Desde su columna Bocata de Calamares en El País pone el foco el periodista Sergio Fanjul en temas sociales, culturales, tecnológicos o de la vida urbana que suelen estar algo alejados de la pura actualidad. Textos que contienen también (como sus libros y resto de trabajos) un sentido del humor crítico e irónico que en no pocas ocasiones consiguen sacarnos una carcajada. Y es que, desde su propia experiencia, considera que más que reivindicar la comedia hay que apostar por el "buen humor". "El humor no es algo neutro y angelical, una pluma que hace cosquillas o un lubricante para las relaciones sociales, sino que muchas veces se ha usado, y se usa, como un martillo para darle a la gente en la cabeza y para ridiculizar al débil o al diferente", apunta el periodista asturiano.
Esta reivindicación pasa por la disputa de un nuevo sentido común en el que Fanjul cree que "ya se ha dado un cambio". "En los últimos tiempos se ha insistido en que no se haga chanza pública de determinados colectivos. Me refiero a los chistes machistas, homófobos, racistas, etc. Por eso, el humor de Arévalo no es que sea escandaloso, es que se ve antiguo y cutre", asegura, entrando en ese debate interminable que es hablar de lo que es o no políticamente correcto. No obstante, también critica que parezca que "los límites no son los mismos para todo el mundo".
Como cualquiera, tiene Fanjul sus propias líneas rojas cuando de comedia se trata, si bien admite que en ocasiones se las salta de manera consciente. Reconoce, así, que las caídas repentinas de las personas mayores son una de sus debilidades humorísticas difícilmente confesables. "En general, los seres humanos se han reído de las caídas, golpes y trompazos varios de los otros, como se ve en el género del 'slapstick' -tipo de comedia que implica la exageración de la violencia física-. Es muy curioso. Una vez, por ejemplo, presencié cómo se tropezaron dos señoras al mismo tiempo subiendo las escaleras del Metro. Ni siquiera iban juntas, y me pareció hilarante", detalla.
Son estas unas situaciones que con los años le van haciendo menos gracia, ya que considera que antes era un "joven arrogante" que, como consecuencia del lógica paso del tiempo, ahora ve más cerca eso de ser "el señor mayor que se tropieza". Muestra de esta manera un inusitado pesimismo con su propia edad, a pesar de haber nacido en 1980, algo un tanto (o un mundo) relacionado con cierto desencanto generacional.
A Pablo Iglesias me parece que le gustaba presumir de sentido del humor, aunque la vis cómica no le acompañaba
Quizás por eso, gran parte sus momentos de no parar de reír le recuerdan también al Sergio joven y arrogante. Tantas carcajadas que incluso le llevaron a experimentar una situación de agobio bajo los efectos de unos pastelitos de marihuana. "Me reía tanto que me dolía el abdomen, era una risa tan excesiva e imparable que lo pasé fatal, no solo por el dolor abdominal, sino porque no me podía parar de reír y me resultaba violento y surreal. La gente alrededor pensaba que me lo estaba pasando bomba, pero sufría por dentro, qué paradoja", relata Fanjul.
Esa juventud vinculada a la risa permanente también le traslada a su paso por el colegio. Ataques de risotadas contagiosas que ocurrían con frecuencia en las clases ante la estupefacción de los profesores. Esa "pandemia", como la define él mismo, no la ve actualmente en su entorno: "No sé si porque nos volvemos más serios con la edad, porque logramos controlar mejor las emociones, o porque todo es más aburrido cuando creces. Hay pocas cosas de las que reírse hoy en día".
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Entre esas pocas cosas (seguro que son más) de las que se ríe se encuentra la serie Better Call Saul, una precuela de Breaking Bad centrada en las andanzas del abogado Saul Goodman. Fanjul argumenta que "no es una serie de carcajada, porque aunque empieza queriendo ser una comedieta se va poniendo muy chunga, pero el personaje de Saul es muy divertido, con esa total falta de escrúpulos que envuelve en una labia fascinante".
Además de abogados vende humos, ciertos políticos también son capaces de generarle una sonrisa. Su favorito en el Congreso es el líder de Esquerra Republicana (ERC), Gabriel Rufián, por "el humor negro que a veces saca". Otros como Pedro Sánchez no acaban de convencerle, ya que no sabe si le gusta "esa ironía que saca en ocasiones para mofarse de Feijóo". Pablo Iglesias, al igual que el presidente, tampoco ha sido de sus parlamentarios graciosos favoritos. "A Iglesias me parece que le gustaba presumir de sentido del humor, aunque la vis cómica no le acompañaba. Luego hay políticos que dan risa, pero por otros motivos; son más todavía los que dan ganas de llorar", lamenta.
A pesar de su exigencia cómica, tiene un truco que le sirve para salir de situaciones incómodas: la sonrisa falsa. "Me dice mi señora que soy un experto. Estoy a favor de cierta falsedad y cierta autocensura en las relaciones personales: son el andamio diplomático que sostiene a la sociedad. Es parte de la amabilidad. La gente no va diciendo burradas por ahí, decimos mentiras piadosas, ponemos sonrisas falsas, lo otro solo pasa en Twitter", concluye con sorna.
Desde su columna Bocata de Calamares en El País pone el foco el periodista Sergio Fanjul en temas sociales, culturales, tecnológicos o de la vida urbana que suelen estar algo alejados de la pura actualidad. Textos que contienen también (como sus libros y resto de trabajos) un sentido del humor crítico e irónico que en no pocas ocasiones consiguen sacarnos una carcajada. Y es que, desde su propia experiencia, considera que más que reivindicar la comedia hay que apostar por el "buen humor". "El humor no es algo neutro y angelical, una pluma que hace cosquillas o un lubricante para las relaciones sociales, sino que muchas veces se ha usado, y se usa, como un martillo para darle a la gente en la cabeza y para ridiculizar al débil o al diferente", apunta el periodista asturiano.