Francia parece estar a punto de vivir una espeluznante novedad en su historia política: las urnas podrían confirmar en la primera vuelta de la elección presidencial, el 23 de abril, que el ultraderechista Frente Nacional es el primer partido del país. Los sondeos difundidos a mediados de marzo situaban a Marine Le Pen como ganadora de esta primera vuelta, con un 27% de los votos, seguida de cerca por el centrista Emmanuel Macron y de lejos por François Fillon, Benoît Hamon y Jean-Luc Melenchon. Estos mismos sondeos predecían la victoria en la segunda vuelta, el 7 de mayo, de Macron frente a Le Pen, que recibiría entre el 40% y el 43% de las papeletas.
Las encuestas fallan, como bien sabemos, pero no tanto como para que no deba asumirse que más de un cuarto de los franceses –puede que hasta cuatro de cada 10- desean que Le Pen viva en el palacio del Elíseo. Cabe imaginar que les gustaría que, en sintonía con Donald Trump y la demás parentela parda que vaya llegando al poder en países occidentales, aplicara sin vacilaciones su programa contra los inmigrantes musulmanes, la Unión Europea y la globalización.
¿Cómo ha llegado Francia hasta aquí? ¿Por qué Marine Le Pen puede obtener esa primera posición en el tablero político del país identificado con el Siglo de las Luces, la revolución de 1789, la Comuna de París y Mayo del 68? En realidad no es tan difícil de comprender. Los hechos están a la vista de todos.
1.- Francia siempre ha tenido ultraderecha. Cuando Jean-Marie Le Pen, el padre de Marine, ocupó en 1972 la presidencia del recién nacido Frente Nacional, recogía el testigo de una larga tradición ultraderechista. El antisemitismo del affaire Dreyfus, la Acción Francesa de Charles Maurras, el colaboracionismo con Hitler del régimen del mariscal Pétain y la defensa numantina de la Algérie française que terminó produciendo el terrorismo de la OAS, eran algunos de sus antecedentes. En su primera candidatura a la presidencia, en 1974, Le Pen sólo obtuvo el 0,73% de los sufragios; en 2002 dio la sorpresa al obtener el 17% y clasificarse para la final contra Jacques Chirac.
2.- Los inmigrantes, chivo expiatorio. Jean-Marie Le Pen comenzó a tener audiencia cuando, en los tres últimos lustros del siglo XX, centró su discurso en una idea tan falsa como eficaz para mentes simplonas: los inmigrantes eran los culpables de los problemas de las clases populares francesas en asuntos como el paro, los recortes en los servicios sociales y la inseguridad ciudadana. Frente a ello, proponía la fórmula de la “preferencia nacional” en empleo, alojamiento y prestaciones. El que la mayoría de los nuevos inmigrantes fueran originarios del Magreb le permitió ir sustituyendo su antisemitismo originario por la islamofobia. Esta sustitución, que le hizo más “presentable” en sociedad, sería completada por su hija Marine.
3.- Un país con crisis de autoestima. Los franceses llevan tiempo angustiados por la disminución del peso de su país en la escena internacional. De Gaulle les devolvió la sensación de grandeur, pero de eso ya hace medio siglo. Desde entonces, Francia ha ido contando cada vez menos frente a los anglosajones y los asiáticos. La solución de las élites francesas fue convertir a su país en la locomotora de la construcción europea, aliada estrechamente con Alemania. Pero Alemania se hizo demasiado poderosa tras su reunificación. Ahora los franceses se sienten unos segundones incluso en la Unión Europea.
4.- ¿Y si Europa fuera el problema? Marine Le Pen heredó de Jean-Marie el liderazgo del Frente Nacional en enero de 2011. Quería sacar a ese partido de la marginación política, terminar con su imagen de fuerza diabólica a la que no cabía arrimarse bajo ninguna circunstancia. Expulsó del Frente Nacional a su propio padre por seguir negando la existencia del Holocausto. Rejuveneció su equipo dirigente, haciéndolo más atractivo para los franceses de 20, 30 o 40 años. Reforzó su aspecto de partido de camisa blanca, abandonando los elementos más chirriantes de la retórica e imaginería fascistas. Lo hizo más tolerante en cuestiones de sexualidad y formas de vida, consiguiendo ampliar su electorado, mujeres incluidas. Y señaló a la Unión Europea como el corsé exterior que ahoga a Francia.
