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Dave Eggers: “Probablemente terminaremos en una sociedad sin privacidad”

Insiste Dave Eggers (Boston, 1970) en que sus libros son parodias. Sátiras que pretenden divertir, no analizar una situación concreta ni teorizar sobre futuros posibles. Y queda demostrada esa faceta en cada una de sus obras, tejidas sobre diálogos rápidos, tramas ágiles y broches que aflojan un suspiro. Pero nadie niega que detrás de ese juego lingüístico, de ese entretenimiento, subyacen textos inquietantes. Miradas del mundo que provocan angustia o el pellizco de que, por desgracia, no es tan ficticio aquello que cuenta. 

Lleva demostrando esa faceta de agudo narrador más de dos décadas, desde que publicó Una historia conmovedora, asombrosa y genial en 2000 y quedó entre los finalistas del Premio Pulitzer en la categoría de no ficción. De esas memorias a los 30 años de edad, en las que exponía su vida a cargo de un hermano menor por la muerte de sus padres, saltó a una labor multidisciplinar que englobaba la redacción en revistas, novelas, cuentos, manuales pedagógicos o incluso libros infantiles.

Con El Círculo, de 2013, le llovieron alabanzas por su manera de montar, con puntuales dosis de humor e intriga, una recreación de un mundo controlado por las corporaciones de Internet. Por esas start-ups de la Costa Oeste norteamericana donde se perfilan nuestros gustos o incluso nuestras decisiones políticas. Parecía entonces (época en la que Black Mirror daba sus primeros pasos, sin ser aún un referente con el que comparar, y aún no estaba extendido el término capitalismo de la vigilancia) que su discurso era una especulación improbable. 

Pero no. Se convirtió en una profecía que se quedó corta: algunos responsables de estas plataformas se enfrentaron a los tribunales por sus oscuras maniobras, antiguos empleados denunciaron las fórmulas para acaparar datos personales o polarizar a la población e incluso se detuvo a filtradores que conocían cómo ese logo sonriente y amistoso ocultaba un reverso adictivo y cruel. Las cartas fueron revelándose y ese relato inofensivo que reflexionaba sobre la libertad o la manipulación se transformó en una crónica fiel de cómo funcionan estas empresas radicadas en la esfera virtual.

En 2017, mientras Eggers cambiaba de tercio con otros asuntos en Héroes de la frontera, de ese mismo año, o El monje de Moka, de 2019, el libro se adaptó a una película interpretada por Emma Watson y Tom Hanks. El Círculo volvió a tomar impulso. Aunque ya era un asunto más habitual, del que se trataba en series como Years and years o The One y en ensayos como Expuesta, de Olivia Sudjic, o Valle inquietante de Anna Wiener (que, curiosamente, se asemeja en varios rasgos con la protagonista, Mae Holland). 

Tras estos vaivenes, Eggers ha tomado la estela y acaba de presentar El Todo (editada en español por Literatura Random House, como las otras mencionadas). Ahora va más allá y no solo propone títulos alternativos (algunos tan explícitos como Los últimos días del libre albedrío o La posibilidad de elección ilimitada está matando al mundo) sino que evalúa los minutos de lectura de cada capítulo, calcula un porcentaje de correlación y se atreve con una puntuación media. 

Guiño, quizás, a los tiempos que corren, en los que cada actividad es carne de valoración numérica y que se acompaña de una nota previa: “Este historia se desarrolla en el futuro cercano. No intentéis deducir cuándo. Todos los anacronismos en relación tanto con el tiempo como con las leyes físicas se han introducido adrede. Todos los errores en lo que se refiere a tecnología, cronología o discernimiento son intencionados y su finalidad es prestaros un mejor servicio”, advierte Eggers. 

Saludando en español y definiéndose como un “estudiante muy estúpido” de este idioma después de vivir una temporada de 2019 con su familia en España y en Buenos Aires en 2014, Dave Eggers responde desde su residencia en San Francisco, cerca de personajes análogos a los que pululan por sus novelas. Lo hace generosamente en medio de una agenda atestada, donde encaja sus iniciativas sin ánimo de lucro, las promociones de su obra y la preparación de los próximos lanzamientos de McSweeney’s, el sello desde el que imprime una revista cuatrimestral, ejemplares ilustrados para niños o guías educativas.

El Todo parte como continuación de El Círculo y con un aviso sobre su incierto marco temporal. ¿Las catalogaría de distópicas? 

