Éxito y fracaso del neoliberalismo

Anonimato, seguridad y consumo: para el autor el aeropuerto es el escenario que mejor expresa el modelo social del neoliberalismo.

Neoliberalismo se dice de dos maneras. En primer lugar, se habla de neoliberalismo para referirse a una cierta forma de entender la economía, según la cual la interferencia del Estado en el mercado es negativa, ineficaz o contraproducente. La apuesta decidida por la economía de mercado libre tiene padrinos intelectuales varios, procedentes de tradiciones distintas. Mencionaré las que resultan mejor conocidas: la Escuela Austriaca de economía (Friedrich Hayek, Ludwig von Mises), la Escuela de Chicago (Milton Friedman, George Stigler, Gary Becker), la Escuela de la Elección Pública (James Buchanan, Gordon Tullock) y el Ordoliberalismo alemán. Esta múltiple parentela hace que no haya una doctrina perfectamente unívoca e identificable.

Como teoría económica, el neoliberalismo no pretende que no haya Estado o que el Estado se reduzca a su mínima expresión. Los neoliberales entienden que el funcionamiento de los mercados solo es posible mediante un Estado fuerte que garantice los derechos de propiedad y competición. Pero el Estado, más que hacer política económica, debe limitarse a establecer reglas que sostengan y hagan posible la economía de mercado.

Ahora bien, ¿qué sucede si, en una democracia, hay una mayoría social favorable a que el Estado intervenga en la economía? Los neoliberales consideran que están en posesión de una verdad importante que no puede fastidiarse por el juego democrático. Por eso, creen que hay que limitar el ejercicio de la democracia (o, si se prefiere, de la política). Así, desde su punto de vista, la democracia tiene que subordinarse a las reglas de mercado, reglas que deberían ser intocables, es decir, que deberían estar por encima de lo que quieran las mayorías. La democracia es aceptable siempre y cuando no moleste los fundamentos jurídicos e institucionales del capitalismo. En todo caso, si se establece un dilema agudo entre libre mercado y democracia, muchos neoliberales sacrificarían la democracia antes que el libre mercado.

El Chile de Pinochet fue un laboratorio de pruebas para los padres fundadores del neoliberalismo. Se impuso el libre mercado por la fuerza. Se privatizaron las pensiones, se introdujo el cheque escolar, se suprimieron los sindicatos, y todo ello antes de que Reagan y Thatcher inauguraran la era neoliberal. Los neoliberales observaron el experimento chileno con indisimulada simpatía. Hayek, de hecho, visitó el país en un par de ocasiones y declaró en una entrevista que el libre mercado que Pinochet favorecía era más importante que la democracia (encarnada por Allende). Entre un régimen autoritario con mercado libre y una democracia con una economía intervenida, Hayek optaba por el primero.

Para blindar el capitalismo frente a posibles interferencias políticas, los neoliberales siempre han estado a favor de establecer instituciones independientes del poder representativo que restrinjan el margen de acción de los gobernantes democráticamente elegidos. De ahí la proliferación de organismos independientes a lo largo de las últimas décadas, ya sean los bancos centrales, las agencias reguladoras en sectores básicos como la energía y las telecomunicaciones, los organismos económicos internacionales o la propia arquitectura institucional de la Unión Europea. Hayek, en un artículo escrito en fecha tan temprana como 1939, ya dijo que el mejor remedio para evitar políticas nacionales socialdemócratas consistía en establecer algún tipo de federación europea.

¿Hasta qué punto ha triunfado la visión neoliberal de la economía? En mi opinión, ha conseguido que muchas de sus aspiraciones institucionales se lleven a la práctica. Hoy en día los gobiernos están mucho más maniatados que en el pasado. Las instituciones independientes y supranacionales han achicado considerablemente el terreno en el que se pueden mover los gobiernos electos. Ahora bien, reconocido esto, debe recordarse asimismo que el neoliberalismo no ha acabado ni con el Estado del bienestar ni con las políticas económicas expansivas. Y no lo digo solo por lo que ha sucedido a raíz de la pandemia o, más recientemente aún, en respuesta a la guerra de Ucrania. Antes de la pandemia ya era verdad que el gasto público (y, también, el gasto social) se encontraba en la mayoría de los países desarrollados en su máximo histórico. Nunca los Estados han gastado tantos recursos en corregir las desigualdades y estimular la economía como en la actualidad.

¿Pero en qué quedamos entonces? ¿Vivimos en una era neoliberal o socialdemócrata? Curiosamente, no es fácil responder a una pregunta tan sencilla. El entramado institucional del capitalismo globalizado corresponde al sueño neoliberal, que ha sido cumplido en buena medida, pero los Estados nacionales continúan movilizando recursos enormes para intervenir en la economía y proteger a los ciudadanos de las contingencias de la vida (el paro, la enfermedad, la dependencia, etc.).

