Madrid quiere ser Miami (pero España no es Florida)

La principal industria de Madrid, según Jorge Dioni, es el poder en sus distintas representaciones.

Jorge Dioni

A finales de noviembre, el consejero de Cultura de la Comunidad de Madrid acusaba al gobierno de querer descapitalizar el Museo del Prado por el proyecto de la cesión de obras a otros territorios del Estado. Como siempre, los datos dieron igual. La cuestión era el relato. El proyecto de cesión de obras de la pinacoteca, Prado Extendido, se había presentado meses antes y era heredero de otro, Prado Disperso, que se remonta a los inicios de la democracia. De hecho, la propia Comunidad de Madrid es la autonomía que más se beneficia de esos préstamos. Según un reportaje de Pablo Mortera en infoLibre, la capital tiene en depósito más de 1.200 bienes culturales del Museo del Prado. Están ubicados en lugares como la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, el Congreso de los Diputados, el Palacio Real y diversos ministerios y museos. Tras Madrid y a gran distancia, Andalucía, Galicia y Cataluña.

Probablemente, el objetivo de la acusación era sólo crear un nuevo agravio entre Madrid y el Gobierno central que sirviera para potenciar la figura de la presidenta autonómica como contrapeso real al Gobierno. Sin embargo, la polémica enmascara otra cuestión: el complejo de debilidad de la capital y su necesidad de hipertrofiarse consumiendo los recursos del resto del territorio. Si Madrid se puede descapitalizar es porque se capitalizó. No era una opción natural y, durante siglos, ha habido un proceso de concentración de poder, recursos y personas en un espacio gracias a decisiones administrativas concretas, como la distribución del patrimonio o el desarrollo de las comunicaciones.

Según el profesor José Luis Villacañas, Madrid es una capital tardía de una nación tardía. Fue escogida no tanto por estar en el centro, sino porque no era un contrapoder frente a la corte. Había otras posibilidades, como Valladolid, Toledo, Sevilla o Valencia, pero Madrid era interesante por su inexistencia. Era una villa de realengo, bajo la jurisdicción de la Corona, y no tenía derecho a escudo de armas, universidad o catedral. Ni estudiantes ni obispo. Tampoco tenía comercio ni industria porque no tenía comunicaciones por agua, algo que no necesita mar. Praga, Bratislava, Viena o Budapest tienen importantes zonas portuarias fluviales. De hecho, Madrid es la única capital europea sin agua navegable.

En su lucha con Valladolid por acoger la corte, Jerónimo de Quintana, el primer cronista de la Villa, difundió una leyenda sobre la fundación, el primer bulo madrileño. Tomó como referencia La Ilíada y escogió a otro príncipe troyano, Bianor. Tras varias aventuras, su nieto fue conducido por Apolo hasta el lugar donde tenía que fundar una ciudad dedicada a Cibeles, cuya estatua preside una plaza en la que están el Ayuntamiento, el Banco de España, el Cuartel General del Ejército de Tierra y la Casa de América. Esa es la zona industrial de Madrid porque el principal producto de la ciudad es el poder.

Kilómetro cero y kilómetros cuadrados

Madrid se va. Pasqual Maragall lo advirtió hace 22 años. Según el exalcalde de Barcelona, la ciudad ya no estaba en España, sino que buscaba su espacio en la liga mundial de ciudades. Sostenía que el gobierno de Aznar quería crear un fuerte polo económico, Madrid Global, para que se convirtiera en la capital del mundo de habla española y denunciaba que eso iba en contra del desarrollo de otras ciudades. Ponía como ejemplo la estructura radial de las comunicaciones que convertía España en un territorio a diferentes distancias de Madrid y que descartaba los ejes alternativos, como el corredor mediterráneo, el atlántico o la Ruta de la Plata. Todas las ciudades conectadas con Madrid. Un AVE para dominarlos a todos, atraer a su tejido productivo y cambiarlo por turismo. Es lógico que Lisboa haya retrasado el beso del vampiro.

