Javier Giner (o la maldita euforia)

Primero estuvo la vida, la vida cañón de un chico de Barakaldo que por fin cumplió su sueño: conocer a y trabajar con Almodóvar; luego llegaron la euforia, las drogas, el sexo a ciegas, la cocaína en los espejos rotos, las copas en cualquier parte; era Madrid y la cosa se puso seria, hubo que parar en el arcén, gastarse un congo en la clínica de Mataró, aprender a escuchar, pasar del círculo vicioso al círculo terapéutico. Surgió de todo eso un libro transparente, Yo, adicto, ese yo devorado por un personaje arrogante, colocado, ansioso hasta un extremo insoportable… Y más tarde, la travesía en el desierto del conductismo (haz la cama al levantarte, deja las malas compañías, escribe un diario), la buena conducta para desembocar en una serie (Disney) que nos ha sorprendido a todos, los exconvictos y los que nadan todavía entre el dilema de las drogas: embellecerse, mirarse en el estanque de Narciso, o cruzar los límites de la putrefacción y que el corazón o el hígado revienten dejando un cadáver bonito para la propia memoria.
Estamos con un Javier Giner después de 16 años de sobriedad, tras comprobar que vuelve a ser él mismo y se conoce más que antes (o eso dice). Intentamos un zoom, Javier vive en Barcelona, pero tras unos minutos de verle con el jersey molón de esquiador de fondo y los libros en el anaquel de su apartamento descubro que he perdido el sonido… Intenta darme instrucciones con folios escritos a mano como en el cine mudo, y pienso que a veces las entrevistas deberían ser también como en el cine mudo.
¿Crees que tiene sentido una vida sin sustancias?
Sí tiene sentido. En el mundo que vivimos ahora mismo hay muchas cosas que no están etiquetadas como sustancias, pero si nos referimos al término general y al que todo el mundo entiende, pues sí lo tiene; de hecho, yo me siento mucho más vivo sin ellas que con ellas y esa ha sido la gran epifanía de mi vida. Ahora mismo vivo la vida mucho más a tope que cuando consumía.
¿Cuánto tiempo llevas sin trato con ellas?
16 años acabo de cumplir.
Te felicito, pero la mierda nunca se rinde, ¿verdad?
Eso es evidente. Desintoxicarte de una sustancia tampoco te convierte en una especie de maharisi. Yo sigo siendo el mismo imbécil, pero con mayor control. Creo que los dos crecimos en esa especie de romanticismo de la destrucción, de la experimentación, de la idea de que las sustancias te daban acceso a un tipo de vida o una intensidad vital que de otra manera no existía. Me vienen a la mente todas esas historias del LSD en los 60 o 70. Sin embargo es verdad que mi experiencia personal a raíz de desintoxicarme, y lo que digo sonará un poco a frase de autoayuda, pero es verdad que la vida por sí misma ya es la mejor sustancia. Los subidones y bajones que yo he vivido estando sobrio me han resultado mucho más intensos que bajo el efecto de las drogas.
Con el paso del tiempo considero que si hubiera pensado que ese libro iba a tener unas cuantas ediciones y que se convertiría en una serie para Disney yo sinceramente no creo que hubiera escrito el libro que escribí. Probablemente me hubiese autocensurado
¿Cómo caíste en las redes de la autoficción; de sentirte tú mismo un personaje de libro o de película?
Yo tenía un proyecto de debut distinto en el cine, que conservo. Fue de repente una iluminación decirme a mí mismo, hostias, tengo que escribir sobre esto. Las piezas fueron encajando. El protagonista del libro tiene mi nombre y me representa a mí. El libro lo escribí en la pandemia, en esa especie de burbuja de realidad que vivimos todos, y lo escribí como si formara parte de una terapia de grupo, como si de alguna manera hubiera desactivado la idea de que estuviera escribiendo un libro que iba a llegar a manos de gente desconocida. Con el paso del tiempo considero que si hubiera pensado que ese libro iba a tener unas cuantas ediciones y que se convertiría en una serie para Disney yo sinceramente no creo que hubiera escrito el libro que escribí. Probablemente me hubiese autocensurado, hay algo de inconsciencia en la manera que yo escribo el libro, una inconsciencia que he intentado mantener a la hora de hacer la serie.
