"Aún creo en el poder del pueblo"

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Ana Soromenho | Lisboa

Basta con decir Otelo. Sin nombres ni apellidos. Todos sabemos quién es. El hombre que montó toda la operación de los capitanes de abril y comandó, desde su puesto, el alto mando de Pontinha, en la periferia de Lisboa, la Revolución de 1974. No salió a la calle a celebrar la fiesta. Tampoco estaba en las fotografías de los soldados encima de los tanques, con los claveles metidos en las armas, símbolos supremos de una revolución ejemplar donde no se derramó sangre. El 26 de abril salió solo de la sala donde había pasado las últimas 36 horas y cerró la puerta. Él que era, en aquel preciso momento, el gran héroe de la Revolución.

En los meses siguientes, durante los tiempos turbulentos del PREC (Proceso Revolucionario en Curso) fue un comandante detestado y amado a la vez que lideró el COPCON (Comando Operacional del Portugal Continental), el brazo político creado por el MFA (Movimiento de las Fuerzas Armadas) y se unió a la parte más radical de la Revolución, la que desencadenó la reforma agraria, la ocupación de casas y las controvertidas órdenes de detención en blanco. En 1976, fue candidato a la presidencia de la República, pero ganó las elecciones el general Ramalho Eanes. Saraiva quedó en segundo lugar y creó el partido Força da Unidade Popular (FUP).

En 1984, bajo acusación de liderar las FP-25 de Abril, una organización de lucha armada responsable de la muerte de 17 personas, fue acusado de haber pactado ataques terroristas llevados a cabo en nombre de la organización y posteriormente fue juzgado y condenado a 18 años de prisión. Siempre negó su implicación con las FP-25 de Abril, “fue una trampa urdida por los comunistas para alejarme”, dice. Cumplió cinco años de prisión. De los tiempos de la cárcel no guarda malos recuerdos.

Con 81 años, Otelo Saraiva de Carvalho sigue siendo un romántico que cree en una democracia participativa y popular. Nos recibe en su casa, donde vive con su mujer desde 1973, año en que volvió de Guinea y de la guerra colonial. En esta misma sala en la que conversamos fue donde, casi sin muebles, con militares sentados en el suelo, fumando sin descanso, se planeó el golpe militar que derrocó en 17 horas una dictadura de 48 años.

PREGUNTA: En 2011, el año en que se conmemoró el 37º año de la Revolución de abril escribió un libro donde describía, hora a hora, todo lo que había vivido aquel día. Lo tituló ‘El día inicial’, exactamente el mismo título que Sophia de Mello Breyner le dio al poema que escribió en homenaje a la Revolución.

RESPUESTA: ¡Y en algún momento me sabía todo el poema de memoria!

¿Podría recitarnos algo?

[Se levanta. Busca en una estantería y coge un libro. El libro se llama El nombre de las cosas. Prepara la voz y lee] “Esta es la madrugada que yo esperaba / el día entero y limpio / donde emergimos de la noche y del silencio / y libres habitamos la sustancia del tiempo”.

¿Se sintió el protagonista de aquellas palabras la primera vez que las escuchó?

Sophia es una poeta extremadamente sensible y siempre que escucho ese poema intento buscar la misma esencia de lo que ella habría sentido cuando supo que estaba en marcha una revolución. La forma en que describe ese sentimiento -“y libres habitamos la sustancia del tiempo”- yo también la sentí cuando estaba en el puesto de mando de Pontinha, comandando aquel ejército de 5.000 hombres que llegaban desde el norte y el sur, de todo el país para hacer la Revolución. Aquel día, inicial, limpio, era el día que marcaba una nueva era y nosotros estábamos haciendo historia. Estábamos construyendo “la sustancia del tiempo”.

¿Tuvo esa percepción entonces?

No. En aquel momento no percibí que estaba sucediendo un momento épico. Sólo al final del día 25, cuando el mayor Almeida Bruno, hoy un general jubilado, entró en el puesto de mando de Pontinha donde yo estaba liderando las operaciones para decirme: “Otelo, tú ya has hecho Historia”, tuve una idea clara de esa dimensión y me impresionó mucho. Para mí, lo que estaba sucediendo era una operación militar donde yo había asumido una responsabilidad enorme. Lo que sentía era el peso de la responsabilidad y durante todo el día tuve miedo de que fallase.

¿Podría describir ese miedo a fallar?