El ministerio tiene el lápiz de España en la mano, decía Maragall. No era la primera vez. Los primeros Borbones fijaron en la capital el kilómetro cero de las carreteras españolas a imagen del milliarium aureum romano. La administración franquista domesticó las decenas de vías de tren que recorrían la península y que articulaban el desarrollo económico para establecer un modelo radial. No fue lo único que hizo ni lo más importante. En el siglo XIX, la industria y, por tanto, el comercio y las finanzas no se habían asentado en la capital, que tampoco había conseguido un peso poblacional significativo. La administración franquista hizo que la ciudad anexionase quince pueblos, lo que convertía a la urbe en capital incontestable y establecía las condiciones para su futuro desarrollo, ya que pasó a tener 604,3 km2 de superficie. Barcelona, por ejemplo, tiene 101,35 km2. En un país donde la construcción es uno de los pilares básicos de la economía, eso quiere decir tener la piedra filosofal. Madrid se iba hace 22 años porque previamente se había creado una plataforma de despegue.

El nicho del lujo crece. La segregación por arriba quiere decir más desigualdad. La riqueza particular acostumbra a crear pobreza general

Madrid devora territorio porque lo tiene. El Cañaveral, Los Ahijones, Los Berrocales, Valdecarros, Los Cerros, La Solana, Campamento o la Nueva Centralidad del Este son desarrollos proyectados en Madrid. Son más de 150.000 viviendas nuevas. Madrid está construyendo un Valladolid después de haber levantado varios las décadas anteriores: Alameda de Osuna, Pasillo Verde, Rosas, Rejas, Ensanche de Carabanchel, Ensanche de Vallecas, Las Tablas, Sanchinarro, Valdebebas, Arroyofresno, Montecarmelo, etc. Decenas de miles de viviendas nuevas, precios multiplicados y la misma población. Oficialmente, la ciudad de Madrid tiene casi la misma población residente que en los años 70. La clave es entender que no son casas para vivir, sino que son un producto financiero para los excedentes de capital acumulado. La Comunidad, en cambio, ha crecido en más de tres millones de personas. Madrid se extiende y llega hasta Toledo o Guadalajara.

La administración también usó su lápiz para crear el kilómetro cero económico. Las estructuras territoriales perdieron sus vías de ferrocarril en el XX y, en el XXI, han visto cerrar sus centros de decisión financiera e incluso, las oficinas. La concentración hace que Madrid atraiga empresas, mano de obra y capital. Eso quiere decir servicios de todo tipo, desde financieros o comerciales a ocio y cultura. Todo en Madrid, ya que ofrece su principal materia prima: el poder, es decir, tener el lápiz para dibujar el país. Todo el mundo quiere estar cerca. Si quieren ver algo del Museo del Prado, decía el consejero de Cultura, lo que tienen que hacer es venir a la capital. España como el espacio que rodea el centro y que, por lo tanto, tiene que parecerse. Eso es lo que quiere decir el eslogan de Madrid es España.

La nueva Miami

Lo primero que quiso ser ese Madrid Global fue Londres. Convertida ya en el kilómetro cero total, la ciudad tomó como referencia la City para convertirse en un polo económico global. Incluso, cuando la salida del Reino Unido de la UE se convirtió en una posibilidad, se abrió una oficina para atraer compañías e inversiones. No funcionó. París, Ámsterdam o Frankfurt captaron a los temerosos del Brexit, que no fueron tantos. La idea de Madrid olvidaba que la City se construyó como centro de la red colonial, incluidos los puertos francos, y sigue funcionando igual. No es la solidez de la roca, sino la fortaleza de la malla. Es algo que Madrid entiende mal.

