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Todo el mundo tiene su Ondarroa en Nueva York

Kirmen Uribe (Ondarroa, Bizkaia, 1975) en una imagen reciente.

Siempre ha sido no alineado, antimilitarista, insumiso cuando serlo conllevaba cárcel. ¿Cómo ve el patio un pacifista como usted?

Pues lo veo fatal. Yo creo que tendríamos que salir todos los días a decir no a la guerra y tratar de pararla. Además, ser críticos con todo el rearme que se está planteando. Hay que ser más tranquilos, frenar la guerra y ver si se encauzan las cosas. Yo saldría con la pancarta todos los días.

En La vida anterior de los delfines asegura que hasta Einstein era partidario de la insumisión. No estará barriendo para casa.

No, no. Hay una carta de Einstein que dice que la objeción de conciencia es muy necesaria, no solamente para crear conciencia social y parar las guerras, sino porque el propio insumiso es un activista, y si hay una guerra no va. La verdad es que lo que he leído de Einstein y las cartas que cruzaba con Rosika Schwimmer, la protagonista de la novela, son increíbles. Tenían una relación muy bonita entre ellos, y las ideas que transmiten son de una actualidad tremenda.

Su hija en la ficción, Ane, dice: “Es mejor ser poeta que general”. En estos tiempos de entorchados y uniformes, ¿qué espacio queda para la poesía?

Pues mucho. Rosika Schwimmer luchó para parar la Primera Guerra Mundial. No lo consiguió. Fue una derrota, digamos. Un fracaso, más que una derrota. Pero a raíz de muchos fracasos hemos logrado mejorar la sociedad. Las abortistas que aparecen en la novela [Las Once de Basauri, juicio en 1982] fueron condenadas, perdieron el juicio. Pero un par de años después se cambió la ley. Mediante fracasos vamos mejorando la sociedad. La poesía es otro fracaso maravilloso [ríe], porque no tiene lectores. Pero llena a la gente que la lee. No será un género superventas, pero ayuda.

¿Por qué le llamó la atención Rosika Schwimmer, feminista, pacifista, defensora del sufragio femenino, que quiso parar la Primera Guerra Mundial con el apoyo de Henry Ford? 

Porque era una incomprendida, una persona que iba por delante. Y me acordé de mi familia: de mi madre, de mis tías, que también iban siempre por delante. La tía Bego estaba en contra de la violencia cuarenta años antes de que ETA parara. Y no solo en eso, también en feminismo y cuestiones sociales. La sociedad iba mucho más lentamente que ellas. Rosika me hizo recordar cómo era mi familia, que era como una especie de burbuja progresista, dentro de la cual yo era un niño. Y no estábamos integrados del todo en la sociedad. 

Escuchar a las mujeres y escribir sobre ellas no es frecuente. ¿Es usted un mirlo blanco?

No sé. Es que a mí me han educado de otra manera, y me han educado mujeres. Yo siempre he sido muy crítico con todo esto de la masculinidad, de los roles que nos han atribuido a los hombres de ser fuertes, héroes, salvadores sí o sí. Esto me ha dado siempre mucho miedo. Incluso la figura de mi padre, al que yo quería mucho, su voz, sus gestos me daban un poco de miedo. Siempre he sido un niño muy femenino, no sé cómo llamarlo. Y he visto muy claro que en el tema de la igualdad tenemos que participar los hombres al cien por cien. 

La ecología también está presente en sus libros. Y afirma: “Que los vascos adoren a un árbol me parece un concepto muy ecológico”. No sé si en Gernika le han puesto un piso.

Jajaja. Adorar a un árbol es mucho más barato que adorar a un rey, por ejemplo. 

Y tiene muchas menos complicaciones.

Sí. Lo digo medio en broma, pero siempre tengo la ecología muy presente. Todo el boom y el cambio económico que se dieron en España desde los 60 redundaron en el medio ambiente, fue a peor. No se cuidó nada, se construyó mucho, y eso aparece en la novela, aparte de que es una sensibilidad mía desde pequeño. La imagen de que las niñas están en Ondarroa saltando al agua del puerto sucia de gasoil, y dicen que saltan al arcoíris, por los colores que da el gasoil. Vivíamos así.

“Esta es, sin duda, mi mejor novela”. ¿Está encantado de haberse conocido, tras terminarla?

No. Yo creo que digo esas cosas y luego me arrepiento [ríe]. Estoy contento con el resultado, porque, por una parte, es como una vuelta a Bilbao-New York-Bilbao, a esa estética un poco loca y formalmente transgresora, de libre expresión que fue ese libro. En mis dos novelas posteriores hui un poco de ella, quería hacer algo muy diferente a la que me dio el premio [Nacional de Narrativa, 2009]. Ahora he vuelto a lo que era. He contado cosas que nunca había contado y me he sentido muy libre escribiéndola. También desde el punto de vista formal, planteándome una novela a tres voces.

Y hace lo mismo que en Bilbao-New York-Bilbao: se convierte en personaje de la obra. ¿Necesita ser el perejil de todas las salsas?

No. Solamente quiero ser honesto. No quiero quedarme fuera, como muchos escritores que lo hacen para crear ficción, pero en realidad luego son ellos. Yo me quito la máscara y digo: este es Kirmen Uribe. Cambio nombres y algunas cosillas, pero no mucho.

Escribe en euskera. ¿Cuál es la salud de la literatura vasca?

