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Historia, memoria, esperanza

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Ángel Viñas

  • Este artículo está publicado en el número de enero de tintaLibre, a la venta en quioscos. Puedes suscribirte a la revista en papel aquí o leer online todos sus contenidos aquí

Empieza el año con la posibilidad de acorralar la pandemia y comenzar la obra de reconstrucción material, moral y política que este país necesita desesperadamente. Material, porque la economía y el empleo han sufrido un bajón tan fortísimo que ha acogotado cuando no hundido a los más débiles, que son la mayoría. Moral, porque ha destrozado esperanzas individuales y colectivas, así como proyectos para sacar a España del atolladero al que la ha conducido la descarnada lucha por el poder. Política, porque con unos nuevos Presupuestos adaptados a la realidad presente cabe pensar que amaine, quizás, el reciente pasado de antropofagia. En esta legislatura no cortocircuitada va a debatirse el proyecto de Ley de Memoria Democrática. Como mero historiador de archivo, desearía confiar en que no se repitiese la escandalera de 2004-2007.

Se atribuye a Winston Churchill el bon mot de que los países balcánicos generaban más historia que la que podían consumir. ¿Es tal noción aplicable al extremo occidental europeo? Hemos vuelto a darnos trastazos con nuestra historia, su interpretación y la reflexión ética y moral sobre el período 1936-1975. Recientemente se ha conocido un chat privado en el que algunos militares jubilados y cargados de condecoraciones se lamentaron acerca de la imposibilidad de fusilar a la mitad de la población española. Más sangrientos aun que sus equivalentes de 1935-1936. 

Desde 1975 multitud de historiadores españoles y extranjeros, desde los que acaban de hacer sus másteres a los que ya estamos al final de carrera, hemos tratado de esclarecer las circunstancias que condujeron a la República, la Guerra Civil y la dictadura. Por muy diversos que sean sus puntos de vista científicos, culturales o ideológicos, no son demasiados los que hayan creído que la secuencia obedeció a un castigo de la providencia porque nuestros antecesores (o una parte de ellos, según diferentes cosmovisiones) fueron intrínsecamente perversos o idiotas. También se ha aludido a otras circunstancias, más acordes con una época como la de nuestros días que no alienta tentaciones escatológicas. Lamentablemente, los archivos en donde quedan las huellas del quehacer pasado han tardado mucho, demasiado, en abrirse. Afortunadamente, poco a poco han ido haciéndolo (no, que yo sepa, durante el mandato de don Mariano Rajoy). 

Hoy sabemos que fue mentira mucho de lo que se contó durante la dictadura (y cuyas derivaciones parece que memorizaron numerosos cuadros de mando, ya jubilados, en las FAS, Fuerzas Armadas Españolas, y en la FNFF, Fundación Nacional Francisco Franco). Por ejemplo: en la primera mitad de los años treinta España no se encaminaba hacia una dictadura comunista. Tampoco en la Guerra Civil hubo el menor peligro de que se alineara con la URSS. Quienes todavía lo creen (incluso algunos distinguidos historiadores extranjeros que, por pudor, no identificaré) no han puesto jamás sus impolutas manos en los archivos relevantes. 

Represión sistémica

Franco no fue el superhombre que salvó a España de caer en el abismo de la revolución. Ni el titán que la sacó del hambre y de la postración económica, social y moral en que se hallaba a finales de los cincuenta. Fue, por el contrario, la rémora que impidió que España ocupara el lugar que le correspondía junto con vencedores y vencidos de la previa contienda global. Y fue también quien presidió una represión sistémica que llevó a las fosas, a la prisión, a la desesperanza o al exilio a lo más granado de varias generaciones. 

Si la tediosa búsqueda en archivos permite llegar a tales conclusiones, ¿por qué no abrirlos del todo? ¿Por qué no enfrentarnos de una vez con un pasado nada rutilante y sí tenebroso? ¿O es que vamos a tomar como palabras de Evangelio los exabruptos de Vox, de algunos ilustres miembros del PP y de la FNFF, o los artículos con los que nos deleitan periódicos y publicaciones digitales en las que pululan nombres de quienes apenas se conoce el menor trabajo historiográfico serio?

¿Y qué decir de la educación de las jóvenes generaciones? En otros países de la Europa occidental, que han pasado incluso por etapas más duras que España, los chicos y chicas hoy ciudadanos votan en elecciones a las derechas, al centro o a las izquierdas. No se han visto ni se ven expuestos respecto a Hitler, Mussolini, Pétain, Mussert, Degrelle, Quisling, Salazar, etc., al tipo de fervor que entre nosotros sigue despertando en ciertos sectores Franco, “el sublime”.

¿Por qué no recuperar, en cambio, algo de lo que sí deberíamos sentirnos orgullosos y que ya comparten otros europeos? ¿Quiénes lucharon contra el fascismo y sostuvieron el combate ante la indolencia de las democracias? No lo hicieron los austríacos. Tampoco los checoslovacos. Sí lo hicieron los chinos, los etíopes y los españoles republicanos. 

No cabe desarrollar una memoria democrática si no se recupera la historia y el recuerdo que la dictadura distorsionó u ocultó. Y menos aun si continúan dejándose en el olvido a las víctimas de una represión inmisericorde planeada con argumentos espurios y falaces desde antes del 18 de julio. Hay, con todo, motivos para la esperanza: el reentierro de Franco, la recuperación del pazo de Meirás, el reciente homenaje a Manuel Azaña, las leyes memoriales de varias Comunidades Autónomas.

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Queda otro tramo difícil. Estemos atentos a los debates que suscitará el proyecto de Ley de Memoria Democrática. En ellos se retratará imborrablemente para la historia la clase política e intelectual española de hoy. También, por supuesto, lo harán aquellos medios que mantienen actitudes de combate defendiendo las supuestas glorias de quienes sostuvieron la dictadura. Todos se verán abocados a buscar argumentos no fascistoides. Veremos los que exhiban el PP, Ciudadanos, Vox y sus influencers en las redes sociales. Los examinarán con lupa, impertérritos, los historiadores y analistas futuros. En paralelo, ¿se abordará por fin la eliminación de la Ley de Secretos Oficiales de 1968 y su sustitución por otra acorde con las necesidades del sistema democrático? ¿Dónde está escrito que para construir el porvenir haya que seguir teniendo un miedo cerval a abordar el pasado? ¿Acaso no es cierta la evangélica afirmación de que la verdad nos hace libres?

*Angel Viñas (Madrid, 1941) es economista, diplomático e historiador especialista en el franquismo y la República española. Su última obra publicada es ‘¿Quién quiso la guerra civil?’ (Crítica, 2019).

*Este artículo está publicado en el número de enero de tintaLibre, a la venta en quioscos. Puedes suscribirte a la revista en papel aquí o leer 'online' todos sus contenidos aquíaquí

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