Sí, creo que sí. No me importa esa designación. Una novela distópica pinta una versión del futuro en colores oscuros y terroríficos para que podamos elegir otro camino. El todo es el mundo de mis pesadillas, pero también trato de representarlo con humor. Somos una especie muy ridícula, y nunca intento olvidar eso. Las cosas son tan aterradoras como tontas. Y ese es el equilibrio que traté de lograr en la novela: hacer que el horror y la comedia vivan puerta con puerta, momento a momento.

Yendo al tema principal de los dos libros: ¿Cree que el poder público tiene algún control, viendo lo que hacen las empresas privadas?

Sí. Tenemos un poder enorme si lo usamos. Lo que me fascina es lo poco que lo usamos. Creo que todos sabemos que Google, Facebook y Amazon son fuerzas destructivas para la comunidad, la cohesión social, la privacidad y la democracia y, sin embargo, seguimos brindándoles nuestros datos y dinero. Pero si usamos nuestro poder, podemos debilitar estos monopolios muy rápidamente. Netflix no es una empresa malvada, pero es instructivo ver cómo solo el valor de sus acciones se desplomó de la noche a la mañana solo por perder 250.000 suscriptores. Imagínese si 10 millones de personas decidieran abandonar Facebook. La empresa estaría en terribles problemas y podríamos tener la oportunidad de reemplazarla con algo menos destructivo.

Ambos libros plantean la cuestión fundamental de hasta dónde son capaces de llegar las empresas o aplicaciones virtuales. ¿Hay suficiente regulación?

En los Estados Unidos casi no hay regulación. En Europa hacen un trabajo mucho mejor al responsabilizar a estas empresas y limitar sus intrusiones en nuestra privacidad. Pero en los Estados Unidos son muy cómodas con el gobierno, especialmente con los demócratas, por lo que se mueve muy poco para limitar su poder.

 ¿Cómo se frena este ‘capitalismo de vigilancia’, según el nombre que le acuñó Shoshana Zuboff?

Una vez más, tenemos opciones. En lugar de Google, hay otros motores de búsqueda como Duck Duck Go, que no rastrean su uso ni venden sus datos. Hay otras redes sociales además de Instagram y Facebook, y hay formas de comprar cosas que no involucran a Amazon. Solo debemos pensar unos segundos extra para tomar una decisión que no potencie un monopolio que corroe el mundo, como Facebook.

¿Empezamos a ser más conscientes del peligro de las redes?

Sí y no. Hemos sido conscientes de estas cosas durante décadas, pero ahora somos más condescendientes y complacientes que nunca. Mi esperanza es que la Generación Z, que debería ser la mejor informada de la historia, pueda tomar mejores decisiones que la mía, la X. 

Habla del monopolio de estas empresas y desliza atributos sobre sus verdaderos líderes. ¿Han afectado los escándalos a alguien como Mark Zuckerberg? ¿O a Elon Musk, cuyo próximo objetivo es comprar Twitter?

Lo extraño es que no importa cuánto sepamos sobre Zuckerberg, antisocial y raro, ni cómo sea su visión del mundo: seguimos apoyando sus productos. Si acompañáramos a Zuckerberg hasta su final natural, con Meta/realidad virtual, todos estaríamos encerrados en cuartos oscuros, experimentando el mundo a través de gafas. Tenemos que reconocer que es una persona muy singular y que no representa a la gran mayoría de la humanidad.

Uno de los mandatos que adornan las instalaciones de El Círculo es “Compartir es cuidar”. ¿Hemos perdido el significado original de este verbo haciéndolo todo desde un móvil?

Eso que cuelga en la compañía es una especie de mantra tonto, como de tarjeta de felicitación. Creo que compartir en las redes sociales, en general, es un arma de doble filo. Obviamente, enviar fotos a amigos y familiares es algo maravilloso. Pero la pregunta es cómo encontrar un nivel sano de intercambio y conexión. ¿No nos bastaría con enviar fotos una vez a la semana? Debería serlo, pero nos han engañado para que pensemos que enviar de 20 a 30 al día a todas las personas que conocemos expresa mejor nuestro afecto por aquellos a quienes amamos. Viene de un buen lugar, pero es una locura absoluta.

Respecto de estas corporaciones y de su influencia. ¿Por qué esquivan responsabilidades cuando pueden tener algo que ver con, por ejemplo, la victoria de Trump o la toma del Capitolio?

Son muy buenos para eludirlas. Si yo tuviera un periódico y vendiera e imprimiera anuncios todos los días que le dicen a los lectores que derrocaran al gobierno, sería cómplice de ese golpe, ¿no?. Pues las redes sociales, de alguna manera, evitan esta culpabilidad obvia. Difunden odio, desinformación, tonterías contra la vacunación y vitriolo antidemocrático, pero asumen muy poca responsabilidad.

