“De la misma forma que en el pasado no he aceptado alianzas con el Frente Nacional fuera cual fuera el precio político, y así como no lo he aceptado en el pasado, no aceptaré mañana debatir con su representante. No puedo aceptar la banalización de la intolerancia y del odio”. Estas palabras, que parecen pronunciadas hace una eternidad, las dijo en el año 2002 el por entonces presidente francés, Jacques Chirac, para anunciar que se negaba a debatir con el candidato ultra Jean-Marie Le Pen, después de que este lograra, por primera vez, pasar a la segunda vuelta de las presidenciales.
Los comicios, entre un Chirac con fuertes acusaciones de corrupción y un Le Pen que hizo gala de sus ideas racistas y negacionistas del Holocausto, fueron la confirmación de la existencia de un frente común contra la extrema derecha en Francia. Muchos electores, especialmente de izquierdas, votaron a Chirac pese a que le aborrecían políticamente para detener el ascenso de Le Pen. Incluso, se hicieron carteles con el lema: “vota a un delincuente, no a un fascista”. El resultado fue abrumador: Chirac logró un 82% de los votos, el mayor porcentaje logrado por un candidato en la historia de la V República.
Más de 20 años después, las cosas han cambiado mucho en Francia. Ahora, por primera vez en su historia, Rassemblement national (RN), el antiguo Frente Popular, tiene posibilidades reales de ganar unas elecciones legislativas en el país galo. Y por si fuera poco, una parte del partido heredero del de Chirac, Los Republicanos (LR), lejos de continuar su tradición de aislar a la extrema derecha ha apoyado una alianza con la formación de Marine Le Pen.
Una sociedad polarizada
La sociedad tampoco es la misma que en 2002. RN ha sabido, durante la última década, canalizar el progresivo descontento de los franceses, que se han ido alejando cada vez más de los partidos tradicionales y de la moderación para echarse en brazos de la extrema derecha. Ese desencanto, sumado a la eficaz estrategia de “desdiabolización” llevada a cabo por Marine Le Pen, ha creado el caldo de cultivo perfecto para que muchos ya no vean a RN como una fuerza extrema y peligrosa sino como una más del arco parlamentario. “Ha habido un cambio increíble. Antes nunca nadie hubiera dicho en un pasillo o en una clase que votaba a RN y ahora se dice como quien vota a cualquier partido”, describe Pilar Martínez Vasseur, historiadora, doctora en Ciencias Políticas y actualmente profesora en la Universidad de Nantes (Francia), sobre la evolución del alumnado francés.
Y es que esa juventud es precisamente uno de los apoyos principales de la extrema derecha en el país. El 9J, su candidato, el joven de 28 años Jordan Bardella, que también aspira a ser primer ministro en estas elecciones, consiguió que un 29% de los jóvenes franceses de entre 18 a 25 años votaran por él, en los anteriores comicios europeos, ese porcentaje era del 12%. Unos números que muestran hasta que punto el discurso de Bardella ha conectado con este electorado. ¿Y por qué lo hace tan bien? Para Martínez Vasseur hay múltiples factores, pero sobre todo dos: habla en su mismo idioma y usa de forma excelente las redes sociales.
Pero si hay algo que la profesora ve fundamental para entender el auge y la normalización de la extrema derecha y el cambio de la sociedad francesa es la dejación, por parte de la izquierda, para entrar en ciertos temas sociales claves. “El racismo, la educación, la cuestión de que haya guetos en los barrios periféricos que están alejados de todo lo que es participar en la vida cívica, en todo eso la izquierda no ha entrado. Esto se combina con que la escuela pública, que era un punto clave de integración, se ha dejado de lado. Tanto es así que un historiador decía recientemente: 'es curioso que en Francia un tema tan importante como la migración se haya dejado en manos de un partido xenófobo'”, explica Martínez Vasseur.
La caída del frente republicano
En este caldo de cultivo se fraguó la debacle del partido de Emmanuel Macron en las europeas y, ahora, amenaza con sumir a Francia en la incertidumbre tras unas legislativas convocadas por sorpresa en la misma noche del 9J. Aún sigue siendo un misterio las razones reales por las que Macron dio un paso tan arriesgado y que, si las encuestas se cumplen, provocará la debacle a la actual mayoría presidencial. Su partido pasaría de ser el mayoritario en la Asamblea Nacional a quedar no solo por detrás de RN, sino también del Nuevo Frente Popular (NFP), la alianza de las fuerzas de izquierdas donde se integran desde el Partido Socialista (PS) hasta La Francia Insumisa (LFI), el Partido Comunista o Los Verdes.
“El NFP se está ubicando entre la moderación y la intención de plantear una alternativa razonable. El PS ha logrado imponer algunos de sus planteamientos en el programa y luego los han unido a los de LFI. Son partidos muy heterogéneos y por eso están intentando llegar al mayor número de votantes posibles sin espantar a ninguno. Quieren agrupar a franceses de izquierdas, descontentos, abstencionistas y hasta aquellos que son más centristas”, comenta Vicente Palacio, director de política exterior de la Fundación Alternativas. De hecho, esta unión a toda prisa y la intención de no "atemorizar a ningún votante" ha hecho que sea realmente complicado presentar un candidato de consenso a primer ministro. Esta semana estalló la polémica después de que el líder de LFI, Jean Luc Mélenchon sugiriera que él podría ser el indicado para ocupar Matignon en caso de una victoria izquierdista. Sin embargo, su propuesta no fue demasiado bien acogida en el NFP, ya que varios de los pesos pesados de la coalición se negaron a apoyar su candidatura por el rechazo que Mélenchon causa en el electorado francés más moderado.
