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'Heridas abiertas': el gótico sureño que deja cicatriz

Cuando a Camille Preacher su jefe le pregunta qué hay en su pueblo natal, ésta responde: “Viejas fortunas y escoria”. “¿Qué eres tú?”, plantea su interlocutor. Camille no duda: “Escoria con dinero”. Periodista de un medio local, a Camille (Amy Adams) están a punto de encargarle que regrese al húmedo y caluroso Wind Cap, Missouri, para escribir una de esas historias con las que los medios locales pretenden tantear un Pulitzer. Dos niñas han sido misteriosamente asesinadas en medio de un entorno decadente que trata de contener la rabia desde hace décadas.

Un resumen apresurado de Heridas abiertas (recientemente estrenada en HBO) menciona muchos de los clichés de un thrillerthriller: está Camille, la protagonista alcohólica y traumatizada; un buen puñado de familias con dolorosos secretos; un posible asesino en serie; personajes cargados de racismo y machismo; un pueblo que convive bajo una aparente normalidad, pero en el que todo parece estar dañado. Sin embargo, la adaptación de la primera novela de Gillian Flyn (autora también del bestseller PerdidaPerdida) ha sido elaborada de una manera tan elegante, meditada, comedida y empática que aspira a convertirse en uno de los grandes éxitos de la temporada veraniega.

Detrás de la pantalla se encuentra el director Jean-Marc Vallée, responsable también de la exitosa Big Little Lies y de la película Dallas Buyers Club; y Marti Noxon, cocreadora de UnReal y guionista y productora de Buffy, cazavampiros, entre otras. Adams, que regresa a la televisión después de más de una década, le pidió personalmente a Vallée dirigir este proyecto tras haber estado trabajando juntos en un biopic frustrado sobre la cantante Janis Joplin. El canadiense se metió de lleno en Heridas abiertas nada más finalizar Bit Little Lies.

Con su regreso a Wind Cap, Camille revive el trauma que supuso la muerte de su hermana Marian cuando eran niñas. Son innumerables los botellines de vodka que consume en el primer capítulo: su equipaje consiste en una tintineante bolsa repleta de botellas de licor y chocolatinas. Patricia Clarkson interpreta a su madre, una mujer tan preocupada por las apariencias que es capaz de impedir a su hija pasar la noche en su casa/mansión porque “no está preparada para visitas”. La tensa calma que se respira en la vivienda de estilo victoriano -en la que prima el saber estar sobre cualquier otra muestra de aprecio, donde la habitación de Marian conservada intacta desde su muerte y es evidente la fría relación con la asistenta del hogar (la única persona negra que aparece)- recuerdan mucho a la película Déjame salir, el thriller sobre racismo que el año pasado se convirtió en un taquillazo.

No ha sido la única referencia de esta miniserie enmarcada dentro del llamado género gótico sureño, que engloba aquellas obras situadas en entornos decadentes del sur rural de Estados Unidos. Se la comparado insistentemente con True detective –por el entorno sofocante, literal y metafóricamente, y la investigación criminal, más que por otro planteamiento narrativo—, y también con Hereditary o Animales nocturnos. Pero Heridas abiertas construye su propio universo de significados. Lo hace a través, entre otros recursos, de los rápidos insertos de imágenes del pasado que sorprenden a Camille, en los que priman los recuerdos del funeral de su hermana o los gestos de desprecio de su madre.Lexicografía del traumaY también están las palabras, con una importantísima carga dramática. Resuena el término “escoria” con el que Camille se refiere a sus vecinos; el “te mudaste” con el que le reprochan que lleve años viviendo en St. Louis; el “incorregible” con el que la adjetiva su madre; la categoría “dulce actitud pasivo-agresiva” con la que el detective Richard Willis (Chris Messina), que llega al pueblo para ayudar con la investigación, define al paisanaje de Wind Cap. En la última escena del primer capítulo, Camille se mete desnuda en la bañera y muestra su cuerpo sembrado de cicatrices. La más clara es la de su brazo: “Vanish” (desaparecer), el título del episodio. Pero a lo largo de los episodios se van subrayando otras. Sobre el maletero del sucio coche de Camille se puede leer “dirty” (sucio), en la radio del coche, “wrong” (mal), sobre el escritorio de su casa “bad” (malo) y “a drunk” (borracha). Algunas pasan más desapercibidas, pero el juego con palabras que componen esta particular lexicografía del trauma da claves para entender todos los silencios de Camille. Heridas abiertas resulta más un estudio de personaje que la investigación de un crimen.Gillian Flynn escribe sobre mujeres complicadas, difíciles de verdad, vulnerables y fuertes a la vez, como lo es Camille Preaker. “Lo único que me frustra”, dijo en una entrevista en 2013 en The Guardian sobre las acusaciones de misoginia al hilo de Perdida, “es la idea de que las mujeres son inherentemente buenas y maternales. En literatura pueden ser malas –locas, femmes fatales, unas zorras– pero aun así sigue existiendo un rechazo contra la idea de que las mujeres puedan ser malas de manera pragmática, egoístas…”. En otra entrevista promocional de Heridas abiertas, explicaba que cuando trató de vender la novela en 2006, nadie la quería. “Decían que a los hombres no les gustaba leer sobre mujeres y que a las mujeres no les gustaba leer sobre mujeres como esta. […] Es peligroso pretender que las mujeres no tengan rabia”. Diez años después, ya no sirve ese argumentario. No hay excusa para no disfrutar (y sufrir) viendo a un personaje como Camille cayendo en un anillo de fuego –como dice su canción favorita, Ring of fire- mientras desenmaraña todas las cicatrices que le ha dejado Wind Cap. rue detective Hereditary Hereditary Animales nocturnosAnimales nocturnosHeridas abiertas

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Lexicografía del trauma

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Cuando a Camille Preacher su jefe le pregunta qué hay en su pueblo natal, ésta responde: “Viejas fortunas y escoria”. “¿Qué eres tú?”, plantea su interlocutor. Camille no duda: “Escoria con dinero”. Periodista de un medio local, a Camille (Amy Adams) están a punto de encargarle que regrese al húmedo y caluroso Wind Cap, Missouri, para escribir una de esas historias con las que los medios locales pretenden tantear un Pulitzer. Dos niñas han sido misteriosamente asesinadas en medio de un entorno decadente que trata de contener la rabia desde hace décadas.

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