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Ian Gibson: "La corrupción es endémica en España"
Ian Gibson (Dublín, 1939) llegó a España como un “curioso impertinente” interesado en las cosas de este país y terminó convirtiéndose en un ciudadano del mismo. Un ciudadano comprometido al que le molestan el ruido, la corrupción, la destrucción del patrimonio cultural y natural y la falta de piedad con los vencidos en la Guerra Civil. Lo cuenta en su último libro, Aventuras ibéricas (Ediciones B, 2017). El hispanista que arrojó luz sobre el asesinato de Federico García Lorca repasa ahora la historia de España a través de recorridos por el Museo Arqueológico Nacional y visitas a lugares singulares de nuestra geografía. Gibson reflexiona también en esta obra sobre los actuales males patrios y lo hace con la misma cordialidad y buen humor con los que conversa con tintaLibre.
PREGUNTA. Nada más arrancar Aventuras ibéricas, dices que España es “un minicontinente único en el mundo”. No puedo estar más de acuerdo. Pero ese “minicontinente” tiene un problema crónico a la hora de asumir su pluralidad. Empezó con la expulsión de judíos y moriscos, siguió con la estigmatización como “antiespañoles” de protestantes, ilustrados, republicanos y rojos, y persiste hoy con la dificultad para aceptar los hechos diferenciales catalán y vasco. ¿No te parece que aquí radica el núcleo del llamado “problema de España”?
RESPUESTA. Sí, y es una pena. Creo que la incapacidad para aceptar una diversidad maravillosa viene de la idea de que la “sagrada unidad de España” es una especie de designio celestial. La gente de derechas se cree que España, tal y como ellos la entienden, es algo inventado por el mismísimo Dios del Viejo Testamento.
P. Eso es. Bajo el franquismo se nos predicaba que España es eterna. Ya era católica antes del nacimiento de Cristo y ya hablaba castellano antes de que se hubiera inventado el latín. Era “una, grande y libre” desde la creación del mundo.
R. Pura ignorancia, oye. Esta gente ni tan siquiera admite que su religión viene de Oriente; parece desconocer que Cristo era un judío que hablaba arameo. Tampoco Aznar parece saber que su apellido es de origen árabe y significa baluarte. Va por ahí quejándose de que los moros invadieran este país en el año 711. Pero lo que había entonces no era España, era la Hispania goda y romana. Es abusivo decir que los moros “invadieron España”. Y, bueno, yo también le diría a Aznar: si los moros invadieron España, ¿qué hicisteis vosotros en América? Fuisteis allí y conquistasteis, robasteis, violasteis, llevasteis vuestras enfermedades, todo eso. ¿Qué pasa? ¿Que hay invasiones buenas y malas? ¿Que todo le estaba permitido a la conquista española de América porque llevaba allí el catolicismo?
P. Hay historiadores como Ignacio Olagüe que incluso sostienen que ni tan siquiera se produjo una masiva invasión militar árabe que ocupó la península Ibérica en un santiamén. Al parecer, hubo más bien un proceso de conversión al islam y adopción de la lengua y la cultura árabes, que entonces eran lo más moderno. Un proceso que duró décadas y hasta siglos.
R. No soy experto en eso, pero debió ser así. Y, además, ¿qué importa? Aquí ya había una mezcolanza: celtas, íberos, fenicios, cartagineses, romanos, judíos, godos… Los árabes vinieron y añadieron otro componente enriquecedor al crisol de culturas, al mosaico que, según se dice en el Museo Arqueológico Nacional, es esta tierra. El mestizaje es riqueza, pero ellos no lo aceptan. Ni tan siquiera explican que el nombre de Madrid viene del árabe Magerit. ¿Te has dado cuenta de que aquí no se enseña para nada el árabe, una lengua tan importante para el propio castellano?
P. ¿Enseñar el árabe? ¡Qué dices! Aquí ni tan siquiera se enseñan fuera de sus propios territorios lenguas como el catalán, el vasco y el gallego. Hasta se prohíbe emplear esas lenguas en el Parlamento.Hasta se prohíbe emplear esas lenguas en el Parlamento
R. ¡Es verdad! Yo digo que los españoles se dividen entre los monolingües y los bilingües, ¿sabes? Rajoy dice que “ama” a Cataluña, pero no suelta una palabra en su lengua. Y, oye, el catalán es facilísimo. A mí no me cuesta demasiado trabajo leer a Josep Plá en catalán o, ayer mismo, charlar en catalán con dos viajeros en Atocha. Si tú propones de veras la unidad de España, haz un pequeño esfuerzo y aprende algo de catalán, algo de gallego, algo de euskera. Y organízame una Cámara Territorial, en vez de un Senado inútil, donde se puedan hablar estos idiomas. Porque si no, todo eso de la “sagrada unidad de España” es mentira.