Es difícil. Es un sentimiento muy controvertido porque el miedo siempre existe. Pero, al mismo tiempo, tenía la fuerte convicción de que conseguiríamos la victoria. Tal vez sea esa convicción la que hace que no se falle. Dos días antes, el día 23 de abril, salí de casa y me despedí de mi mujer. La avisé de que volvería el día 26 y fue en aquel momento cuando le expliqué lo que iba a hacer.

¿Su mujer no lo sabía?

Ella ya había notado que yo estaba tramando algo porque me reunía con los militares aquí en casa. Pero no tenía ni la menor idea de las dimensiones de la operación militar que llevaríamos a cabo, ni de mi papel en esa operación donde se planeaba derrocar al Gobierno. Cuando se lo conté, me preguntó: “Entonces, ¿mañana ya no vamos a la ópera?” Yo tenía entradas para la noche del 24, era un miércoles, e íbamos a ver a una gran soprano lírica, Joan Sutherland, que actuaba por primera vez en Lisboa.

¿De qué ópera se trataba?

La Traviata.

¿Cómo reaccionó cuando se lo contó?

Sólo preguntó: “¿Cuándo te veo?” y le respondí: “Si todo va bien, prometo estar en casa para comer el día 26”. “¿Y si fuese mal?” No lo dudé: “Si fuese mal, puede ser que ésta sea la última vez que nos veamos”.

Si fuese mal lo meterían en la cárcel... El destino estaba asegurado, iría a la prisión de Tarrafal, en la isla de Cabo Verde, la más dura de todas las prisiones del régimen. Sería un viaje sin retorno. Después de decirle todo esto, nos abrazamos, me despedí de mis hijos y salí de casa. Cuando llegué al coche me di cuenta de que no llevaba ninguna pistola conmigo. Volví a casa, abrí la puerta, fui al dormitorio y ella estaba encima de nuestra cama, de rodillas y sollozando. Se había hecho la fuerte hasta que yo salí y después se desmoronó… Verla así me costó tanto, tanto.

¿Cómo se prepara una revolución?

Un tiempo antes, el día 11 de marzo, se había producido una tentativa de golpe de Estado que había fallado porque no había un plan de operaciones. El plan había estado muy mal preparado por el regimiento de infantería de Caldas da Rainha y, a las cuatro de la mañana, una columna con 14 vehículos de aquel regimiento cogió la carretera en dirección a Lisboa para derrocar al Gobierno, convencidos de que otras unidades se unirían a ellos. No salió ninguna más. Yo era escéptico y muy reticente a dejarme llevar por aquella operación, pero sabía por dónde entrarían en Lisboa y fui de paisano para ver como transcurriría todo. Me aposté en una gasolinera por donde la columna entraría en Lisboa para observar las maniobras. En cuanto llegué noté que se había producido una fuga de información. Los esperaba un tremendo aparato militar y gubernamental: GNR (Guarda Nacional Republicana), PSP (Policía de Seguridad Pública), fuerzas de la Legión, la PIDE (Policía Internacional y de Defensa del Estado), fuerzas de la Caballería… todo esperando a una única columna de 14 tanques militares que venía de Caldas da Rainha. Y fue en aquel momento en que pensé: “Si tuviese a nuestras fuerzas comandadas por capitanes que ya forman parte del movimiento MFA (Movimiento de Fuerzas Armadas) y a determinada hora consiguiésemos capturar puntos importantes como el aeropuerto, la televisión, la radio… conseguiríamos hacer la Revolución. Había mucha gente de nuestro lado, de norte a sur, en diferentes unidades militares, por tanto, sólo teníamos que preparar un plan de operaciones en serio. Aprendí esto del golpe fallido.

 

Tras el triunfo del levantamiento, soldados y capitanes lo celebraron con toda la multitud en las calles de Lisboa. Sobre estas líneas, una imagen del 25 de abril de 1974. / EFE

¿En qué momento se decide a avanzar en el plan?

Días después, el 24 de marzo, conseguí reunir aquí en casa a 21 capitanes y mayores y se lo propuse sin tapujos: “Vamos a hacer una operación militar para derrocar el Gobierno. Me ocupo yo de todo”.

Dicho así, parece una locura.

¡Claro que lo fue! ¡Fue una locura! Tanto que Vítor Alves, otro de los capitanes de abril, decía siempre: “Si no fuese por la locura de Otelo no habríamos llevado a cabo el 25 de abril”. Yo ya sabía que tenía que ser así porque teníamos muy poco tiempo. Teníamos hasta la última semana de abril.

¿Y por qué?

