Hay dos momentos en este número de tintaLibre abril que resultan muy ilustrativos. El primero es cuando Otelo Saraiva de Carvalho, el artífice de la Revolución de los Claveles, le dice a su mujer que se olvide de La Traviata que va a cantar Joan Sutherland en Lisboa porque se ausentará un par de días para tumbar la dictadura de Salazar. El segundo, cuando la respetada periodista de izquierdas Ulrike Meinhof salta por la ventana del Instituto de Investigaciones Sociales de Berlín detrás del encarcelado terrorista Andreas Baader, al que estaba entrevistando, para unirse a la banda más sanguinaria (y chapucera) de la historia alemana después del nazismo.
Saraiva de Carvalho recuerda esta anécdota en una extensa entrevista concedida en su casa de Lisboa a la periodista Ana Soromenho. Mientras que la historia del auge y la caída de la Baader Meinhof, su lucha de egos y la mitomanía de sus integrantes, la recupera desde Berlín Carmen Rosa Fernández. El exmilitar portugués sigue en forma, confiando en el poder del pueblo, a los 81 años. Ulrike Meinhof, por su parte, apareció ahorcada con una toalla en la prisión de Stammheim, el 9 de mayo de 1976, un suceso que todavía genera muchas dudas en la investigación posterior y nunca cerrada del todo. Al resto de la banda no le fue mucho mejor.
Antes de que el capitalismo se asentara plácidamente en un escenario de los mercados globales y grandes corporaciones dominantes, antes de que el mundo conociera la doble moral de Wall Street y el neoliberalismo fuera la moneda acuñada en Davos, los años setenta plantaron cara de múltiples maneras a una batalla quizás perdida de antemano (como dice Zizek, resulta más fácil imaginar el final de la Historia que el del capitalismo). Ahí estaba el escritor, pensador y cineasta Pier Paolo Pasolini, en Italia, anticipando los males de la sociedad de consumo y del pensamiento único, lanzando un grito primitivo y cristiano; ahí, en otro momento de la década, apuntó en 24 folios Otelo Saraiva de Carvalho los planes para derrocar una dictadura de 48 años (al año siguiente, Franco murió en la cama); ahí fue también que los chicos de la Baader Meinhof decidieron tirarse al monte para poner en jaque a los cerdos (Die Schweine) que levantaron Auschwitz y seguían dominando, con otras máscaras, el cotarro alemán. Al autor de Edipo Rey o Saló o los 120 días de Sodoma, le dedica Mario García de Castro un perfil en las páginas de tintaLibre abril.
Abril, el mes más cruel, según la conocida poesía de Eliot, el mes de los claveles en Portugal y de la República española, nos trae también otros frentes de la protesta que no se extinguen. Santiago Sierra, uno de los artistas más internacionales de España (subrayemos esto ante los que quieren unirle al carro del oportunismo), aunque no se reconoce como artista, nos habla, también en exclusiva, tras la chapuza del última feria ARCO, otra más en la última deriva censora de un peligroso mundo en el que el auge de las redes sociales y el celo de los grupos dominantes ha convertido a cada individuo, apunten eso, “en un corrector del régimen”.
De pasados abriles nos llegan también ecos poderosos de voces como la del periodista Corpus Barga (acabó en Lima contento de ser un republicano español e impartiendo clases de periodismo), Buenaventura Durruti (hacía la comida para su hija pequeña mientras su mujer trabajaba) o Luis Buñuel que se acercó durante sus últimos años -él, “ateo por la gracia de Dios”- a las corrientes progresistas de la iglesia católica en México DF dónde, al parecer, siguen sus cenizas en un capilla de la Universidad.
Bienvenidos a las revoluciones de abril.
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