P. Si yo fuera catalán o vasco, me parecería insultante que el presidente del Gobierno español necesitara traducción simultánea para entender mi lengua materna.
R. Entender el catalán no cuesta demasiado trabajo. Hay que estudiarlo un poco, claro, pero no es tan complicado. El euskera resulta más difícil, pero incluso sus rudimentos se podrían aprender en las escuelas públicas españolas. Como riqueza. Como se aprende algo de música o algo de literatura. Pero Rajoy es un desastre. Un presidente no puede ir confesando por ahí que no ve películas españolas. No cuesta tanto tener un DVD en La Moncloa y ver por la noche una película hecha en tu propio país.
P. Pues no, no cuesta tanto. Me acabo de acordar de una de las muchas cosas graciosas que cuentas en tu libro: eso de que muchos defensores de la españolidad no saben que este topónimo quiere decir tierra de conejos.
R. Sí, en el idioma de Cartago. Así que cuando Tejero gritaba “¡España!” estaba gritando “¡Tierra de conejos!”. Esto me divierte mucho por lo que también puede significar aquí la palabra conejo. La caza, de Saura, una de las películas españolas que más me gustan, se iba a llamar La caza del conejo, pero el censor lo entendió como La caza del coño y obligó a suprimir lo de conejo. [Risa]
P. [Risa] No obstante, se nota en tu libro que la aportación al crisol peninsular que más te gusta es la romana, ¿no?
R. Por eso he puesto al principio el mapa de las calzadas romanas en la Península, para que se compare con el mapa de las actuales autopistas que he puesto al final. Las concordancias son impresionantes. Esta tierra fue durante siete siglos parte del Imperio Romano y se podía viajar desde aquí a París o Roma a través de esas calzadas. Es impresionante. Yo soy cada vez más latinista. Mil millones de personas hablan derivados del latín en todo el mundo.
P. En otro momento te adhieres al deseo de que el Estado español haga con los descendientes de los moriscos lo que hizo en 1992 con los descendientes de los sefarditas: decidles que a nuestra actual conciencia le repugna la barbaridad de la expulsión.
R. ¡Claro! Yo tuve la suerte de conocer al hispanista marroquí Mohamed Ibn Azuz Hakim, que le mandó una carta al rey Juan Carlos preguntándole cuándo iba a hacer con los descendientes de los moriscos lo mismo que había hecho con los sefarditas. Sólo le rogaba que presentara oficialmente disculpas, eso ya supondría un gran consuelo para mucha gente. La expulsión fue un drama humano terrible y una pérdida demográfica y económica muy grave. No creo que el suelo se hundiera bajo nuestros pies si la España actual reconociera que los moriscos no eran peligrosos maleantes, sino gente normal que cuidaba con mimo sus huertos y sus acequias.
Caricatura de Gibson. / LEANDRO BAREA
P. También citas a Richard Ford afirmando que los españoles llevan siglos mal gobernados. Es una idea muy nuestra: aquello de qué gran pueblo si tuviera buen señor.
R. Con algunas excepciones, siempre hemos tenido malos gobiernos. Lo constató Ford cuando vino buscando las huellas de lo que los ingleses llaman Guerra Peninsular y los españoles Guerra de la Independencia contra Napoleón. Ford visitó los campos de batalla y se asombró ante el desprecio hacia los soldados españoles y británicos caídos en combate. Sus restos estaban allí donde habían muerto, nadie los había enterrado. Los buitres, escribe Ford, son los sepultureros de España. Él se dio cuenta de que este país vive a salto de mata, en esa constante provisionalidad de la que hablaría luego Azaña y en la que seguimos. Aquí las próximas elecciones son una espada de Damocles que puede caer sobre el cuello del gobernante. Todo puede cambiar en cualquier momento. Bueno, ahora hay al menos un poco de solidez, el marco europeo le da a España un poco de solidez.
P. En tiempos de Felipe González se decía que la integración en Europa iba a ser la solución a los problemas crónicos de España. Pero ahora ese marco se está desintegrando.
R. Lo que han hecho los ingleses es una traición absoluta. Ellos habían conseguido que se les reconocieran muchas de sus peculiaridades, seguían conservando la libra y otras cosas, no tenían necesidad de dar este horrendo portazo del Brexit.
P. En fin, volvamos a los problemas de España. Richard Ford señalaba otro: la corrupción de las élites. ¿Qué te parece? ¿Crees que la corrupción de tantos de nuestros gobernantes, banqueros y empresarios es un mal endémico, un mal sin solución?