Es la parte más radical tanto del libro como de la serie, esa frescura, un desnudo integral que enseña todas sus cicatrices, pero donde no pierdes nunca el sentido del humor…
Yo tenía muy claro a quién iban dirigidos tanto la serie como el libro. En mi cabeza esas personas tenían la forma de compañeros de tratamiento, era un público muy determinado, tenía la sensación de que en un proceso de desintoxicación si no pones todos los fantasmas encima de la mesa y los sacas a la luz, y no sacas toda la mierda de dentro, no funciona. Lo he hecho de esa forma para comunicarme con unas cinco personas que tenía en la cabeza, que era un grupo absolutamente minoritario. El tema del humor viene de que tanto el libro como la serie me representan a mí con todo lo bueno y todo lo malo. Soy una persona con mucho sentido del humor. Mis recuerdos de la clínica en ese sentido son una lucha de opuestos, muerte/vida y drama/humor. Recuerdo llorar mucho, pero reírme mucho también. El sentido del humor como un arma vital. Tengo recuerdos de estar llorando a carcajadas. Oxígeno puro. Es desde antiguo la vida contra la muerte y todas las personas que hemos atravesado estas situaciones sabemos que el humor tiene virtudes muy curativas y terapéuticas.
En la clínica supongo que te diagnosticaron un trastorno narcisista….
El gran resumen de una desintoxicación es desmontar tu propio yo. Ese yo que has creado para remontar uno nuevo y si se hace el trabajo lo que termina saliendo es un yo nuevo que es más real que nunca. Pero yo debo decir que cuando entro en la clínica desconozco por completo mi propia enfermedad; es la negación, “yo no soy como ellos”, “a mí no me pasa esto”. Pero esos yoes que tienen personajes continuos que tú mismo has creado para poder gestionar la vida tienen que ir cayendo y ahí entra de lleno tanto la ansiedad como el trastorno narcisista. Herramientas que has utilizado toda tu vida, de repente ya no te sirven porque te has convertido en una persona deforme y desestructurada. En la clínica, yo aprendo por primera vez a mirar y a escuchar al otro. Llego con una sensación de omnipotencia, una persona en muchos momentos déspota, un sabelotodo, y todo eso lo tienes que derribar para encontrar al verdadero Javier que se esconde tras todo eso y que realmente es una persona asustada y sin herramientas…
Mi imagen de adicto era la de una persona escapando de sí misma, intentando no encontrarse, ahora ya no me escondo de mí mismo, parece una diferencia muy simple, pero es algo que lo cambia todo
¿Lo has encontrado o es una búsqueda que no termina nunca?
Creo que he encontrado una estructura, pero que sigo en la travesía. No hay final. Mientras llega el ataúd, que es la conclusión obvia, sigo en esa búsqueda, lo que sí me diferencia de antes es que ahora sí sé quién soy, sé como suena mi voz, sé lo que quiero y lo que no quiero, intento expresarme con el mundo de una manera honesta. Y ya no me da miedo lo que siento. Ese es el gran cambio. Mi imagen de adicto era la de una persona escapando de sí misma, intentando no encontrarse, ahora ya no me escondo de mí mismo, parece una diferencia muy simple, pero es algo que lo cambia todo.
Una pregunta a lo Broncano, ¿tienes idea de lo que te has gastado en camellos a lo largo de tu vida?
Buuaahh, no. En la clínica una de las cosas terapéuticas que proponían era precisamente tener que contestar a esta pregunta. Miles y miles y miles de euros porque incluso llegué a pedir créditos al banco para poder costearlo. Pero no sabría dar una cifra aproximada, seguro que es más dinero de lo que yo tenga en la cabeza ahora mismo, eso seguro.
