“Ao José Fortes, amigo, companheiro de lutas antigas pela dignidade, pela liberdade dos nosos povos, esta historia de um día que marcou profundamente a historia do Portugal Moderno a par de uma renovaçâo espectacular, quase simultánea do Estado Español, com un abraço grande portugués do Otelo”.
Esta dedicatoria de Otelo Saraiva de Carvalho en su libro Alvorada em abril deja entrever, además de la tradicional sintonía galaico-portuguesa, que el 25 de Abril y la revolución portuguesa tuvieron una enorme influencia en la Transición española. Influyeron en la juventud universitaria que enseguida se enamoró de la ética y la estética de aquel extraño golpe de Estado, cuya señal de radio había sido una canción emblemática: Grândola, vila morena, del inolvidable Zeca Afonso, y cuyos únicos tonos rojos fueron los claveles primaverales. Influyeron en las Fuerzas Armadas (como solemos decir la Unión Militar Democrática fue ahijada del Movimento das Forças Armadas); y finalmente en toda la sociedad, que comenzó a ver con más claridad lo anacrónico de la dictadura franquista.
El espíritu del 25 de Abril nació en unas guerras coloniales anacrónicas y sin salida militar. Las necesidades bélicas obligaron al gobierno portugués a promulgar unos decretos de habilitación de milicianos, similares a los alféreces provisionales en nuestra guerra civil, que fueron muy contestados por los oficiales del “cuadro permanente”. Se sintieron, con razón, postergados, y en pocos meses, el Movimiento de los Capitanes, de raíces profesionales, fue transformando en sucesivas asambleas sus reivindicaciones militares en exigencias políticas, las tres d famosas: democracia, descolonización y desarrollo.
En una de sus últimas asambleas, los capitanes encargarían a Otelo organizar y comandar el golpe militar que acabó con la dictadura. Y lo hicieron tanto él como los mandos de unidades que convergieron sobre Lisboa, entre los que habría que destacar el decisivo y valeroso papel desempeñado por el capitán Salgueiro Maia, a la perfección. Fue un golpe incruento: los únicos muertos lo fueron por disparos de la PIDE, la temible policía política salazarista.
A los oficiales demócratas españoles el 25 de Abril nos deslumbró. Asistir casi en directo a la caída de la dictadura y contemplar la eclosión popular que arropó el golpe de los capitanes era como un sueño. Cuando abrieron las cárceles y comenzaron a ocupar las celdas vacías varios miembros de la PIDE, apenas podíamos dar crédito a lo que estaba ocurriendo. Pese a todo, en España las cosas ocurrieron de manera diferente, ya que fue la sociedad española la auténtica protagonista de la Transición. Aunque aquí no teníamos guerra colonial (aún no se le había ocurrido la Marcha Verde a Hasan II), a medida que avanzaban los años setenta la sociedad española experimentó un acusado cambio cultural y político. De un aparente apoliticismo en los años sesenta, en los que había aumentado significativamente su nivel de vida, pasó a cuestionarse seriamente la dictadura y la falta de libertades. Fue como si se alzaran los telones de la dictadura y se hicieran más visibles los ideales que iluminaban el horizonte político. Ideales que podían resumirse en dos palabras: Libertad y Europa.
Poco a poco el abismo que se estaba abriendo entre la sociedad española de los años setenta y la dictadura, cuyo principal sostén eran unas fuerzas armadas enrocadas en el franquismo, fue lo que nos hizo comprender de forma palmaria a un amplio grupo de oficiales desperdigados por la geografía española el obstáculo que representaba nuestro propio ejército para la conquista de las libertades. Tres tendencias comenzaron a dibujarse en el seno de las fuerzas armadas españolas a partir del 25 de Abril.
Un grupo azul, reducido pero muy fanatizado, en el que destacaban los miembros de la División Azul, muchos de los cuales ocupaban cargos del Movimiento, que mantenía estrechos contactos con lo que comenzaba a llamarse el búnker, defensores a ultranza del régimen del 18 de Julio. Una aplastante mayoría, que hacía gala de apoliticismo, pero no regateaba admiración por las gestas del general que había derrotado al comunismo, Franco, y al que profesaban una “adhesión inquebrantable”. Y un tercer grupo, que nunca pasó de una pequeña pero influyente minoría, desencantado del franquismo o abiertamente antifranquista, de ideología democrática o socialdemócrata, preocupado por la transición pacífica hacia un régimen de libertades y justicia social y, al mismo tiempo, por la integración en Europa.