Tras el espejismo de Londres, regresó el proyecto inicial de Aznar de convertir Madrid en la capital del mundo de habla española. No lo hizo de forma planificada ni siguiendo esa idea neoimperial en la que los virreinatos se reencarnarían en las filiales de las empresas españolas, todas con sede en la capital. El proceso comenzó en 2013, con la crisis venezolana, la primera migración de millonarios. España siempre había sido un destino y había acogido a exiliados políticos en los años 70 y migrantes económicos a partir de los 90. Las grandes fortunas latinoamericanas siempre preferían Estados Unidos. Normalmente, Miami.

Pero, en la primera década del siglo, España era un país de grandes oportunidades para gente con dinero. El precio de la vivienda no había dejado de caer desde 2011 y la reestructuración del sistema financiero había puesto en el mercado carteras inmobiliarias a precios de saldo. Los fondos oportunistas habían comprado y comenzaron a revender a las grandes fortunas. Además, las inversiones de más de medio millón de euros ofrecían un visado de regalo. España, especialmente Madrid, era el lugar perfecto: mismo idioma, seguridad jurídica, moneda fuerte, estabilidad social y política, bajísima delincuencia, estructura financiera, buenas comunicaciones y un marco fiscal más favorable que el resto de comunidades. También había mano de obra barata y disponible para los que quisieran invertir en franquicias. El desempleo alcanzó su máximo histórico en 2013 y la reforma laboral de 2012 había desprotegido a los trabajadores.

El madrileño barrio de Salamanca comenzó a ser conocido como Little Caracas y la experiencia de los venezolanos atrajo a las grandes fortunas de otros países, como Perú, Chile o, sobre todo, México y Colombia. Este último país estaba en el grupo de cabeza de los desplazamientos a España en la Semana Santa de 2022, pocos días antes de las elecciones ganadas por Gustavo Petro. Es la secesión de los ricos. Las cinco economías más fuertes de la región tuvieron una salida de capital de más de 100.000 millones de dólares en 2022, un 41% más que el año anterior. Las operaciones de cientos de miles de euros o incluso millones se cierran a distancia. En ocasiones, sin ni siquiera ver la vivienda. Es una inversión. Desde 2020, los mexicanos han invertido más de 700 millones de euros en el sector inmobiliario y de la construcción en España.

La llegada de nuevos habitantes desplaza a los residentes con menor poder adquisitivo. Los que tienen la vivienda en propiedad logran sacar partido del momento. Los que están de alquiler tienen que buscar otro espacio en la ciudad, desplazando a su vez a los que viven allí. Es el efecto dominó de la gentrificación. La ciudad cambia para adaptarse. Los restaurantes modifican su horario y dan cenas que se solapan con las sobremesas. Las tiendas de moda son dos tercios de las aperturas en esa parte del centro, seguidas por los restaurantes. Siempre, con un precio que deja claro quién puede acceder. El nicho del lujo crece. Los bancos cierran oficinas y abren agencias dedicadas a asesorar a los altos patrimonios. La segregación por arriba quiere decir más desigualdad. La riqueza particular acostumbra a crear pobreza general.

¡Influencers TODOS!

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Madrid cree que este es el modelo y ha anunciado nuevas medidas fiscales para atraer más visitantes, más capital. Es decir, para crecer más, para hipertrofiarse más: ser una ciudad-estado en lugar de la capital de un Estado. La estructura de poder hipercentralizado dibujada con el lápiz de la administración drena al resto del país, atrae capital, empresas o mano de obra y consume energía o alimentos. La relación comienza a ser tensa. Madrid puede ser la nueva Miami, pero no debería olvidar que es la capital de un país llamado España cuyos territorios tienen su propia personalidad y no se resignan a ser la playa de Madrid, la despensa de Madrid o la central eléctrica de Madrid. Es probable que España no quiera ser Florida.

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*Jorge Dioni es escritor y autor de los ensayos La España de las piscinas y El malestar de las ciudades, ambos editados por Arpa.

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