La heroína vuelve a los libros, al cine, a la conversación, aunque la verdad creo que nunca se ha ido. En las drogas ha habido siempre a mi juicio una lucha de clases, los del caballo y los que como tú optaron por una vía de consumo más química, distintos barrios, distinto ‘set’…
La vida cíclica de las sustancias está atravesada sin duda por un tema de clases, por un tema de género… Se puede leer la adicción desde muchas perspectivas. Acabo de leer un libro de una autora gallega, Xulia Alonso, que se llama Futuro imperfecto y que narra su historia real en Vigo de cómo se engancha al caballo en los años 70 y contrae el VIH y su pareja muere a causa del SIDA. Es un libro magnífico. En la Galicia de los 70, y en Euskadi también (yo soy vasco), se ve cómo la heroína destroza prácticamente a toda una clase social. Cíclicamente, después de eso, llega la cocaína, que es más mi territorio, con todos los yuppies, y de repente todo lo químico se asocia a otra clase social. Luego llega la ludopatía y son los barrios obreros los que sufren la epidemia. Al final puedes hacer una lectura absolutamente de clase, de género e incluso de orientación sexual con la historia de las drogas.
En la comunidad gay, por ejemplo, ¿había otros ritos?
Creo que sí y ahora en el presente también. La comunidad LGTBI la asocio fundamentalmente al componente químico, al éxtasis, por ejemplo. Yo no conocía el mundo de la heroína hasta que no estuve en una clínica de desintoxicación, vivía el Madrid de los 2000 y la droga estaba a mi alrededor constantemente, pero no estaba la heroína.
Hay un tabú con eso, ¿no crees?, la heroína como la gran adicción, la parte intratable del relato toxicómano… En el imaginario social la cocaína y la ketamina son más refinadas por decirlo así que la heroína con sus cucharillas quemadas, los poblados … De nuevo late un discurso de clase.
Está claro. En la serie hay un momento en que se ve el tema de la jerarquía social incluso dentro de la clínica. El personaje de la heroinómana le dice a Javier: “Tú vas de finolis porque te metes coca, pero aquí somos todos iguales”. No es solo un tabú, sino que incluso dentro del propio mundo de la toxicomanía existía lo de mirar por encima del hombro a los yonquis. Hay un gran componente sociopolítico en ese imaginario que se construyó a partir de los 70 entorno a la heroína. Pero la heroína no ha desaparecido ni mucho menos y mira por ejemplo el fentanilo, el gran drama actual en los Estados Unidos, cuando tú ves las imágenes de la crisis de los opioides y ves a gente que ha perdido la cordura, o están completamente desahuciadas, parece La noche de los muertos vivientes, la forma que está tratado el tema es absolutamente clasista, vuelve a ser el retrato del yonqui de los ochenta. Y no es así.
Las drogas de diseño, que son más tu palo, anticipan un infierno también de diseño… Los interiores de la heroína son mucho más oscuros que el club donde se consumen anfetas, ketamina, éxtasis, quiero decir, donde se baila hasta al amanecer y se folla en los lavabos.
Cada personalidad o grupo social tiene sus propios enganches. Yo era muy ávido, quería comerme el mundo a bocados y vivir cinco metros por encima del suelo. Evidentemente nunca me sentí atraído por las sustancias bajoneras. La heroína para mí, como consumidor, siempre tuvo esa imagen de esconderse del mundo, de vivir en una burbuja donde nada puede afectarte, dicho mal y pronto, de drogas introspectivas, que te anulan.
La ‘bajona’ y la euforia, el ying y el yang de los estupefacientes…
-Una de las cosas que yo tuve que trabajar más en mi desintoxicación fue precisamente mi adicción psicológica a la euforia. Porque mi gran riesgo no era el dolor, para que se entienda; para mí el mayor riesgo siempre fue la euforia. La alegría me llevaba a unos estados maníacos: las luces, el sexo y todo eso y la heroína o las benzodiacepinas se relacionan más con el silencio y la quietud. Esto es algo que nunca me ha atraído.
El sexo y las drogas, pese a todas las leyendas nunca han hecho buena pareja.
Esto es algo que descubro después y que repito mucho a gente que se me acerca o me pide consejo; los mejores polvos de mi vida los he echado sobrio. Yo he follado lo que no está escrito, me lo he follado todo para cinco vidas. En mis momentos yo no era consciente de lo que hacía, yo no elegía libremente lo que estaba haciendo, me he visto haciendo cosas y estando en lugares en los que recuerdo perfectamente pensar qué cojones estoy haciendo, por qué estoy aquí y sin embargo seguir ahí. Cumplir todas mis fantasías sexuales a mí particularmente no me liberó, al contrario, me convirtió en un esclavo. Al comienzo te dije una frase que suena a lo mejor a muy manido, lo más intenso que existe es la propia vida, pero, hostia, yo he echado unos polvos sobrio memorables, esa intensidad sexoafectiva que hace temblar la habitación y desaparece el universo yo solo lo he vivido sobrio.