El germen de este grupo estaba formado por titulados universitarios, diplomados de Estado Mayor y algunos miembros procedentes de una asociación militar: Forja. El 25 de Abril no nos hizo demócratas. Ya lo éramos. Lo que hizo fue animarnos a pasar de un inoperante antifranquismo de ámbito local a organizarnos a nivel nacional. Así nació la UMD. No para dar un golpe militar, que aquí, con aquellos militares de la guerra, y con nuestra tradición, era impensable e indeseable, sino para extender la ideología democrática en las fuerzas armadas y ver la manera de neutralizar el franquismo imperante, es decir, en palabras mías (Asamblea de Madrid), “mojar la pólvora de aquel Ejército azul”.
Nuestra organización, vertebrada por la defensa de los derechos humanos, la ideología democrática y la incorporación a Europa, que era nuestro ámbito cultural y nuestra soñada utopía, tenía como objetivo romper el monolitismo franquista de aquellas fuerzas armadas. Era obviamente una organización clandestina, al margen de la disciplina militar, cuya finalidad era evitar que las fuerzas armadas representaran un obstáculo insalvable en la larga marcha hacia la democracia que había iniciado con pie firme la sociedad española.
Contra lo que ha venido sosteniendo el franquismo residual, tanto militar como civil, la marcha hacia la democracia fue obra de la sociedad española. En ella, protagonismos aparte, que también los hubo, residió la energía profunda del cambio, no en ninguna conspiración judeo-masónica-comunista. Fue la sociedad la que puso los manifestantes, los heridos, los presos, los torturados y los muertos, y esa voluntad indomable de dejar atrás la dictadura para alcanzar un sistema democrático de convivencia e integrarnos en Europa. La historia de la UMD es bien sencilla. Un año de clandestinidad. Otro año de prisión. Y un Consejo de Guerra que nos condenó a los procesados a varios años de prisión y a la expulsión del Ejército.
Diez años después nos incluyeron en la amnistía del 77, de la que habíamos sido injustamente excluidos. Eso permitió nuestro reingreso en el Ejército, aunque sólo formalmente. No hubo ni destinos ni cursos profesionales, por lo que pedimos el pase a la reserva. Menos mal que el Congreso, años después, sin ningún voto en contra, aprobaría la siguiente resolución de la que nos sentimos muy orgullosos después de tantos años de damnatio memoriae:
“El Congreso de los Diputados insta al Gobierno a iniciar las actuaciones necesarias para rendir homenaje a los militares que colaboraron decididamente en el proceso de evolución hacia un régimen democrático en España, con especial reconocimiento a aquellos que en defensa de esos ideales arriesgaron su carrera y promoción profesional e incluso su libertad personal como miembros de la Unión Militar Democrática (UMD)”.
En base a esta declaración la ministra Carme Chacón, a pesar de la oposición del generalato (yo soy testigo por los numerosos correos que recibí), nos concedió la Medalla del Mérito Militar, cuya entrega fue una fiesta inolvidable en el Ministerio de Defensa. Años después la nombramos, con todo merecimiento, aunque por desgracia póstumamente, Capitana de la Democracia.
Como uno ya va teniendo sus años, recurro mucho al cine para pasar las noches de invierno. Cuando vuelvo a ver Las cuatro plumas (versión de Korda-1939), una de mis películas favoritas, en la que ocupan un lugar destacado las alusiones a la batalla de Balaklava, no puedo evitar una adaptación de las palabras del general Burroughs que vengo haciéndome desde el proceso a la Unión Militar Democrática.
Ver másChiclana y el apocalipsis
–A la derecha, el ejército franquista. Cañones, cañones, cañones. A la izquierda, la Unión Militar Democrática, la delgada línea roja. Nos dimos cuenta de la situación enseguida. Teníamos que mojar la pólvora de aquel ejército azul para que triunfara la democracia.
_____________
Xosé Fortes, capitán de la UMD, es coronel retirado.
“Ao José Fortes, amigo, companheiro de lutas antigas pela dignidade, pela liberdade dos nosos povos, esta historia de um día que marcou profundamente a historia do Portugal Moderno a par de uma renovaçâo espectacular, quase simultánea do Estado Español, com un abraço grande portugués do Otelo”.