Cuando el perseguido es tu padre

José Rubén Zamora a la salida del cuartel militar donde permaneció arrestado durante 813 días. Ciudad de Guatemala, 19 de octubre de 2024.

José Zamora

Durante los últimos 30 años, mi familia ha vivido lo que cualquier persona consideraría una auténtica pesadilla. Hemos sido perseguidos por las calles de Guatemala por vehículos del Estado con algunos de sus mejores sicarios a bordo, hemos sufrido atentados con armas de fuego, explosiones de granadas en nuestra casa, allanamientos ilegales, secuestros e, inevitablemente, la fragmentación de nuestra familia a través del exilio. Pero nada nos preparó para la detención arbitraria de mi papá, el periodista Jose Rubén Zamora, y la brutal persecución y la tortura a las que ha sido sometido durante los últimos tres años por parte de la dictadura de la corrupción en Guatemala. 

Esta no es una dictadura con un caudillo, sino una que se ha apoderado del sistema judicial para perseguir a voces críticas y a cualquier persona que considere oposición u obstáculo a sus actos de corrupción, entre ellos mi papá, quien estuvo detenido arbitrariamente y expuesto a tratos inhumanos en una cárcel guatemalteca durante 813 días, de acuerdo con la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y expertos de Naciones Unidas. Aunque hoy finalmente puede defenderse desde un arresto domiciliario, sigue siendo criminalizado por hacer periodismo y continúa enfrentando procesos espurios que los actores corruptos y antidemocráticos dilatan maliciosamente para intentar silenciarlo, coartar su libertad y enviarle una amenaza a todos los periodistas en Guatemala.

Por eso, este ha sido el golpe más brutal que hemos recibido en mi familia, incluso más que cuando intentaron asesinarlo y lo dimos por muerto durante 24 horas. O cuando tuvimos que irnos de nuestra casa durante el autogolpe de Estado de Serrano Elías en 1993, y nos vimos forzados a refugiarnos todos en distintas casas. Mi papá no aceptó a los censores del Estado y nos vinieron a avisar que muy pronto llegarían a buscarnos para intentar silenciarlo. Como de costumbre, imprimió y distribuyó el diario Siglo 21, incluso una edición internacional que en aquel entonces se envió a todas las redacciones del mundo vía fax, cambiando el nombre de la cabecera por Siglo XIV, haciendo referencia a una época de oscurantismo. 

Diez años después, en 2003, la incursión armada en nuestra casa marcó un antes y un después en nuestras vidas. Aquel día, miembros armados de cuerpos de élite del Estado, incluyendo la guardia presidencial, irrumpieron en nuestra vivienda gritando que iban a matarnos a todos. Nos acorralaron violentamente en un solo cuarto, atándonos de pies y manos, mientras simulaban la ejecución de mi papá frente a nosotros. Durante dos horas y media, nos amenazaron, nos golpearon e intentaron humillarnos. La intención no era solo infundir miedo, sino callarnos, hacer que mi papá desistiera de su trabajo periodístico. Pero no lo lograron.

Los ataques no cesaron. En 2008, mi papá fue secuestrado, golpeado y drogado con barbitúricos en un intento de asesinato. Fue abandonado en un terreno baldío, dado por muerto. Un médico incluso comenzó a realizarle la autopsia cuando, milagrosamente, un reflejo de dolor lo delató: estaba vivo. Este intento de asesinato fue planeado con la complicidad de altos funcionarios del Gobierno de entonces. Y, aunque los responsables materiales fueron condenados, al igual que los de los actos violentos de 2003, los autores intelectuales quedaron ambas veces impunes.