Las metas de estas empresas no sólo llegan al punto de conocer nuestros gustos o relaciones, sino también nuestras enfermedades o viajes. ¿Qué lugar ocupa el concepto de intimidad en esta sociedad?

Esta es una pregunta crucial para los próximos veinte años. No estoy seguro de cuánto se preocupa la gente por la privacidad. ¿La valoramos? ¿Cuánto? En Estados Unidos nos dirigimos hacia una situación en la que se requerirán cámaras en el hogar, tal como se usan en cualquier otro lugar público y privado, desde oficinas hasta restaurantes y parques. Debido a que no podemos articular una política de privacidad coherente, y a que a los consumidores no parece importarles mucho, probablemente terminaremos con una sociedad sin privacidad, donde las cámaras sean necesarias para todos, en cada situación. Algo que creará en parte una sensación de seguridad y protección y en parte porque las empresas se beneficiarán de poder observarnos en todo momento.

¿Seremos capaces de escapar de las garras de tales empresas?

Sí, pero tenemos que ser activos en nuestras elecciones todos los días. Los monopolios prosperan en los consumidores pasivos.

Ve peligroso que llevemos un dispositivo que lo controla casi todo: pasos diarios, búsquedas, rutas, películas... ¿Cómo se huye de esta vigilancia?

Creo que tenemos que reconocer que no todo hay que medirlo. ¿Realmente necesitas contar tus pasos? ¿Te hace más feliz saber que caminaste 8.342 pasos hoy en comparación con los 7.813 de ayer? Si te hace más feliz, genial. Pero cada año las personas duermen menos, están mucho más deprimidas, más ansiosas y menos contentas, y eso está directamente relacionado con el tiempo frente a la pantalla, con la hiperactividad digital, con la medición constante de todo lo que hacemos y las formas implacables en que atamos nuestros días a datos. Huir es fácil: desconecte unas horas al día. Haga compras en persona y en comercios locales. No proporcione su información personal a empresas sin rostro. Sea terco e independiente.

En la novela se intenta incluso disminuir los segundos de espera para recibir un mensaje. ¿Este control influye en nuestro ritmo de vida?

El ritmo de vida nos está volviendo locos a todos. El ciclo es muy fácil de seguir. Recibimos mil veces más información y mensajes que hace quince años. Nos comunicamos con infinitamente más personas e infinitamente más a menudo que nunca. Se espera que estemos disponibles para los empleadores y amigos en todo momento, y somos bombardeados con toda la miseria y las tonterías del mundo en cada momento de cada día. Para tratar de ralentizar nuestro cerebro, bebemos y nos colocamos por la noche y, como resultado, dormimos menos y esta falta de sueño acelera la depresión y la ansiedad. Así que nos despertamos sin descanso y comenzamos otro día de locura sin parar.

Dicho esto, creo que tenemos muchas formas de mejorar las cosas. Simplemente tenemos que hacer valer nuestro derecho a apagar todo esto.

¿Puede extraerse alguna ventaja de estos negocios, como que se preocupen por el cambio climático o monten una aplicación de ‘carsharing’?

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Las empresas privadas no deberían estar a cargo de combatir el cambio climático. Deberían ser los gobiernos los que establezcan objetivos de producción de carbono y los que creen pautas estrictas para la producción sostenible y la gestión de desechos. El hecho de que al menos en los Estados Unidos permitamos que tantas empresas se autorregulen es una locura absoluta.

La protagonista dice que en el momento de franquear la entrada se inicia la farsa. “A partir de aquí, todo es mentira”. ¿Es esa la razón de ser de tantas plataformas?

Delaney se une a El Todo con la esperanza de derribarlo desde dentro. Entonces, cuando se convierte en empleada, lo hace como una impostora. Lo cual creo que refleja la forma en que muchos de nosotros vivimos ahora: con una identidad en el mundo físico, otra en el mundo digital, tal vez otra en el mundo laboral... Se nos pide que mantengamos múltiples versiones de nosotros mismos, y es una de las razones por las que sentirse abrumado y desconcertado.

Insiste Dave Eggers (Boston, 1970) en que sus libros son parodias. Sátiras que pretenden divertir, no analizar una situación concreta ni teorizar sobre futuros posibles. Y queda demostrada esa faceta en cada una de sus obras, tejidas sobre diálogos rápidos, tramas ágiles y broches que aflojan un suspiro. Pero nadie niega que detrás de ese juego lingüístico, de ese entretenimiento, subyacen textos inquietantes. Miradas del mundo que provocan angustia o el pellizco de que, por desgracia, no es tan ficticio aquello que cuenta. 

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