Ante las encuestas tan desfavorables, Macron ha optado por una campaña dura, donde ha llegado a sugerir que una victoria que no fuera suya podría abocar a Francia a una guerra civil. También se ha afanado en equiparar a RN y a NFP, hablando de ellos como partidos igualmente extremos. “Si vamos a los datos, el Consejo de Estado dictaminó que ni LFI ni el Partido Comunista eran de extrema izquierda, sino que lo eran los partidos que estaban a su izquierda. En cambio, sí determinaron a RN como extrema derecha”, considera Anna Bosch, periodista de RTVE especializada en asuntos internacionales.
Esa equiparación hace complicado que se pueda reeditar el llamado frente republicano, es decir, la unión de todos los partidos para parar a la extrema derecha. En las legislativas, cada una de las 577 circunscripciones electorales elige en dos vueltas a un diputado por mayoría, es decir, el candidato que quede primero se lleva todo el premio, aunque sea ganando por un solo voto. A la segunda vuelta se clasifican todos aquellos partidos que superan el 12,5% en la primera. Por ese motivo, lo tradicional es que, en aquellos lugares donde pasaba la extrema derecha y otras dos fuerzas moderadas, la que tenga menos opciones de ganar se retire y preste su apoyo a la otra con el fin de concentrar el voto contra los ultras.
Pero ¿puede pasar esto en un contexto tan polarizado como el actual? “Al hablar de los extremos y de equiparar a RN y a NFP, la cuestión está en si Macron va a llevar al límite esa comparación y se va a abstener de apoyar a la izquierda en la segunda vuelta. Habrá que ver si piensa realmente que es tan nocivo un gobierno del NFP como uno de la extrema derecha”, considera Bosch.
Una cuestión que se puede trasladar al 8 de julio. Si las encuestas están en lo cierto, ninguna de las fuerzas conseguiría una mayoría absoluta en la Asamblea, por lo que las alternativas son o el pacto o el bloqueo. Para Arsenio Cuenca, investigador del EPHE/CNRS de París y analista de El Orden Mundial, el segundo escenario es el más probable: “Ahora mismo los tres bloques están muy alejados por lo que un pacto parece inviable. Parece que la tendencia electoral de la izquierda es buena, pero todo va a depender de lo que haga el electorado macronista en segunda vuelta”.
Una cohabitación casi segura
Ante la sorpresiva convocatoria electoral, una de las teorías que surgió entre los analistas es que Macron llamaba a los franceses a las urnas para, precisamente, forzar un gobierno de Bardella. Aunque parezca una quimera, el actual presidente piensa que ese Ejecutivo fracasaría y mostraría a los franceses lo ineficaz que es la extrema derecha a la hora de gobernar, algo que reforzaría a su partido de cara a las presidenciales de 2027. “RN no es un partido de gobierno y no tiene cuadros especializados en gestión. No pasa como otras fuerzas de extrema derecha como Orbán, que tiene una cultura política muy profunda y es político de formación. Ellos han empezado a ser relevantes hace 15 años y no son un partido concebido para gestionar”, comenta Cuenca
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Sea o no esta la estrategia, lo que es claro es que la entrada de los ultras en el Gobierno traería consigo una situación inédita que pondría patas arriba tanto Francia como la UE. “La Comisión Europea ha dado un toque de atención a Francia con el techo de gasto. Ahora mismo, la UE le da cierto margen porque son uno de los motores de los 27 a cambio que que Francia se comprometa a cumplir en el futuro. Bardella impugna todos estos marcos de la unión por lo que no se sabe si se va a cumplir o no y eso impacta de manera directa a toda la zona euro”, avisa Ruth Ferrero, profesora de Ciencia Política en la Universidad Complutense de Madrid y experta en asuntos de la UE.
Anteriormente, ha habido dos ocasiones donde en Francia han convivido un presidente y un primer ministro de partidos diferentes. Sin embargo, la diferencia con 2024 es que esas dos formaciones siempre han sido fuerzas de centro o moderadas. Ahora, con RN la situación es completamente distinta. “Hay temas como la migración donde pueden existir consensos mínimos, ya que Macron ha adoptado en los últimos años una política muy dura, pero en otros como en la economía o en la posición con respecto a Europa, veo muy complicado que se pongan de acuerdo", explica Palacio.
Pase lo que pase, lo que está claro es que Macron saldrá muy tocado de estas elecciones, y su perfil internacional también se verá debilitado: “El 9J, los liberales perdieron peso en el Parlamento Europeo en parte por los malos resultados de Macron, lo cual les va a restar capacidad negociadora durante la legislatura. Y luego hizo ese alarde populista de la noche electoral poniendo la responsabilidad en los franceses y planteando la dicotomía de: o todo sigue igual o el caos. Y precisamente si algo no quieren los franceses es seguir como hasta ahora”, comenta Ferrero. En unas horas conoceremos si Francia apuesta, o no, por el caos.
“De la misma forma que en el pasado no he aceptado alianzas con el Frente Nacional fuera cual fuera el precio político, y así como no lo he aceptado en el pasado, no aceptaré mañana debatir con su representante. No puedo aceptar la banalización de la intolerancia y del odio”. Estas palabras, que parecen pronunciadas hace una eternidad, las dijo en el año 2002 el por entonces presidente francés, Jacques Chirac, para anunciar que se negaba a debatir con el candidato ultra Jean-Marie Le Pen, después de que este lograra, por primera vez, pasar a la segunda vuelta de las presidenciales.