En estos últimos años de crisis, millones de franceses han escuchado con interés el mensaje de Marine Le Pen: la Unión Europea es un Titanic que ya ha chocado contra el iceberg; en su seno no hay salvación posible. Lo mejor es recuperar la plena soberanía nacional abandonando el euro y cualquier cosa asociada con la bandera azul de estrellas amarillas. El Brexit y el advenimiento de Trump han reforzado la verosimilitud de ese mensaje.
5.- Inmovilismo de las élites. El triunfo del Non (54,6%) en el referéndum francés de 2005 sobre la Constitución Europea fue una potente señal de alarma. Pero las élites del centroizquierda y el centroderecha franceses hicieron oídos sordos, siguieron manteniendo la cantinela sobre las bondades de un modo de construcción europea que ahora es percibido como dañino por millones de sus supuestos beneficiarios. La prometida Europa social, humanitaria y solidaria ha terminado siendo capitalista a ultranza y cruel con los débiles, los que ya están dentro y los que llaman a sus puertas. Una Europa dura para los que viven de su trabajo e ideal para los que manejan el dinero.
6.- El giro social de Marine. Quizá la principal diferencia de Marine Le Pen con su padre estriba en el giro social que le ha dado a la formación ultra. A Jean-Marie no se le escuchaban críticas al sistema capitalista, ni tan siquiera a su actual modelo neoliberal. Al contrario, él quería reducir el peso del Estado en la vida económica, rebajar los impuestos que, según decía, asfixiaban a las empresas, reformar una legislación laboral que calificaba de “rígida”, hacer el tipo de cosas que predicaban Reagan y Thatcher. Su hija, sin embargo, le zurra, al menos verbalmente, a la oligarquía financiera y empresarial y se proclama defensora de las conquistas sociales en peligro de extinción. Marine Le Pen habla de subirles los impuestos a las grandes empresas, garantizar el cobro de las pensiones, nacionalizar empresas estratégicas de la energía, el transporte y la banca, mantener el máximo de 35 horas semanales de trabajo, acabar con la reducción de efectivos en la función pública…
7.-El Estado nacional como solución. Jean-Richard Sulzer, consejero económico del Frente Nacional, explica así el giro socioeconómico del Frente Nacional: “Jean-Marie era ultraliberal como reacción al peso que tenía el comunismo, pero Marine ha vivido otros tiempos y cree en un Estado fuerte e intervencionista en el sentido colbertiano”. ¿Mero oportunismo electoral? ¿Recuperación de un discurso que ya empleó la ultraderecha en los años 1930 (el partido de Hitler se denominaba “nacional-socialista” y la Falange se uniformaba de azul por el mono de los obreros)? Lo cierto es que Marine ha ido conectando así con los sentimientos de franceses que se sienten vulnerables y abandonados, sectores de la población políticamente huérfanos tras la práctica desaparición del referente comunista y la aceptada resignación socialista de los males del siglo. El Frente Nacional ya es el partido preferido de los asalariados menos cualificados nacidos después de 1975. Les ofrece un doble enemigo que odiar: el “traidor” capitalista local y el “pérfido” inmigrante magrebí.
8.- Crítica a la globalización. El Frente Nacional obtiene buenos resultados en zonas de Francia que antaño tuvieron una importante actividad industrial o minera y que llevan lustros sufriendo cierres de empresas. Como Trump en Estados Unidos, Marine Le Pen explota el cabreo con las consecuencias negativas de la globalización en el empleo y las condiciones de vida de los trabajadores occidentales. Propone recuperar la soberanía monetaria y económica, imponer aranceles a competidores extranjeros desleales, penalizar a las empresas que trasladen sus actividades a terceros países, dar prioridad en la contratación al trabajador nacional frente al “fontanero polaco”.
