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Detrás de la historia

Álvaro de Luna: el valido de Juan II al que el propio monarca mandó ejecutar

'El entierro de don Álvaro de Luna', pintura de Eduardo Cano (1858).

José Carlos Huerta

El 2 de junio de 1453, Álvaro de Luna era decapitado en Valladolid por orden del rey, Juan II de Trastámara, al que había apoyado y apuntalado en el poder durante casi cuatro décadas. Concluía así el periodo en el poder los Luna, una familia de la baja nobleza que llegó a regir el destino de Castilla. Fue un personaje controvertido en su época, y sigue siéndolo en la historiografía. Su ascenso fulgurante al poder le granjeó amistades, alianzas y riqueza, pero también enemigos. Pero comencemos por el principio.

Álvaro de Luna (1390-1453), nació en Cañete (Cuenca) y era hijo bastardo de una rama menor de la familia de los Luna. Su tío fue arzobispo de Toledo, y su tío abuelo era Pedro Martínez de Luna, más conocido como Benedicto XIII o papa Luna, fue un antipapa a principios del siglo XV, con el que se crió Álvaro, huérfano de padre desde los siete años. Su tío, el arzobispo de Toledo, lo llevó a la Corte, y en torno a 1410, Álvaro comenzó a servir como paje del, por entonces rey niño, Juan II. La influencia personal del conquense sobre el monarca empezó en estos años, y con el tiempo se convertiría en una especie de relación de amistad. 

Los primos contra el valido

La época de Álvaro de Luna estuvo marcada por las disputas por el poder entre los Trastámara. En 1412, Fernando de Antequera, tío de Juan II, fue coronado rey de Aragón tras años de controlar también la política castellana y de colocar a todos sus hijos (los denominados infantes de Aragón, primos del monarca castellano) en posiciones de poder. Alfonso V, hijo y sucesor de Fernando en Aragón, trató a Juan como a un subordinado, y sus hermanos nunca aceptaron la autoridad de Juan II.

 

Álvaro de Luna en el libro Retratos de Españoles Ilustres de 1791.

En 1420, las desavenencias entre los Trastámara son cada vez mayores. Juan II desacredita a su primo Enrique, intentando apartarlo del poder. Este, en venganza, asalta el palacio en el que se encuentran el monarca y su valido, Álvaro, y los toma prisioneros. Estos hechos motivan la intervención de Alfonso V de Aragón, que exige la liberación del rey y de Luna.

Pero las luchas entre la dinastía real no son algo personal. Las tensiones entre los partidos nobles por la posesión del poder real serán la tónica del reinado de Juan II. Álvaro de Luna aprovechará su posición al lado del monarca para repartir cargos y títulos entre sus familiares y amigos, y su propio ascenso económico también vendrá motivado por su cercanía al poder, lo que termina generando un clima de animadversión hacia él.

El valido real se apoyó desde muy al principio en la baja nobleza, las ciudades, y el clero para hacer frente a los infantes de Aragón y el resto de partidos nobles. También aprovechó su cercanía al rey para, en 1423, apropiarse del título de un condestable de Castilla y el patrimonio asociado a éste. Años más tarde, en 1429, tras un conflicto armado, logra por fin expulsar a los infantes a Aragón, librándose de sus principales enemigos, pero sólo temporalmente. Fue en la batalla de Olmedo (1445) cuando se deshizo finalmente de Enrique, el que más problemas le había dado, y Álvaro se queda con el título de Gran Maestre de la Orden de Santiago.

La dependencia real

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Luna se había librado de uno de sus principales enemigos tras la victoria de Olmedo, pero su posición seguía siendo muy frágil: dependía totalmente de la amistad con el rey. Así pues, cuando Juan II se casa en segundas nupcias con Isabel de Portugal y la reina decide que Álvaro es un arribista con demasiado poder, la caída es inevitable.

En los últimos años del valido, este había intentado influir en el resto de reinos peninsulares mediante pactos con príncipes rebeldes a los monarcas. Isabel de Portugal nunca le perdonó el pacto con Pedro, duque de Coimbra, que intentó hacerse con la corona lusa. 

No resultó difícil para Isabel convencer a Juan II para que desterrara a Álvaro lejos de la Corte, y poco después los nobles enemigos de él lo apresaron y lo llevaron a Valladolid. Lo acusaron de usurpación del poder real y apropiación de rentas de la corona, y el monarca castellano condenó a muerte al que había sido su valido. Un año más tarde, el monarca moriría arrepentido por el proceso contra Luna, que sería declarado nulo en 1458, demasiado tarde para él.

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