¿Hay que legalizar las drogas?
No lo tengo nada claro. Mi respuesta es que debería haber un debate serio y profundo sobre el tema con varios enfoques y esto es una utopía tal y como está la conversación social ahora mismo. Desde luego lo que no creo es que se deba tomar una decisión a las bravas. Yo, por ejemplo, el tema de legalizar las drogas blandas como el hachís o la marihuana en principio estaría de acuerdo, pero conozco gente muy cercana adicta a la marihuana con unos brotes psicóticos muchísimo más peligrosos que los de la cocaína, por ejemplo. Entonces es que no tengo una respuesta todavía formada.
Yo no tomé las primeras rayas de coca ni los primeros vinos pensando que me iba a convertir en adicto, y sin embargo me tocó el número
Ahora mismo se ha introducido un concepto un tanto peligroso en el debate: el consumo ‘recreativo’, una palabra que parece que promete el buen rollo universal.
Consumo recreativo o consumo responsable, también. Yo lo comparo con la ruleta rusa. Tu empiezas a consumir y no sabes si te ha tocado el número por así decirlo. Con ese consumo recreativo puede haber personas que no desarrollarán adicción, pero hay otro tanto por cierto de las personas que comiencen con un consumo recreativo que terminarán convirtiéndose en adictos. Yo no tomé las primeras rayas de coca ni los primeros vinos pensando que me iba a convertir en adicto, y sin embargo me tocó el número. Es un tema muy perverso. A las primeras personas que les recetaron oxicodona en los Estados Unidos dudo mucho que su objetivo fuera el de convertirse en adictos a los opioides y vivir desahuciados en las calles de San Francisco.
Es la ruta americana: típica lesión de espalda que te lleva al fentanilo, pero detrás de todos están los laboratorios, no cabe duda, siempre hay alguien que se beneficia del dolor ajeno.
Ahí está ese libro magnífico que es El imperio del dolor, de Patrick Radden Keefe sobre la familia Suckler, estamos hablando de una epidemia de salud pública con cientos de miles de muertos.
Qué te dijo Almodóvar de la serie….
Le gustó mucho, mucho, hasta se emocionó… Vino al estreno en el Festival de Cine de San Sebastián y para mí fue como la bendición del padre.
¿Un buen padre?
Considero a Pedro mi padre creativo absoluto. Para mí el mejor que podría tener. Tengo admiración por su figura y por su cine y por todo lo que ha hecho. Si te dedicas a lo audiovisual, y en mi caso concreto es mucho más íntima y cercana la relación, creo que es inevitable que la figura de Pedro te atraviese o te influya de alguna manera. Por derecho propio se ha convertido en un Bergman, en un Fellini, en un Pasolini, un creador al cual todos los que nos dedicamos a esto le debemos algo.
En tu caso le brindas un homenaje desde tu infancia…
'Industry': sexo, drogas y compraventa de acciones
Ver más
Recuerdo la primera vez que vi La ley del deseo en el Barakaldo de finales de los 80 y cómo La ley del Deseo se convirtió en una especie de apertura lisérgica: hay un mundo ahí afuera y yo, me dije, pertenezco a ese mundo. De repente, hubo una identificación total con la pantalla, ese Barakaldo gris y frío de los Altos Hornos de repente se ensanchó. Quería rendirle un homenaje, ponerlo encima de la mesa desde el primer capítulo con ese niño que recita sobre las imágenes de Mujeres al borde de un ataque de nervios.
Acabo con una paradoja: ¿de qué sirve tan largo viaje para acabar siendo uno mismo?
Cuando salí de la clínica y empecé a dar mis primeros pasos en sociedad un amigo me dijo: “Ahora que has dejado de ser heavy (jevi) eres más Javi que nunca”. Es un buen resumen.