Debido al Primero de Mayo. La PIDE (policía política del régimen de Salazar) iba a cargar contra las manifestaciones. Después del golpe de Caldas ya habían comenzado a mandar a la cárcel a gente del Partido Comunista y a estudiantes contra el régimen. A causa de lo sucedido, el 16 de marzo también habían detenido a camaradas nuestros, los interrogatorios habían comenzado y teníamos mucho miedo a que hablasen del movimiento de militares. Y, de hecho, el día 15 de abril conseguí tener toda la orden de operaciones manuscrita.

¿Fue totalmente elaborada por usted?

Fue un trabajo muy solitario hecho aquí, en casa. Al final escribí 24 hojas tamaño folio con los itinerarios de las columnas y los horarios de las operaciones: “La columna de Viseu sale de Viseu a las tres de la mañana y viene por esta carretera…”, todo bien detallado. El día 23 de abril a las tres de la tarde organicé un encuentro con mis camaradas oficiales –coroneles, capitanes y mayores- en el Parque Eduardo VII y les di las siguientes indicaciones: “Llegaré y me sentaré en el banco más cercano a la calle de Sidónio Pais, llevaré una carpeta. Ustedes estarán de paseo por el parque. Cada uno traerá un periódico para que les pueda identificar y después se sentarán conmigo. Abriré la carpeta y les daré una hoja con las últimas instrucciones, se marcharán y llevarán las indicaciones a los cuarteles de todo el país”. Y así lo hicieron. A las 14 horas del día 24 de abril recibí la última llamada donde me confirmaron que se entregó la hoja al último contacto y que estaba todo preparado.

La Revolución arranca con una señal, una canción que emitía Radio Renascença por la noche y que era la señal para que los militares supiesen que podían avanzar. Esa imagen de los militares saliendo del cuartel al santo y seña de una canción es uno de los símbolos más poderosos del 25 de abril y es una imagen muy bonita. ¿Quién fue el encargado?

Yo tenía muchas ganas de que fuese una canción de Zeca Afonso. Pensé en Traz um amigo também o en Venham mais cinco. Ambas tienen un poder de convocatoria increíble, pero algunos camaradas, a quienes yo daba órdenes, me avisaron de que no podía ser porque ambas estaban censuradas. Entonces decidimos que la primera señal de aviso para comunicar que se podía avanzar fuera una canción escrita por José Niza y cantada por Paulo de Carvalho, un gran éxito de ese año. A las 11 de la noche, João Paulo Dinis, que había sido cabo primero mío en Guinea y era radicalista, lanzó la señal: “Y ahora, queda con vosotros Paulo de Carvalho con Despois do Adeus”. Solamente después, casi a las dos de la madrugada, se emitiría finalmente la canción de Zeca Afonso, Grândola Vila Morena, que fue cuando supimos que la Radio Nacional había sido tomada y que la Revolución estaba en marcha.

Para entonces usted ya estaba en su puesto de mando en Pontinha. ¿Qué siente al escuchar la canción?

Un temblor increíble por todo el cuerpo. Como un escalofrío. Era la garantía de que todo el plan se llevaría a cabo. Casi podía saborear la victoria. Nada fallaría.

¿Cuándo supo que la Revolución había triunfado?

Cuando entramos en el puesto de mando de Pontinha, el día 24, a las 8 de la noche, habíamos forrado todas las ventanas con mantas negras para que no se viese que había luz dentro. En la madrugada del día 25, casi a las 6 de la mañana, me acerqué a una de las ventanas y levanté una manta. Acababa de amanecer y vi en el cielo un avión de pasajeros, un Boeing enorme, descendiendo sobre el aeropuerto. Pensé: “Si el aeropuerto ha sido tomado y no se permite el tráfico civil ¿Cómo puede aterrizar el avión?”. En aquel preciso momento el avión hizo un movimiento vertical e inició nuevamente el vuelo de subida. No podía aterrizar. Era la prueba de que todos los objetivos se habían cumplido. La radio y todos los órganos de comunicación gubernamentales habían sido tomados, los cuarteles generales militares de Lisboa y Oporto, también. Habíamos tomado la Emisora Nacional para que el Gobierno no pudiese emitir comunicados a la población y el aeropuerto era nuestro. La Revolución estaba ganada.

Al final del día Marcelo Caetano, el último presidente del Consejo del Estado Novo, fue encarcelado y deportado. ¿Era necesario este paso para tener la seguridad de que la Revolución se había materializado?

