Carmen Amaya (Barcelona, 1913 - Begur, Girona, 1963) es la bailaora más universal que ha tenido el flamenco hasta la fecha y aparece en La mitad de todo, la sección de Verano libre dedicada a recordar a las mujeres que marcaron la historia española del siglo XX, porque ella supuso un punto y aparte en esta forma de arte.
La carrera de la catalana comenzó desde muy pequeña, con cuatro años, sin pretenderlo. Su familia –eran siete hermanos–, vivía en las barracas del barrio barcelonés de Somorrostro y su madre, Micaela Amaya Moreno, era ama de casa mientras que su padre, Francisco Amaya, conocido como El Chino, se dedicaba a tocar la guitarra por los bares de su pueblo. La situación familiar hizo que Carmen Amaya tuviese que acompañar a su padre a las tabernas y bailar y cantar para conseguir un poco de dinero. Gracias a estas actuaciones, el empresario Josep Santpere se fijó en la pequeña artista y la contrató para trabajar en el Teatro Español de Barcelona.
Su primera función fue en 1924, en la obra La campana de Gràcia, y a partir de ese momento no paró de trabajar y de recibir halagos por su forma de bailar, que aprendió sola, sin necesidad de acudir a ninguna academia, y con la que revolucionó el flamenco que se venía haciendo hasta la fecha.
Con tan sólo catorce años, el nombre de Carmen Amaya apareció en el periódico Mirador, Sebastián Gasch, periodista y crítico de arte, le dedicó las siguientes palabras: "[...] De pronto, un brinco. Y la gitanilla baila. Lo indescriptible. Alma. Alma pura. El sentimiento hecho carne. Movimientos de un descoyuntamiento en ángulo recto que alcanza la geometría viva".
Argentina, su escenario predilecto
La Capitana, como así la llamaban por su actitud en el escenario y su forma de ser en el día a día, continuó bailando y, en 1935, se consagró como la bailaora más importante gracias a su presentación en el Teatro Coliseum de Madrid. Carmen Amaya trabajó con otros grandes artistas españoles de la época como Pastora Imperio, destacada bailaora, o junto con los cantantes de copla Miguel de Molina y Conchita Piquer.
El 18 de julio de 1936, la artista tenía que ir a actuar a Buenos Aires (Argentina) pero la sublevación franquista hizo que su viaje se retrasase, aunque finalmente llegó y su estancia se prolongó nueve meses, ya que siempre llenaba los teatros a los que llevaba sus espectáculos. Desde ese momento, sería su segunda casa, a la que regresaría de forma continuada para actuar. Sin embargo, su arte no sólo lo vieron en aquel país, sino que también cosechó éxitos en México, Brasil, Colombia, Venezuela, Uruguay y Cuba. Inclusoactuó en Sudáfrica.
Carmen Amaya durante una actuación. EUROPA PRESS
Tras su gira por Sudamérica, la bailaora se instaló en 1942 en Nueva York y actuó en uno de los teatros más importantes de la ciudad, el Carnegie Hall. En esos años conoció al presidente Franklin D. Roosevelt, para el que actuó en la Casa Blanca, y la vieron bailar otros importantes artistas como Charles Chaplin, quien la definió como "un volcán alumbrado por soberbios resplandores de música española". Y es que Carmen Amaya actuó en Hoollywood, ante 20.000 personas, representando El amor brujo, del compositor Manuel de Falla. También reconoció su trabajo Orson Welles, actor, productor y guionista estadounidense, quien aseguró que La Capitana era la mejor bailarina del mundo.
En 1947 regresa a España, pero compagina su estancia con una gira europea, a través de la cual llegó a conocer a Isabel II. Según la biografía de la flamenca, en 1948 aparece en la portada de un periódico londinense una fotografía de Carmen Amaya y la regente bajo el subtítulo de "dos reinas frente a frente", y es que la monarca británica la felicitó después de presenciar su espectáculo, Embrujo español, en el Princess Theater de Londres. Su leyenda ya era mundial.
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El baile le dio años de vida
La Capitana no dejó de subirse a los escenarios a pesar de sufrir desde pequeña problemas renales. Según su biografía, sobrevivió gracias a su forma de bailar, con la que quemaba las toxinas que no eliminaba a través de los riñones, ya que en aquella época no existía la diálisis y, además, los enfermos no sobrevivían muchos años. Ella aguantaría un poco más de lo normal, hasta los 50 años.
En el verano de 1963, ya en España, rodó la película Los Tarantos, una de tantas en las que participó a lo largo de su trayectoria profesional y, en noviembre de ese mismo año, moría como consecuencia de su enfermedad. A pesar de que su cuerpo dijo basta, Carmen Amaya aceptó un último baile, para un acto benéfico en su pueblo, Begur, pero no pudo terminar la actuación. El flamenco y su forma desgarradora de bailar le regalaron años de vida, pero ya le dolía moverse y no pudo aguantar más.
Carmen Amaya (Barcelona, 1913 - Begur, Girona, 1963) es la bailaora más universal que ha tenido el flamenco hasta la fecha y aparece en La mitad de todo, la sección de Verano libre dedicada a recordar a las mujeres que marcaron la historia española del siglo XX, porque ella supuso un punto y aparte en esta forma de arte.