La inteligencia artificial forma parte del día a día de cada vez más personas. Los medios de comunicación y las redes sociales se han encargado de que todos y todas tengamos alguna opinión sobre ella: es poco fiable, puede acabar con puestos de trabajo… O lo contrario: puede ayudarnos a automatizar procesos, aumenta la productividad…
Mientras que este debate nos puede parecer reciente y moderno, la relación entre la sociedad y la tecnología es una cuestión sobre la que se lleva reflexionando siglos. Concretamente en el XVII, donde no podían ni imaginar la existencia de Siri o ChatGPT, el filósofo francés René Descartes hizo algunas observaciones de las que hoy en día nos podemos servir.
Una de las principales preocupaciones que rodean a la reflexión sobre la inteligencia artificial es el posible reemplazo o superación de la inteligencia humana. Y es que desde que surgieron las primeras IA a mediados del siglo pasado se han tratado de establecer límites y definiciones que permitan identificar, diferenciar y reconocer las diferencias entre lo humano y lo hecho por las máquinas. Y aunque parezca mentira, Descartes ya pensó una posible forma de establecer esta distinción.
El lenguaje, la clave
Siempre en términos antropocéntricos, hay dos condiciones que Descartes consideró necesarias “para conceder a un sujeto el atributo de la inteligencia”, según explica Manuel Carabantes, profesor de filosofía. Estas son el lenguaje natural y “flexibilidad de nuestro intelecto para habérselas con problemas de todo tipo”. Descartes creía que nunca podrían recrearse de manera artificial estas dos cuestiones de tal manera que pudiéramos confundir una máquina con un humano. Este filósofo “trazó una línea divisoria entre el ser humano y las máquinas que todavía hoy, cuatro siglos después y con toda la tecnología a nuestro alcance, no ha sido traspasada”.
Descartes no consideraba que las máquinas pudieran ser inteligentes. Eduardo Infante, filósofo y autor del libro Aquiles en TiK Tok (Ariel), imagina que el francés sí que diría que la IA es capaz de pensar, pero “en el sentido de que pueden calcular (incluso mejor que el ser humano) o pueden tomar decisiones”, pero la inteligencia humana va mucho más allá. “La IA puede ser muy buena llevando a cabo una única tarea”, pero la inteligencia humana es “generalista, puede desarrollarse en multitud de tareas y con flexibilidad”, algo que de momento “no ha conseguido la IA”.
Además, a pesar de que parezca que la tecnología hoy en día ha conseguido imitar a la perfección el lenguaje humano, sigue sin estar a la altura de lo humano. Lo explica Irene Gómez-Olano, filósofa del equipo de Filosofía & co, quien resalta que lo que usan las inteligencias artificiales “en realidad no son lenguajes”, ya que les falta el contexto “social, cultural, un desarrollo”. Está de acuerdo Infante, quien añade que “nuestro lenguaje no es solo denotativo” ni tiene solo un uso lógico (que puede comprender una máquina), sino que con él “podemos mentir, rezar… Existe una programática del lenguaje que la IA no domina”. “Las máquinas son capaces de imitar la sintaxis, pero no la semiótica, no son capaces de vivir en el mundo de los símbolos en el que vivimos, no son capaces de crear símbolos y vivir en un significado”, apunta.
Utilidad de la IA
Descartes, además de matemático y físico, fue un gran apasionado de la tecnología. Lo más parecido a la inteligencia artificial que el filósofo tuvo en su época fueron los autómatas (máquinas mecánicas que parecían ejecutar movimientos propios de inteligencia), y de hecho participó en la construcción de algunas. Por ello Eduardo Infante está seguro de que Descartes no tendría miedo de la inteligencia artificial de la que estamos siendo testigos en la actualidad: “Hoy en día sería una persona totalmente apasionada por la IA, e incluso estaría desarrollándola”.
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Irene Gómez-Olano coincide en que el francés tendría mucho interés en los avances que se están realizando últimamente. Sin embargo, destaca que la concepción de tecnología que tenía Descartes pasaba porque esta fuera “útil para los seres humanos”. Buscaba que esta “aumentara nuestro conocimiento del mundo y de nuestro cuerpo” (sobre todo para luchar contra enfermedades), pero Gómez-Olano explica que esta no es la IA que se está popularizando. La que es más conocida es “la inteligencia artificial de modelos de lenguaje que responden a intereses comerciales”, es decir, las que nos sirven “para poner la foto para poner en el artículo, nos escriben un trabajo para entregarlo al profesor lo más rápido posible”. Todo esto, según la filósofa, para Descartes tendría sentido siempre que “resulte en un bien mayor para el ser humano”.
Descartes en el cine
Hoy en día podemos seguir encontrando reminiscencias de la filosofía cartesiana en debates o reflexiones actuales, pero también en el cine. Gómez-Olano piensa en Blade Runner. Descartes “aplica la duda metódica como un recurso que nos permite poner en suspenso cualquier concepción aparentemente evidente hasta pasarla por el filtro de la crítica”, y esta es la filosofía que se puede encontrar en esta distopía, pues continuamente se trata de distinguir a los replicantes de los humanos.
Por otro lado, Eduardo Infante nombra Trascendence, donde se puede ver la aplicación de la separación cartesiana entre mente y cuerpo. “Si el cuerpo es simplemente el receptáculo o la máquina que dirige la mente, pues podríamos llegar a cambiar nuestros cuerpos, volcar nuestra mente no en un cuerpo de carbono, sino en uno de silicio”, que es algo parecido a lo que ocurre en la película protagonizada por Johnny Depp.
La inteligencia artificial forma parte del día a día de cada vez más personas. Los medios de comunicación y las redes sociales se han encargado de que todos y todas tengamos alguna opinión sobre ella: es poco fiable, puede acabar con puestos de trabajo… O lo contrario: puede ayudarnos a automatizar procesos, aumenta la productividad…