Marcelo Caetano no tenía ninguna opción. A las cinco de la madrugada se había interceptado una llamada de Silvio Pais, el director de la PIDE, a la casa de Marcelo diciendo: “¡La Revolución está en la calle, tiene que salir ya, señor presidente, pueden ir a buscarle!”. Con esa llamada supimos que el presidente acudiría al cuartel general de la GNR, en el Largo do Carmo. Poco después le comuniqué al capitán Salgueiro Maia, que estaba en Terreiro do Paço, que subiese con los tanques ligeros para allí y cercara todas las entradas. Cuando él va con los tanques y los soldados, el pueblo llenó el Largo do Carmo. Marcelo Caetano estaba acorralado.

Entró en su puesto de mando a las 21:40 del día 24. El día 25, los militares que estaban con usted se marchan, no resisten a bajar a la calle para participar de la alegría del pueblo. Usted está completamente solo la mañana del día 26, cuando guarda las granadas y las pistolas, apaga la luz, cierra la puerta y se va a su casa... Esta descripción, la de un hombre solitario aquel día, siempre me impresionó. ¿Por qué no ir a la calle a participar de la celebración, donde el pueblo aplaudía a los militares en su momento de máxima gloria?

Hacía dos noches que no dormía. Estaba bajo mucho estrés y ansiedad. Me derrumbé. Además, le había prometido a mi mujer que el día 26 estaría en casa para comer y así lo hice.

¿Qué siente cuando ve las imágenes de la celebración en la calle y no está allí? No está en las fotografías como Salgueiro Maia y los demás capitanes de abril, en esos inolvidables documentos de los soldados encima de los tanques con el pueblo y los claveles en las escopetas…

[Hace una pausa, baja el tono de voz] Aún me emociono mucho. Ahí está todo. La emoción de mis camaradas y esa mirada de alegría de los soldados al ser vitoreados por el pueblo. Aquel orgullo por haber participado y por la Revolución que fue. Una revolución sin sangre…En 17 horas derrocamos una dictadura de 48 años. ¡Caramba! Me gustaría muchísimo haber estado en la calle, haber participado en la fiesta. El día 25 tuve todas esas emociones a través de las historias que me contaron.

Si Marcelo Caetano hubiese resuelto la cuestión de la guerra colonial ¿Habría tenido lugar el 25 de abril?

Creo que no. Si hubiese encontrado una solución política para la guerra colonial, puede ser que el 25 de abril nunca hubiese sucedido. La disciplina militar se rige mucho por la obediencia a la jerarquía, pero allí hubo un pensamiento político que afortunadamente alteró la conducta de los militares.

Usted fue al instituto en Lourenço Marques, hoy Maputo, Mozambique, dónde su padre era funcionario de Correos. Regresó a África más tarde ya como militar del régimen de Salazar. Después del inicio de la guerra colonial, en 1961, fue a Angola y más tarde a Guinea. ¿Cuándo advirtió que está combatiendo del lado equivocado?

Para mí fue muy difícil, supuso una pena muy grande ir a la guerra colonial a luchar contra los movimientos de liberación. Viví muchos años en Mozambique y me unía mucha amistad con su gente.

Pero fue la carrera militar la que escogió Otelo...

Cuando escogí la carrera militar la guerra aún no había estallado. Hay una diferencia muy grande entre las fuerzas armadas que existen para conquistar posiciones y aquellas que sirven para garantizar la soberanía nacional y la defensa contra agresiones extranjeras.

¿Ya estaba usted de acuerdo con los movimientos de liberación?

Sí, lo estaba.

Pero luchaba contra ellos…

Cumplía órdenes. Pero puedo garantizar que durante los ocho años de guerra colonial nunca disparé a nadie del otro lado y eso que sufrí varias emboscadas…

¿Cómo se puede estar en una guerra sin disparar?

Es verdad. Llevaba cargadores, armas, pero nunca disparé.

Era el comandante de un pelotón.

Tenía 30 hombres, participé en muchas operaciones, pero nunca disparé.

¿Cómo se defendía y defendía a sus hombres?

Los soldados estaban muy mal preparados y en cuanto había una emboscada la gente tenía miedo. Muchas veces apretaban el gatillo y los disparos eran al aire.

Se hicieron cosas muy violentas en la guerra. Como en todas las guerras, se practicaron muchas atrocidades…

Muchas, es verdad. Solamente ordené destruir cabañas clandestinas. Nunca permití que se realizasen atrocidades, todo eso me horrorizaba.

¿Qué le llevó a escoger la carrera militar?