El 29 de julio de 2022, mi esposa y mis hijos fueron a la casa de mis padres en Guatemala durante las vacaciones escolares. Todo parecía normal. Pero en una llamada telefónica, escuché el peligro en la voz de mi mamá. Hablaba con mi papá, y escuché la voz de ella, mientras corría hacia él y decía: “Están entrando. Hay gente en el techo y están entrando a la casa”. Era un allanamiento policial, pero al otro lado del teléfono, en EEUU, no podía hacer mucho. Llamé a mi esposa y le dije: “Esconde a los niños en un clóset y prepárate para cuando entren. De ser posible, toma fotos y mándamelas”. Ese día, mi papá fue arrestado por un proceso espurio en su contra. Logramos denunciar ese allanamiento en tiempo real y, con las fotos que me enviaron, los usuarios de redes sociales lograron identificar a la fiscal a cargo del registro irregular, quien tuvo secuestrados a mis hijos estadounidenses y menores de edad ilegalmente por más de seis horas. Lamentable e irónicamente, mis hijos fueron finalmente expuestos a la violencia que tanto les intenté evitar quedándonos a vivir en el extranjero durante los últimos 21 años.

Tratado como un capo del crimen 

Sin duda, fue un despliegue desproporcionado de fuerza —una caravana de aproximadamente 12 patrullas, decenas de policías con pasamontañas y fusiles de asalto— como si a quien buscaba se tratara de un peligroso capo del crimen organizado y no de un periodista de 67 años, reconocido a nivel mundial y con una trayectoria intachable, que se habría presentado voluntariamente si lo hubieran citado. Ese mismo 29 de julio, mientras el Estado llevaba a cabo ese innecesario allanamiento en la casa donde mi familia ha vivido durante 32 años y detenía a mi papá, las mismas autoridades realizaban otro allanamiento ilegal en las oficinas, redacción e imprenta de elPeriódico.

Ese otro operativo duró 17 horas, durante las cuales los empleados fueron sometidos a interrogatorios intimidatorios. Como si eso no fuera suficiente, se les negó el acceso a alimentos y, a aquellos con problemas de salud, se les impidió tomar sus medicamentos.

El día de la primera audiencia, mi hermano menor y yo intentamos visitar a mi papá en prisión. Cruzamos la ciudad en plena hora pico del tráfico matutino, pero al llegar nos informaron de que ya no estaba allí. Sin otra opción, atravesamos nuevamente la ciudad hasta la Torre de Tribunales, solo para descubrir que nunca había llegado. Empezamos a hacer llamadas y, por unos minutos de angustia, pensamos que el Estado lo había desaparecido. Finalmente, nos enteramos de que la audiencia había sido cancelada mientras lo trasladaban, y a medio camino lo habían regresado a prisión. Fueron momentos de mucha tensión. Volvimos al carro, mi viejo Volkswagen escarabajo de temperamento caprichoso, cuyo único atractivo es la pintura impecable. No arrancó y tuvimos que empujarlo. Al regresar a la prisión, no nos permitieron entrar, pero logramos conversar un buen rato con un joven guardia del sistema penitenciario, un soldado que, curiosamente, se llamaba Hitler. De regreso a casa, mi hermano y yo bromeamos sobre cómo el nombre de una persona podría influir en su destino y en la profesión que termina ejerciendo.

Paralelamente, empezó una persecución contra todas las personas cercanas a nuestra familia y a elPeriódico. Primero fueron los abogados, pero también lanzaron campañas de desprestigio y amenazas contra los anunciantes del diario. Poco a poco, el Estado nos fue aislando hasta el punto de que incluso los anunciantes más leales rompieron comunicación con nosotros. El miedo a ser perseguidos por apoyarnos llevó a que solo quisieran comunicarse a través de aplicaciones seguras y desde teléfonos en Estados Unidos. La criminalización de mi papá generó una paranoia generalizada entre los guatemaltecos.

En los primeros días de su encarcelamiento, las visitas eran limitadas y las reglas cambiaban arbitrariamente. Se nos negaba la entrada en los horarios establecidos con el argumento de que tenía prohibidas las visitas. Cuando logramos verlo, los registros fueron exhaustivos e invasivos, con el claro propósito de humillarnos. En otras ocasiones, los guardias le decían que nadie había ido a visitarlo y que su familia lo había abandonado por ser un criminal.