Ideología del capitalismo avanzado

Y esto me lleva a la segunda de las maneras en las que hablamos de neoliberalismo. Ahora ya no nos referimos a una doctrina o teoría económica específica, sino a algo más abstracto y etéreo, lo que podríamos llamar la ideología espontánea y cotidiana del capitalismo avanzado. Se trata de un modo de entender el mundo social basado en una concepción profundamente individualista del ser humano, según la cual vivimos en sociedad, pero cada uno es responsable de su suerte y cada uno ha de buscarse la solución a los problemas. Debemos invertir en educación para ser productivos y competitivos, debemos ser capaces de transformar en valor económico todas nuestras decisiones. Quien no lo consiga tendrá que resignarse y pagará un alto coste por no haberse esforzado lo suficiente. La pobreza, desde este punto de vista, es un síntoma de un fracaso personal más que un resultado de un proceso social injusto.

En alguna ocasión he recurrido a una imagen para explicar sintéticamente en qué consiste el modelo neoliberal de vida. En concreto, creo que el aeropuerto es el lugar que encarna con mayor exactitud el ideal liberal. El aeropuerto constituye un lugar cerrado al exterior, sometido a estrictas medidas de seguridad, libre de pobres, en el que cada día pasan decenas de miles de personas que se cruzan anónimamente, cada uno a su destino, y que se mueven en unos espacios dedicados casi exclusivamente al consumismo. Esta mezcla de anonimato, seguridad y consumo es típica del orden social neoliberal; ejemplifica el modo individualista de existencia que asociamos en grado máximo a la ideología neoliberal, donde los espacios comunes son solo lugares de paso en los que queremos estar protegidos y poder realizar con tranquilidad nuestras decisiones de compra.

Los neoliberales siempre han estado a favor de establecer instituciones independientes del poder representativo que restrinjan el mapa de acción de los gobernantes democráticamente elegidos

El neoliberalismo como emanación ideológica del capitalismo y de la sociedad de consumo supone un estadio superior del individualismo. En su variante digital, basada en un desarrollo tecnológico brutal, apenas imaginable hace unas pocas décadas, el individuo tiene a su alcance una oferta casi ilimitada de entretenimiento, consumo e información a través de las múltiples pantallas que nos rodean.

En este segundo sentido, el neoliberalismo ha tenido más éxito que el neoliberalismo como doctrina económica. No cabe duda de que hay una afinidad electiva entre ambos sentidos, pues ambos se basan en una idea genérica de un consumidor como figura soberana, aunque con implicaciones distintas en cada caso. La soberanía, en cualquier caso, se hace residir en el consumidor individual, no en el pueblo o la nación. Sus decisiones no deben ser cuestionadas por la política. En este sentido, me parece que el neoliberalismo económico no ha triunfado del modo en que lo ha hecho el neoliberalismo como ideología propia del capitalismo.

Lo interesante es que aunque la ideología neoliberal ha tenido una fuerte expansión, configurándose como el sentido común de una época, es decir, una forma natural de percibir y valorar el mundo, no ha logrado, ni probablemente consiga hacerlo nunca, un total dominio de las mentalidades. Al fin y al cabo, seguimos conservando nuestro instinto animal de sociabilidad, seguimos viviendo en familia y seguimos celebrando actividades comunales (del deporte al turismo de masas). Las redes sociales, las formas virtuales de realidad social, la capacidad de elección que abre el mundo digital, contribuyen al reforzamiento del individualismo, pero no pueden eliminar del todo nuestra sociabilidad ni nuestra capacidad de actuar colectivamente.

Es probable que el avance de modos individualistas de entender la sociedad, sobre todo en un mundo crecientemente digitalizado, sea irreversible: va, por decirlo así, con el viento de cola del espíritu de los tiempos. Ahora bien, la cuestión de fondo es si el desarrollo del individualismo consistirá en llevar al límite la conformación de una sociedad de consumidores, como la ideología neoliberal pretende, o si lograremos canalizar ese individualismo hacia formas de emancipación, autonomía y desarrollo personal que nos liberen de la condición de ciudadanos consumidores.

Por decirlo de otro modo, dado que el horizonte de una sociedad plenamente postpolítica (tecnocrática) es seguramente ilusorio y no podemos ser solo consumidores (de bienes, de estilos de vida, de lugares, de identidades personales), el desafío consiste en adaptar la política a las nuevas formas de existencia, basadas en individuos empoderados, con amplia capacidad de elección, que atribuyen gran importancia a la identidad personal y sus posibilidades prácticas de realización, pero que, sin embargo, no son indiferentes a la suerte de los demás y están dispuestos a aceptar marcos de solidaridad e interdependencia que sean coherentes con esos parámetros propios de nuestro tiempo.

* Ignacio Sánchez-Cuenca (Valencia, 1966) es profesor universitario, politólogo y analista de la actualidad sociopolítica. Entre los títulos de su obra destacan ‘La impotencia democrática: sobre la crisis política de España’ (2013), ‘La desfachatez intelectual. Escritores e intelectuales ante la política’ (2016) o ‘La izquierda: fin de (un) ciclo’ (2019).

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