La influencia de mi abuelo materno, que era un apasionado de la institución militar y me convenció para que entrase en la Academia del Ejército. Mi sueño, sin embargo, era ser actor. Lo que yo quería era ir al Actor’s Studio de Nueva York. Pero no tenía ninguna opción. No había posibilidades económicas para que pudiese ir. A pesar de que yo no tenía ninguna vocación por la carrera militar, mi abuelo insistía tanto que finalmente acabé entrando en la academia del Ejército con 19 años.

¿Qué idea era esa de ser actor?

Mi abuelo paterno fue un gran actor y empresario teatral. Nunca lo conocí. Murió en Angola. Su figura me fascinaba y siempre me gustó mucho hacer teatro.

¿Qué le gustaba representar?

De todo. Comedia, drama…En el instituto, en las fiestas de fin de curso, organizaba representaciones y ponía a todo el mundo a actuar. Pero la única vez que hice teatro fue cuando estuve en la Academia Militar. ¡Una pieza que montamos en Tívoli, sólo con una figura femenina y en presencia del Ministro de Defensa!

Usted no tenía la menor idea de que iba a ser un gran protagonista de la Historia. En el prólogo del libro El día inicial, Eduardo Lourenço escribe: “Ese día fue el día más glorioso para Otelo y no habrá otro mayor”. Cuando se lo cuenta a sus nietos, ¿qué papel se otorga?El día inicial

[Se ríe] Ellos ya lo saben… ¡Es una asignatura escolar! Cuando eran pequeños llegaban a casa y me decían: “¡Hoy en el colegio estuvimos hablando mucho de ti!”.

¿Le decían que era un héroe?

Todos fuimos héroes.

Tenía 37 años… En los años setenta no había mayor ‘sex symbol’ que un héroe revolucionario. ¿Está de acuerdo?

Nunca tuve ese sentimiento.

Pero pertenece a esa galería. ¿Nunca le cegó ese brillo, no sintió ese vértigo?

Soy feliz cuando me vienen a saludar por la calle. Pero nunca tuve esa vanidad.

¿No?

No.

Durante los años del PREC también sucedieron cosas terribles.

Es cierto.

¿Le cegó el poder en ese momento? ¿O no?

Yo no diría que me cegó. Cuando el general Spínola, en aquel momento presidente de la República me llamó a Belém para informarme de que me quería ascender a general de cuatro estrellas para ser el Jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, lo rechacé, le dije que no me sentía preparado. Después acabé aceptando el mando de la región militar de Lisboa, fui brigadier y acabé siendo comandante de la COPCON. Cuando sucedió eso por imposición del general Spínola, avisé a mis camaradas de que sería un comandante revolucionario.

¿Tenía usted formación política?

Ninguna.

En aquel contexto, ¿qué era ser comandante revolucionario?

Todo aquello que afrontaba como actos revolucionarios, con la legitimidad que me daba el 25 de abril, iba a emplearlo. Por eso, cuando aparecieron los trabajadores rurales del Alentejo y quisieron informarse sobre la reforma agraria les animé a coger los fusiles y ocupar las tierras y para que se hiciese, di instrucciones a la Guardia Republicana de que no interviniese.

¿Y las ocupaciones de las casas?

También.

¿Y los arrestos sin orden de captura ni cargos?

Eso fue perfectamente investigado y siempre que me hablan de ese tema ¡digo lo mismo y lo volveré a decir! Las órdenes de captura firmadas en blanco fueron provocadas porque, como era comandante de la región militar de Lisboa y comandante de la COPCON, tenía que ir a las unidades a hablar y raramente tenía un momento libre para pensar o para estar sentado en la silla haciendo partes. ¿El resultado? No tenía tiempo ni para coordinar ni para llevar a cabo acciones. Lo único que hacía era reunirme con los militares a las nueve de la mañana y después sólo paraba para acostarme sobre las cuatro de la madrugada. No dormía más de cinco horas por noche. Pasaba la vida haciendo esto. En el momento en que comenzó a haber fugas a Brasil y la gente se llevaba dinero del país, ¿cómo podía abandonar lo que estaba haciendo para ir al aeropuerto a arrestar a unos tipos? Por eso hice órdenes de captura en blanco, firmadas por mí y guardadas en mi caja fuerte. Se llevaban unas 10 al día, para que los GNR pudiesen actuar. ¡Claro que era una situación anómala! Había mucho desorden…

Y muchos abusos cometidos en nombre de la Revolución. Echando la vista atrás, ¿qué balance hace?

