Tiempo de miserables

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El Gran Wyoming

Con motivo de la publicación del número 100 de tintaLibre, Jesús Maraña me manda recado para que escriba algo, dado que en otro tiempo fui colaborador de esta revista y el digital infoLibre

Antes de comenzar mi magistral artículo paso a dar cuenta de mi súbita espantada como colaborador, etapa de la que me siento muy honrado, así como agradecido a todos los lectores que, con esto de las nuevas tecnologías, crearon una especie de tertulia en torno a mis artículos. Me tomé la licencia de no intervenir en los debates que suscitaban y, como no podía ser de otra manera, no me libré de esa chusma que interviene para cuestionar al sujeto y no la opinión, denominados trolls, ciudadanos que se llaman a sí mismos demócratas constitucionalistas de centro. Eso sí, se trata de un centrismo que está por la aniquilación del contrario.

La experiencia de esta tertulia interactiva fue muy enriquecedora, en la medida que despejó todas mis dudas con respecto a mi futura relación o pertenencia a eso que llaman, y nunca mejor dicho, las redes. Y digo nunca mejor dicho, porque es muy difícil escapar. Cuando dejas de estar activo, te persiguen como si fueras un urogallo con todo tipo de reclamos que ellos suponen interesantes, desde mensajes de amigos, publicaciones de fotos o celebraciones y, cómo no, pibones interesados en tu persona que no sabes de dónde salen. A día de hoy, y gracias a aquella experiencia mi relación con las redes es nula y estoy tan feliz como otros colegas que también viven de espaldas a ese magma primigenio.

Ahora soy un freak y recibo proposiciones para debates en los que me posicionan como enemigo de las nuevas tecnologías. Les aclaro que estoy todo el día navegando en internet, desde hace muchos años, cuando la contrataba por minutos en una operadora que se llamaba Wanadoo, o algo así, y que soy fan de las nuevas tecnologías, pero en cuanto les reconozco que no entro en Twitter, Instagram, y demás, también les vale. Rechazo amablemente la oferta porque no me gusta que me lleven a los sitios como ente exótico, obsoleto. Simplemente prefiero quedarme debajo de la higuera o, como decía Joni Mitchell, a la que amo profundamente, en su canción Woodstock, que fue un himno para toda una generación: We’ve got to get ourselves back to the garden (Tenemos que volver al jardín).

Tras esta breve introducción paso a exponer los motivos de mi espantada. Se cuenta que Johnny Weissmuller, Tarzán de toda la vida, al final de sus días, reproducía el grito de Tarzán por doquier y sin venir a cuento. Algo parecido cuenta la leyenda que le ocurrió a Bela Lugosi, el Drácula verdadero. Al parecer, cogió la costumbre de dormir metido en un féretro cuando entró en años. Son dos casos de actores devorados por sus personajes.

Pues a mí me pasó algo parecido. Proveniente del mundo del entretenimiento y gracias precisamente a uno de los actuales responsables de esta publicación, José Miguel Contreras, entré a formar parte del programa llamado El Intermedio, en el que llevo la friolera de dieciséis años. Pues bien, de una forma u otra y dado que allí damos información por un tubo, acabé siendo un bufón inserto en un informativo. Nuestro programa no se corresponde con el informativo convencional y nos especializamos en corruptelas, corrupciones y grandes desfalcos de lo público perpetrados, precisamente, por administradores de lo público, léase políticos. Comencé a recibir más información de la deseable para un cerebro desprotegido y me convertí en cronista de actualidad. Yo no soy periodista y noto que, a diferencia de compañeros que sí lo son, las cosas me afectan de otra manera. Las noticias, dentro del torbellino de la actualidad, pasan como los objetos que arrastra un tsunami, donde algunos quedan atrapados entre obstáculos, mientras otros desaparecen empujados por la corriente, pero todos acaban incorporados al nuevo paisaje sin que se llegue a recoger la mierda.

Yo, que provengo del mundo de las “ciencias”, entiendo mejor la intransigencia ante lo inasumible que la incorporación de lo abyecto, simplemente, por cotidiano.

Así, el “terraplanismo” puede ser un fenómeno de masas, pero jamás será aceptado como una premisa válida en un debate científico. Ese es mi mundo. Puedes ser terraplanista, pero en los márgenes de la ciencia, extramuros, feliz en ese espacio que llaman pseudociencia.

En el terreno de lo político, me he quedado estancado, paralizado al borde del camino porque no acepto el movimiento neofascista que representa Vox, ni las acciones del PP, en su mayoría características de la extrema derecha, como asumibles en un sistema democrático. El otro día, con motivo del espectáculo que está dando el PP, me hacía gracia escuchar a algunos altos cargos de ese partido hablar de “los que trajimos la democracia”, y creo que soy el único que ya recuerda que lo fundaron siete ministros de la Dictadura, encabezados por Fraga, que hicieron todo lo que daba su energía e inteligencia para que aquí no hubiera democracia, ni libertad, nunca. 

Sigo sin transigir en asumir la corrupción como algo inherente al sistema, o la falta de independencia del poder judicial cuyo Consejo General actúa al servicio de una derecha intransigente y corrupta sin el menor rubor. Se habla mucho de la división de poderes, de Montesquieu, siempre en el mismo sentido, en la no intervención del poder ejecutivo en el judicial, pero él ya advertía, y de esto se habla menos, de que la incursión del judicial en el ejecutivo podría dar lugar a una dictadura de la peor especie. En esas estamos desde que se soltaron el pelo los fiscales de la Audiencia Nacional, llamados “rebeldes”, encabezados por Fungairiño, cuando montaron un motín por el procesamiento de Mario Conde. Salió bien. Acabaron con la carrera de su jefe y se hicieron con el cotarro, dando al traste, tras las sucesivas incorporaciones de ultras en los altos puestos de la judicatura, con la posibilidad de vivir en un Estado de derecho potable. Ahora asistimos al circo del PP que parece sacado de la canción de La Tribu: “Los perros de Martorell se están devorando entre ellos”. Yo, como decía, me quedé en la fase anterior, en la que la presidenta de la Comunidad de Madrid nunca debería haber sido candidata porque es una presunta choriza como la copa de un pino. ¿Llegará a presidenta del Gobierno?. Puede ser. La condición de presunta o convicta, depende de unos jueces que en lugar de una venda portan un parche pirata para poder reconocer a qué tribu pertenece el procesado y obrar en consecuencia.

Hágase una comparativa del caso Ayuso con el de Ada Colau, imputada por ser quien es, equiparándola a esa jauría que legitima y ampara la corrupción y que hasta las paredes que les contemplan en la sede en la que se reúnen están levantadas con dinero sucio. No les importa, es su medio.

Lo dicho, que soy un freak anclado en la intransigencia científica de no aceptar el terraplanismo ni la España de los ladrones.

Abro la ventana y contemplo una realidad ajena, que habla otro idioma. Desubicado, acepto mi rareza, pero me niego a debatir mis ideas. Intento sobrevivir con ellas debajo de la higuera, consciente de pertenecer a un mundo anterior, cuando fuimos los mejores y ellos, todavía, disimulaban su condición repugnante.

I’m back to the garden.

* El Gran Wyoming (Madrid, 1955) es humorista, presentador de televisión, actor, músico, médico, escritor y columnista español.

Con motivo de la publicación del número 100 de tintaLibre, Jesús Maraña me manda recado para que escriba algo, dado que en otro tiempo fui colaborador de esta revista y el digital infoLibre

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