Es muy buena. Hay escritores muy buenos, y la mayoría escritoras. Yo he hecho toda mi trayectoria en euskera y ahora vivo en Nueva York. El euskera me ha llevado allí. Ahora se pueden hacer y conseguir esas cosas escribiendo en una lengua pequeñita. Estoy contento con mi tradición en euskera y también con las voces que van saliendo.

Su Nueva York está trufado de recuerdos de Ondarroa. Ya quisiera Manhattan, ¿no?

Jajaja. Es verdad. Es más Nueva York en muchos aspectos. Un amigo mío tiene un bar genial, súper rockero, y le digo que un bar así no existe en Nueva York, aunque él crea, al contrario, que está haciendo Nueva York en Ondarroa. Pero, aparte de esto, allí todo el mundo tiene un lugar de procedencia. Un indio te habla de India, un peruano, del Perú, una coreana, de Corea. Todo el mundo tiene su Ondarroa en Nueva York. 

Le hubiera gustado escribir Peter Pan, porque querría seguir siendo adolescente. Pues con 52 ya le vale, ¿no?

No creas, ya no tengo remedio. Mi padre trabajaba en el puerto, en la mar, y yo solía ir a verle y decía: Qué vida es ésta, tan violenta. Se gritaban, era un sitio como muy agresivo. Y me dije a mí mismo: Yo nunca voy a trabajar aquí. Y bueno, lo he conseguido. Escribiendo, y ahora dando clases de escritura creativa en la NYU [Universidad de Nueva York], en el máster. Allí hay gente de todas partes, de Latinoamérica, de todas partes, y que escriben muy bien. Porque ahora mismo, en el siglo XXI, creo que se están haciendo cosas formalmente muy interesantes, hay como un boom de nuevas formas literarias en el mundo que merece mucho la pena seguir. Siempre he querido ser una persona libre. Yo fui a Nueva York para aprender, y la beca que me concedieron nos dio la posibilidad de irnos toda la familia. Y nos gustó. Mis hijos echan de menos a la familia de aquí, pero están encantados.

Si hubiera escrito Peter Pan, ¿quién hubiera sido su Capitán Garfio?

Pues antes era Trump y ahora, Putin, ¿no? Pero hay muchos Garfios en la vida: todos los machistas, los homófobos… Hay muchos Garfios aún, y por eso hay que luchar.

El lehendakari Patxi López leyó un poema suyo cuando tomó posesión del cargo. ¿Desde entonces le dejó en gracia de Dios?

No te creas, creó mucha tensión allá.

¿Por españolazo?

Sí [ríe]. Yo soy españolazo para unos y, para otros, demasiado vasco. Ahí ando, entre dos aguas. Pero fue un detalle por parte del lehendakari. Era un acto institucional, él leyó el poema y lo hizo de buena fe.

Con la barba ya no se parece tanto físicamente a Arnaldo Otegi. ¿Ha cambiado el look para evitar confusiones?

No, creo que los dos hemos crecido. Yo no creo que haya cambiado tanto. Sigo siendo aquel insumiso que fue a la cárcel por no querer hacer la mili y por estar en contra de las guerras. Sigo siendo más o menos el mismo soñador, el que quería ser escritor. Sigo con mis sueños. Al final, un escritor lo que quiere es escribir. Es algo que lo llena por dentro. Lo más bonito del escritor es escribir, tener un proyecto. Cuando no lo tienes estás como nervioso, ¿qué voy a hacer ahora?

¿Ahora tiene un proyecto?

Sí. Para mí las novelas son como los planetas, que al principio son como gases, polvo dando vueltas, hielo, y de repente esa esfera se convierte en un planeta azul, maravilloso.

Ya ha dicho que las novelas son líquidas hasta que se solidifican.

Eso es. Y estoy en esa fase de la siguiente novela, que es como una nebulosa, en la fase muy líquida. Luego ya tendrá sus montañas y sus mares. Tengo tres proyectos para hablar con mi editora. Es una locura.

¿A Euskadi le va mejor cuando en Madrid gobierna el PP o cuando gobierna el PSOE?

Cuando gobierna el PSOE, sin duda, porque nos escuchan.

En la mitología vasca, el delfín es reencarnación de una lamia, especie de sirena que enamora a los mortales. Eligió como título para su libro ‘La vida anterior de los delfines’. ¿Qué lamia le convirtió en delfín?

Nora [nombre que recibe su mujer en la novela]. La Nora-Nerea. Me dio muchísima confianza para seguir mi carrera. Me ha dado mucho amor, mucho cariño. Espero haberle dado yo también algo a ella.

Lleva cuatro años en Nueva York. ¿Se quedará allí?

Por el momento, sí.

Aunque no haya bares como los de Ondarroa.

Bueno, la época de los bares ya se me está pasando. Pero hay museos, que tampoco están mal. Y hay galerías. Y muchas cosas. Nueva York es una ciudad increíble a nivel cultural. Me gusta mucho el arte y aprendes mucho. Y lo mío es siempre aprender, tener inputs. Allá la gente te dice: No estés más de seis años en el mismo trabajo. Hay que cambiar, aunque sea a peor, porque aprendes, porque te vas completando como persona. Eso dicen los neoyorquinos. Y yo siempre he sido así, de cambios: me fui a estudiar a la Universidad, luego a Italia, volví otra vez a Ondarroa, tuve mis hijos, pasaron su infancia rural, y después, desde un pueblo, a Nueva York, directamente. Siempre he sido de cambios. Pero no hacemos planes a largo plazo.

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