R. Bueno, es un mal endémico, pero no tiene por qué seguir siéndolo. La malaria puede ser endémica en una determinada zona del mundo, pero también puede ser erradicada con tales o cuales medidas. Por ejemplo, la educación es muy importante para acabar con la corrupción, tiene que haber un pacto nacional por la educación al que se sume la derecha moderada y que dure 50 años. Pero sí, la corrupción aquí es endémica. Américo Castro dice que los españoles viven desviviéndose porque ninguno cree que vaya a haber un futuro. Con cambios de gobierno y guerras civiles cada dos por tres, no hay seguridad de nada. Con lo cual el tipo que accede al poder sabe que le va a durar poco, que tiene poco tiempo para hacer dinero. Lo dice Richard Ford. Que el escaño, la alcaldía, el ministerio, lo que sea, es por poco tiempo. Y por eso el dinero hay que atraparlo cuanto antes y repartirlo entre familiares y amigos. Porque igual mañana nos tenemos que ir.
P. ¿De qué tan lejos viene esta actitud?
R. De muy lejos. Si lees El buscón, ves que Quevedo está hablando de la corrupción de ahora, de la misma codicia de los de arriba que sufrimos ahora. Aquí no hay una cultura del esfuerzo. Aquí se admira a la gente que se salta el semáforo, a un Mario Conde o un Rodrigo Rato. Cuando alguien dice “Voy a montar un negocio”, se refiere a que va a intentar dar un pelotazo rápido, sin pagar impuestos, por supuesto, y a que, una vez conseguido, cerrará. Aquí no se cree en la empresa duradera. Esto está totalmente arraigado; también en el pueblo, ojo. Surge desde arriba y surge desde abajo. Lo vimos con la fiebre del ladrillo. Yo vivía en el valle de Lecrín (Granada) y vi como se disparó la codicia cuando los ingleses comenzaron a comprar casas, aunque estuvieran en ruinas. El valle de Lecrín empezó a llenarse de guiris y los precios empezaron a subir como la espuma. El honrado campesino que ayer pedía por su terreno 10 millones de pesetas, hoy pedía 20, mañana 30 y pasado 40. Agarra la oportunidad sin hacerte preguntas. Ya lo dice el refrán: “Maricón, el último”. ¿No haces lo mismo que el político de turno? Entonces es que eres gilipollas.
P. Pero crees que esa lacra se puede combatir, ¿no?
R. Claro, con ética pública. Aquí hace falta una inyección de puritanismo protestante. Si un político roba un huevo y lo descubren, tiene que irse a la calle. De inmediato.
P. Otra cosa que me gusta mucho de tu libro es la reivindicación de la unidad entre Portugal y el resto de la Península. Como Saramago, te declaras partidario de la República Federal Ibérica.
R. España vive de espaldas a Portugal. En la Puerta del Sol no hay un solo quiosco que venda los periódicos portugueses; no hay un AVE que una Madrid y Lisboa; aquí nadie aprende portugués, con lo delicioso que es leer a Pessoa en su lengua. Es patético. Pero yo sigo soñando con la República Federal Ibérica. Como la soñaba Saramago.
P. El otro día vi en La Sexta un programa sobre la energía solar. Contaba que en Portugal está muy promocionada y que allí no entienden que en España se ponga un impuesto al sol.La Sexta un impuesto al sol
R. “¡Nuestro sol es la envidia de los extranjeros!”, se decía en Luces de bohemia. Jajaja. El sol es una de las pocas cosas que funcionan aquí con toda seguridad, y no se aprovecha. Tìpico. Pero, bueno, volviendo a los portugueses, creo que su unión con los españoles sería una buena cosa. Porque son más tranquilos, no gritan, ¿sabes?
P. Lo sé y lo aprecio. En Aventuras ibéricas señalas varios defectos españolísimos. Uno, esto del hablar a gritos. Otro, el no escuchar al otro. Muchos españoles no prestan la menor atención a lo que les está diciendo su interlocutor, les entra por un oído y les sale por otro. Contestan repitiendo exactamente lo mismo que decían al principio, sin haber hecho el menor esfuerzo por ver si en lo dicho por el otro hay elementos ciertos o razonables. Así no hay manera de hacer síntesis, de encontrar terrenos comunes, de alcanzar acuerdos.
R. Lo compruebo cada día. Yo creo que se conversa para aprender, y para aprender hay que escuchar. Pero aquí es como si la gente pensara que ya no tiene nada que aprender. Esto se ve en La Sexta Noche. Muchos de los que salen en ese programa sólo quieren soltar su rollo. Interrumpen a los otros sin haberles escuchado ni 15 segundos seguidos. Y con una sonrisilla de autosatisfacción. No hay voluntad de entender, sólo de imponer.
P. Richard Ford también hablaba del espíritu “arboricida” de los españoles. La destrucción del paisaje natural e histórico parece una pasión nacional.
