltronado en La Moneda- tampoco fue amable para el joven estudiante de Literatura Francisco Casas, que acudía a clase con vestido y maquillaje, gritando que era una “loca”. Casas y Lemebel parecían predestinados. Se conocieron en 1985 y a dúo, con el poético nombre de las Yeguas del Apocalipsis, llevaron a cabo más de una decena de intervenciones artísticas para denunciar los crímenes del régimen militar, sacar del ostracismo al sida y criticar la LGTBfobia. Hasta 1993 desafiaron juntos, desde el cuerpo homosexual, el epicentro de sus performances, cualquier tipo de poder opresivo y censor.

En la época en la que Lemebel y Casas entablaron amistad, Los Prisioneros compusieron el himno de toda una generación de chavales que padecían la desilusión y los estragos del neoliberalismo feroz de los Chicago Boys. Coreando “únanse al baile de los que sobran / nadie nos va echar de más / nadie nos quiso ayudar de verdad”, el grupo de punk rock chileno cantaba en El baile de los que sobran a los jóvenes de clase baja que no podían acceder a una educación superior ni a un trabajo después de abandonar el colegio.

Reclamar el ingreso de minorías en la Universidad fue también uno de los objetivos que persiguieron las Yeguas en la performance Refundación de la Universidad de Chile, una de las primeras que hicieron juntos. La estampa de los jóvenes Casas y Lemebel entrando en el campus de la Universidad desnudos, a lomos de una yegua, y acompañados de las poetas Carmen Berenguer, Carolina Jerez y Nadia Prado, para parodiar y erotizar la iconografía militar y de los conquistadores, consiguió remover los cimientos artísticos del país. Durante el acto, no faltaron referencias a Pedro de Valdivia, fundador de Santiago de Chile, y a la leyenda de Lady Godiva paseándose desnuda por las calles sobre un caballo.

Un año más tarde, en 1989, volverían de nuevo a atacar la herencia colonial en una de sus intervenciones más célebres. El 12 de octubre de aquel año, Día de la Raza, en la sede de la Comisión Chilena de los Derechos Humanos, Casas y Lemebel bailaron con los pies descalzos sobre un mapa de América Latina cubierto de cristales de botellas de Coca-Cola. Poco a poco, la sangre de las Yeguas fue derramándose por el papel, aludiendo con este gesto a los crímenes cometidos desde la Conquista hasta la salvaje represión de las dictaduras militares del Cono Sur, que contaban con el beneplácito (y la intervención) de Estados Unidos.

A la par que Casas y Lemebel desarrollaban su proyecto artístico, el movimiento LGTBI continuó organizándose en Chile: en 1977 se puso en marcha el pequeño grupo Integración, poco después nacerían el colectivo lésbico y feminista Ayuquelén y la Corporación Chilena de Prevención del sida y, ya en 1991, el MOVILH Movimiento de Liberación Homosexual, a cuyo acto fundacional acudió Lemebel, según recuerda Felipe Rivas en el número de primavera-verano de 2012 de la revista Carta, del Museo Reina Sofía. El propio nombre de las Yeguas surge del férreo activismo de la época contra la estigmatización del sida. “El solo nombre ha sido nuestra mayor intervención. Las Yeguas del Apocalipsis tienen que ver con la metáfora del sida que, en ese tiempo, se achacaba a los homosexuales como una enfermedad de fin de siglo, una metáfora del Apocalipsis”, explicó Lemebel. “Nosotros no éramos caballos, éramos yeguas, con ese nombre nos solidarizamos con aquellos apelativos utilizados para ofender a las mujeres”.

Poeta del Santiago pobre y marica

Durante esos años, Lemebel se perfila también como uno de los mejores cronistas del underground chileno. En sus artículos publicados en diferentes revistas habla de yonquis, prostitutas, jóvenes abusados, chaperos, travestismo, pobreza y homosexualidad. En 1995 aparece su primer libro, La esquina del corazón, en el que se recopilan muchos de sus trabajos; posteriormente se publicarían Loco afán, crónicas del sidario (1996), De perlas y cicatrices (1998) y Adiós mariquita linda (2004). La editorial Anagrama se encargó de editar en España varios de estos títulos y también la única novela que Lemebel publicó en vida, Tengo miedo torero, en la que convergen los dos mundos de los que bebía el escritor: el homosexual y la militancia política. Lo hace a través de una especie de alter ego, apodado La Loca del frente, un homosexual maduro y afeminado que se enamora de un joven guerrillero de izquierdas. “Tengo miedo torero toma su título de un pasodoble, entonado por algunas de las más grandes divas de la canción española (Marifé de Triana, Sara Montiel, Marisol, Lola Flores), y remeda, en gran medida, el argumento de una famosa novela argentina de 1976, El beso de la mujer araña, de Manuel Puig”, explica Lorena Ferrer en un artículo publicado en infoLibre.