Claro que también reflexiono. Si yo hubiese tenido formación política puede que hubiese sido el Fidel Castro de Europa. Sencillamente, no la tenía. Era un oficial de carrera con ocho guerras encima. Es natural que haya hecho tonterías y cometido excesos. Pero hoy veo que los excesos que cometí fueron realizados dentro de un espíritu de legalidad revolucionaria.

Fue acusado muchas veces de ingenuo. ¿Se ve como un romántico?

Quise crear un vínculo con el pueblo y es esa comunión lo que hoy aún siento cuando me saludan por la calle. [Se pega en el pecho con fuerza]. Aún hay un gran sentimiento en este corazón.

¿Continúa en desacuerdo con la democracia que se practica hoy en día?

Estoy en desacuerdo.

¿No se identifica en absoluto?

No. No me veo en la democracia representativa por partidos políticos. Aún creo en el poder del pueblo y una democracia directa, donde son los ciudadanos que votan los que tienen que escoger, también entre los ciudadanos más preparados, que deben participar activamente en la vida política.

Cuando se expresa así, habla con el ideario de un revolucionario romántico. ¿Para usted, quienes son hoy los grandes héroes revolucionarios?

Siento una gran admiración por un hombre, José Alberto Mujica, que fue presidente de Uruguay entre 2010 y 2015. Era un político agricultor y un gran tipo. Mientras que fue presidente no salió de su modesta casa, se dedicó totalmente a la mejora de las condiciones de vida de los trabajadores y obreros y, cuando llegó el final de su mandato, no se aferró al poder.

Aún no hemos hablado de las FP-25.

Fueron utilizadas por el PCP (Partido Comunista Portugués) para aniquilar cualquier presencia mía y de la FUP en los procesos electorales. Nunca formé parte de la fundación de las FP-25. Nunca estuve de acuerdo con las acciones terroristas. Las FP-25 se fundaron con gente de las brigadas revolucionarias y el PCP hizo todo lo posible para que la gente que pertenecía a la FUP, de la cual yo formaba parte, fuese mezclada en las acusaciones de las operaciones terroristas. Hubo gente que estuvo muy cerca, pero yo siempre les avisé de que no se involucrasen con las FP-25.

Fue acusado y después absuelto. Pasó cinco años en prisión preventiva…

Pero nunca fui absuelto como yo quería. Lo que aún prevalece en la opinión pública es la medida que tomó Mario Soares, cuando era presidente de la República, que propuso en la Asamblea de la República una amnistía para las FP-25.

¿Aún carga con ese peso?

Sí, aún cargo.

¿Y los años de prisión preventiva?

Fueron unos años excelentes.

¿Habla en serio?

Sí, totalmente. Estuve muy tranquilo, no tenía ninguna responsabilidad, estaba perfectamente como quería. Fue un tiempo en que lo pasé muy bien. Tenía condiciones privilegiadas, siempre estuve en prisiones militares, después del almuerzo tomaba café con el comandante de la prisión. Recibí cartas de todo el mundo y muchos apoyos internacionales. Llegué a recibir una carta de François Mitterrand, en aquel momento presidente de Francia, y tuve visitas de gente que venía a visitarme de Grecia, de Alemania, de Suiza, con quien creé lazos de amistad. Después, cuando salí de prisión, visité a toda esa gente para agradecerles la confianza y el apoyo recibidos.

¿Cómo es ahora su día a día?

Entre las tareas domésticas, que son muchas, y las actividades extra, me mantengo todo el tiempo del día ocupado. Hace más de 10 años que intento escribir un libro sobre el PREC (Proceso Revolucionario en Curso) y aún no he conseguido escribir una línea. No he tenido tiempo.

*Esta entrevista está publicada en el número de abril de tintaLibre, a la venta en quioscos. Puedes consultar todos los contenidos de la revista haciendo clic aquí.aquí

 

Basta con decir Otelo. Sin nombres ni apellidos. Todos sabemos quién es. El hombre que montó toda la operación de los capitanes de abril y comandó, desde su puesto, el alto mando de Pontinha, en la periferia de Lisboa, la Revolución de 1974. No salió a la calle a celebrar la fiesta. Tampoco estaba en las fotografías de los soldados encima de los tanques, con los claveles metidos en las armas, símbolos supremos de una revolución ejemplar donde no se derramó sangre. El 26 de abril salió solo de la sala donde había pasado las últimas 36 horas y cerró la puerta. Él que era, en aquel preciso momento, el gran héroe de la Revolución.

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