R. Es por la falta de cultura. España es un país inculto en relación a lo que podría ser. Un constructor imbécil quería destruir Numancia para hacer urbanizaciones. En Sevilla han levantado un rascacielos que destruye la preeminencia de La Giralda en el perfil de la ciudad. Es incultura sumada a una codicia capitalista que el franquismo impulsó a tope.
P. Una parte de tu libro está dedicada a Cervantes. Recuerdas dos cosas. Una, el posible origen judío de Cervantes. La otra, la empatía por sus compatriotas musulmanes que demuestra en el Quijote. Desde el que diga que la novela ha sido escrita por Cide Hamete Benengeli hasta la compasión por la triste suerte del morisco expulsado Ricote. Juan Goytisolo dice que Cervantes es, precisamente, lo contrario de ese espíritu unificador, nacionalcatólico y fundamentalista de la derecha españolista… Por cierto, ¿tú escribes en inglés o en castellano?Quijote
R. En castellano, en castellano.
P. Bueno, pues eso, que Cervantes es lo contrario de la España negra. Incluyendo también su humor.
R. El Quijote es un milagro de la cultura universal. Los ingleses captaron enseguida su grandeza: la primera traducción al inglés salió dos o tres años después de la primera edición de su primera parte. La ironía de esta novela es una de las razones del éxito feroz que siempre ha tenido esta novela en Inglaterra. En cuanto al tema de Ricote, a mí me parece obvio que Cervantes piensa que la expulsión de los moriscos ha sido una cosa terrible. Ricote le dice a Sancho: yo soy español, fuera me he dado cuenta de lo dulce que es la patria, la añoro cada día, todo esto. Cervantes, claro, intenta cubrirse las espaldas diciendo que el narrador no es él, sino ese musulmán llamado Cide Hamete Benengeli. Porque lo que hizo Cervantes al usar un narrador musulmán era peligrosísimo. Por un lado, le permitía decir unas cuantas verdades y atribuirlas a un narrador que no era él, que era un “infiel”. Pero, por otro lado, él, Cervantes, era el autor de un libro que decía cosas poco ortodoxas. Ojo con los inquisidores.
P. Los inquisidores seguían por estas tierras cuando viniste a investigar la muerte de Federico García Lorca en la década de 1960. Yo vivía en esa Granada oscura y asustada del franquismo en la que tú hacías tus pesquisas clandestinas.
R. La derecha granadina sabía exactamente cómo había sido el asesinato de Federico, pero callaba. Tuvimos que venir Brenan, Claude Couffon y servidor para intentar aclararlo a pesar de ellos. El silencio de la derecha granadina no tiene perdón de los dioses.
P. En aquel libro desmontaste la idea de que el asesinato de Lorca fue obra de “elementos incontrolados”. Estuvieron implicados el gobernador franquista de Granada, el comandante Valdés, y probablemente el general Queipo del Llano, desde Sevilla.
R. No me costó mucho trabajo desmontar la tesis de la actuación de incontrolados. Ramón Ruiz Alonso y el comandante Valdés estaban en la operación. Federico pasó por el Gobierno Civil, no fue llevado directamente al fusilamiento, y esto es clave. Y creo que sí, que hubo una consulta de los sublevados de Granada con el mando en Sevilla. Tenían radios y teléfonos. Yo he invertido años y años de mi vida en aclarar estas cosas. No me estoy quejando, por supuesto. Fue para mí una aventura total, digna del Quijote.
P. Una aventura que te convirtió en español.
R. Sí. España es una prolongación de mi Irlanda natal. Los españoles tienen una sociabilidad compulsiva, les gusta agruparse en la calle, y eso me gusta si no se gritara tanto. Como me gusta la costumbre de invitar al prójimo a tomar algo. O la tolerancia demostrada tras los atentados del 11-M, cuando en mi barrio de Lavapiés no hubo la reacciones hostiles contra los inmigrantes árabes. Aquí me siento como Pedro en su casa.
P. Para lo bueno y para lo malo. “La España actual, más de 40 años después de la muerte de Franco, me produce una mezcla de amor y tristeza”, escribes en tu libro.
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R. Como a tantos españoles, me entristece que, más de 70 años después, haya decenas de miles de republicanos mal enterrados en las cunetas. Esa falta de sensibilidad con los descendientes de los derrotados en la Guerra Civil me entristece. El rey Felipe VI no estuvo afortunado cuando en su último discurso navideño pidió “una España donde nadie abra heridas cerradas”. Alguien debería decirle al rey que el problema es que esas heridas no están cerradas. No lo estarán hasta que se dé digna sepultura a todos los muertos y deje de haber monumentos a los verdugos. Es la gran asignatura pendiente de la democracia española.
*Esta entrevista está publicada en la revista tintaLibre de junio, en quioscos desde el viernes 2. Puedes consultar todo el número haciendo clic aquí.aquí