El prestigio de Lemebel como escritor recibió un gran espaldarazo gracias a las palabras de Roberto Bolaño, que le definió como “uno de los mejores escritores de Chile”. En su obra, desplegó un lenguaje plástico, una prosa barroca, llena de belleza y sinceridad; además de una enorme capacidad de reflexión sobre la izquierda, la clase obrera y la homosexualidad. “Podría escribir clarito, podría escribir sin tantos recovecos, sin tanto remolino inútil. […] Pero la urbe me hizo mal, la calle me maltrató, y el sexo con hache me escupió el esfínter. Digo podría, pero sé bien que no pude, me faltó rigurosidad y me ganó la farra, el embrujo sórdido del amor mentido. Y me creí como una tonta, como una perra lacia me dejé embaucar por alegorías barrocas y palabreríos que sonaban tan relindo”, reflexiona Lemebel en la antología Poco hombre.

Pero la obra que mejor condensa su poética y su garra política la pronunció en 1986, en medio de una concentración política clandestina organizada por diferentes partidos y movimientos de izquierdas en la Estación Mapocho. Allí, Lemebel recitó el citado manifiesto Hablo por mi diferencia y se encaró con los compañeros que le recibían entre risitas mientras hablaban de igualdad y utopía socialista. “¿Tiene miedo que se homosexualice la vida? / Yo no hablo de meterlo y sacarlo / y sacarlo y meterlo solamente. / Hablo de ternura, compañero. / Usted no sabe / cómo cuesta encontrar el amor / en estas condiciones. / Usted no sabe / qué es cargar con esta lepra. / La gente le guarda las distancias / la gente comprende y dice: / es marica, pero escribe bien/ es marica, pero buen amigo”, clamó ante sus camaradas. “Yo no pongo la otra mejilla / yo pongo el culo, compañero/ y esa es mi venganza. / Mi hombría espera paciente / que los machos se hagan viejos / porque a esta altura del partido / la izquierda tranza su culo lacio / en el Parlamento”.

Verso suelto y activista incómodo en muchos bandos, Lemebel no ocultó nunca su condición (que a la vez era coraza) de periférico, ni en dictadura ni en democracia. “Necesitaba el afecto de todos aquellos que pudieran compensarle el desafecto del mundo […]. Era una criatura rota, desvalida. […] Mariconeaba con frivolidad, engrandeciendo su alma femenina, pero en ese espectáculo de travestismo festivo estaba todo el dolor que le salía por los ojos”, escribe Luisgé Martín en Zenda. Por eso, el público le quería y, en 2014, se puso en marcha una intensa campaña para apoyar su candidatura al Premio Nacional de Literatura. No se lo dieron, el galardón recayó en Antonio Skármeta, autor de El cartero de Neruda. Aún así, “a Pero Lemebel -continúa Lorena Ferrer- le debemos el coraje de abandonar el armario por el micrófono y los focos para darles voz a quienes no tuvieron, ni hoy tienen, la oportunidad o la valentía suficiente para ostentar su diferencia”.

Pedro Lemebel, la 'loca' que combatió la dictadura de Pinochet a golpe de pluma

Ver más

Ya muy enfermo por un cáncer de laringe, Lemebel escribió uno de sus últimos tuits: “Estas alas de niño hermoso, ya están un poco cansadas de volar”. Cerraba así, el poeta sin obra, muerto a los 62 años, la metáfora con la que concluía Hablo por mi diferencia: “Hay tantos niños que van a nacer / con una alita rota / y yo quiero que vuelen, compañero/ que su revolución / les dé un pedazo de cielo rojo / para que puedan volar”.

*Este reportaje está publicado en el número de junio de tintaLibre, a la venta en quioscos. Puedes consultar todos los artículos de la revista haciendo clic aquí.aquí

 

En abril de 1973 no todos cabían en aquella ilusión colectiva que fue la Unidad Popular de Salvador Allende. “Vengo de Chile, un país pequeño, pero donde hoy cualquier ciudadano es libre de expresarse como mejor prefiera, de irrestricta tolerancia cultural, religiosa e ideológica, donde la discriminación racial no tiene cabida”, había recitado el presidente meses antes, frente a la ONU. Un país, continuaba el discurso, que en una generación había dado dos premios Nobel de Literatura, Gabriela Mistral y Pablo Neruda. Pero también, un país en el que ni la izquierda, ni por supuesto la derecha, escapaban a la homofobia. De manera que durante aquel otoño en el que todavía se jugaba al fútbol en el Estadio Nacional de Santiago de Chile, las locas, las camionas, los fletos, los colipatos, los maricones… se reunieron en la plaza de Armas de la capital para reclamar el reconocimiento y la igualdad de derechos, constituyendo uno de los primeros actos reivindicativos del movimiento LGTBI chileno.

Más sobre este tema
>