En 2003, la incursión armada en nuestra casa marcó un antes y un después en nuestras vidas. Aquel día, miembros armados de cuerpos de élite del Estado, incluyendo la guardia presidencial, irrumpieron en nuestra vivienda gritando que iban a matarnos a todos

Desde el inicio de la persecución, embargaron todas las cuentas bancarias de mi papá y elPeriódico, y la estructura corrupta dentro del Ministerio Público y sus jueces cómplices nos bombardearon con requerimientos imposibles de cumplir. En una ocasión, nos exigieron entregar 20 años de archivos administrativos y fiscales en un plazo de apenas 48 horas, bajo amenaza de presentar nuevos cargos y ordenar más detenciones. El equipo trabajó sin descanso, organizando documentos en condiciones de extrema presión, lo que incluso afectó la salud de varios miembros.

A lo largo de este proceso, hemos sufrido innumerables y dolorosas pérdidas: el cierre de la versión impresa de elPeriódico el 30 de noviembre de 2022, y meses después, el 15 de mayo de 2023, su cierre definitivo. El Estado silenció al diario y sus 160 trabajadores perdieron sus empleos injustamente. Sin tener ninguna obligación legal, nuestra familia colaboró con el equipo para mantener el medio operando durante casi un año después de la detención arbitraria de mi papá y, finalmente, para cerrar la operación de la manera más ordenada posible, asegurando el cumplimiento de todas las obligaciones pendientes. Un proceso desgastante y devastador física y emocionalmente.

Durante ese primer año de detención, presenciamos la persecución, encarcelamiento y/o exilio forzado de algunos de los abogados de mi papá, así como de un testigo clave del caso y de diez miembros adicionales de la redacción de elPeriódico. Hicimos todo lo posible por protegerlos y ayudarlos a encontrar oportunidades en el extranjero. Por un lado, el objetivo era dejar a mi papá en estado de total indefensión; por el otro, forzar el cierre definitivo del medio.

Mientras tanto, la situación en Guatemala se volvía cada vez más peligrosa para mi mamá y mi hermano menor. En abril de 2023, mi hermano tuvo que salir del país al enterarnos de que se preparaba un caso espurio en su contra. Incluso lo buscaron en la universidad en la que era catedrático y director de un centro de innovación en alianza con el Massachusetts Institute of Technology. Luego, las amenazas alcanzaron a mi mamá. Cuando finalmente logró salir de Guatemala y llegó a un lugar seguro, durmió 24 horas seguidas tras casi un año de vivir bajo el asedio del Estado.

Torturas y tratos inhumanos

Desde el 29 de julio de 2022 hasta el 15 de enero de 2024, fuimos testigos de los tratos inhumanos y torturas a las que fue sometido mi papá. Pasó meses encerrado en una celda de aislamiento, oscura, fría y húmeda, durante 23 horas al día. Fue víctima de infestaciones intencionales de insectos, privación del sueño mediante ruidos constantes y registros nocturnos con perros. Incluso le cortaron el suministro de agua por períodos prolongados. Estos abusos se intensificaban la semana previa a sus audiencias, que por más de dos años solo sirvieron para postergar maliciosamente su detención arbitraria.

En cada una de las embestidas del Estado durante los últimos 30 años, mi papá se mantuvo firme. No dejó de denunciar la corrupción, no calló ante las amenazas y no cedimos al exilio permanente. Sin embargo, la represión alcanzó un nivel sin precedentes cuando fue detenido arbitrariamente en 2022. Fue un proceso lleno de irregularidades, en el que se le negó el debido proceso y se violaron todos sus derechos. Su encarcelamiento fue una represalia directa por su incansable trabajo periodístico. Durante 921 días, la parte cooptada del Estado ha utilizado toda su maquinaria para intentar aplastarnos. Nos enfrentamos a ataques diarios, a un aparato judicial corrupto y a una campaña de desprestigio orquestada desde las esferas del poder. Pero para su asombro, no nos han logrado quebrar.