9.- Proteccionismo. Por interés propio o puro y simple conformismo, ni el centroderecha ni el centroizquierda franceses proponen hoy alternativas –ni tan siquiera paliativos- a los daños causados por la sacralización en el actual modelo de globalización de la libre circulación de capitales y mercancías. Por su parte, las fuerzas situadas a la izquierda del Partido Socialista se limitan a denunciarlos, pero sin proponer la adopción de tales o cuales medidas concretas. En este terreno, el Frente Nacional tiene una clara ventaja competitiva. Pide el restablecimiento de las fronteras para los productos fabricados en países que compitan deslealmente en materia de salarios, condiciones laborales y reglas medioambientales. Transmite la impresión de que sí tiene una fórmula: el regreso al proteccionismo.
10.- Seducción de las clases medias. Como en el resto de Occidente, la crisis económica iniciada en 2007-2008 ha producido una enorme inseguridad en las clases medias francesas, cuando no las ha colocado al borde de la proletarización. El sentimiento despectivo con que este sector de la población contemplaba al Frente Nacional –cosa de obreros de las viejas fábricas del textil y el metal o de pequeños comerciantes que no saben modernizarse- se ha ido desvaneciendo. El Frente Nacional les plantea un discurso que opone la Francia de las víctimas de la mundialización –clases populares y medias- a la de las élites egoístas.
11.- Islamofobia. Marine Le Pen acentuó el discurso islamófobo de su padre, lo que le permitió sintonizar con gente procedente de la izquierda, el laicismo y el feminismo. Francia tiene un problema cultural, predica. Si el euro mató al franco, la presencia de 6 millones de musulmanes va a conseguir que los campanarios de las iglesias terminen siendo sustituidos por minaretes y los bistrots por puestos de comida rápida halal. El Frente Nacional ya no dice tan sólo que los inmigrantes son la causa de muchos males, añade también que la religión musulmana es en sí misma un peligro. Los atentados de Daesh alimentan su discurso como el viento alimenta el fuego. La ultraderecha europea ha encontrado en la islamofobia un filón que hasta le permite la desfachatez de proclamarse defensora de la libertad.
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12.- De la protesta a la toma del poder. En tiempos de Jean-Marie Le Pen, el Frente Nacional era un partido de protesta. Ni tan siquiera sus dirigentes soñaban de veras con la conquista del poder, se contentaban con que sus soflamas contra la inmigración o a favor de penas mayores para los delincuentes tuvieran eco en los medios e influyeran en la agenda de los gobernantes de centroderecha o centroizquierda. Eso cambió con Marine. Ella enfiló el camino del Elíseo desde el primer momento. Sus seguidores –tradicionales o potenciales- empezaron a preguntarse por qué no. El voto de contestación fue convirtiéndose en voto de adhesión. Ni las respuestas de Sarkozy ni las de Hollande lograban mitigar angustias y sufrimientos. La desconfianza respecto a las élites es tal en Francia que el Frente Nacional se ha convertido para millones en la esperanza de conseguir un verdadero cambio político, en la única experiencia que aún no se ha ensayado.
*Este artículo está publicado en el número de abril de tintaLibre. Puedes consultar todos los contenidos de la revista haciendo clic aquí.aquí
Francia parece estar a punto de vivir una espeluznante novedad en su historia política: las urnas podrían confirmar en la primera vuelta de la elección presidencial, el 23 de abril, que el ultraderechista Frente Nacional es el primer partido del país. Los sondeos difundidos a mediados de marzo situaban a Marine Le Pen como ganadora de esta primera vuelta, con un 27% de los votos, seguida de cerca por el centrista Emmanuel Macron y de lejos por François Fillon, Benoît Hamon y Jean-Luc Melenchon. Estos mismos sondeos predecían la victoria en la segunda vuelta, el 7 de mayo, de Macron frente a Le Pen, que recibiría entre el 40% y el 43% de las papeletas.