El 11 de noviembre de 2024, el presidente Bernardo Arévalo nos invitó a mi papá y a mí a una reunión con él y la Sociedad Interamericana de Prensa, durante un evento en el que firmó la declaración de Chapultepec sobre libertad de prensa. Llevar a mi papá a esa reunión fue realismo mágico puro. Después de más de dos años encerrado 23 horas al día en una celda de aislamiento, transitamos la ciudad y en todos los semáforos que nos tocaron en rojo, la gente lo reconocía; le bocinaban y gritaban lo mucho que lo admiraban y apoyaban. Ocurrió lo mismo en la corta caminata del parqueo al Palacio Nacional, donde algunos vehículos bocinaban y sus conductores gritaban: “¡Zamora libre!”. Los peatones lo pararon varias veces y preguntaron si podían tomarse fotos con él. En el trayecto de salida del Palacio, lo detuvieron varios periodistas. Algunos de ellos habían trabajado alguna vez en elPeriódico, y de los dos lados se miraba la emoción de esos reencuentros. Al llegar a la puerta de salida, lo paró una persona más. Aunque no lo reconocimos, pensamos que era un periodista. Le dijo que lamentaba mucho la persecución y le alegraba verlo libre. Fue entonces cuando se dio la vuelta y empezó a hablarle en inglés a un grupo de personas, a las que les explicó que se trataba de un gran periodista que fue perseguido por la administración anterior, estuvo más de dos años en prisión y que ahora finalmente estaba libre. Fue entonces que nos dimos cuenta de que se trataba de un guía turístico. El grupo de visitantes aplaudió efusivamente. Esa anécdota, el haber sido parte de un tour por el Palacio Nacional, todavía nos causa reír a carcajadas. Es importante reconocer que, desde la toma de posesión de Arévalo, un presidente genuinamente comprometido con la democracia, pero con un sistema cooptado de justicia en su contra, las condiciones de encarcelamiento de mi papá fueron dignas. Lo que muestra la intencionalidad de la administración de Alejandro Giammattei de torturarlo.

Periodismo de sangre y fuego

Periodismo de sangre y fuego

Esta ha sido una batalla entre David y Goliat. Una lucha desigual en la que el Estado ha empleado todos sus recursos para doblegarnos. Pero, si algo nos ha enseñado mi papá, es que la verdad y la justicia siempre prevalecen. Como familia, hemos resistido. Nos hemos sostenido en la esperanza, en la solidaridad de quienes creen en la libertad de expresión y en la convicción de que nuestro papá, a pesar de haber estado detenido arbitrariamente y continuar bajo arresto domiciliario mientras siguen los procesos espurios en su contra, es inocente y sigue siendo libre.

Logramos denunciar el allanamiento del 29 de julio de 2022 en tiempo real y, con las fotos que me enviaron, los usuarios de redes sociales lograron identificar a la fiscal a cargo del registro irregular, quien tuvo secuestrados a mis hijos estadounidenses y menores de edad ilegalmente por más de seis horas

Hoy, miramos hacia atrás y sabemos que hemos sobrevivido a lo impensable. Nos sentimos agradecidos con nuestros padres por ser siempre excelentes guías, por enseñarnos a ser correctos, a tener principios y a vivir con integridad. Nos han enseñado a ser resilientes, a enfrentar cualquier reto con dignidad, paciencia, gratitud, paz y serenidad. Y aunque creemos que nuestro papá ya ha cumplido con su misión de vida y con Guatemala, seguiremos firmes apoyándolo en su lucha hasta que recupere totalmente su libertad. El legado de José Rubén Zamora no es solo la capacidad de sobreponerse al miedo, sino la verdad que ha defendido toda su vida y su entrega total para construir una mejor Guatemala desde las trincheras del periodismo. 

Este proceso nos ha demostrado el lado más oscuro de la humanidad, pero al mismo tiempo el mejor, que sobrepasa por mucho ese lado oscuro, a través de la unidad familiar, el apoyo, solidaridad y cariño de amigos y colegas del mundo entero, así como de los guatemaltecos, organizaciones que defienden la libertad de prensa, la democracia, los derechos humanos y todos los países libres y democráticos del mundo. A todos, nuestra gratitud por no perder de vista el caso de mi papá, ni los esfuerzos de los actores corruptos para cooptar la totalidad del Estado en Guatemala.

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